AMOR PROHIBIDO
Capítulo 1
Corazones latiendo al unísono
-1-
- ¡Marin!
La infantil voz de su pequeño aprendiz la sacó de sus pensamientos. Sin darse cuenta había caído de nuevo en la tentación, tenía que hacer algo. Aquel hermoso griego comenzaba a causarle problemas, cada vez eran más frecuentes los pensamientos relacionados con él, las largas horas imaginando como sería acariciar sus cabellos rubios, el sabor de sus labios, recorrer con las manos aquel pecho de mármol…
- ¡Marin!
Agradeció a los dioses la obligación de usar aquella máscara, de lo contrario Seiya hubiese podido ver como la cara de la pelirroja amazona se tornaba roja al ser sorprendida soñando despierta.
- ¿Qué sucede Seiya? -preguntó tratando de recuperar la compostura y concentrándose únicamente en el castaño.
- Es que no viste como rompí una piedra con mis manos. -se quejó el niño cruzándose de brazos al sentirse ignorado por su maestra.
- Tal vez puedas hacerlo de nuevo. -contestó Marin tomando una roca del suelo y dándosela a su pupilo.
Seiya cerró los ojos concentrando todo su cosmos en la palma de mano mientras sostenía firmemente la roca. Un leve resplandor azul iluminó momentáneamente la mano del chico quien, cerrando el puño, redujo la piedra a polvo.
- Bien hecho. -fue la seca respuesta de la amazona.
Seiya nunca lo sabría, pero detrás de la máscara que cubría su rostro una sonrisa de triunfo se había dibujado en los labios de su maestra. Ella tampoco lo admitiría, pero nunca se había sentido más orgullosa de ese niño como en aquel momento, los frutos de su esfuerzo y del trabajo duro comenzaban a verse.
- Ahora vámonos, es hora de la comida. -ordenó la joven mientras que el niño la seguía conversando animadamente.
Ambos se perdieron entre los antiguos edificios del Santuario con rumbo hacia la choza que ocupaban en los límites del recinto, había sido una larga mañana y el terrible sol de Grecia brillaba inmisericorde en el cielo.
Cuando hubieron llegado, la amazona se dispuso a preparar algo comestible. Nunca había sido una gran cocinera pero al menos el estómago de Seiya aguantaba cualquier cosa que ella cocinara además de que el niño no se quejaba de la poca habilidad culinaria de su maestra.
Mientras ella se encontraba ocupada en la cocina, el castaño no desaprovechó la oportunidad de escabullirse en busca de nuevas aventuras. Con todo el entrenamiento no tenía mucho tiempo para conocer gente o para convivir con otros aprendices como él, aunque tampoco era algo que le emocionará, después de todo por lo general era víctima de maltratos por parte de los habitantes del Santuario debido a su origen japonés.
Pasados unos minutos Marin se dispuso a servir el almuerzo solo para encontrarse con que su aprendiz había desaparecido. Suspiró con resignación, quizá algún día se acostumbraría a los actos de escapismo de ese pequeño travieso, por el momento lo mejor sería ir a buscarlo antes que se metiera en problemas. Cuando se disponía a salir un par de golpes se escucharon en la puerta.
"¡Genial!" pensó "Buen momento para visitas"
Sin más remedio se apresuró a abrir la puerta de madera solo para encontrarse con una sorpresa del otro lado.
- ¿Aioria? -alcanzó a decir sorprendida.
Aioria de Leo, el guardián del quinto templo del zodíaco se había convertido en la constante en la vida de Marin. Se conocieron cuando ella recién llegó al Santuario y desde entonces habían sido grandes amigos, aunque ella hubiera deseado que fueran algo más.
- Me parece que esto te pertenece. -le respondió el león dorado con una traviesa sonrisa y mostrándole al chico castaño que traía bajo el brazo.
- ¿Seiya? ¿Qué te pasó?
Y es que el aprendiz de Pegaso sangraba por la nariz y estaba cubierto de una mezcla de sangre y tierra, obviamente estuvo involucrado en alguna pelea. Marin solo se pasó la mano por los cabellos y desaprobó con la cabeza.
- Ahora voy a tener que darte un par de puntadas. -le dijo al chico examinando un pequeño pero profundo corte que tenía en la cabeza.
