Disclaimer: Digimon no me pertenece, sino que a la Todai y a Akiyoshi Hongo (Y yo, de niña, me burlaba de su nombre jeje). Sólo la trama es original mía.
Tú me encontraste.
Capítulo Uno.
Mimi Tachikawa tomó la manguera y comenzó a regar sus flores. Habían pasado unas semanas después del año nuevo y, aunque el negocio de volvió un poco más calmado pasadas las fiestas, igual ella tenía una clientela bastante fiel que siempre la visitaba. Sonrió, a pesar de que quizás no iba a sacar grandes cuentas hasta llegar a San Valentín, pero daba lo mismo, porque sus hermosas rosas se estaban llenando de rocío.
Mimi era una joven de veinticuatro años, de cabello castaño y ojos color miel. Poseía una figura increíble y un carisma bastante alegre e inocente. Parecía la típica protagonista de cuento de hadas. Pero, las apariencias engañan: Mimi era una joven que llevaba a cuestas una florería, ella sola. Todos los días se despertaba a las seis de la mañana, para regar las flores y comenzar a crear ramos y arreglos florales, que eran únicos y muy reconocidos a nivel local. Su vida era su negocio: La Florería Tachikawa.
Una campanita sonó. Mimi sonrió. Esa era la señal que le indicaba que era visitada por el primer cliente del día.
- Hola Mimi. – saludó una joven. Tachikawa se acercó al mostrador. Ahí vio a una mujer alta, delgada, de cabellos morados y ojos castaños. Vestía holgadamente, con un vestido anaranjado, que le quedaba suelto, como si de una túnica se tratase. Además llevaba gafas.
- Hola Miya. – Devolvió el saludo, con una sonrisa.
Miyako Inoue era un año menor a Mimi, pero eso no les había impedido ser amigas. Ella trabajaba con Tachikawa, siendo la encargada de tomar los pedidos o de ver la caja registradora. Además, ella sabía algo de aromaterapia, así que a veces vendía sus propias esencias.
Gracias a toda esta convivencia, ambas se habían convertido en amigas.
- ¿Qué tal la mañana? – preguntó Miyako ya entrando al mostrador, para ayudar a Mimi a cargar algunos baldes con flores.
- Pues, eres mi primera clienta. – bromeó, mientras tomaba unas margaritas y se las entregaba a su amiga.
- Si me sigues regalando un ramo cada mañana, te quedarás sin mercancía. – Continuó bromeando, la chica del cabello morado. Sin embargo, aceptó el ramo y lo envolvió en un papel, para ponerlo a la venta.
Ambas se rieron. Y volvió a sonar la campanita.
- ¡Buenos días! – gritó un joven, desde la entrada.
Tanto Tachikawa como Inoue, se dirigieron corriendo hasta el mostrador, encontrándose con un joven rubio, de ojos verdes y tez pálida, que se las quedaba mirando divertido.
- Soy tu segundo cliente, Mimi. – bromeó el muchacho.
Era Michael Washington, un peluquero que tenía su salón de belleza al frente de la florería de Mimi y gracias a eso se ganó la confianza de ambas muchachas en corto tiempo. El chico era estadounidense, pero decidió probar suerte en Japón y hasta el momento, le estaba yendo muy bien.
- ¡Hola Michael! – gritó entusiasmada, Miyako.
- Hola Michael. – saludó más tranquilamente Mimi.
Mimi le pidió a Michael que la acompañara hasta donde estaban los distintos baldes con los diferentes ramos que se vendían. Miyako, en cambio, se quedó en el mostrador, esperando a que llegaran clientes. Aunque fuesen las ocho de la mañana, pronto comenzaría la acción.
Apenas puso un pie en el aeropuerto de Tokio, se sintió incómodo. Habían pasado ya doce años desde que pisaba suelo nipón y eso, no lo enorgullecía, pero tampoco lo alegraba. A pesar de haber nacido en ese país, no lo consideraba su hogar.
Caminó hasta el lugar donde estarían sus maletas, con las manos en los bolsillos de su pantalón, con aire despreocupado. Resopló, mientras veía como las valijas daban vueltas y vueltas, esperando la suya.
- ¡Yamato! – gritó su hermano por atrás. El joven se giró. - ¿Por qué me dejas solo en este país desconocido?
El hombre miró a su hermano menor, por encima de sus lentes oscuros y levantó una ceja.
- Takeru, tú viviste en Japón. – Señaló lo obvio.
- Si, lo sé. Pero eso fue hace mucho tiempo. – reclamó, el muchacho, sonriendo.
Le estaba tomando el pelo.
Yamato Ishida era un joven rubio, con unos ojos profundamente azules y una tez muy pálida. Era japonés, pero por diversos motivos, debió mudarse a Francia, cuando cumplió sus quince años. Era bastante frío y solitario, generalmente evitaba el contacto con la gente y trataba de pasar desapercibido. Aunque, generalmente no ocurría, porque era especialmente atractivo entre la población femenina.
Takeru Takaishi, el hermano menor de Yamato, también era rubio, de ojos azules y tez clara. Pero era casi todo lo contrario a su hermano. Era alegre, sociable y no evadía el contacto con las personas. Lo único que parecía tener en común era que Takeru tampoco pasaba desapercibido por las féminas.
- Pero, ¿no estás contento de estar aquí? Ya sé que vivíamos en Kioto, pero es casi lo mismo, ¿no?
