Muy buenas a todos! Y bienvenidos a este short-fic! Espero que les guste mucho! ^^

Quisiera dedicar esta historia a mi querida amiga Lady Yomi! Les invito a que pasen por su página de fanfiction y lean sus historias, que son maravillosas! Espero que te guste mucho esta querida! ^^

Disclaimer: Nada de Final Fantasy VII me pertenece.

First Dates

1

De cómo la perfección de los seres humanos no existe

Zack Fair, en sus tiempos mozos, había sido el perejil de todas las salsas: había sido el capitán del equipo de baloncesto, había sido el delegado de clase, el rey del baile de fin de curso, el chico con el que todas las jovencitas del instituto soñaban…

Cuando parecía que su vida estaba siendo demasiado "movida" y que no iba a sentar cabeza jamás, Zack dio la mayor sorpresa, no sólo del año, sino del siglo a todos sus conocidos: se casaba. ¡Se casaba!

El moreno de ojos azules, piel tersa, una extraña cicatriz en forma de cruz y musculatura bien desarrollada, con 24 años, había anunciado el que sería su futuro matrimonio con Cissnei, una compañera de su oficina, de pelo rojo y ojos marrones, tan dulce como atrevida y que lo había encandilado por completo, prácticamente, desde que habían cruzado miradas.

Todo parecía ir como la seda para Zack y Cissnei. El trabajo de ambos prosperaba, lo que permitió que se casasen tan sólo tres meses después de haber sido anunciado su compromiso. Fue una boda sencilla, alejada de cualquier tipo de extravagancia que nada tenía que ver con la personalidad de los dos enamorados, a los que, después de haber sido los más populares durante su juventud, en aquel momento les gustaba pasar desapercibidos.

Asistieron a la boda los padres de Zack y Cissnei, algunos amigos y conocidos de la pareja y algún que otro compañero de trabajo. Se casaron por la iglesia, a petición de ella y por el civil, a petición de él. La ceremonia de celebración, casi una verbena. Nunca la pareja había organizado una fiesta tan grande: se gastaron casi la mitad del presupuesto que tenían para la boda en el banquete y la decoración de la fiesta. Gracias al cielo que los músicos de la fiesta eran amigos de los padres de Cissnei, ya que si no, se habrían visto en serios apuros para poder pagar todo el dineral que habían derrochado.

Bailaron y bailaron hasta que se hicieron las cinco de la mañana. Entre risas, abrazos, mimos y alguna que otra lágrima de las respectivas madres, se fueron marchando todos y cada uno de los invitados, muy contentos, aunque muchos de ellos pronosticaban el mismo futuro para la recién formada pareja: "no duran un año más".

Y Cissnei y Zack se marcharon, como en las películas, en su coche blanco vintage, con las latas colgando de la parte trasera y con el cartelón pegado a la tapicería que rezaba "recién casados". El automóvil también estaba adornado con flores, muchas flores, pues ese era el sueño de Cissnei desde que era una niña. Y Zack, como recién casado, estaba ahí para cumplir sus sueños.

Y así, se fueron alejando, perdiéndose en la inmensidad del horizonte, donde ya empezaba a salir el sol tímidamente, rumbo a mil y un sueños que cumplir.

Se mudaron a un pequeño piso, en el centro de la ciudad. Cómodo y práctico, cerca del trabajo. No tendrían que gastar mucho en gasolina para poder desplazarse y, como eran jóvenes todavía, el ruido y el ajetreo urbano era el ultimísimo de sus problemas. Sólo importaba amarse. Por supuesto, el hogar no tenía muchos lujos. De hecho, la primera semana, la mesa de comedor consistía en una caja de cartón que se habían encontrado abandonada en la calle. "Podemos ir este finde a comprar muebles nuevos, con el sueldo del mes" decía uno, cada día, alternándose. Y el famoso finde nunca llegaba. Hasta que al final, hartos de comer en una caja de cartón, decidieron comprar la dichosa mesa.

Ahí surgió el primer roce. "A mi me gusta de cristal" decía uno. "Pues a mí me gusta de madera" respondía la otra. "No creo que de madera vaya con nuestra decoración" respondía el otro, esta vez, con más retintín. "¿Qué decoración? ¡Si no tenemos ni muebles!" le replicaba ella, esta vez, enfadada.

Sin embargo, se detenían, pensaban, se miraban y se reían. Porque eran unos tortolitos y aquella relación no se iba a acabar por una simple mesa de comedor. ¡Vamos! Zack y Cissnei sabían que en el mundo había cosas muchísimo más importantes que una mesa. Al final, compraron la de madera, por si tenían curiosidad.