- ¡¿Qué? ¡No Marin! Sanará sola ya verás. -le reclamó Seiya asustado ante la idea de que tuvieran que coserle la herida.
El santo dorado soltó un par de carcajadas al ver la reacción del niño.
- Claro, no te da miedo meterte con tres aprendices, pero no soportas un par de puntadas. -le dijo Aioria con una gran sonrisa.- Ven aquí, voy a tener que sujetarte para que no le des problemas a Marin.
- Aioria no es necesario… -intentó persuadirlo Marin, después de todo ya era suficientemente difícil tener que coser a Seiya como para tener que hacerlo frente a ese hombre que la volvía loca.
-Ni te preocupes Marin, ahora ve por la aguja y el hilo.
Dicho y hecho. El santo de Leo detuvo a Seiya, quien ya andaba en franca huída, y se autoinvitó a entrar a la choza sentándose en una silla con el niño en brazos. La amazona rápidamente sacó de debajo de la cama una caja de madera que contenía todos los utensilios que usaba para curar las heridas de su aprendiz.
Jaló un silla hasta quedar de frente a Aioria y con algo de duda fue buscando la mejor manera de hacer su complicada labor, sin embargo no lograba acomodarse lo suficiente como para no lastimar al chico.
- Espera… -dijo el santo volteando a Seiya hacia un costado y sujetándolo con un brazo por la cintura mientras que con el otro le inmovilizaba la cabeza contra su pecho.
"Perfecto, solo esto me faltaba" pensó sarcástica la pelirroja al ver que tendría que situarse demasiado cerca del santo para curar a Seiya.
Reuniendo valor e intentando calmarse se acercó para hacer, de una vez por todas, su trabajo. Podía sentir la tibia respiración de Aioria cerca de su cuello, sentía sus ojos de color esmeralda sobre ella, era demasiada tentación. Sin más dio rápidamente tres puntadas a en la cabeza del chico que gritaba y pataleaba a más no poder ocasionándole problemas incluso al santo dorado. Por fin Marin terminó.
- ¡Vaya fuerza la de este niño! -comentó Aioria dejando ir al joven Pegaso.- Bastante impresionante para alguien de su edad.
- Y que lo digas. Por cierto, gracias por la ayuda, estoy segura que sin ti aún estaría persiguiendo a Seiya por todo el Santuario. -un leve sonrojo apareció en las mejillas del santo.
- Ni lo menciones, ahora me retiro para que puedan almorzar. -le dijo guiñándole el ojo.
- ¿No te gustaría quedarte a comer algo? -preguntó rápidamente la amazona, aunque en realidad lo hizo más por compromiso que por otra cosa.
En silencio suplicaba que el santo se negara, lo último que quería era que se iniciara el rumor de que un santo dorado murió envenenado a causa de sus guisos, pero le resultaba extremadamente descortés dejarlo ir nada más así después de que le prestara su ayuda.
- Ah… -dudó en contestar Aioria.
- No creo que quieras quedarte. -se entrometió Seiya- La comida de Marin es realmente mala, salvo que quieras morir de problemas estomacales te sugiero que te ahorres la invitación.
La cara de Aioria lo dijo todo. Poco a poco el rostro del santo se tornó de rojo por la vergüenza y solo acertaba a mirar de reojo la reacción de Marin ante los comentarios del mocoso hablador.
- Vamos Seiya, no creo que sea tan mala como dices. -intentó suavizar la situación.
- Sí, sí lo es. Si no me crees quédate a comer, pero no digas que no te advertí.
- En ese caso, y ya que mi comida es muy mala, tal vez deberías quedarte sin almuerzo. -le dijo Marin de lo más calmada. Lo que ninguno de los dos podía ver era que detrás de la máscara la cara de Marín estaba de mil colores, aquel "inocente" comentario le iba a costar al aprendiz al menos cinco series más de diez vueltas al Coliseo cada una.
- Aioria… -continuó- Si no deseas quedarte está bien, no es obligación.
- No Marin, no es eso es solo que…
- ¡Señor Aioria! ¡¿Está ahí? -escuchó como una voces le llamaba a la vez que golpeaban a la puerta.
Los gritos captaron inmediatamente la atención del santo de Leo, aparentemente era muy urgente a juzgar por la insistencia de quienes le buscaban. Lo peor de todo era que lo habían encontrado dentro de la casa de la amazona, estaba más que prohibido que los santos prestaran visitas a sus contrapartes femeninas y, a pesar de que no había sucedido nada, los chismes comenzarían a regarse por todo el lugar.