- Takeru, cállate. – respondió Ishida, con tono agrio.
El susodicho se quedó callado. En todo el viaje, Yamato había estado bastante malhumorado. Realmente no quería volver, pero no le quedaba otra opción. Aunque, claro, él no quería volver a pisar Kioto.
Ishida encontró su maleta y se apresuró a cogerla. Takeru hizo lo mismo con la suya. Y marcharon con dirección a su hotel.
Michael se fue a su peluquería, pues ya estaba llegando su clientela. Miyako, en cambio, se quedó junto a Mimi, esperando a que llegara alguien a comprar flores.
Sonó nuevamente la campanita. Era una ancianita. Tachikawa le sonrió, esa señora siempre compraba ramos para decorar la mesa de su casa.
- Buenos días Mimi, Miyako. – saludó la anciana.
- Buenos días, señora. ¿Qué tal su mañana?
- Ya sabes, hija. Las mañanas son lentas para las viejas como yo.
- No diga eso, si se ve joven. – habló Miyako esta vez.
- Gracias, pequeña Miyako. – Las tres féminas sonrieron. – Mimi, ¿tienes margaritas?
- Claro que sí. Le haré un ramo, en seguida.
Mimi entró a la habitación donde guardaba sus flores. Buscó varias margaritas perfectamente florecidas y sin pétalos dañados. Les cortó el tallo y buscó un pliego de papel arroz para envolverlas. Cuando ya las tuvo listos, se dirigió nuevamente a la parte visible del mostrador, donde Miyako y la anciana la esperaban.
- ¡Qué hermosas! – exclamó, feliz, la chica de anteojos.
La anciana asintió y sacó su monedero. Mimi se acercó hasta la caja registradora y completó la primera venta del día. Luego, la viejita se despidió de ambas y con paso lento comenzó a dirigirse a su casa.
A penas salió, comenzaron a llegar más clientes. Así que Miyako comenzó a hacer los pedidos, mientras Mimi preparaba los ramos que debía hacer.
Comenzaba la mañana…
Cuando Yamato y Takeru llegaron al hotel, el menor esperaba que hubiese conexión Wifi. Debía contactar con Koushirou Izumi, un amigo suyo de la universidad, que había estado de intercambio en Francia y se habían topado en un curso. Koushirou estudiaba ingeniería en informática. Sin embargo, también era hacker y Takeru necesitaba encontrar a una persona ahí en Japón y suponía que Izumi lo podía ayudar.
Yamato, en cambio, esperaba poder encerrarse a dormir en su suite. No había podido pegar un ojo en el avión y se encontraba demasiado cansado ya.
Japón le traía malos recuerdos de su niñez y principios de adolescencia. A pesar de que al único lugar que podía culpar era Kioto, aún así, estar en Japón lo molestaba. Y de hecho, se había prometido que esta sería la última vez que pisaba suelo nipón.
Ambos hermanos se dirigieron al mostrador del hotel, donde una mujer los atendió. Gracias a Dios, él se había encargado de hacer una reservación, así que en un par de minutos, ya podían disfrutar de una suite para cada uno. La mujer llamó al botones y los tres hombres se dirigieron a las habitaciones para los rubios.
Takeru no estaba muy acostumbrado a los lujos, pero como su hermano pagaba, tampoco se quejaría. A diferencia de su hermano, él quería hacer turismo durante los meses que duraría su estadía. Además que había acordado con Koushirou, que se volverían a reunir nuevamente, así que estaba emocionado con su visita.
Ambos entraron a su habitación. Era realmente amplia, decorada en tonos blancos y negros. Tenían dos camas, un televisor LED, un balcón que daba hacia las calles ajetreadas de Tokio y un gran baño. Para ellos solos.
El menor silbó por asombro. Su hermano, en cambio, ignoró todos los lujos y se adueñó de la primera cama que encontró: la que estaba más cercana a la puerta del baño. Takeru refunfuñó, pero su hermano ya estaba durmiendo. No le quedó otra que buscar su notebook y conectarlo. La mujer que los había atendido le había asegurado la conexión WiFi, así que estaba contento.
El logo de Windows apareció y él se vio reflejado en la pantalla negra. Sonrío para sí mismo, mientras el sistema operativo se terminaba de cargar. Luego buscó las conexiones WiFi y se conectó a la del hotel. Terminó abriendo el MSN. Y ahí lo vio: Koushirou ya estaba conectado, en modo ocupado.
- "Ya tengo la información que me pediste"
Se pudo leer en la nueva ventana. Antes de que Takeru pudiese teclear algo, Koushirou ya le había hablado.
- "¿Ah, sí?"
Respondió el rubio.
- "Sí. Está en Tokio. En seguida te cargo un mapa de su localización"
Takaishi sonrió ante su buena fortuna. Su hermano no sabía que lo que estaba tratando de evitar, estaba justamente en la ciudad que él mismo había elegido para volver a pisar suelo japonés. Pero no tenía porqué saberlo.
Llevaba planeando esto por años. Bueno, no tanto, pero sí lo suficiente como para hacer que Yamato dejara de hacer estupideces por una vez en su vida.
Luego de que su hermano viajara a Francia, le comunicó su decisión de nunca volver a pisar suelo japonés en toda su vida. Takeru discutió mucho con él, pero su hermano era terco como una mula y no lo pudo convencer. Hasta que Sora lo obligó. Lo que fue algo que nunca esperó de ella y sólo por eso, le caía bien.