Los primeros tres meses se fueron volando. ¡Ni siquiera se habían dado cuenta de que había llegado el verano! Eso significaba que ahora tendrían que verse y soportarse las veinticuatro horas del día. Sí, es cierto. Trabajaban en la misma oficina. Pero no en la misma planta, ni en el mismo despacho. Podían pasarse medio día entero sin verse si los dos querían. Ellos se habían conocido en la cafetería de la oficina y gracias a que Zack la frecuentaba.

Retomando la situación, Cissnei llevaba muchos días dándole vueltas al calendario. Ella se había dado cuenta de que llegaba el verano y lo que eso significaba. En los últimos tiempos, se había mordido la lengua muchas veces: calcetines sucios tirados por el salón, visitas inesperadas y sin avisar de la mamá de Zack, cenas largas y largas de amigos del trabajo… había callado mucho. Y todos sabemos lo que pasa cuando uno calla mucho, ¿no es así?

El caso era que Cissnei no estaba preparada para que llegase el verano. Aparte, ella era una mujer invernal. Le gustaba el frío y el calor la ponía de mal humor. De muy mal humor. Sin embargo, ella iba a ser paciente. No quería discutir con Zack, porque, como ellos mismos decían, "eran unos tortolitos y aquella relación no se iba a acabar por simplezas". Verdad. ¿Verdad?

En el verano estalló la Tercera Guerra Mundial. Qué culpa tendría la madre de Zack de aparecer aquella tarde, a las cuatro, durante la siesta. Aquella inocente mujer era ajena a lo que sucedería unos minutos después de que cerrase la puerta con una sonrisa y un hasta luego. Acusaciones, gritos, "yo no tengo la culpa de que tu madre no venga a verte" y mil y una cosas más. Y esta vez no hubo tortolitos que valiesen. Aquello iba a necesitar de una capitulación, casi.

Finalmente, llegó el otoño. En otoño, todo parece envejecer, caer, romperse. Romperse. Aunque para muchos es la estación más bonita, aquel año no lo fue para Zack y Cissnei. Los invitados a su boda se equivocaron cuando dijeron que no durarían un año más. Mejor deberían haber dicho "no duran cuatro meses más", porque fue exactamente lo que aguantaron: cuatro meses. Se rompió el amor incluso antes de que hubiera nacido.

Si alguien le preguntase a Tifa Lockhart qué opina del amor, ella diría que es un sentimiento "bonito, pero difícil". Si algo le gustaba era sacar lo positivo dentro de lo negativo. Hacer una retrospectiva de las situaciones, intentar sacarle partido a todo. Ella no se estancaba en los momentos negativos. Sí, era cierto, se encerraba en su casa (su santuario), lloraba, maldecía, rompía cosas y luego se miraba al espejo para echarse a reír. Pero no dejaba que las cosas le superasen. Y el amor no iba a ser una de esas cosas.

Había nacido en el seno de una familia humilde y humilde había sido toda su vida. Llamaba la atención en el cole y en el instituto. Era muy bonita y simpática, aunque de joven era menos tímida que en su edad adulta. Y era algo contradictorio, ya que trabajaba como camarera en el bar más frecuentado de la ciudad. Eso significaba que tenía que trabajar todos los días de cara al público, sostener conversaciones con los clientes, escuchar sus problemas, ser sicóloga (sin el sueldo de un sicólogo) y acabar las jornadas de trabajo preguntándose por qué demonios esa tal Emily fue tan bruta con Isaac.

Cualquiera que mirase los ojos rubí de Tifa sabía que se encontraba ante una mujer diferente. Muy fuera de lo común. Ella se había enamorado, como cualquier otra chica.

Johnny se había llamado su primer amor. El amor de la adolescencia, ese que es un poco loco y que piensas que es el hombre de tu vida por siempre y para siempre jamás. Incluso consideras tatuarte su nombre y dudas de qué sitio sería el correcto. Por supuesto, uno en el que se vea.

A Tifa le gustaba ir cogida de su mano, sentir que él la quería. Y en efecto, Johnny la quería muchísimo. Para él no había otra chica que no fuera Tifa, nadie podría ser nunca igual que ella. Ni vestir igual que ella, ni hablar igual que ella, ni siquiera reírse igual que ella. Johnny estaba enamorado hasta las trancas. Y a Tifa también le encantaba Johnny. Para ella, era incomparable.

Eran una pareja de adolescentes felices. Sin embargo, había algo que a Johnny le gustaba mucho más que Tifa, aunque pareciese imposible de creer en aquellos tiempos: el mundo militar. Él quería pertenecer al ejército, quería servir a su país, ser un hombre importante y darlo todo por la patria. Por supuesto, Tifa lo apoyó hasta el final. Si él era feliz, ella también lo sería. ¿Por qué no?