- ¿Qué quieren? -les habló al abrir la puerta.
Marin observaba impresionada el cambio en el semblante del santo dorado, en aquella dura mirada no quedaba nada del risueño joven con el que platicaba unos minutos antes. Era de entenderse, Aioria había vividos tantas cosas a su corta edad que tuvo que crearse una coraza que le protegiera de los múltiples ataques que sufría a diario a causa de su hermano.
- El Patriarca Arles solicita de inmediato su presencia en el Templo de Athena, señor. -respondió con titubeos uno de los guardias.
- Dile que iré en un momento. -le ordenó con la misma voz ronca y vacía.
- Como usted ordene. -confirmó el guardia haciendo una reverencia para luego alejarse con sus compañeros.
No tenía muchas opciones, a Arles no se le desobedecía ni se le hacía esperar, así que no le quedaba más que despedirse para regresar hacia las doce casas. Torció la boca, sabía que debía su lealtad al Patriarca pero no le terminaba de convencer esa extraña actitud de la máxima autoridad del Santuario, era totalmente opuesto a lo que conoció de Shion.
- Tengo que irme. -dijo volteándose hacia la pelirroja y su aprendiz.- Me parece que tendremos que dejar esa comida pendiente.
- No te preocupes. -contestó la chica.
- En ese caso me retiro. Cuídate Marin, y tú… -continuó revolviendo los castaños cabellos de Seiya.- …deja de atormentar a tu maestra.
Seiya le ofreció la mayor de sus pícaras sonrisas y ondeó la mano en despedida. Por su parte Marin se limitó a observar cómo se alejaba desde el marco de la puerta, solo había estado ahí unos minutos pero para ella era más que suficiente, un segundo de esa mágica sonrisa le bastaba.
El señor de Leo caminaba distraído hacia su destino. No prestaba mucha atención a lo que sucedía a su alrededor, en cambio se reprochaba una y otra vez el no poder haberse quedado a comer en compañía de Marin y Seiya. Sin importar que tan terrible cocinera pudiera ser, la amazona de rojos cabellos encendía el fuego dentro de su corazón.
No entendía en qué momento la amistad que compartían se había convertido en amor y deseo. La conocía desde que eran pequeños, ella era la única con la que podía conversar de que cualquier cosa, la única que no le veía como el sucio hermano del traidor, la única que conseguía sacarlo del constante encierro en que se encontraba, y de pronto, se convirtió en la única mujer que le robaba el aliento.
¿Qué sucedió? Nunca iba a saberlo. Lo único que sabía era que ahora la deseaba, sí, la deseaba solo para él, cuantas veces se había contenido de tomarla en sus brazos y arrancarle esa fría máscara que le privaba de poder apreciar sus ojos. Pasaba noches enteras, despierto, imaginando su rostro, planeando lo que haría si alguna vez conseguía confesarle sus sentimientos, soñando despierto en cómo sería la vida a su lado. Pero todo quedaba en ilusiones.
- Está prohibido. -susurró para sí mismo.
Y estaba en lo cierto. Cualquier tipo de relación entre amazonas y santos estaba terminantemente prohibida. El castigo para quienes se atrevían a romper esta norma era la pérdida del honor, el despojo de la armadura que portase y, en última instancia, el exilio. Era un precio muy alto, y si bien estaba dispuesto a pagarlo, no podía arriesgar a Marin de esa manera.
Casi por inercia continuó avanzando a través de las casas. Ni siquiera se detuvo en su propio templo, sino que invocando con su cosmos al ropaje de Leo, éste acudió para cubrir a su protegido. Continuó hasta llegar por fin a las puertas de la Cámara Patriarcal.
- Su Excelencia. -saludó hincando la rodilla.
- Aioria de Leo, una misión de gran importancia te ha sido encomendada por la señora Athena. -comenzó sin más miramientos el santo padre.- En la isla de Ortigia, en la región itálica de Siracusa, se encuentran los restos de lo que alguna vez fuera uno de los principales templos de Apolo. Espías del Santuario han reportado la presencia de insurgentes buscando despertar el espíritu del dios del Sol, si llegaran a conseguir su objetivo una nueva Guerra Santa sería inminente, por lo que tu obligación es eliminar a todo aquel que intente liberarlo.
