El día de Fran

Además de el don innato para la ilusión, la mentira, el engaño y su sorprendente habilidad para mantener los músculos de su cara en la misma posición, rígidos y ajenos a cualquier emoción que pudiese retorcerle el estómago, los nervios o acelerarle el pulso —todo sensaciones y sentimientos convulsos que jamás llegaban a la superficie si él no quería—, Fran poseía, también, una cierta sensibilidad onírica.

Nunca recordaba bien qué soñaba, de hecho, ni siquiera sabía si soñaba.

Cerraba los ojos sólo cuando el sueño le pesaba demasiado sobre los párpados, cuando comenzaban a escocerle los lagrimales y a escapársele la conciencia. Entonces, sólo entonces los cerraba y comenzaba su caída. Al principio, Fran supuso que aquello era una reacción fisiológica debido al cambio en su rutina: de vivir una existencia tranquila, mundana, casi trivial, de los baños en el río, las luciérnagas que iluminaban el porche cuando no había estrellas, de las faldas cálidas de su abuela y sus galletas ligeramente requemadas había pasado al cuidado de un extraño, un total desconocido con un peinado imposible y poca paciencia —que, aunque jamás le llegó a dar miedo, siempre le guardó un respeto severo, mucho mayor del que dejaban entrever sus chiquilladas—.

Su cuerpo tardó en acostumbrarse a su nuevo día a día y fue allí, en su nuevo y desestructurado hogar —o bueno, en aquella nave industrial en la que vivía con unas personas ciertamente peculiares; porque era un niño tozudo, dado a los berrinches, y se negaba a llamar hogar a eso, mucho menos familia a aquellos desconocidos— dónde empezó a dormir mal.

Nunca recordaba bien qué soñaba, y dudaba si soñaba algo, en realidad. Quizá era fruto del entrenamiento espartano de Mukuro, inflexible en sus enseñanzas y algo frío en su trato con un niño pequeño que tenía serios problemas para mostrar hasta la más mínima expresión de afecto. O a lo mejor era por el cambio, los malditos cambios.

De vez en cuando, Fran recordaba un sueño —o una pesadilla; era mucho peor cuando era una pesadilla— y aquello que aún tenía grabado en su retina, vívido como un recuerdo no muy lejano, al despertar, acababa sucediendo un día o dos más tarde.

No se lo contó a su maestro, ni tan siquiera a esos compañeros que con los años acabaron convirtiéndose en algo semejante a la idea distorsionada que él tenía de un hermano mayor. ¿Para qué? No lo iban a entender. Probablemente ni siquiera lo iban a escuchar, y no los culpaba. Todos tenían sus propios problemas, más graves, más triviales, más serios, más tontos, eran conscientes de la carga que llevaban a sus espaldas, sobre sus hombros. Eran bien conscientes de ello, y aún así, andaban con la cabeza lo más alta que podían. Puede que no hablasen demasiado, que no se contasen las penas y las alegrías como una familia normal, pero ningún miembro de la banda de Mukuro Rokudo obligó a otro a cargar con sus problemas ni preocupaciones. Porque todos habían andado su propio camino, a esas alturas, todos tenían ya los pies despellejados, llenos de tierra y sangre.

Y no eran necesarias las palabras, sólo una cálida, extraña comprensión silenciosa.

Así que cuando Fran se acostumbró a su capacidad de predecir ciertos sucesos en sus sueños, su rutina volvió a cambiar. Tuvo que abandonar de nuevo otra familia para trasladarse a una casa nueva, desconocida, y más fría aún que la nave industrial donde prácticamente se había criado.

Su nueva familia era peor que la anterior, si eso era posible. Se entendían a golpes, gritaban, aullaban a la luna como lobos rabiosos y hambrientos. El dolor físico parecía ser la única forma de comunicación entre ellos. Eso, y el desprecio.

Los primeros días, Fran volvió a ahogarse en sueños que no acababan jamás, a despertarse entre sudores fríos. Dejó de comer, unas medias lunas negras se arraigaron bajo sus párpados. Su maldito cuerpo volvía a expresar todo lo que su rostro imperturbable se negaba a reflejar.

Pero ya no era un niño, tenía diecinueve años, era un adulto y no podía permitirse aquella infantil sensación que era la añoranza, no al menos en un ambiente hostil como en el que vivía.

