SUMMARY: Omegaverse. –Firma y serás libre-Murmuró Bellatrix Lestrange, inclinándose sobre la mesa y estirando hacia ella el contrato matrimonial, sus ojos traspasándola tras aquellas redondas y oscuras gafas–Sin ataduras, sin restricciones, sin ciclos de calor vergonzosos y tortuosos que te unan a cualquier alfa… Firma y las dos saldremos ganando, Granger…-Dijo, arrastrando las letras.
N/A: Harry Potter no me pertenece. Todos los derechos pertenecen a su auténtica autora, JK Rowling.
-.-.-.-.-.-
OMEGAVERSE: TOCANDO EL CIELO
CAPÍTULO I:
Hermione Jane Granger sintió que una abrumadora sensación de mareo tiraba de ella hacia el suelo, que una extraña angustia atenazaba sus entrañas y las revolvía, que su boca comenzaba a segregar saliva a borbotones -como si tuviera unas repentinas e imperiosas ganas de echar el desayuno sobre la alfombra persa- y que el vello del cuerpo se le ponía de punta, de una forma violenta e incontenible. Con la energía de un volcán en erupción.
-Ah, Morgana…-Gimió, dejando a un lado su libro de poesía favorito, sobre la mesita de centro de la salita de té, mientras cerraba los ojos con fuerza y se agarraba del vientre con gran dolor. De pronto, hacía demasiado calor en la habitación.
-¿Se encuentra bien, Señorita?-Preguntó un caballero, quien se hallaba sentado muy cerca del ventanal del salón, inclinado sobre un elegante escritorio, color caoba y con apliques dorados. Se trataba de un amigo íntimo de la familia, que usualmente solía visitarlos tras sus numerosos viajes al extranjero.
Levantó la mirada, deteniendo su escritura del papel que mantenía sujeto entre las manos. Su ceño ligeramente fruncido, prestando atención a la jovencita.
-M-Me duele…-Se aquejó Hermione, comenzando a marearse, e inclinándose peligrosamente hacia delante.
Un espeso olor comenzó a llenar la habitación. Una fragancia tan característica, que comenzó a distorsionar el aire estático y fresco del lugar.
-¡Querida!-Exclamó su madre, una mujer de mediana edad, soltando su bordado con premura y poniéndose en pie-¿Querida, estás bien?-Preguntó, acercándose a su primogénita, que ahora se había puesta pálida como la cal y había comenzado a sudar, profusa e incontrolablemente.
Hermione comenzó a emitir nauseabundos sonidos de arcadas, pasando de un blanco pálido a un rojo candente que nubló todo su rostro. Todo en un segundo.
-Madre-Balbuceó, abriendo la boca como si quisiera gritar de dolor-Ah…-Gimió, acalorada.
-¡Hermione!-Chilló Ginebra Weasley, poniéndose también en pie y corriendo a un lado de esta, observando cómo su mejor amiga pasaba a exudar ahora cantidades ingentes de sudor. Tocó su frente, trémula y, horrorizada, comprobó que tenía una fiebre altísima... Su frente bullía, así como todo su cuerpo.
-¡Tippy!-Gritó la Sra. Granger, poniéndose en pie y corriendo directamente hacia donde una de las elfinas de la casa apareció, temblando de pavor ante el tono alterado e histérico de su Ama.
-¿Sí, Ama?-Preguntó la elfina, de orbes grandes y brillantes como el sol, observando la escena con gran inquietud. Su pequeño cuerpo temblaba, bajo sus simples y oscuras vestiduras.
-Avisa al Sr. Granger-Espetó con un creciente pánico en la voz-¡Inmediatamente!-Apremió.
-Pero Ama, el Amo se halla reunido con algunos de sus socios capitalistas en su despacho, yo…-Intentó decir la diminuta criatura.
-¡Ve, ahora!-Volvió a espetar, mientras las arcadas y quejidos de Hermione iban en aumento-Y luego preséntate en San Mungo y trae hasta aquí a un Sanador. ¡Corre!-Exclamó.
Un sollozo irrumpió de pronto en la habitación, cortándole el aliento a la Señora de la casa. Las cosas parecían ponerse peor a cada momento que pasaba.
-Señorita Granger…-Murmuró el caballero, Sir Thomas, intentando ayudar, pero sin ser capaz de poder mover un solo pie. Una sensación de náuseas se había instalado en su cuerpo y quiso vomitar, encontrándose repentinamente enfermo. Lo mismo sucedía con Ginebra.