Ninguno de los dos había caído en la cuenta que alistarse en el ejército significaba que Johnny tendría que irse lejos. Pasar meses y meses fuera de casa.

Al principio, era fácil. Se llamaban todos los días. Siempre a la misma hora, a las siete y cuarto de la tarde. A esa hora, Tifa salía del trabajo y Johnny tenía descanso antes de cenar. Hablaban durante una hora y media, a veces de cosas importantes, a veces pasándose veinte minutos diciendo "cuelga tú" hasta que finalmente colgaba el sargento de turno para, posteriormente, reñir a Johnny por su falta de disciplina.

Sin embargo, la llamada de todos los días pasó a ser la llamada de la semana. Esa llamada que era esperada por los dos con una sonrisa de oreja a oreja. Esta vez duraba menos, unos cuarenta y cinco minutos. Bueno, tampoco tenían nada relevante que contarse. Ya ir a pasear al perro no era el tema de conversación inicial.

Por lo tanto, la llamada de la semana se transformó, lentamente, como el capullo en mariposa, en la llamada del mes. "Hola, ¿qué tal?" "¿Has comido? ¿Cómo te va el trabajo?" "¿Qué tal el sargento?". De cuarenta y cinco minutos pasaron a veinte y les parecía demasiado. Ya no se peleaban por ver quien colgaba primero. Ahora la llamada se cortaba, daba igual quien lo hiciera.

Y la llamada del mes se convirtió en la no llamada. Se acabó. Desaparecieron. Ya no sonaba el teléfono a las siete y cuarto de la tarde, ni en casa de Tifa ni en el cuartel.

No era que se hubiesen dejado de querer. Quizá la distancia promovió el olvido.

Pasaron cuatro años y Tifa nunca volvió a saber más de Johnny. Ni Johnny de Tifa. Se veían por la calle, de vez en cuando, de pasada. Él había dejado el ejército, "no era para mi esa vida". Qué tarde se dio cuenta, después de cuatro años, pero todos aceptaban su excusa con una sonrisa. Estaba más ojeroso y más gordito, pero era Johnny al final del día. "Hola" "Adiós" eran lo único que compartían dos personas que en su día lo habían compartido todo. Pero eso sí, siempre con una sonrisa.

-Buenas noches, señor. ¿Tenía reserva? - preguntó la joven camarera de ojos azules y un pulcro moño. La maître lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja, mientras esperaba que el hombre que tenía frente a sus ojos le respondiese a la pregunta que acababa de hacerle.

-Sí. Zack Fair, por favor. - respondió, con un hilo de voz. No estaba muy seguro de qué hacía allí exactamente, en aquella especie de "cita a ciegas" en la que se había visto envuelto por culpa de las ocurrencias de sus amigos. Realmente, ¿estaba listo para conocer el amor de nuevo? Zack pensaba que cualquier cosa que se les ocurriese a sus amigos podía ser un plan macabro con muy malos resultados.

-Pase, por aquí por favor - dijo la maître, mientras daba media vuelta y se adentraba en el restaurante.

El local era un sitio agradable y muy, muy romántico. Del techo colgaban miles de lucecitas que asemejaban estrellas. También había corazones colgando del techo, hechos con hilo y lanas. Las mesas tenían los manteles blancos y rojos y sobre ellas, velitas aromáticas. El suelo era de moqueta verde, asemejando un césped y, al fondo, había una banda tocando música de jazz. No habían amigos cenando en aquel restaurante, eso lo había notado Zack. Eran todo parejitas.

-Esta es su mesa. Le avisaré en cuanto llegue su acompañante. ¡Gracias! - dijo la camarera, retirándose rápidamente a atender al resto de clientes que esperaban en la entrada.

El moreno se sentó lentamente, con movimientos torpes. Se sentía bastante torpe aquel día, pero sabía que todo era a causa de los enormes nervios que estaban comenzando a crecer en su interior. No auguraba nada bueno de aquella cena. Seguramente sus amigos habían engañado a una pobre anciana y la habían hecho venir a aquel restaurante con la ilusión de conocer al amor de su vida.

Entonces él se vería en la complicadísima situación de tener que rechazarla. "Siento que mis amigos te hayan engañado de esta forma. Oh, sí, sí, son unos imbéciles, lo sé. Claro que eres encantadora, pero…"

-¿Hola? ¿Eres Zack? - sus pensamientos se vieron interrumpidos por aquella voz femenina.

