Aquí les traigo un nuevo proyecto que he decidio ir subiendo para que me digan si les interesa o no. Por ahora no podré actualizar muy seguido por que estoy castigada debido a problemas en la escuela y a que mi madre ha reducido mi tiempo en la computadora a una hora. Espero poder subir el capítulo que sigue la proxima semana si es que es posible y antes de despedirme quiero pedirles disculpas por mi ausencia. Me ha pasado de todo ultimamente y ando con la cabeza por las nubes. Bueno, nos vemos. A leer!
La Bella Durmiente
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La cabeza estaba a punto de estallarle. Miró airado a los documentos que reposaban desperdigados sobre su escritorio y se recostó en su silla de respaldo alto con la intención de descansar un poco. Llevaba más de cuatro horas revisando papeles, buscando algo que lo sacase de la ignorancia en la que se encontraba. Hacia unos días habían encontrado a un importante funcionario de la nación del fuego muerto en su cama. No había signos de lucha en el cadáver, solo una pequeña marcha de pinchazo, como el que dejan las jeringuillas, en su cuello. Se había armado un verdadero alboroto cuando la noticia llegó a varios oídos en Konoha, y algunos curiosos no tardaron en aparecerse en la oficina buscando información. Respiró pesadamente, acariciándose las sienes. Su trabajo iba a matarlo, de eso no le cabía duda.
Siguió cavilando un poco más acerca del caso, hasta que se quedó sumido en un confortable estado de duermevela. No estaba seguro de cuánto tiempo se había dormido, pero al escuchar los consistentes golpes en la puerta de su oficina, se despertó sobresaltado. Intentando eliminar la somnolencia en su voz, le permitió pasar a su visitante. Una despampanante muchacha de largo cabello rosa, ojos verdes y bonito cuerpo escondido bajo una bata de médico recientemente lavada entró en la oficina con paso seguro, mirándolo todo con reprobación. Después de un momento se encogió de hombros y se sentó en la silla frente al escritorio. No se había dado cuenta antes, pero llevaba una carpeta en la mano. Más papeles, pensó el detective de mal humor.
—El informe final de la autopsia, Naruto —le entregó los papeles al rubio con un suspiro cansado—. Espero que sirva de algo, porque no he dormido en tres días. Yamato dijo que ni bien terminases de revisarlo fueses a su oficina. Las cosas se están poniendo bastante feas por aquí.
—Gracias —se pasó una mano por el rostro al mismo tiempo que hojeaba un poco las primeras hojas del informe—. ¿Un resumen?
—Murió aproximadamente a las tres de la mañana, después de que se le inyectara una sobredosis de anestesia directamente en la yugular. Por eso parecía dormido cuando lo encontraron en su cama, simplemente sus órganos internos habían dejado de funcionar.
—Bueno, eso lo supusimos al principio. Lo que no entiendo es por qué alguien querría matar a un viejo como ese. No hacía nada interesante, sólo revisaba documentos.
—Documentos que iban directamente a la oficina de la Hokage, Naruto. Normalmente las naciones se mandan mensajes codificados que después de ser resueltos son llevados a su destinatario —Sakura se puso bruscamente de pie—. Tu mismo me dijiste que habían desaparecido muchos archivos después de la muerte de ese tipo, así que ahí lo tienes. Lo mataron para conseguir información clasificada.
Y tras dedicarle una ofendida mirada salió dando un portazo. Naruto se quedó clavado en su asiento por unos minutos, hasta que el cansancio volvió a su cuerpo y un sentimiento de culpable responsabilidad lo obligaba a abrir la carpeta por la primera página y dedicarse a leer concienzudamente el informe de la autopsia. Media hora después, más agotado que nunca y la cabeza a punto de reventarle, el rubio subía por el ascensor al final del pasillo a la octava planta del Cuartel General del Anbu, listo para reunirse con el jefe del departamento de homicidios. Al llegar a la oficina de Yamato se atusó un poco los revueltos cabellos, comprobando su aspecto en la ventana a su izquierda. La secretaria lo miraba de reojo, con una extraña mueca en los labios. Miró hacia dónde la indiscreta mirada de la muchacha estaba clavada y descubrió una pequeña mancha de sangre en su camisa. Perfecto, la herida que se había hecho hacia una semana se había reabierto y ahora estaba sangrando.