- Será como usted ordene. -respondió.
- Hay algo más… -continuó Arles.- Irás en compañía de otro santo dorado.
- ¡¿Qué? -preguntó con sobresalto.- Con todo respeto, Su Ilustrísima, no creo que sea necesario enviar a dos santos dorados a esta misión, conmigo es más que suficiente.
- No voy a tomar riesgos Aioria. Si Apolo llega a ser liberado tendrían que enfrentarse a un dios por lo que es mejor ser prevenidos, además quien te acompañará está familiarizado con la región…
Los verdes ojos del león se abrieron ante esa última afirmación, el Patriarca Arles no podía estarse refiriendo a nadie más que…
- Máscara de Muerte de Cáncer. -alzó la voz el sumo sacerdote comandando la presencia del guardián del cuarto templo.
De entre las sombras de un rincón de la sala, la elegante y regia figura del santo de Cáncer hizo su aparición. Como ya era usual en él, sus azules ojos brillaron con la luz que entraba a la habitación enviando una penetrante mirada al santo de Leo sin perder el aire maquiavélico de su sonrisa.
- Señor Arles, León. -saludó Máscara de Muerte y, sin importar que tan sincero hubiese sido ese saludo, se sentía tan falso e hipócrita saliendo de sus labios.
Aioria correspondió el saludo inclinando un poco la cabeza, pero no podía ocultar la contrariedad que sentía al tener como compañero al mismísimo Máscara de Muerte. Ambos santos se sostuvieron la mirada como un reto del uno al otro.
A pesar de ser vecinos la relación entre ellos no podía ser peor. Recordaba aún con amargura los malos ratos que el peliazul le hacía pasar atormentándolo con el "traidor" de su hermano y echándole en cara que compartía la misma sangre inmunda de ese hombre. Por otro lado Aioria odiaba profundamente la excesiva violencia del cangrejo, tanta maldad no era propia de lo que representaba un santo de oro, al menos no de lo que el león consideraba.
Detrás de su máscara una torcida sonrisa se dibujó en el rostro del que fuera caballero de Géminis. En realidad no eran necesarios dos santos dorados para dicha encomienda, sin embargo Cáncer mantendría bien vigilado a Aioria evitando algún tipo de contratiempo, después de todo el rubio compartía la noble sangre de Aioros de Sagitario y no quería arriesgarse a tenerlo como enemigo o a que descubriera la red de mentiras que había tejido alrededor de todo el Santuario.
- Ahora retírense. -ordenó el Patriarca.
No muy convenido de la idea, Aioria abandonó el Templo de Athena en compañía de Máscara. Descendieron en completo silencio, no que les interesara entablar algún tipo de conversación, sabía que serían unos muy largos días los que les esperaban.
- Ni creas que pienso obedecer alguna orden tuya, gato pulgoso. -dijo el de Cáncer de mala gana y a tono de amenaza.- No soy tu subordinado.
- No te preocupes, no pensaba que lo fueras. Yo no tengo subordinados idiotas. -le respondió con ironía el de Leo.
- Imbécil, si no fuera porque Arles nos prohíbe matarnos entre nosotros hace mucho que te hubiera enviado al Yomotsu.
- Me gustaría verte intentarlo. -le retó Aioria.
- No me tientes león. Tal vez no pueda matarte a ti, pero estoy seguro que el lindo rostro de la amazona de Águila quedaría perfecto con mi decoración. Además, creo que Arles preferiría verla en mis paredes que en tu cama ¿no te parece?
Aioria tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no lanzarle un golpe al rostro del santo de Cáncer. Sintió como la sangre se le calentaba en las venas y los latidos de su corazón se aceleraban ante el comentario de Máscara de Muerte, esa era una clara afrenta a su honor como santo y al de la amazona.
- ¿Qué pasó gatito? ¿Te comió la lengua el ratón? -habló burlonamente el señor del cuarto templo.- O, ¿ te da miedo que yo sepa tu pequeño secreto?
Una sarcástica sonrisa apareció en la cara de Máscara de Muerte al sentir acorralado a su compañero de Leo.
- Puedes pensar lo que quieras. -contestó con una impresionante frialdad Aioria sin molestarse en mirar a los ojos a su interlocutor.- Pero te advierto que si tocas uno solo de sus cabellos yo mismo te enviaré al infierno y ni Arles podrá salvarte.
