PROLOGO
Mi nombre es Emily.
Papá y mamá dicen que me llamo así por una vieja amiga de ellos. En tal caso ¿Quién? Si alguien los marcó tanto como para nombrarme en su honor, ¿no debería ser mi madrina? ¿No debería al menos conocerla?
Papá siempre disfruta tanto al decir cada sílaba de mi nombre, como si se le fuera el aliento para no volver. Parece que quiso mucho a mi homónima, o al menos esa impresión me da. Lo dice suave y lento. Lo hace sonar de terciopelo. Plateado. Me hace sentir que hay algo más detrás de todo este asunto de mi nombre. Algo que a la vez permite sentir un ligero dejo de dolor, y de adiós.
En cambio a mamá parece darle lo mismo. Quizás algo de gratitud y un pequeño, pequeñísimo eco de amor…hacia papá. Yo pensaría que ella hubiera preferido llamarme Victoria, deseo que solo cedió debido al de mi padre. Y no es extraño suponer que le concediera algo que ella quisiera. Si pudieran ver como se miran a los ojos, como pueden pasar horas inmóviles, frente a frente, solo viéndose, comprenderían. Se aman tanto y se aman de veras.
Cuando se logra amar así, yo me pregunto ¿que importa lo demás?
Así que no importa cual sea mi nombre. Lo que importa es que yo soy una muestra de su amor eterno. ¡Y solo eso! Emily es solo una incógnita que yo pude olvidar hace mucho…
…o al menos hasta que cumplí diecisiete.
Y esta historia no tenía nada que ver con el misterio detrás de Emily. Empezó como una hermosa historia de amor, a la cual yo le imaginé cientos y cientos de finales felices, pero uno propone y Dios dispone.
En ese entonces yo ya llevaba un par de meses con 17 años, y la vida cotidiana sin duda logró aburrirme un poco. Era de esperarse cuando se vive en un mundo tan monótono, que cuando abres los ojos te ves metido hasta las rodillas en la zanja que vas cavando día a día con la misma rutina. Pensándolo bien, logró aburrirme demasiado.
Solo quería buscar una vía de escape. Una pequeñita, que aunque fuera, me permitiera cavar otro hoyo. Pero claro que no. Para mi todo esto estaba vetado.
Vivía con mamá y papá en una mansión fuera del pueblo, del otro lado del bosque. Jamás salía de ahí. Jamás. Yo solo conocía a mi tutor, y a mi dama de compañía, Helen. Nunca salía de esa prisión. Nunca en mi vida conocí a mis abuelos. Mis padres habían cortado mi amistad con Lisa, mi única amiga, hija de alguna de las cocineras, pues pensaron que era una mala influencia para mí (si eso se considera cortar una rosa espinada del jardín, y correr dentro de la casa). Despidieron a su madre y Lisa se fue con ellas.
Y no podía hacer nada más que leer, quieta y callada. Antes cuando mucho podía montar a caballo en los jardines, que eran suficientemente grandes para ello, pero después se limitaron a simplemente dejarme ir a darle zanahorias a mi yegua Penélope. Se que todo esto no lo hacían de mala fe.
Ellos en su pasado tuvieron alguna experiencia, que yo ignoraba del todo, que los hizo temer demasiado por mi vida. Bueno, sin la experiencia, un padre normal teme por la vida de sus hijos, pero impedir que la vivan…
También se que a veces se sienten mal:
- Emily se la pasa aún peor que yo con mis padres- escuchaba decir a mamá
-Lo sé, lo sé- coincidía papá- Pero creo que ahora los entiendo mejor. A nuestros padres, quiero decir. Siempre buscaban lo mejor para nosotros.
-No, Víctor. Ellos hacían esto mismo por nosotros, pero por controlarnos, no por protegernos.
Los dos sufrían
- Aún así, ¿tú dejarías a Emily salir?
Mamá pensaba, aunque yo sabía que perdería ante la pregunta evidentemente retórica de papá
-N…no- decía mamá al fin.
Tantas veces escuche esta conversación. Tantas, y aún así jamás llegue a pensar para mis adentros "¿Cómo lo soportas Emily?". En realidad, yo jamás conocí nada mejor.
Podía tener lo que quisiera; vestidos, zapatos, joyas, perfumes… Pensaba que eso era vivir. Vivir para mi sola en mi propia prisión personalizada. Me cepillaba mi cabellera todo el día, me probaba diferentes vestidos con diferentes zapatos de tacón. Exploraba mi prisión. Era lo único que hacía.
Ahora que lo estoy narrando, ahora es cuando pienso "¿Cómo lo soportas Emily?" Yo era tonta. Dejé que se me arrebataran dieciséis años de mi vida, ¡Y no siquiera lo sabía! Me habían encapsulado tan, pero tan lejos del mundo real, que yo incluso me asustaba cuando escuchaba cualquier cosa que alterara mi perfección de este. Un revoloteo de las alas de los pájaros, las risas de los hijos de la servidumbre, el frío del invierno, todo me era desconocido.
Y se preguntaran ustedes, ¿como es que yo logre abrir mis ojos para ver que estaba metida hasta las rodillas en mi zanja?
Bueno, ese es el verdadero principio de mi historia…
Esa mañana de Agosto, yo me desperté temprano. El sol, que difícilmente alumbraba entre los espesos árboles del bosque que me aislaba de todo, todavía no se empezaba a filtrar por algún recoveco que estuviera libre de maleza.
Me eche un abrigo encima y corrí escaleras abajo en cuanto escuche el pesado crujir de la puerta principal. De todos modos yo abría ido a buscar a Helen para pedirle que me pasara un par de mantas, ya que lo que me despertó fue el frío.
El piso de mármol bajo mis pies descalzos estaba tan helado, que hubiera sentido algo similar si me pusiera a caminar sobre el lago congelado del jardín, pero al fin logré, andando de puntitas, atravesar la escalinata y dirigirme a la cocina.
Era un largo camino por recorrer, y debo admitir que el enorme vestíbulo se veía bastante sombrío, con figuras dibujándose en el piso y el techo que estaba tan, pero tan lejos el suelo. Contuve la respiración mientras me atravesé corriendo la macabra habitación.
Estaba a punto de lograrlo, solo era cuestión de empujar firme la puerta, pero una notita en papel beige que estaba doblado sobre el mueble junto a la cocina, me hizo necesitar tomarla al ver la fina caligrafía de mamá.
Decía:
Helen: Víctor y yo vamos a visitar la iglesia del pueblo otra vez, y volveremos a las nueve en punto. Emily no se habrá despertado para entonces, pero en caso de que lo hago, mantenla dentro de la casa, y asegúrate de que no se entere de que nos marchamos. Asegúrate bien.
Nunca pude estar segura de cuanto tiempo me tomó volver a respirar. Mí hasta entonces templo de seguridad, cuyo pilar principal eran mis padres, en unos renglones se deshizo.
Yo nunca había salido de casa, y ahora resultaba que ellos habían salido otra vez. Y yo, yo no debía enterarme… ¿Por qué? ¿Qué hice para que me engañaran, durante quien sabe cuanto tiempo? Yo era una chica buena.
Lo era… hasta entonces.
Solo debí empujar el picaporte de la puerta principal, y salir corriendo, bien escondida entre la neblina, sin que un alma me viera.
Bueno, eso es todo por ahora. Ojala les aia gustado… nos vemos pronto