Así que continuó durmiendo mal, soñando peor y guardándose para sí las visiones que se perdían en las lagunas de sus pesadillas y que acababan apareciendo, días más tarde, en el mundo de los despiertos.

Poco a poco, se acostumbró. Su cuerpo se relajó, se adaptó a su nuevo hábitat. Incluso la convivencia con aquellos extravagantes asesinos se le hizo más llevadera. Durante el primer año, apenas hablaba más que para defenderse de los ataques verbales de Belphegor o para lanzar discretos, pero bien audibles comentarios ácidos sobre Levi o cualquier otro miembro del escuadrón que mereciese una respuesta sarcástica. Cualquiera excepto Xanxus, por supuesto. A él sencillamente le obedecía, guardando las distancias, tal y como hacía con Mukuro en sus primeros años.

De este modo, Fran consiguió sobrevivir durante un año y medio en el escuadrón de asesinos de élite Varia sin graves percances: una pierna rota, un cuchillo malintencionado que se clavaba demasiado profundo y alguna que otra herida infectada que le daba fiebre. Lo que no te mata te hace más fuerte, ¿verdad? Ese era su retahíla cada vez que salía del hospital.

Pero al año y medio y un día, Fran supo que iba a morir. Bueno, puede que exagerase o a lo mejor no, a lo mejor estaba en lo cierto y lo más adecuado era coger algo de dinero, ponerse las botas, marcharse de la base y no regresar en una buena temporada.

Sin embargo, no lo hizo. Primero porque tenía los bolsillos vacíos, con nada más que un par de botones y su caja de la niebla, recordándole que Xanxus seguía debiéndole dos meses de sueldo y que Bel era un tirano por obligarle a pagar el mantenimiento de ese sombrero estúpido que le hacía vestir. Segundo, porque bah, seguro que mi sueño era algo exagerado. Llevamos conviviendo más de un año y estos tipos se conocen desde hace más de diez. Algo así no puede arruinarlo todo.

Eso se repetía a sí mismo el joven ilusionista mientras bajaba las escaleras un poco más despacio, más receloso de lo habitual. Y es que aquella mañana se había despertado con el eco de un sueño agridulce grabado en las pupilas, una profecía que tardó en asimilar y que no quiso aceptar porque era demasiado… demasiado.

No puede pasar esto. Otra vez no.

Al principio de su sueño, los miembros de aquel grupo disfuncional estaban sentados en una mesa tan larga que su vista no la abarcaba completamente. Callados, serios, de brazos cruzados, observándose los unos a los otros. Ninguno parecía tener intención de romper el silencio que actuaba de preludio a una tormenta imposible de evitar. Y precisamente así se los encontró Fran cuando llegó al salón esa mañana: Xanxus presidía la mesa donde normalmente desayunaban, más amenazante, con el ceño más fruncido y la mandíbula más apretada de lo habitual. A su derecha, Squalo le miraba de soslayo y parecía querer decir algo, porque abría y cerraba los labios, pero no salía sonido alguno de su garganta —a lo mejor se había quedado afónico de tanto gritar—.

—Al fin una buena noticia… —pensó en voz alta. Y aquello fue suficiente para que todas las miradas se volviesen hacia él. Fran había roto aquel frágil silencio, aquel atisbo de calma que les mantenía quietos en sus asientos y, por primera vez, quiso coserse su dichosa boca. — ¿Qué hacéis todos aquí tan callados? —bah, ¿qué podía hacer? Ya que había roto el silencio iba a aprovecharlo. — No me digáis que se celebra algo y no he sido invitado.

—Cállate, niño. Y siéntate. —ordenó el jefe, un siseo serpenteante, cargado de tensión y rabia acumulada. Le sorprendió que fuese el primero en hablar.

—Si esta es vuestra idea de una fiesta, la verdad es que deja mucho que desear.

La palabra fiesta parecía clavárseles como un puñal oxidado. Hacían muecas cada vez que la pronunciaba, y estuvo tentado de repetirla una y otra vez sólo para ver como su jefe se arrugaba cada vez más y más de frustración.

—Cállate, rana. Tenemos un problema. —A su lado, Bel cortó su sarcasmo dando un puñetazo en la mesa. Y Fran podía, debía aceptar órdenes de Xanxus, incluso del comandante estratega, pero no, de ningún modo iba a aceptar que aquel príncipe infantil y pretencioso le mandase callar.

Por encima de su cadáver agujereado.