Máscara de Muerte lo vio alejarse de él, sabía que había tocado un nervio.
No tenía muy claro si se sentía indignado, preocupado, enojado u ofendido, lo único que sabía era que el cangrejo se las iba a pagar de una forma u otra. Era un inconsciente al hablar así de un tema tan delicado, pero conociéndole lo hacía con toda la intención de causarle problemas, sin embargo las rencillas entre ellos no tenían porque involucrar a Marin.
Adentrándose en su templo se cambió de ropa y guardó su armadura dentro de su caja. En cuestión de unos cuantos minutos ya estaba en la puerta de la casa de Cáncer en espera del italiano.
¡Cuánto odiaba ese templo! El olor a muerte minaba todo el lugar mientras los horribles rostros rogaban por perdón y misericordia, sus carnes descompuestas colgando de los pocos huesos que les quedaban, sus gritos sordos…no entendía como el Patriarca podría permitirle a un santo dorado tanta crueldad. Se detuvo cerca de la entrada de las habitaciones privadas de Cáncer y encendió levemente su cosmos para anunciar su presencia, no transcurrió mucho antes de que Máscara de Muerte saliera a su encuentro.
- ¡Vaya! Al fin te dignaste a salir. -se quejó el de Leo.
- Deja de lloriquear y acabemos de una vez por todo, mientras más pronto nos deshagamos de esos tipos menos tiempo tendremos que pasar juntos.
- Nunca creí decir esto pero estoy de acuerdo. -bufó Aioria.
Con ayuda de la capacidad de moverse a la velocidad de la luz, los santos rápidamente se perdieron de vista. La siguiente parada: La isla de Ortigia.
-2-
La noche comenzaba a caer en el Santuario trayendo consigo el final de las largas horas de entrenamiento de muchos de los santos. El cielo adquiría ese color entre azul y naranja tan característico de los atardeceres de Grecia contrastando con el profundo azul del mar embravecido por el viento.
Para Marin y Seiya las cosas eran distintas, aprovechaban la soledad del Coliseo para practicar un poco en el maravilloso escenario principal del Santuario. Esa noche no era la excepción y cubiertos por las sombras llegaron hasta su destino.
- Miren quienes salieron de su escondite. -escucharon una voz femenina que se burlaba de ellos.
- Shaina. -le reconoció de inmediato la amazona de Águila.
Delante de ellos estaba la orgullosa amazona de Ophiuchus rodeada de varios santos de bronce y de su aprendiz, Cassius, un gigante de aspecto temible. Marin la conocía muy bien. Desde su llegada al Santuario Shaina había declarado su rivalidad a la amazona de Águila, al grado de convertirse en la némesis de la japonesa.
- ¿Qué pasa, Marin? No me digas que te sorprende encontrarme en aquí.
- La verdad es que sí, esperábamos que el lugar estuviera completamente vacío a estas horas. -le respondió sin temor la pelirroja.- Pero no te preocupes, nosotros nos retiramos.
Sin decir más, se dispuso a abandonar el Coliseo seguida de Seiya. No le tenía miedo a Shaina, sin embargo conocía bien el juego sucio de la amazona de cabellos verdes, estaba segura que no dudaría en mandar a todos esos santos en su contra, así que no arriesgaría la vida de Seiya por algo tan tonto.
- Véanla como huye. -se dirigió a Shaina a sus secuaces aunque alzó lo suficiente la voz como para que Marín pudiera escucharla.- Ahora que no hay nadie para protegerla huye como la cobarde que es.
La amazona de Águila ignoró por completo la viperina lengua de Shaina, podían decir lo que quisieran puesto que ella tenía la conciencia tranquila. Tampoco estaba dispuesta a prestar atención a comentarios de ese tipo, ni siquiera valía la pena contestar a esas palabras necias, así que, sin inmutarse, continuó su camino sin voltear hacia donde estaban Shaina y sus hombres.
- ¡¿Quieres dejar de ignorarme Águila? -le confrontó Shaina plantándose enfrente de la pelirroja.
- No me interesa pelear contigo Shaina.
- ¿No? -respondió con sarcasmo la peliverde.