La elfina asintió y en seguida desapareció tras un pequeño estallido y algunas volutas de humo negro.
La Sra. Granger se dio la vuelta y corrió de vuelta al lado de su hija. Ginebra la sujetaba, ambas de rodillas contra el suelo, pero parecía que de un momento a otro ambas desfallecerían sobre el mismo. No importaba la fuerza que la pelirroja intentaba imponer al tren superior de su hija, agarrándole el corpiño con ambas manos y tratando de impulsarla hacia atrás, sin conseguirlo. Hermione parecía estar a punto de desfallecer en cualquier momento y se empecinaba en caer como un pesado martillo contra la superficie de la habitación, aunque esta estuviera acolchada por la esponjosa y suave alfombra.
-Ginebra, apártate de Hermione-Dijo la Sra Granger, sujetando ella misma a su hija-Y usted, Sir Thomas, salga de la habitación, inmediatamente.
El pobre hombre salió escopeteado de la habitación, sujetándose una mano contra los labios e intentando abrirse el cuello de la camisa con la otra, acalorado. Ginebra también se apartó, tan mareada como el invitado, cayendo a un lado del sofá, enrojecida y tremendamente sofocada.
Aquello podría tratarse del Calor. El Primer Calor de su hija. Debían apartarse de ella o aquello se tornaría en una desagradable pesadilla. Podían quedar todos expuestos al Calor, pensó.
-Bufh…-Balbuceó Hermione, intentando con todas sus fuerzas resistir las ganas de echarlo todo y de caer desmayada contra el cuerpo de su madre. Juntas se balancearon, esperando que las terribles y desagradables sensaciones pasaran, mientras su padre se apresuraba en llegar hasta ellas.
-Madre…-Dijo Hermione, sollozando sin parar, su cuerpo enrojecido y sudando a borbotones.
Sentía el cuerpo pesado, la respiración arrítmica, el corazón acelerado. Sentía calor, temblores, sacudidas de dolor que la atravesaban por todas partes sin piedad. Pero, sobre todo, sentía un extraño, incómodo e indeseable malestar en sus senos, así como en sus partes íntimas, bajo las capas de muselina y ropa interior que la vestían. ¿Qué era aquello? ¿Qué podía ser? Quiso ella saber, con las lágrimas desbordándose de sus despiertos e inteligentes ojos castaños.
De pronto, la puerta de la estancia se abrió y el Señor Granger apareció, con una mano contra la nariz, el puño de su elegante camisa blanca taponando su boca y las fosas nasales, sin poder respirar entre el espesor de las hormonas saturando el oxígeno del salón. Parecía preocupado, terriblemente preocupado por el llamado de la elfina que había interrumpido su reunión. A su lado, un Sanador lo siguió adentro, sujetando un paño contra su rostro y portando consigo uno de aquellos exclusivos maletines médicos de San Mungo, el hospital más cercano a la mansión.
-Aparta, mi amor-Dijo el Señor Granger, apartando a su colorada mujer-El Sanador está aquí-Le indicó, sujetándola entre sus brazos y dejando que este se hiciera cargo de la situación.
Los sollozos de Hermione aumentaron considerablemente, sintiéndose desvalida e indefensa.
-Muy bien, tranquilidad, shhh…-Intentó tranquilizar el médico, dejando a un lado su maletín-Ya estoy aquí, vamos a poner solución a esto-Siguió diciendo, con voz calmada, como si intentara tranquilizar a la muchacha, ahora recostada contra la base del sillón en el que había estado. Su rostro parecía compungido de puro dolor.
El Sanador le tocó primeramente la frente, después le examinó las pupilas, los ganglios… Todo ello con el pañuelo ahora amarrado con precisión tras su nuca. La examinaba minuciosamente.
-Tiene el pulso algo disparado-Aseveró, presionando un lugar específico de su muñeca. Sacó su varita y realizó una serie de chequeos sobre el cuerpo de Hermione, que temblaba.
Después de algunos minutos, supo exactamente lo que le sucedía. Estaba claro.
-Está teniendo su Primer Calor-Sentenció, guardando la varita en su sitio y sacando una poción de color amarillo, espesa y muy parecida a la miel, que rápidamente le tendió a la joven, sobre sus labios enrojecidos y esponjados. Esta tragó entre arcadas, repugnándole el sabor extraño que le picó en la lengua. Cuando lo hizo, el médico por fin pudo retirarla de su boca.