Pero, se ocuparía de pensar en eso después. El mapa se cargó completamente y Takaishi lo revisó minuciosamente. Por lo menos Izumi había sido sensato y le había indicado todo con manzanitas. Y tenía suerte, porque podían ir de a pie.
Miró a su costado, su hermano estaba durmiendo. Eran las diez de la mañana y no tenía prisa. Lo dejaría dormir una hora más. Le agradeció a su amigo y comenzó a charlar con él, mientras buscaba la dirección por internet. Silbó al leer la página web que había encontrado.
- ¡Qué lugar más bonito para encontrarla! – Se dijo, al saber a dónde iría.
Mimi envolvía un ramo de rosas, mientras Miyako escribía una tarjeta, cuando la campanita volvió a sonar. Tachikawa empezó a reconsiderar el tener que contratar más gente.
- Buenos días, chicas. – saludó un hombre con voz muy amable.
Mimi miró a Miyako de reojo antes de responder. La chica había soltado su bolígrafo y se había quedado inmóvil.
- Hola Ken. – respondió al saludo Mimi, mientras Inoue volvía a tomar su bolígrafo y a seguir escribiendo palabras románticas, mientras hacía como que no había visto al muchacho.
Ken Ichihouji era un joven policía de cabellos azulados y ojos celestes, que siempre pasaba por la florería a comprarle flores a su novia, quien también era oficial de policía.
Miyako miró al joven, quien le sonrió. Pero ella no le devolvió la sonrisa, sólo se avocó a continuar escribiendo la tarjeta para un chico que se había peleado con su novia.
En cambio, Mimi miró discretamente a la joven de cabellos morados y decidió atender al joven oficial, quién seguía algo inquieto porque ahora Inoue no le hablaba como antes.
- ¿Qué deseas comprarle a Kasumi hoy? – Le preguntó la castaña al oficial.
El chico se quedó pensando un minuto. Tachikawa aguantó una risita, pensando en que él no tenía idea de mujeres.
- Hay sólo rosas blancas. – dijo seriamente Miyako, mientras sacaba otra tarjeta y comenzaba a escribir un mensaje romántico.
La castaña le lanzó una mirada acusadora a su amiga y le pegó un codazo, para que reconsiderara sus modales con los clientes.
- ¿En serio? – preguntó Ken, confundido. Ni siquiera notó los gestos de las dos chicas – Eh… yo sé que a Kasumi le gustan las rosas rojas.
- Entonces cómprale rosas rojas en otra parte. – respondió cortantemente Miyako, mientras arrugaba la tarjeta que acababa de escribir.
Mimi soltó un suspiro de cansancio, al ver que Inoue ni siquiera se había dignado en entender los golpes que le dio. Y decidió intervenir antes que su amiga decidiera abalanzarse sobre su cliente.
- Ramo de rosas rojas, ¿cierto? – dijo, mientras agarraba un ramo de las dichosas rosas y lo envolvía.
- ¿No que no quedaban? – preguntó el oficial, confundido.
- Eh… Fue una broma de Miyako, ¿cierto, Miya? – Le preguntó la castaña, dirigiéndose a su amiga, quien simplemente los ignoró, haciendo que Mimi se pusiera nerviosa y Ken se confundiera mucho más.
Una vez que terminó de envolver el ramo, se lo pasó a Ken y confirmó el monto en la caja registradora. El chico le pagó lo que debía y le sonrió.
- ¿Deseas una tarjeta? – preguntó Tachikawa, cortésmente.
Ichihouji iba a responder, pero la chica de cabello morado simplemente bufó, interrumpiéndolo. Supuso que había tenido una mala mañana y prefirió no dar más problemas.
- No gracias Mimi. Ya inventaré algo en la oficina.
- Bueno. – respondió ella, con una sonrisa.
Y el joven oficial salió de la florería. Y justo cuando salió, Miyako lanzó su bolígrafo por donde había salido. Esperó a que el chico se perdiera de vista y gritó.
- ¡ESTÚPIDO ICHIHOUJI! – gritó de la rabia y comenzó a llorar, mientras se tomaba la cabeza con ambas manos.
La castaña miró a su amiga con tristeza. La entendía perfectamente, pero realmente no sabía qué hacer para ayudarla. Soltó un suspiro, mientras veía como su amiga continuaba llorando y sus lágrimas corrían la tinta de la última tarjeta que había escrito con una perfecta caligrafía, la cual decía: "te amo, Ken".
Takeru, por su lado, le sonrió a la mucama que le había traído su almuerzo, el cual consistía en un buen pedazo de lasaña vegetariana con un poco de ensalada, un vaso de jugo y una buena porción de helado de chocolate con salsa de chocolate, crema, galletas y muchas ingredientes que mezclados podían ser fatales para cualquier diabético.
Yamato, en cambio, gruñó pensando en la gran cuenta que recibiría al final de esos siete largos meses.
- ¡Oye!
- ¿Qué pasa Yama? – preguntó el rubio menor, con la boca llena.
- ¡Come bien! – Le retó Ishida – Y, ¿puedes dejar de pedir comida a la habitación? ¡Quedaré en banca rota!
- Ambos sabemos que eso no va a pasar. Así que déjame comer tranquilo. Y tú también deberías comer, a lo mejor así se te pasa lo gruñón. – dijo Takaishi, con aire de sabiondez y le ofrecía un bocado de su lasaña a su hermano.
Pero, al contrario de las creencias de Takeru, Yamato volvió a gruñir.