—Adelante —respondió una voz agotada cuando llamó a la puerta. Yamato estaba sentado tras su escritorio, los ojos negros clavados en la pantalla de su ordenador portátil. Tenía unas ojeras espantosas y una barba rala le cubría las mejillas y el mentón. Al ver a Naruto dejó de teclear inmediatamente y se quitó los lentes. Se veía extremadamente viejo—. Sakura te dio mi mensaje.
—Y una cátedra, gracias —replicó con amargura mientras tomaba asiento sin ser invitado—. Este caso va a acabar con nosotros, capitán. La familia del difunto sigue molestando todos los días para saber si tenemos avances y los reporteros no paran de hacer cola en la entrada para ver si es que alcanzar a atrapar un poco de información.
—Por eso te he pedido que leas el informe, ¿descubriste algo?
—Nada, aunque Sakura sugirió que el motivo del asesinato fue porque alguien intentaba conseguir información clasificada —repitió el rubio las palabras de su amiga—. Posiblemente tenga razón, los documentos desaparecidos lo comprueban.
—Seria adelantarnos en conclusiones, pero parece el camino más real hasta ahora —volvió a clavar la mirada en su portátil. Le temblaban los ojos del cansancio. Estaba a punto de quedarse dormido—. Esa chica definitivamente tiene aptitudes, debería cambiarse de estación de trabajo.
—Y que lo diga.
En ese momento el teléfono sobre la mesa comenzó a berrear incontrolablemente. Yamato cerró los ojos un momento, molesto por la punzada de dolor que le causó el ruido, y estiró la mano para contestar. Unos momentos después de escuchar la agitada voz al otro lado de la línea se puso extremadamente pálido y boqueaba como un pez fuera del agua. Tras intercambiar unas palabras más, el capitán se levantó de un salto de su asiento y sacó la pistola del primer cajón del escritorio; revisó que estuviera cargada y luego la colgó del seguro que llevaba el cinturón.
—Tienes razón, este caso va a acabar con nosotros. Vamos, tenemos que irnos.
— ¿Qué sucedió?
—Alguien acaba de llamar a la centralita. Encontraron a otro funcionario muerto en su casa.
Y tras esa breve explicación salió corriendo de la oficina. El rubio lo siguió de inmediato, bajó por las escaleras en lugar de esperar el ascensor y entró en su propia oficina con el corazón palpitándole en la garganta. Buscó también su pistola, se hizo con un par de cargadores extras y luego de descolgar la chaqueta del perchero continuó con su desesperada carrera hacia el recibidor. Una vez allí comprobó que muchos de sus compañeros corrían al estacionamiento para montarse en sus autos y acudir a la escena del crimen. El rubio rebuscó las llaves de su deportivo en los bolsillos de su pantalón y se sorprendió al ver que el reloj digital que adornaba su muñeca marcaba las cuatro y media de la madrugada. Malditos asesinos, no podías escoger otra hora para matar a alguien.
— ¡Naruto! —Sakura venía corriendo por el pasillo. Había cambiado la bata por una americana cerrada hasta el cuello y pantalones de cuero—. Voy contigo.
—Claro que no —se subió al auto ignorando las réplicas de su compañera. Aseguró todas las puertas y luego bajó un poco la ventanilla del lado del copiloto—. El cuerpo viene hacia acá, te necesitamos en la sala de autopsias —eso era mentira, pero prefería que Sakura se quedase en la estación dónde se encontraría más a salvo—. Por favor.
—Está bien —le gruñó y regresó por dónde había venido.
Esperó hasta que su compañera desapareciese en la esquina para pisar el acelerador a fondo y unirse a los demás autos que abarrotaban la autopista rumbo a las afueras de la ciudad. La carretera estaba especialmente oscura a esas horas y el escaso alumbrado no ayudaba en nada. Por suerte había desarrollado un buen control del volante y en menos de veinte minutos estaba estacionando en la entrada de una de las enormes mansiones que conformaban La Guarida, una pequeña urbanización que albergaba a todos los políticos y hombres influyentes de la nación del fuego.
