Disclaimer: THG no me pertenece, ni su historia, ni sus personajes.

Fic para el mini reto de Diciembre del Torneo entre distritos en la arena, del foro "Hasta el final de la Pradera".

Distrito 4.

Objeto: Dulce de regaliz

El reía

Su sonrisa se ensanchó, el corazón golpeteaba juguetón entre sus costillas, sentía las manos hormiguearle y una sensación agradable se expandía por su cuerpo.

Odiaba a ese hombre con todo su corazón, y tenía que ser sincera, una de las cosas más buenas que había sacado de haber ganado los juegos y tener todo ese dinero, era poder permitirse comprar y encargar chucherías al Capitolio, como estos:

Unos maravillosos y grandiosos caramelos de regaliz, rojos y picantes (como un demonio).

A veces se asombraba al encontrar tantas cosas extrañas en sus viajes al Capitolio, pero otras veces prefería obviarlas y hundirse en sus propios pensamientos, alejar todos esos fantasmas e ideas que no veían al lugar.

¿Por qué había comprado eso caramelos?

Fácil, simple. Porque le odiaba, porque manchaba sus sueños, porque su risa le angustiaba, porque verlo día a día masticar esos dulces rojos frente a ella le traía ganas de vomitar.

Y así sin más, había comprado unos muy parecidos pero con un sabor muy diferente, había caminado hasta donde solía empezar su vigilancia y los había metido en el bolso que solía llevar.

— ¿Annie?

Levantó el rostro asustada, dio un brinco lejos del bolso en cuestión y se permitió mirar a la persona que había usado su nombre para llamarle.

— Finnick…

Pero no lo vio a él, sino que a aquel hombre. Reconocía ese armamento que usaba de ropa, ese casco que brillaba y esas botas. Agarró con fuerza al chico rubio frente a ella y corrió a todo lo que daban sus pies, como en aquella arena.

Lo tironeó hasta estar tras una muralla de un edificio unos metros más allá, recuperó el aire como pudo y no soltó la mano de su acompañante.

— ¿Qué está pasando?

Le miró y sonrió, con los dedos le hizo callar y se asomó con cautela por la esquina de la muralla. Tenía una vista privilegiada, aquel hombre ya había vuelto a su posición y como suponía que haría, metió su enorme mano dentro del bolso y sacó el paquete de dulces.

— Annie….

— Mira y escucha — sólo le guiñó un ojo y le invitó a observar.

El hombre abrió el paquete, sacó uno de los largos y rojos dulces, miró a su rededor como todos los días y se lo comió casi de un bocado.

Pasaron un par de segundos hasta que empezara a gritar

— ¡Quema!, ¡Agua!, ¡Ayuda!

Comenzó a girar, dar vueltas, a gritar y saltar. Estaba desesperado.

— ¡AYUDAAAAA! — su lengua, garganta y estómago parecían un infierno.

Las risas afloraron desde su panza, sacudiendo su menudo cuerpo y haciéndola pegarse contra la dura muralla. Lágrimas se colaron por sus parpados y el estómago comenzó a dolerle, miró en dirección al chico a su lado.

Y como siempre, el reía junto a ella, aunque no entendiera de qué se trataba, el reía.