- ¿Cómo quieres que esté tranquilo?
- No lo sé. Comiendo, ¿puede ser?
- Imbécil. – bufó el mayor y se dio vuelta en su cama, dándole la espalda a su hermano.
- Y aquí vamos de nuevo… - Se dijo más para sí mismo Takaishi, mientras rodaba los ojos.
- ¿Quieres que me encuentre tranquilo? ¿No sé porqué mierda a Sora se le ocurrió venir a este estúpido lugar?
- Corrección, ella no está acá. – señaló lo obvio el menor. - De hecho, está reuniendo el valor para regresar…
- ¡Pero se le ocurrió venir! Y todavía no lo entiendo… Yo no habría pisado este lugar en… ¡NUNCA! – Yamato se revolvió sus cabellos dorados con desesperación.
- Porque quiere ser valiente. Deberías seguir su ejemplo, hermano. – dijo Takeru seriamente y luego se echó un pedazo de lasaña a la boca.
- Como si eso fuese muy sencillo.
- Ya estás aquí, es un gran paso para Ishida Yamato.
- Yamato Ishida, soy mitad francés, por si se te olvidó. – Le recalcó, molesto, el mayor al escuchar cómo su hermanito seguía las costumbres japonesas.
- ¡Oh, vamos! Japón no tiene la culpa de lo que ocurrió hace diez años.
- ¡Cállate!
Takeru notó con frustración que su hermano volvió a darle la espalda y siguió durmiendo. Soltó un suspiro, pensando en todos los problemas que se estaba ganando por cumplir uno de sus grandes sueños, pero eran necesarios.
Miró su lasaña y de pronto se le quitó el hambre. Soltó otro suspiro y miró por la ventana que estaba cerca a su cama, encima del barandal había un florero de color negro que contenía unas bellas orquídeas blancas. Parecía que al hotel le importaban mucho esos detalles.
El menor sonrió al ver las orquídeas, debido a que eso le hacía pensar que todo valdría la pena si su plan saliese como él lo tenía pensado.
Y, con una sonrisa traviesa, se dirigió a su hermano.
- Oye, Yama…
- Qué quieres… - respondió el rubio mayor, aún de mal humor.
- ¿Por qué no comenzamos los planes de la boda?
- Estoy cansado.
- Pero qué antipático.
Takaishi rodó sus ojos celestes y probó su helado no apto para diabéticos, como si eso le diese ánimos para continuar ese diálogo sin sentido.
- Oye, Sora llegará en cualquier minuto.
- Ella llegará en cinco meses más.
- Sí, pero planear una boda es divertido.
- No, no lo es.
- Pero qué aburrido eres.
Yamato se volteó a ver a su hermano y lo miró casi como si quisiese asesinarlo con la mirada. Pero Takeru ni se inmutó.
- Ve tú solo
- Ambos sabemos que el que debe ir eres tú y no yo. Así que comienza por levantar tu maldito trasero de esa maldita cama. – respondió con acidez el menor.
Ishida miró al muchacho con ganas de cometer fratricidio. Sin embargo, Takaishi simplemente le sonrió como si le estuviese dando ánimos para levantarse.
- Más te vale que no tengas esa estúpida sonrisa cuando salgamos de la habitación. – dijo el mayor y se metió al baño, para poder ducharse.
- Buenu. – Le dijo el menor, con una sonrisa de oreja a oreja.
Y ¿cómo no? Si su plan iba de maravillas.
Mimi le llevó un vaso de agua con azúcar a Miyako, quien ya no estaba llorando, pero tenía los ojos completamente rojos. Se había quitado los lentes y realmente se veía fatal.
En ese minuto alguien abrió la puerta y ambas dirigieron su vista para ver quién era.
- Mal de amores, ¿eh? – Les preguntó Michael, preocupado, mientras su vista se fijaba en Miyako.
- Ichihouji es un idiota. – Respondió la chica de cabello morado mientras volvía a sollozar.
Tachikawa soltó un suspiro de resignación.
- Casi le tira el lápiz por la cabeza. Y también le negó venderle flores. – Le contó Mimi, haciendo como si ella fuese la madre de Miyako y la estaba acusando con su papá Michael.
- C'est l'amour – citó, en francés, el estadounidense.
- Ce n'est pas l'amour! Son los celos– respondió, Mimi, de mal humor.
- Oye, Michael… - comenzó a hablar Miyako, ignorando todos los comentarios hechos sobre su persona.
- ¿Qué pasa, Miya?
- ¿No deberías estar en la peluquería? – Volvió a preguntar, la chiquilla de cabello morado.
- Eh… No han visto la hora, ¿verdad?
Los tres miraron un hermoso reloj con forma de girasol que estaba colgado en una pared, el cual indicaba que era la una y media de la tarde.
- ¡Dios, qué hambre! – Se quejó Miyako, a penas miró la hora que era.
- ¿Me toca ir a comprar el almuerzo, verdad? – preguntó Mimi, con aire apesadumbrado.
- ¡Sí! – respondieron los otros dos, con felicidad.
Tachikawa simplemente suspiró, sacó algo de dinero de la caja registradora y salió de la tienda. En toda una esquina había un restaurante, el cual era dirigido por un joven veinteañero, el cual vendía colaciones a todos las personas que tenían un negocio en su esquina, a precio preferencial. Y había que decir que la comida era bastante buena.