Su vista se despejó - ni siquiera se había dado cuenta de que se le había nublado previamente - y, frente a él, se encontró a una chica de, más o menos, su edad. Era morena, con el pelo largo y negro y los ojos de color rubí. Zack pestañeó varias veces antes de asegurarse de que aquella bellísima mujer existía de verdad.

-Pe…¿perdón? ¿Decías? - repitió, balbuceando.

-Preguntaba que si eras Zack. Estabas hablando sólo - recalcó, entre risas.

-¿De verdad? - preguntó él, con los ojos como platos.

-Sí. Decías algo de tus amigos imbéciles, o una cosa así.

-No me hagas mucho caso - dijo él, con un ademán - y si, soy Zack. - se puso de pie y estrechó la mano de la joven.

-Yo soy Tifa. Tenemos un amigo en común - explicó ella - me dijo que viniera aquí y bueno…supuse que era una especie de cita a ciegas.

-Sí, algo así…- contestó Zack, rascándose la cabeza mientras se sentía ruborizado - Quería conocer a alguien y…

-No te preocupes. No hace falta que me expliques nada. Yo también…quería conocer a alguien - admitió ella, con una sonrisa - ¿Cenamos?

Tifa se sentó a la mesa mientras sentía los ojos azules de Zack observando todos y cada uno de sus movimientos. Agradeciendo interiormente que el amigo que tenían en común no le hubiese jugado ninguna jugarreta o le hubiese hecho alguna broma prometiéndole una cita que nunca existiría. Zack era bastante guapo, pero faltaba ver si por dentro valía la pena.

-Y…cuéntame. ¿A qué te dedicas? - preguntó él. El camarero se acercó a ellos, sirviéndoles un poco de vino.

-Soy camarera. Tengo un bar, cerca del centro.

-¿Un bar? ¿Cuál?

-El Séptimo Cielo.

-Nunca he ido por allí - se encogió de hombros, apenado.

-No suele ir gente como tú - replicó ella, alzando las cejas.

-¿Gente como yo? - repitió él, preguntándose si había escuchado bien.

-La gente que va ahí tienen la intención de ahogar sus penas. Y tú no parece que tengas muchas penas.

-Me las callo para mi - dijo él, con una sonrisa burlona.

-¿Y tú a qué te dedicas? - preguntó ella, con una sonrisa curiosa, mientras daba un sorbo a su copa.

-Soy empresario inmobiliario. Ya sabes, enseño casas, vendo pisos…

-Sé lo que es - contestó ella, entre risas.

Zack volvió a sentir como sus mejillas se ponían rojas de la vergüenza. Aquella chica parecía tan segura de si misma. Y en el fondo, eso le gustaba y mucho. Pero no podía evitar sentirse cohibido.

-Lo siento. Cuando estoy nervioso, digo cosas extrañas - se excusó, sin mirarla.

-No tienes por qué estar nervioso. Aunque yo también lo estoy, un poco. -admitió, clavando sus ojos rubí en los de él.

El silencio se ganó un hueco entre ambos comensales, que, sin darse cuenta, ya habían empezado a degustar sus platos con avidez. Los dos estaban muy hambrientos, a pesar de que ninguno lo había admitido.

-¿No te has preguntado por qué nuestro amigo querría que cenásemos juntos? - preguntó Tifa, mientras enrollaba en su tenedor los espaguetis.

-Conociéndole … - musitó Zack, conteniendo una risotada - estoy seguro de que piensa que estamos lo suficientemente desesperados como para encontrar pareja y quiso juntarnos.

Tifa no pudo evitar reírse ante su comentario.

-Tan desesperados que por eso estamos aquí cenando - dijeron los dos, al unísono. Se miraron mutuamente, con ojos brillantes.

Zack carraspeó. No sabía por qué, pero aquellos ojos rubí imponían más que cualquier otra cosa en el mundo.

-¿Y qué tal en el amor? - preguntó él, alzando una ceja.

-Bueno… estoy aquí contigo - ironizó ella, riéndose.

-¿Qué insinuas? - dijo él, fingiendo molestia.

-Que si me fuera bien no estaría cenando con un desconocido. - explicó, echándose un largo mechón de pelo negro tras la oreja.

-Ejem. No somos desconocidos realmente. Por lo menos ya sabemos como nos llamamos. - corrigió Zack, guiñándole un ojo.

-Aún no me has dicho tu edad - puntualizó ella.

-¿Y eso importa? La edad es sólo un número. Una cifra en nuestro carnet de identidad. ¿Determina en algo mi edad los sucesos que van a tener lugar en mi vida?