Se bajó del auto y corrió al interior de la mansión. Policías, miembros del gabinete dactiloscópico, y los de medicina legal estaban deambulando de aquí para allá consultando con sus colegas, recolectando pruebas o simplemente mirando lo que hacían los demás. Respondió a los saludos de sus compañeros con vagas sonrisas mientras subía la escalera alfombrada, siguiendo una cinta amarilla atada al pasamano hasta la primera habitación en el segundo rellano. Dentro encontró a Yamato, hablando acaloradamente con una muchacha rubia con lentes y una bata de doctora. Una laboratorista del Anbu Raíz.
—Estoy aquí —exclamó casi sin aliento. Miró más allá de la chica frente a él, topándose con la cama, dónde un cuerpo inerte y ligeramente azulado reposaba cubierto por las mantas. Parecía dormido, pero el color de su piel desmentía tal posibilidad. Sin pedir permiso se acercó al cadáver, sacó unos guantes de látex del maletín abierto que reposaba en el velador y se puso a examinar el cuerpo—. Es lo mismo… sin marcas de forcejeo, ni nada, sólo el pinchazo —mientras pronunciaba esas palabras levantó un poco la cabeza del hombre hasta ubicar el pequeño punto rojo sobre la yugular—. Capitán, nuestro asesino se ha vuelto serial. Ya son dos víctimas.
— ¿Estás seguro? —Yamato se desembarazó de la chica y se acercó al rubio. Como un letrero de neón el pequeño punto rojo atrapó de inmediato su atención—. Tienes razón. Iré por los de medicina legal, tenemos que llevar el cuerpo al cuartel.
— ¿Y las demás pistas? —preguntó Naruto, incorporándose—. ¿Quién va a recoger la información de esta habitación?
—El gabinete dactiloscópico —Yamato iba a decir algo más pero se interrumpió cuando su móvil comenzó a sonar en el bolsillo de su chaqueta. Le había llegado un mensaje. Lo leyó con el ceño fruncido y luego volvió a guardar el móvil—. Tienes que irte ahora.
— ¿Por qué?
—Tu abuela quiere verte.
—Maldición.
Naruto miró a Yamato con el nerviosismo grabado en la cara. Si su abuela quería verlo significaba que las cosas se pondrían peores, si cabía. Además estaba seguro que el tema de su conversación sería ese nuevo asesinato. Se pasó una mano por el rostro, respiró profundamente y salió de la habitación, rumbo a la calle. Una vez afuera el aire frío de la madrugada ayudó a alivianar la preocupación un poco, pero cuando cerró la puerta de su auto y comenzó a recorrer nuevamente la autopista, la tranquilidad le cayó al piso y se puso a hablar en voz alta consigo mismo. Finalmente, tras otros veinte minutos de viaje, llegó a la ciudad, que todavía dormía. Recorrió las calles vacías a gran velocidad, hasta detenerse frente a un enorme torreón rojo con el símbolo del fuego pintado en la parte superior. El guarda apostado en la puerta se hizo a un lado cuando lo reconoció bajo la luz de su linterna y avisó por radio que había llegado.
— ¡Naruto-kun! —una mujer de cabello negro se acercó corriendo a él cuando estaba a medio camino de las escaleras—. Llegaste más pronto de lo que esperábamos. Sígueme, por favor.
—También me alegra verte, Shizune —murmuró entre dientes el rubio mientras corría tras la asistenta de su abuela. Subió un larguísimo tramo de escaleras, hasta penetrar en la construcción circular. Tras pasar por un sinfín de puertas cerradas llegó a la única que estaba abierta. El rubio tragó saliva y entró después de la pelinegra—. Tsunade-baachan.
—Por fin —le espetó de malas maneras la guapísima rubia de pie al fondo de la habitación. Tenía una botella de sake en la mano, pero no parecía bebida en lo absoluto—. Habla.