La castaña entró al restaurante, paseó su vista por las hermosas cortinas rojas, las mesas llenas, la gente charlando, los meseros llevando platos de comida japonesa y el chico que estaba en la registradora, quien apenas la vio, le sonrió con alegría y le hizo un ademán para que se acercara hasta él.
La chica se acercó apresuradamente hasta la caja y le devolvió la sonrisa al de la caja registradora.
- Hola Mimi, ¿te tocó venir a comprar, eh? – preguntó el muchacho, con una voz cálida.
- Hola Daisuke. ¿Cómo va el negocio?
El chico soltó una carcajada. Era Daisuke Motomiya y abrió ese restaurante a penas se graduó como chef en un prestigioso instituto de Osaka. Era castaño con ojos marrones oscuro (casi negros) y tenía un gran sentido del humor.
- Míralo tú misma, Mimi. Mi negocio cada día va creciendo más y más. – dijo, con aires ambiciosos.
- ¡Qué bueno! Te felicito. – dijo la castaña y luego prefirió dejar el tema hasta ahí antes que Daisuke comenzara a sentirse importante. – Quiero tres colaciones para llevar, por favor.
- ¿Lo de siempre? – preguntó, el castaño, con aires de misterio.
Ella simplemente asintió y se fue a sentar a un enorme sofá para esperar su comida. Daisuke entró rápidamente a la cocina para avisarles del nuevo pedido de comida que los cocineros debían preparar.
Yamato salió del baño ya duchado, afeitado y vestido. Su hermano Takeru, lo miraba sonriente.
- ¿Vamos a ver el traje? – Le preguntó el menor.
- ¿Cómo sabes dónde hay una tienda de ropa aquí, si nunca has estado en Tokio? – preguntó, de mal humor, Ishida.
- Bueno, mientras TÚ - Y apuntó a su hermano - te quejabas sobre tu mala suerte de haber pisado Japón y todas esas cosas, YO – Y se apuntó a sí mismo. - hacía algo productivo y miraba por la ventana del taxi que tomamos y me fijé en qué lugares podíamos ir para comprar cosas. – Le respondió, con aire de sabihondo, a su hermano mayor.
Y no se le quitó la sonrisa de la cara cuando salieron de la suite del hotel. Ni cuando comenzaron a bajar el ascensor hasta llegar al primer piso.
El rubio mayor iba refunfuñando y gruñendo cada vez más y más, conforme se iban alejando del hotel. Takeru miró a su hermano, quien parecía amargarse cada vez más. Y realmente no lo entendía. Es decir, primero que todo, estaban en un viaje, es decir, que debería estarla pasando bien. Los viajes eran siempre buenos, especialmente cuando tu hermano es un trabajólico agente bancario que decidía encerrarse en su mundo de finanzas, números y cosas raras de bancos. Y, segundo, no es que Tokio fuera especialmente malo, es decir, el gran problema de su hermano era con Kioto y, según lo que él entendía de geografía japonesa, esa ciudad estaba a unos cuantos kilómetros. Nada serio tampoco.
- ¿No deberías estar haciendo algo verdaderamente productivo y trabajar en tu novela? – Le preguntó Ishida, irónicamente.
Touché. Su hermano mayor, cuando en verdad lo quería, podía ser muy hiriente.
- Pues… Esto me puede servir para mi nueva novela.
- Ajá. Claro y yo soy Justin Bieber.
- ¡Es en serio! De hecho, podría basar mi próxima novela en tu historia – dijo Takeru, pensativo. Y luego miró a Yamato con cara de "cordero a degollado" - ¡Dime que sí, por fis, por fis, por fis! – Comenzó a suplicar, Takaishi, a modo de broma.
Porque ya sabía la respuesta a esa pregunta.
- ¡ESTÁS LOCO! – explotó su hermano, mientras aceleraba el paso para perder de vista al menor.
Sí, justamente esa era. Habían tenido esa conversación muchas veces en la vida.
Pero ahora daba lo mismo, porque Yamato no se estaba dando cuenta que estaba pasando por al frente de una linda y hermosa florería.
Sonrío. Revisó el mapa que Koushirou le mandó, que él deliberadamente lo cargó a su Iphone. Entonces, su sonrisa se ensanchó y estuvo a punto de reírse a carcajadas.
- Yama…
- ¿Qué quieres? – preguntó, con los dientes apretados.
- Mira, aquí hay una florería. – Y apuntó el negocio con su dedo índice.
Ishida miró la tienda y notó que era cierto. Pero no le iba a dar el gusto a su hermano.
- Y eso a mí qué.
- Pues, en las bodas hay flores, genio. – Le respondió su hermano, de forma sarcástica.
- Y las flores se compran al final porque se marchitan
- Grandísimo idiota, se cotizan primero. ¿Quién dice que las tienes que comprar ahora?
Touché. Takeru sonrió al ver a su hermano quedarse callado. A lo mejor una flor lo podría animar un poco.
Yamato, al no encontrar nada que responderle a su hermano, decidió entrar. Dando una gran zanjada, abrió la puerta de cristal, haciendo que una campanita sonara. Takeru, aún sonriendo, se acercó hasta él, para que no lo dejara afuera de la tienda. Y ambos vieron el lugar.
Era una bonita tienda, afuera tenía algunas flores en tiestos, ramos pre-armados y ese tipo de cosas. Pero, adentro, las murallas estaban pintadas por un tono rosa pálido, mientras más tiestos con agua conservaban a las flores aún frescas y florecientes.