— ¿Habéis olvidado cómo se organiza una fiesta? Normal, no creo que tengáis muchos amigos a los que invitar, de todas formas. Especialmente tú, senpai. Los cadáveres no son muy dados a ir a fiestas... y creo que los bebés tampoco. —añadió, refiriéndose indirecta pero bastante directamente al anterior arcobaleno que había ocupado su puesto. Mammon. Un nombre casi olvidado que ni siquiera Xanxus pronunciaba (aunque probablemente fuese más por apatía que por respeto).

Pudo oír como el príncipe gruñía, como le crujían los dientes al apretarlos para contener su mano impaciente y el cuchillo que ya sostenía entre los dedos. Si hubiera sabido cómo, Fran se hubiera reído a carcajadas. De verdad, era tan fácil provocarle…

—Fran, por favor, escucha. —La voz suave y extrañamente reconfortante del guardián del sol le obligó a dejar a un lado las bromas. — Hemos sido obsequiados con el… —hizo una pequeña pausa y tragó saliva, miró a su jefe antes de continuar. —honor —no hubo reacción por parte del irascible Xanxus, así que Lussuria suspiró aliviado, dejó escapar el aliento que había perdido en aquella pausa y continuó— de haber sido elegidos para recoger en nuestro precioso y acogedor hogar la décimo quinta Gran Asamblea de las Famiglias. El décimo capo, Tsunayosh… —no pudo acabar de pronunciar aquel nombre maldito, vetado en la casa de los Varia, tan peligroso como una mecha cerca de un barril de pólvora.

La taza de café que Xanxus sostenía entre las manos se rompió a causa de la presión ejercida sobre la frágil porcelana. Lussuria soltó un gritito, Squalo dio un pequeño salto en su asiento y Belphegor rió entre dientes, una risita nerviosa y divertida al mismo tiempo. — Voy a traer algo para limpiar esto. Y más café, ¿verdad? —El jefe de los Varia asintió sin pronunciar palabra y Lussuria recogió los pedazos de la taza y se marchó hacia la cocina refunfuñando sobre "técnicas de control de la ira, en serio, es preocupante, necesita ayuda".

El ilusionista parpadeó, aún asimilando aquella información, igual que hizo cuando despertó entre jadeos hacía apenas media hora. Había oído ese nombre, la Gran Asamblea de las Famiglias antes, en sus noches y sus sueños, pero no tenía ni idea de qué era ni qué significaba ni si realmente era un honor que les hubiese tocado —como una maldición ineludible— albergar aquella celebración en su hogar.

—Senpai… ¿Me explicas que es todo lo de la Asamblea no sé qué de la familia? Suena aburrido y nada apasionante.

A veces, sólo a veces, sentía que era mucho más fácil hablar con Belphegor que con cualquier otro miembro de aquel grupo. Quizá por la cercanía de edad, puede que por la desagradable y nada entrañable confianza que existía entre ellos forjada gracias a las misiones y los encargos que realizaban en conjunto, más de las que los dos eran capaces de soportar (porque, para desgracia de Fran y del propio príncipe, eran un dúo temible, bien compenetrado, capaces de complementarse y congeniar sorprendentemente bien en el campo de batalla, de cubrir los errores del otro y potenciar las virtudes).

Su tono apático le arrancó al rubio una sonrisa.

—Suena aburrido y nada apasionante porque lo es. —respondió, estirándose en su asiento. — Es un auténtico coñazo de fiesta.

— ¿Así que sí es una fiesta?

Squalo intervino, al fin, encontrando las palabras que se perdían entre su frustración:

—Una fiesta de viejos arrugados que se creen que saben más que los demás, de niñatos que piensan que van a comerse el mundo y de cuarentones perdedores que no sabrían ni acertar a un blanco que estuviese al alcance de sus narices.

— ¿Divertido, eh? —rió Bel.

Fran ladeó la cabeza, procurando fingir sorpresa y reprimir aquella sensación de inquietud que le trepaba por la boca del estómago porque su sueño se estaba cumpliendo al pie de la letra.

Y si seguía así, al final… No, no, sacudió la cabeza. No iba a ocurrir. Demasiadas cosas debían torcerse en un solo día para que algo así sucediese.

Volvió su atención a la mesa, se obligó a dejar de pensar. Lussuria había regresado con una taza de plástico y la cafetera humeante, el olor a café se le arraigó a las fosas nasales, agrio, pero suave al mismo tiempo, y el muchacho se relajó un poco.