Naruto tardó un momento en comprender a lo que se refería su abuela, pero luego de pensarlo detenidamente arrancó a hablar.
—Es igual que el caso anterior. El pinchazo en el cuello y la ilusión de que está durmiendo —dijo el rubio—. El Capitán está ahora en el cuartel con el cuerpo y el gabinete dactiloscópico estará recogiendo pruebas en la habitación.
—Shizune —Tsunade se giró hacia su asistenta con el ceño fruncido, haciendo caso omiso de su nieto—. Ve a ver a Kakashi. Ya debería de haber llegado.
La muchacha salió corriendo de la oficina y regresó a los pocos minutos seguida de un hombre de aspecto taciturno vestido de negro, con una máscara que le cubría medio rostro, la banda con el signo de Konoha tapándole el ojo izquierdo y un libro abierto en las manos. Hatake Kakashi, el jefe de todo el Cuartel General del Anbu estaba extrañamente tranquilo a pesar del alboroto en el que él y la mitad de sus empleados estaban metidos. Saludó a la Hokage con su habitual sonrisa y tomó asiento en la silla vacía frente al escritorio abarrotado de papeles.
—Me mandó a llamar, Hokage-sama.
—Las cosas se nos están saliendo de las manos —la rubia se sentó también, dejando de lado el mal humor para mostrar un genuino abatimiento—. He avisado a las Fuerzas Especiales (1) para que aposten guardas en las entradas y salidas de la Guarida. También he instaurado un nuevo toque de queda, nadie sale después de las siete de la noche y todo funcionario público que trabaje aquí hasta la madrugada tendrá su propio guardaespaldas —suspiró pesadamente—. No creo que eso sea suficiente, pero me pareció oportuno decírtelo, por qué vas a quedarte corto de personal.
—Lo suponía —replicó, cerrando su libro—. Pero me ha llamado por otro motivo.
—Pues… sí.
Tsunade guardó silencio unos segundos, intentando organizar el torbellino de pensamientos que le bailaba en la mente.
—Me gustaría que Yamato esté también aquí pero no tenemos tiempo —bebió un trago de su botellita de sake—. He decidió poner al detective Uzumaki a cargo del caso —miró al rubio que le regresó a ver con una mueca incrédula en el rostro—. Yamato y tú lo supervisarán, obviamente, pero él será el principal responsable.
—Entiendo —replicó Kakashi, mirando de reojo a uno de sus subordinados favoritos—. Pero explíqueme por qué.
—Esto tiene que ver con Orochimaru.
Al escuchar ese nombre el rostro del rubio se descompuso por un breve segundo antes de tornarse tan rígido como una piedra. Orochimaru. Odiaba a ese maldito bastardo aunque nunca en su vida lo había visto y todo porque había matado a sus padres cuando él tenía sólo cinco años. Lo había transformado en un huérfano y él, que no tenía a nadie más en el mundo, fue puesto a cargo del Kazekage. En esa época él vivía en Suna y así fue hasta que cumplió los diecinueve, cuando por motivos que no venían al caso abandonó la ciudad y vino a vivir a Konoha, dónde la Hokage en persona lo recibió y decidió adoptarlo dos semanas después. Habían pasado cuatro años desde aquello y en todo ese tiempo no había pensado ni una sola vez en Orochimaru.
—Naruto —Tsunade abandonó su posición de Hokage para hablarle como lo que era, su abuela—. Ayer en la noche tuve una reunión con los ancianos, y ellos nos han ofrecido una escasa lista de sospechosos en las que figura Orochimaru. Sé que él está en la cárcel, pero Kabuto, su asistente, lleva años eludiendo la captura —se levantó, rodeó el escritorio y se arrodilló frente a su nieto—. Lo que te estoy pidiendo es demasiado, pero necesito tu ayuda. No es del todo personal, yo creo firmemente que tienes la capacidad de estar al frente de este caso, por eso te lo he encomendado. ¿Aceptarás?
—Por supuesto —replicó sin pensar. Tenía la mente en otro lado—. No tienes que volver a preguntarme.