El negocio también tenía grandes estantes con peluches, algunos chocolates y tazones con corazones, todo especialmente pensado para ser grandes regalos, junto a las flores, claro está.
Takeru se acercó hasta el mostrador, con intenciones de ver si había alguien escondido o algo así. Porque no había nadie atendiendo y eso era bastante extraño. Y también… muy desalentador…
Yamato, por su parte, prefirió ignorar el hecho de encontrarse en tan meloso lugar y antes que su mal humor comenzará a desbordarse, prefirió ignorar todos los cursis detalles y esperar a que alguien se dignara a atenderlos, antes que él perdiera la paciencia y se devolviera al hotel.
Miyako y Michael estaban regando las flores que se encontraban guardadas atrás de la sala de ventas, cuando sintieron que una campanita sonaba. El estadounidense miró el reloj, pensando que era Mimi, pero como habían pasado apenas quince minutos desde que ella se había marchado y como Daisuke siempre se demoraba más en hacer las colaciones, le avisó a su amiga que seguramente había un cliente en la tienda. Así que la chica de cabello morado salió hacia el mostrador, encontrándose con dos rubios muy guapos que parecían mirarla: uno con extrañeza y desilusión; y el otro, ni siquiera se dignó a prestarle atención.
- Ho… Hola, ¿se les ofrece algo? – preguntó tímidamente, Inoue, mientras se sentía algo incómoda con la situación.
Yamato bufó. ¿Cómo podían demorarse tanto en atender a un cliente?
- Flores, ¿qué otra cosa podría ser? – respondió el mayor con tono irónico. Esa chiquilla se ganó el récord Guinnes a las "preguntas estúpidas". Y él no necesitaba perder su tiempo en esa clase de cuestionamientos.
Miyako casi se atragantó. ¿Quién se creía ese imbécil…?
- ¿Sabe? Hay muchas otras tiendas que pueden visitar. Si quieren tratar mal a los vendedores, ¡perfecto! Pero no aquí.
Takeru veía la escena con total desilusión. Según lo que le había dicho Koushirou, esa persona debía ser su amiga, pero no recordaba que ella tuviera el cabello morado, ni usara lentes. Miró a su hermano, quien parecía a punto de meterse en una fuerte discusión con la chiquilla.
Mejor era terminar las cosas por la paz.
- Disculpe… Señorita. – Comenzó a decir Takeru, algo inseguro. Miyako ignoró a su hermano y le dirigió toda su atención. – Eh… ¿usted es la dueña de esta tienda?
- ¡Por supuesto que no! – respondió, bufando. – La dueña salió.
- Ojalá estuviera aquí para que se diera cuenta que su empleada es una cabeza de chorlito. – dijo Yamato de pronto con un tono cada vez más sarcástico.
Miyako iba a responder (o golpearlo), cuando Takeru se interpuso con una sonrisa nerviosa.
- Eh… discúlpelo, señorita. Es que mi hermano no ha tenido un buen día y es un maleducado. – Y comenzó a reírse nerviosamente, mientras apartaba a su hermano de la vista de la chica. - ¿Le molesta si esperamos a la dueña?
- N-No. – dijo Inoue, más tranquila, al notar que uno de los rubios sí tenía modales. ¿Sería soltero?
- ¿Por qué no mejor nos vamos a una florería realmente seria? – preguntó Yamato, tratando de hacer que la chica se molestara más.
- ¡O-OIGA! – gritó Inoue, ya sin nada de paciencia.
El menor prefirió separarlos de una vez y esperar a la dueña. Mientras Miyako se quedaba ahí, gruñendo y con ganas de abalanzarse sobre el rubio mayor.
Justo en ese minuto, la campanita volvió a sonar. Los tres dirigieron su vista hacia la puerta, por donde una chica estaba entrando tranquilamente, mientras tarareaba una canción.
Yamato se dio la vuelta y la miró detenidamente. Era castaña, de ojos color miel, con buen porte y buena figura. Si se lo preguntaban, era el tipo de mujer que le atraían: era muy guapa y se notaba que era de su edad. Parecía ser una chica alegre, por estar tarareando una canción y llevaba algunos paquetes, los cuales parecían contener comida recién hecha, por lo que dedujo que ella también trabajaba en la dichosa florería.
Y, si tenía suerte, seguramente era la dueña.
- ¿Usted es la dueña de este lugar? – preguntó, serio, el rubio mayor a la castaña. A pesar de que estaba molesto, cuando decidió hablar, no supo porqué pero no podía estar enojado con ella.
Además de que ella le parecía extrañamente… familiar.
Mimi miró a la persona que le había hablado. Era un alto joven rubio de hermosos ojos azules, que a lo más tendría su edad. Se veía muy guapo y fornido, vestía elegantemente, como si trabajara en un puesto importante dentro de alguna compañía. Pero, lo que le pareció más extraño era que, a pesar de que sabía que nunca lo había visto, él se le hacía… tan familiar.
- Sí. – titubeó. – Soy la dueña, mi nombre es…
- ¡Mimi! Estos chicos te estaban esperando. Y el rubio mayor es un idiota, así que será mejor que tengas cuidado. – Le avisó Miyako, mientras bufaba y se marchaba de la habitación a hacerle compañía a Michael.
- ¡Miya! – Le regañó Tachikawa, mientras rezaba para que esos chicos no se marcharan por el desatinado comentario de su amiga. – Discúlpenla, a veces llega a ser demasiado sincera. – Río con nerviosismo, mientras trataba de salir de la situación incómoda en la que se había metido.