— ¿Puedo beber una taza?

—Claro que sí, cariño.

—No me… — ¿por qué seguía tratándole como si fuese su hijo? Peor, ¿por qué se comportaba como si fuese su madre? Ya había pasado más de un año y se lo había dejado bien claro al guardián del sol, pero parecía disfrutar ignorándole. Le ponía de los nervios. — Es igual.

Lussuria le tendió un vaso, le advirtió que quemaba y retomó su discurso donde lo había dejado, aunque no volvió a mentar el nombre del capo de la familia Vongola:

—Como iba diciendo, la Gran Asamblea de las Famiglias es una fiesta que se celebra cada cuatro años. Todas las familias aliadas se reúnen en un recinto bien dispuesto para una elegante cena y una velada pacífica, para afianzar amistades y estrechar lazos. —Con sutileza, recalcó la palabra pacífica echándole una mirada significativa a su jefe tras sus gafas oscuras. — En esta décimo quinta Asamblea, la familia Vongola ha sido seleccionada para presidir la celebración y nuestra casa ha sido elegida por sorteo aleatorio como escenario. Es un gran honor y tenemos que sentirnos agradecidos por…

La voz de Xanxus interrumpió la palabrería incesante de su guardián, ronca, firme como un buen golpe directo al estómago.

—Si la asamblea la va a presidir ese crío, que use su puta casa para jugar a las fiestas. —Dejó su tazón en la mesa con brusquedad, afortunadamente, al ser de plástico, sólo se derramó un poco de café. — No vamos a aceptar.

Los ojos del comandante se clavaron en su jefe, inflexibles, casi tan duros como las palabras y la determinación de Xanxus. Si alguien podía intentar hacerle entrar en razón, y Fran sospechaba que nadie podría jamás, era Squalo.

—Tenemos que aceptar. Es un honor. Sí, un honor. —Repitió, porque Bel había bufado sarcásticamente desde su asiento, apoyado por el ilusionista. — A lo mejor vosotros, que sois unos bebés, no lo podéis comprender, pero ser anfitriones de una celebración como esta puede abrirnos muchísimas puertas: nuevos clientes, nuevos contratos, más dinero. Van a presentarse figuras muy influyentes de las altas esferas, nos conviene aparentar… normalidad.

—No voy a fingir delante de cuatro payasos, me importa una mierda todo este asunto. —sentenció el jefe de la organización. Entre sus parpadeos, brillaba una ira suave, templada. Estaba más calmado, pero eso no significaba que la tormenta hubiese pasado. Ni de lejos.

Fran volvió su mirada hacia Squalo, que parecía querer romperle la taza de café en la cabeza, tal y como el otro hacía con él a menudo para descargar su frustración.

—A mí tampoco me hace ninguna gracia. —admitió, cruzándose de brazos. — Pero creo que podríamos intentar mejorar nuestra reputación con esta fiesta. —Que los Varia eran inestables, peligrosos e impredecibles como el mar en plena tempestad se sabía. A ellos nunca les había importado trabajar al margen de los tejemanejes, los politiqueos y el papeleo de los que se encargaban las cabezas pensantes de los Vongola. Mientras les permitiesen realizar su trabajo sin demasiadas trabas, estaban satisfechos.

Sólo que eso no era del todo cierto.

Era un secreto a voces, un susurro habitual entre los miembros de la organización que Xanxus no estaba nada feliz con su derrota en la batalla de los anillos, aquella dónde perdió su oportunidad de convertirse en el décimo capo de los Vongola y su orgullo y casi su honor. Él jamás había manifestado en voz alta la decepción que se perdía entre las oleadas de rabia y furia que respiraba, pero todos sabían que Xanxus aún anhelaba aquel cargo, aquel derecho de nacimiento que le habían arrebatado.

—Squalo tiene razón. —Lussuria le apoyó desde su asiento con una sonrisa. — Jefe, si mostramos que somos capaces de algo más que de asesinar, secuestrar, extorsionar y espiar, quizá usted pueda aspirar al puesto que le corresponde.

Aquellas palabras encendieron el resorte de Levi, que rompió el silencio pensativo en el que se había sumido para exclamar:

— ¡Usted se merece el puesto de capo, jefe! No hay nadie que lo merezca más que usted.