-Puede que tengas razón. No importa la edad. Y mucho menos en el amor. Pero si me gustaría saber cuantos años tienes. Por curiosidad.

Dándose por rendido, contestó.

-34.

-Yo 33 - respondió ella, con una sonrisa de lado. - Pareces más joven.

-Tú también - replicó él, con deje burlón.

-¡Hey! Te lo decía en serio. - murmuró, con una sonrisa dulce.

Zack la miró de reojo, algo nervioso. Le gustaba mucho aquella chica. Aunque él estaba quedando ligeramente patético frente a ella. No sabía si habría una segunda cita después de aquello…

-¿Te gustaría tener hijos? El día de mañana - preguntó ella, dando un nuevo sorbo a su copa.

-No quiero hijos. Ni matrimonio. Nada de eso tiene prioridad para mi ahora mismo.

Tifa lo miró fijamente. Podía deducir - por su tono y por el brusco ademán que acababa de hacer con la mano, en un intento de desvanecer su pregunta - que algo tendría que haberle pasado a aquel hombre para responder de esa manera. Pero, ¿debía investigar ya o era demasiado temprano? Sin embargo, su vena curiosa le pudo.

-Por como me has respondido, ¿he de deducir que alguien te lo ha hecho pasar mal alguna vez con el tema del matrimonio? - preguntó ella, arqueando ambas cejas.

-Estuve casado.

-¿Y por qué terminó?

-Yo tenía mis defectos y ella los suyos. No quiero mentirte, no soy un hombre perfecto.

Un hombre perfecto…aquellas palabras dejaron a Tifa divagando durante unos instantes. ¿Quería ella un hombre perfecto? ¿Realmente estaba buscando eso? Johnny había sido el hombre perfecto para ella durante años. Creía que nadie podría ser nunca mejor que él, o peor, incluso. Simplemente, creía que no había nadie más perfecto que él, puesto que disfrutaba tanto de sus defectos como de sus virtudes. Le gustaba que a veces no fuera cariñoso y que otras veces se pasase de tierno. Le gustaba que no hubiese una balanza, un equilibrio en su personalidad. Pero con el paso de los años, Tifa se dio cuenta de que no existía el hombre perfecto. Más bien, se dio cuenta de que no existía la persona perfecta, independientemente de su género. Todos teníamos algo que nos hacía imperfectos. Por eso, ella ya no estaba buscando al hombre perfecto. Estaba buscando a un compañero, a un amigo, a un confidente. Alguien con quien pasar el rato, con quien ver la película de los domingos, alguien con quien pasarse las horas hablando antes de irse a dormir.

-Yo … tampoco soy una mujer perfecta. - comenzó a explicar - antes creía que existían las personas perfectas. Que habían personas que habían nacido con el don de no tener ni un solo defecto. Tenía una venda tan fina sobre los ojos que no me había dado cuenta de que la tenía, si quiera. Pero con el tiempo, me fui dando cuenta de que no quería alguien perfecto cerca de mi.

-Yo también creía en la perfección de mi ex-esposa. Pero cuando convives con alguien, tienes que aprender a darte cuenta de sus defectos y aceptarlos, porque forman parte de esa persona - admitió él. - No quiero volver con ella, ya eso es irremediable y ha pasado mucho tiempo. Sin embargo… quiero darme cuenta de que he aprendido de mis errores intentándolo con otra persona.

-Siempre hay una segunda oportunidad para volver a amar - dijo Tifa, cerrando los ojos mientras se sentía en paz consigo misma.

Tras tratar varios temas de conversación, el postre, una mousse de chocolate, fue la guinda de la cena. Los dos ya se sentían muy a gusto el uno con el otro, llegando incluso a compartir confidencias que, de ser otra persona, habrían necesitado más tiempo para contárselo. Sin embargo, los dos se sentían como viejos conocidos que, sin tapujos, compartían sus historias de la juventud.

Después de pagar la cuenta, salieron a la calle. La noche de verano los acogió con los brazos abiertos, con sus lucecitas chispeantes, las terrazas de los bares con música, la gente con sus sonrisas de oreja a oreja.

-¿Qué quieres hacer ahora? - preguntó Tifa, algo nerviosa.

-Bueno. Podríamos volver cada uno a su casa o ir a bailar a una discoteca.

-¿A una discoteca? - repitió ella, incrédula.

-¿Qué? ¡Sómos jóvenes todavía! ¿No? - dijo él, con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba pidiéndole una segunda cita sin pedírselo.

Tifa lo miró con una sonrisa ladeada y, colgándose de su brazo, dijo:

-¿Cómo decías que se llamaba la discoteca?