- Deberías despedirla. – dijo Yamato, con seriedad.
- ¿A Miyako? Es mi amiga, yo no…
- Ése es el problema. – dijo, interrumpiéndola. La castaña lo miró extrañado. - Mezclar las amistades con el trabajo. – explicó Yamato, ya con tono de broma. Luego sonrió y se presentó. – Soy Yamato. – dijo, ya más calmado. No sabía por qué, pero con solo mirarla, toda su ironía y su sarcasmo se fue al suelo. No podía ser pesado con ella…
A Mimi, a pesar del comentario que hizo, ese rubio le pareció simpático.
- Tachikawa Mimi, un gusto. – dijo la castaña, mientras extendía su mano y le dedicaba una sonrisa.
Yamato iba a aceptar el gesto pero algo lo detuvo. ¿Había escuchado bien? ¿Tachikawa Mimi? ¿De verdad?
Sintió que sus ojos se abrieron lo suficiente como si la existencia de la joven frente a él fuera una atrocidad. Sus manos comenzaron a sudar y una extraña sensación se expandía por su espina dorsal, paralizándolo por completo y sentía cómo su corazón latía cada vez más rápido y el eco de los latidos se escuchaba por todo su cuerpo.
Miró a su hermano menor, quien se encontraba un par de pasos más atrás de él. Lo miró, como pidiéndole respuestas, confirmaciones a todos sus miedos, pero lo único que pudo notar fue como Takeru sonrió burlescamente.
Y ahí lo entendió. Todo esto había sido una jugarreta de su hermano. Y entendió que la chica que estaba delante de él no era una ilusión, ni tampoco una impostora, ni siquiera una persona que, por coincidencia, tenía el mismo nombre que aquella chiquilla. No. Ishida entendió que frente así tenía a la verdadera Mimi Tachikawa, después de no saber nada de ella por diez largos años.
- Disculpe – Yamato la miró. Mimi nuevamente le había hablado. - ¿Se encuentra bien? Se encuentra algo pálido. – dijo Mimi, ignorando que ese chico ni siquiera le había devuelto el saludo.
Pero el rubio no le dijo nada. Desde que se presentó, vio como poco a poco comenzó a colocarse pálido y miraba al otro rubio, quien no hacía nada, simplemente sonreía. ¿Qué estaba ocurriendo?
- D-disculpe. – comenzó a decir, el rubio que le había hablado. – Yo… Nosotros, ya nos íbamos. – dijo, torpemente, mientras bajaba la mirada y trataba de casi correr a la puerta.
- ¿Tan pronto, Yamato? – Se atrevió a preguntar, el rubio menor, que estaba casi frente al mostrador.
Mimi pudo notar como el rubio menor parecía hablar casi de forma sarcástica. ¿Qué estaba ocurriendo aquí?
Pero eso ya no importaba, porque el otro rubio, que parecía llamarse Yamato, no se encontraba bien y si lo dejaba salir a la calle, seguramente terminaría desmayándose y eso sí que sería malo.
Así que antes que Yamato diera más de dos pasos, ella le tomó del brazo y lo miró preocupada.
- Señor… ¿Yamato? – preguntó, para estar segura de poder llamarlo así. – Por favor, quédese y tome algo de agua. Si quiere llamo a la ambulancia y…
- ¡Cállate! – Le gritó el chico, interrumpiéndola, mientras trataba de salir corriendo de esa florería y ojalá de la ciudad lo más rápidamente posible.
Takeru, a penas escuchó eso, se puso en alerta. De todas las posibles reacciones de Yamato, no predijo que iba a ser tan brusco con Mimi. Así que, antes de que se pusiera peor, era hora de calmar la situación y explicarse, puesto que, además, la joven ni siquiera se había dado cuenta de quiénes eran ellos realmente.
El menor tomó el brazo de su hermano mayor y decidió detener su andar. Yamato estaba pálido y se veía fatal. Takaishi miró a Tachikawa, quien le devolvió la mirada, preocupada. La joven no tenía idea de qué estaba ocurriendo, pero de que la cosa pintaba mal, pintaba mal.
- Yamato, ¿puedes tranquilizarte? – pidió Takeru, tratando de conservar la calma. Luego se dirigió a Mimi. - ¿Me puedes traer un vaso con agua, Mimi-neechan (Hermana Mimi)?
La castaña se sorprendió por el apodo, pero prefirió pensar eso después y partió de inmediato hacia la sala donde regaban las flores. Allí se encontraba tanto Michael como Miyako, pero la castaña los ignoró y dejó las colaciones ya frías en una mesa y llenar rápidamente un vaso con agua. Luego de haberlo llenado, partió rápidamente hacia la sala de ventas, donde los dos rubios se encontraban. Mimi le extendió rápidamente el vaso a Yamato, como si la vida del rubio dependiera del contenido de dicho vaso.
Ishida tomó el vaso, con las manos temblorosas y lo miró fijamente. Una parte de su mente le decía que se largara de ese lugar, que tomara a Takeru y se fuera a encerrar a su habitación del hotel. Pero, la otra parte, le gritaba que se quedara, que escuchara a su hermano y a esa chiquilla.
Así que bebió el contenido del recipiente de a sorbos, mientras miraba a Takeru, exigiendo una explicación.