—Ese es mi nieto —se levantó de un salto y comenzó a recorrer la estancia—. Ahora quiero que vayas a casa. Tienes una cara espantosa y te necesito bien descansado para la reunión de hoy en la tarde. El general de las Fuerzas Especiales vendrá en persona para hablar contigo.
Preguntó unas cuantas cosas más antes de irse. La cabeza le daba vueltas y se sentía extrañamente desorientado. Por eso fue tanta su sorpresa cuando se dio cuenta de que había llegado a su casa. Sacó las llaves del bolsillo de sus pantalones, abrió la puerta y encendió la luz del recibidor. Unos momentos después unos brazos pálidos se le enroscaron en el cuello y unos labios suaves atraparon los suyos en un beso hambriento.
—Yamato me ha llamado —dijo Sai por toda explicación—. Presiente que tus pesadillas están a punto de volverse peores.
—Yo también lo creo —soltó las llaves de la casa y le regresó a Sai el beso—. Necesito olvidarme de todo por un rato.
—Considéralo hecho.
Y sin darle tiempo al rubio para nada lo arrastró hasta la habitación más cercana (la de Naruto) y lo lanzó a la cama. En menos de un minuto estaban comiéndose a besos. Naruto se sentó a horcajadas sobre el moreno, le sacó la camiseta con movimientos torpes y se abalanzó a su cuello. No recordaba la última vez que se había acostado con Sai, pero en ese momento se dio cuenta de cuanta falta le había hecho. Lo más extraño era que sólo tenía sexo con él porque era una manera estupenda de relajarse cuando estaba demasiado agobiado por el trabajo, además de que estaba obligado a tener relaciones con él dos veces al mes como parte de un escandaloso tratamiento en contra de las terribles pesadillas que lo acosaban desde la muerte de sus padres. Tras probar con muchos medicamentos Tsunade decidió que un esfuerzo físico tremendo sería suficiente como para adormecer a su subconsciente.
A veces —como en ese momento— se preguntaba si no estaría jugando con los sentimientos de quién consideraba su mejor amigo. Pero Sai le había dicho, cuando le expresó sus dudas, que él se acostaba con él porque consideraba que esa era la única forma en la que podía ayudarlo con sus problemas. La respuesta en sí le sorprendió, puesto que su compañero era incapaz de expresar sus emociones por qué no las entendía, pero después de que se le pasó la sorpresa le agradeció el comentario desde el fondo de su corazón.
—Más abajo —le susurró Sai al oído con la voz ronca.
El rubio asintió ligeramente con la cabeza y descendió hasta el lampiño pecho blanco. Se recreó unos momentos con la visión de los abdominales bien definidos antes de recorrerlos con la lengua. Sai gimió con fuerza, impacientando al rubio. Entonces Naruto le sonrió de medio lado, regresó a su cuello, lo besó una vez más y se quedó dormido.
—Idiota —murmuró Sai mirando más allá del rubio, hacia su latente entrepierna—. Me ha dejado a medias.
Intentando no despertar a su compañero lo acomodó mejor en la cama se encaminó al baño con pasos torpes. Se vengaría de él después, aunque no le importaba demasiado. Total, era sólo sexo.
Nota de Autor: Aaaah! No quería escribir esa última escena, pero era necesaria. La pareja NaruSai no me llama en lo absoluto pero me toca. Bueno, más adelante la historia irá tomando forma por que ahora todo está muy confuso. Les prometo que en el siguiente capítulo les compensaré lo de la escena final. Con respecto a ciertos términos que voy a usar en la historia les iré explicando más o menos que son o a qué me refiero para que puedan entenderme. Es que debido al ambiente dónde se desarrolla todo he tenido que inventarme la de organizaciones para poder meter a la mayor cantidad de personajes de la serie y poder emparejarlos más o menos acorde a la trama original.
(1) Fuerzas Especiales de la Nación del Fuego. Es algo así como la milicia. Como en algunos países del mundo la milicia está encargada de la protección del presidente y los funcionarios públicos, aquí pasa lo mismo. Sólo que protegen a la Hokage. Las cinco grandes Naciones tienen sus fuerzas especiales.