Traicioneramente lanzó un poderoso ataque en dirección a Marin y Seiya, ante el cual la amazona de Águila apenas y tuvo tiempo de reaccionar sacando a su pupilo de la línea de fuego recibiendo el golpe sobre su cuerpo. La fuerza del ataque y lo inesperado del mismo consiguió derribar a Marin rasgando la piel de su hombro izquierdo.
- ¡¿Estás loca? -exclamó Marin agarrándose el hombro herido mientras se ponía de pie.
Seiya corrió rápidamente hacia donde estaba su maestra para auxiliarla, quizá no era lo suficientemente fuerte para protegerla pero haría hasta lo imposible por preservar la vida de la única persona que tenía en el mundo.
- Marin ¿estás bien? -murmuró acercándose a ella.
- Vete Seiya, esto es entre Shaina y yo. -le ordenó la amazona.
Desconcertado ante la petición de su maestra Seiya no se dio cuenta de cuando algunos de los bravucones que acompañaban a Ophiuchus le atraparon por la espalda separándolo de Marin. Por más que trató de zafarse no pudo, eran demasiados para él.
- ¿Ahora si estas dispuesta a pelear? -comentó sarcástica Shaina.
Cerró los puños con impotencia, eran demasiados, sin embargo el cariño que sentía por el chico era lo suficientemente fuerte como para que arriesgara su vida por él. Aparentemente no tenía más opción que enfrentar a su compañera de Orden. Esa mujer era capaz de matar a Seiya solo por provocarla y estando él bajo su cuidado no podía permitir que nada le sucediera.
- Si eso quieres…¡pelearé! -le gritó.
Shaina tomó posición de batalla y se preparó para tomar impulso. Se lanzó de lleno sobre su oponente cuando una cortante ráfaga de aire la obligó a retroceder. Miró asustada el corte en el duro piso del Coliseo, de no haber logrado frenar a tiempo seguramente su cuerpo hubiera sido despedazado por ese golpe.
-¿Podría explicarme alguna de las dos que significa todo esto? -preguntó una voz ronca.
Ambas mujeres voltearon hacia el lugar de donde provino el golpe. No tardaron mucho en distinguir el dorado brillo de una armadura de la Élite del Santuario, ahí frente a ellas estaba Shura de ropaje dorado resplandecía bajo la luna mientras el viento mecía sus cabellos verdes y la blanca capa que resaltaba la majestuosidad de aquel hombre.
-No tienes porque intervenir, esta es una batalla entre Marin de Águila y yo. -respondió altanera Shaina.
- Ya veo. Entonces ¿qué hacen todos estos hombres aquí? ¿Y por qué sujetan de esa manera al aprendiz? -habló con tranquilidad el de Capricornio.- ¿Acaso debo recordarte, Shaina, que las peleas entre santos de Athena deben ser en condiciones de igualdad?
Shaina guardó silencio. La había atrapado.
- Ustedes… -se dirigió Shura a los hombres.- Suelten al niño y desaparezcan.
-S-sí, señor-contestaron con temor siguiendo las órdenes del santo dorado y se perdieron en la oscuridad de la noche. Al verse libre Seiya se apresuró a refugiarse al lado de su mentora.
- Shaina, tú también deberías irte. -le dijo a la amazona.
Shaina era testaruda pero conocía bien los límites que tenía dentro del Santuario, y desobedecer las órdenes de un santo dorado definitivamente estaba más allá de estos. Sin refutar más salió de Coliseo pasando a unos pasos de Marin en un claro reto a la amazona de Águila.
- Debes atenderte esa herida. -habló Shura a Marin sin expresar ningún tipo de emoción en la voz al mismo tiempo que abandonaba el lugar.
- Shura… -llamó la japonesa al santo.- Gracias.
- Es mi deber. -respondió secamente el de la décima casa.
"Todo sea por Aioria. Ya una vez le quité a su hermano, no pienso permitir que pierda a otro ser querido" pensó mientras caminaba de regreso a las doce casas cobijado por las sombras de la noche.
-Continuará-
¡Un saludo para todos!
Aquí estoy trayéndoles una nueva historia. Espero que este capítulo les haya gustado y me encantaría que dejaran sus comentarios. ¡Gracias por leer!
Por cierto siempre se me olvida, pero bueno…los personajes de Saint Seiya le pertenecen al señor Masami Kurumada, yo solamente los adoro n.n
Sunrise Spirit