- Yo… lamento haberte preocupado, Mimi-neechan. – Comenzó a decir Takeru.
¿Y acaso él no importaba? ¡Al que casi le dio un ataque fue a él! Pensaba Yamato con desprecio.
Mimi parpadeó, algo incrédula. Ese sufijo era bastante extraño escucharlo. Pero, extrañamente familiar.
- No hay nada de que disculparse. A veces estas cosas pasan, aunque generalmente ocurren a personas mayores. – La castaña se dirigió a Yamato. – Señor, debería cuidarse. Lo más conveniente es que vaya a hacerse un chequeo médico y…
- No es asunto suyo. – La interrumpió Ishida con tono cortante.
El rubio mayor comenzó a analizar sus posibilidades. Al parecer la chica no los había reconocido aún y si tenía algo de suerte, a lo mejor no lo iba a hacer a menos que Takeru dejara de tratarla como "neechan". Deberían irse rápidamente de ahí y correr al hotel. Sería lo mejor para todos.
Miró a Takeru, para advertirle que se iban, pero su hermano ya había decidido contarle todo a esa mujer.
- Mimi-neechan, llevo tiempo buscándola. – Comenzó a decir su hermano menor.
Yamato casi se atraganta con el agua. Así que dejó el vaso en el mostrador y comenzó a marcharse.
Mimi iba a responderle, pero notó como el rubio mayor estaba comenzando a dirigirse hacia la salida. Iba a llamarlo para que esperara y así pedir ayuda a una enfermera cerca o algo, cuando vio que el rubio menor lo detuvo y lo obligó a devolverse.
- ¿Se encuentran bien? – Se atrevió a preguntar la castaña, aún preocupada por la salud de Yamato.
- Mimi-neechan, seguramente tú no nos recuerdas. Pero nosotros sí… Yo soy Takaishi Takeru, aunque, bueno… antes era Ishida Takeru. – Mimi abrió los ojos con sorpresa al escuchar dicho apellido. - Y, no sé si te acordarás de… ¿Ishida Yamato? – preguntó el menor, ya con sorna, porque ya podía notar como a la chiquilla se le comenzaban a aguar los ojos al saber quiénes estaban delante de ella. Mientras Yamato apretaba su mandíbula, sus puños y cerraba sus parpados con fuerza y… rabia.
Notas de Autora.
¡No me maten! Yo sé que debería estar actualizando "El ex novio..." en vez de estar subiendo este fic que, además, está incompleto. Pero, pero... ¡realmente quería mostrarlo! Y, pues, la actualización de "El ex novio..." va a estar pronto, espero terminarla el próximo sábado, luego de una lara espera por parte de ustedes.
Ahora, me gustaría preguntarles ¿Qué tal? ¿Qué les pareció? Imagino que deben tener muchas preguntas como ¿Por qué Yamato y Mimi se conocen? o ¿Por qué Yamato reaccionó tan mal cuando se enteró que estaba frente a Mimi? ¿Por qué Takeru estaba tramando todo este embrollo? ¿Por qué Ken tiene una novia que no es Miyako? ¡En fin!
Y ¿Qué piensan? Sé que la historia parece algo trillada, pero... me gustaría comentarles que en realidad no lo es (o eso es lo que yo creo). Es que, todo nació de mi inquietud de que la gran mayoría de fanfics Mimato que he leído han sido por triángulos amorosos y pues, me dije: "¡Hey! A veces el amor es mucho más que una tipa se enamoró del mismo chico que tú" Y, pues... la historia entre Mimi y Yamato va por ese camino, como una historia donde ellos mismos van a tener que "luchar" por lo que sienten. En el fondo, no van a haber triángulos amorosos, ni nada por el estilo, si no que tanto Mimi como Yamato van a ser sus propios obstáculos que deberán cruzar para poder estar juntos. Esto va un poco con mi propia idea sobre el amor: Que si es sincero, te ayudará a florecer tanto a ti como a tu pareja. Pero, más allá de aburrirlos con cosas tan cursis (lo siento!) Me gustaría que le dieran una oportunidad a esta historia.
Me gustaría aclarar el nombre del fic. Pues, está basado en la canción "You found me" del grupo The Fray. Si la buscan en internet, verán que es una canción que está dedicada a Dios (o.o) Pero yo, cuando la escuché por primera vez, pensé que el cantante se la dirigía a la persona amada. Y pues, es como una forma alternativa de interpretar la canción. Si les soy sincera, pienso que es Yamato quien se la dedica a Mimi (así, a modo de spoiler jajaja). De hecho, esta canción representa mucho los sentimientos de Yamato durante una primera parte del fic.
Por último, hablaré sobre actualizaciones (mi fibra sensible). Como ya dije, "El ex novio" se actualiza a más tardar el sábado, con las excusas y disculpas correspondientes. Y ustedes dirán: "¿Y qué pasa con este fic?" Pues, se actualizará alternadamente con "El ex novio". Lo pensé mucho y decidí que luego de la actualización de "El ex novio..." dejaré una semana libre para preparar los siguientes capítulos. Y pues, "Tú me encontraste" será actualizado el sábado 19 de Noviembre. Así que me tomaré dos semanas para actualizarlo como es debido. Por el momento no me podré demorar menos que eso por mis estudios. Gracias por su comprensión u.u
¡Muchas gracias por leer este capítulo! ¡Feliz Halloween y Feliz día de todos los santos! Nos estamos leyendo el sábado 5 de Noviembre. Un besito!