—Estaría bien ver a nuestro jefe sentado en un trono, ¿verdad? —dijo el ilusionista, aunque lo imaginaba más como un rey dictador que como un líder bondadoso y natural como el actual capo Sawada.

Bel gruñó a su lado y ofendidísimo le corrigió:

—Eh, si alguien se tiene que sentar en un trono soy yo, el príncipe.

—Era una forma de hablar, senpai.

—Deja de hacer eso.

—¿Hacer qué?

—Hablarme como si fuera estúpido. Si sigues, haré un cactus contigo y plantaré tu cadáver en una maceta.

—Oh, qué miedo. —fingió temor con la voz más ridículamente monótona que pudo poner. — Senpai me amenaza, ¿qué voy a hacer?

El rubio ya echaba mano de sus cuchillos cuando Xanxus le interrumpió con un gesto. Alzó una mano, como pidiendo silencio. A todos les sorprendió esa manera tan extrañamente pacífica de mandarles callar.

—Lo que me estáis proponiendo, basuras —empezó, mirando con dureza a Squalo y a Lussuria, que se irguieron casi por reflejo al notar aquellos ojos rojos, aquella fingida calma sobre ellos. — es que me vista de gala, finja ser cortés con gente a la que desearía estrangular con mis manos y que ofrezca mi casa para una fiesta hipócrita y asquerosa… y así trepar como un vulgar perdedor que no es capaz de ganar su puesto por sí mismo. Es eso, ¿o me equivoco?

El guardián del sol sonrió nerviosamente, tragó saliva.

—Bueno… —Miró a Squalo, moviendo las cejas. "Por favor, di algo".

— ¡Oi, Xanxus, no hace falta que lo hagas sonar así de mal! —protestó el hombre de cabellos largos, apretando los labios. — Sólo queremos que seas el puto jefe de la puta familia y dejes de lamentarte por los rincones por haber perdido contra ese niñato de Sawada. Fue hace diez años, joder. —se pasó los dedos por el pelo, la rabia le trepaba por la garganta; quería callarse, pero no pudo. — Supéralo, deja de lamentarte y vuelve a la carga.

Se hizo un silencio sepulcral, el más largo y tenso que Fran había presenciado jamás. Incluso Belphegor había dejado de juguetear con sus cuchillos y permanecía quieto, como una estatua. Lussuria casi ni respiraba. Levi miraba intermitentemente a su jefe y a Squalo, a este último con cierto reproche por su osadía, aunque tampoco se atrevió a hablar.

Fran se apartó un poco y se tapó los oídos cuando Xanxus inspiró y abrió la boca:

— ¿Quién te crees que eres, desgraciado, para hablarme de esa manera? —Quería gritarle, lanzarle aquella ridícula taza de plástico que tenía en las manos, la cafetera y la mesa entera, pero simplemente se quedó ahí, mirándole como si esperase que empezase a arder de un momento a otro.

— ¡Soy el comandante estratega de los Varia y quiero lo mejor para este grupo de mierda! —Lo mejor para ti, quiso añadir; el ilusionista lo leyó en sus ojos de zinc oscuro, rabiosos. —¡Y si ya te has rendido, si has renunciado por completo a ser capo algún día…! ¡Entonces no tengo nada que hacer aquí!

Xanxus no dio muestra alguna de que esa confesión escandalosa le afectas, más que un pequeño tic en la comisura de los labios que transformó en una mueca despectiva.

—Nunca he rendido cuentas a nadie y no voy a empezar ahora. Lo que yo quiera o no, no es de tu puta incumbencia, basura. —Alzó la barbilla y señaló la puerta. — Y si no te gusta, ya sabes dónde está la salida.

Superbia Squalo se mordió con tanta fuerza el labio inferior, tragándose todos los insultos que quería, necesitaba escupirle, que pronto notó el regusto metálico de la sangre en la punta de su lengua.

El resto observaba aquella discusión, algo más subida de tono de lo habitual, como si fuese un partido de tenis y uno de los tenistas estuviese a punto de saltar la red y matar a raquetazos al otro.

— ¿Vas a dejar que se celebre aquí la reunión o no? —Solo dijo eso, de entre todo lo que podía y debía haber dicho. Fran pensó entonces que aquel tipo exageradamente ruidoso, quizá, tenía más temple y paciencia de lo que pensaba. — ¡Contéstame!

—No pienso estar presente en esa maldita farsa. Vosotros podéis hacer lo que os venga en gana, me importa una mierda. —Se repantigó en su silla, como vencedor de la discusión, y miró a su frustrado compañero con una mezcla de burla y algo distinto, algo más que el ilusionista nunca había visto en los ojos de Xanxus y que no supo reconocer. — ¿Entonces qué? ¿Te vas a largar, al fin?

El guardián de la lluvia, muy lejos de la calma que esta proporcionaba, apretó los puños y gritó:

— ¡Algún día juro qué…!

— ¿Qué? —Soltó una risotada y le lanzó la taza de Fran, que voló por los aires, le pasó rozando la mejilla y se estrelló contra la pared, derramándose el café y manchando el blanco y gris de la moqueta. — Fuera de aquí, la próxima no pienso fallar.

— ¡Eres un capullo insufrible, eres… ugh! ¡Es tu puta manía de siempre tener que llevar la razón, me saca de…! ¡Agh! —ni siquiera podía terminar las frases, la rabia se le atascaba en la garganta.

— ¿Algún problema?

—Squalo, vamos, cálmate… —la voz sensata del guardián del sol se atrevió a inmiscuirse en aquella pelea de fieras salvajes. — Los nervios no son buenos para el cuero cabelludo…

—Sí, te vas a quedar calvo, melenitas. —Soltó Fran, y Bel lo secundó con su irritante risita que solo consiguió cabrear aún más al comandante.

Shishishi, necesito ver eso. Estresadle más. No, mejor, rana, haz una ilusión.

— ¡Os vais a tragar esas palabras, capullos! ¡Y tú el primero, joder! —señaló a Xanxus con un dedo; las ganas de desenvainar y hacerles entender a golpes le ardían en las entrañas.

El jefe volvió a reír, esta vez más sereno, menos burlón y mucho más sarcástico.

—Inténtalo, basura, y veremos cómo termina.

Y aunque tenía la necesidad, casi tan urgente como el respirar, de lanzarse a su cuello y golpearle, morderle, gritarle todo, todo lo que llevaba guardándose dentro, en lo más profundo de su pecho de acero y lluvia fría, no lo hizo. Quizá diez años atrás si lo hubiera hecho y ambos hubieran discutido y peleado durante horas, probablemente se habrían cargado la mitad del mobiliario y habrían acabado ambos en la enfermería bajo los maternales cuidados de Lussuria. No hubiera sido nada nuevo. Antes solían comportarse así, dos animales hambrientos, sedientos de sangre y dolor encerrados en la misma jaula.

Pero con treinta y cinco años, Superbia Squalo sabía que alguien en ese grupo de psicópatas egoístas, podridos hasta la médula, tenía que preocuparse y actuar como un adulto.

Tenía que mantenerlos unidos. Y la rabia de Xanxus, su carisma, esa ira que los había atraído a todos hacia él, no era suficiente. A esas alturas, todos y cada uno de los Varia estaban tan rotos, que incluso la más débil de las brisas podría disgregarlos, hacer que las piezas se desmoronasen y todo cayese.

Y él no iba a permitir que algo así ocurriese, no después de tantísimos años dedicado a la causa.

Así que no lo intentó, no intentó hacerle tragar sus palabras. Ni a Xanxus ni a ningún otro. Dejó salir su rabia golpeando su silla, lanzando una lámpara al suelo, pateando un aparador y saliendo de la sala dando un portazo estridente.

Fran observó su precipitada salida con una expresión neutra. En su visión, no vio nada de aquello, aunque supuso que esa discusión era el punto de partida que propiciaría los acontecimientos que más adelante aparecían en el sueño y que sí podía recordar.

Que esa pelea absurda fuese el posible detonante del desastre le pareció ridículo. Estúpido. De locos.

Muy acorde con ellos, en realidad.

Aquello era mucho más de lo que Xanxus esperaba de ellos.


Notas: Es la primera vez que escribo algo largo sobre estos adorables psicópatas y, uf. No sabía que era tan difícil escribir serio sobre los Varia. En principio, esto estará dividido en siete capítulos que, como su título indica, se centrarán más o menos en cada uno de ellos (el séptimo será un epílogo centrado en Mammon, porque aunque no siga siendo miembro de los Varia en el futuro, creo que es bastante importante, especialmente en cuanto a su relación con Bel). Y, bueno, como todo esto se entiende mejor leyendo que con mi pseudo-explicación, me voy callando. Gracias por leer.