-Merlín Santo…-Susurró la mujer, compadeciéndose de su pobre hija-Pensé que llegaría mucho más tarde, quizá en unos tres años. Cuatro…-Murmuró, apesadumbrada.
-A veces sucede, Señora Granger, no es inusual…-Dijo el médico, pasándole un paño fresco por el rostro a su paciente-¿Cuántos años tiene la joven?-Indagó, concentrado en los signos vitales de esta.
-Dieciséis años, diecisiete en dos semanas-Contestó el padre, sudando copiosamente, como su esposa, que presentaba una expresión borrosa, aturdida.
-Normalmente, el Primer Calor tiende a llegar sobre los veintiuno, sin embargo, en ocasiones el Calor puede llegar a presentarse antes-Explicó, guardándolo todo, mientras Hermione parecía que comenzaba a caer en el sopor de la poción y los hechizos del Sanador-Como bien saben, se trata de un ciclo hormonal reproductivo bastante agresivo… por ello y, debido al estado en el que se encuentra la Señorita Granger, lo más prudente sería dejarla reposar y medicarla hasta que los síntomas remitan. Esto podría tomar dos semanas, aproximadamente. Quizá más en su caso.
-¿Se pondrá…? ¿Se pondrá bien?-Preguntó Ginebra Weasley, encontrando por fin su voz, algo afectada por las hormonas de su mejor amiga.
-Se pondrá bien, Señorita-Aseguró el médico, poniéndose en pie y dirigiéndose hacia la chica-Y ahora, miremos qué tal está usted-Indicó, comprobando el estado de la misma-Después, me ocuparé del caballero del pasillo. Su aspecto no era bueno…-Murmuró, poniéndose en acción, recordando las arcadas del mismo sobre un delicado jarrón vacío.
Los padres de Hermione se pusieron rápidamente en acción y, llamando a los elfos domésticos, se ocuparon de su primogénita, ambos preocupados por su salud. Aquel ataque repentino del ciclo reproductivo mágico había sido tan inesperado como brutal. Mientras tanto, la castaña, inmersa entre el sopor de las pociones y la fatiga de su Primer Calor, se dejó llevar en brazos y, flotando en una nube de confusión, cayó presa de un sueño sin sueños, tan profundo como el mar…
Su Primer Calor, pensó.
-.-.-.-.-.-
Tres años después…
-Espero que nadie me vea…-Susurró Hermione, colocándose la capucha de su elegante capa en la cabeza, para así ocultar su rostro, mientras salía precipitadamente de la tienda de túnicas de la que sus tías parecían no poder despegarse cada vez que visitaban el pueblo de Hogsmeade.
Habían esperado horas, días, meses… ¡Años! Y ya no soportaba permanecer como una muñeca de porcelana sobre la tarima, quieta, temiendo que la varita afilada de costura de la maga se le clavara en alguna parte del cuerpo. En cuanto sus tías se habían puesto a debatir sobre telas y colores de temporada, Hermione se había escabullido hacia la puerta celestial de la tienda. No le interesaban todos aquellos temas superfluos; a ella solo le interesaban los libros…
Hermione se alejó varias calles, dejando atrás el emporio de moda femenina para brujas y, con la mirada puesta en los puestos del pueblo y en los escaparates de las tiendas, buscó algo que le despertara el interés. Muy pronto lo halló, cuando sus ojos dieron con su librería predilecta, que en aquellos momentos parecía algo más calmada que otros días, en los que solían invitar a alguna celebridad mágica de Europa y se celebraban eventos importantes de diversa índole. Se le dibujó una hermosa sonrisa en el rostro y, sintiendo el imperioso impulso de hacerse con un nuevo libro para su colección privada, se adentró en esta.
Ahhhh… Suspiró, extasiada.
Respiró el agradable olor a libro viejo, a madera robusta, a tinta derramada y cera caliente que provenía de las velas ahora apagadas. Escuchó el tintinear de la puerta que había abierto al ser golpeada por una sencilla campanilla añeja, el paso de magos y brujas repicando sobre el suelo de madera del lugar, el murmullo de las hojas al ser pasadas, el suave gorjeo de los clientes al conversar entre sí sobre ciertos temas de interés académico. Mmmmm… saboreó ella, como si acabara de aterrizar sobre el cielo, complacida hasta el extremo.
-¿Puedo ayudarla en algo, Señorita?-Le preguntó una amable mujer, vestida con una túnica de uniforme, pasando por su lado. Tras de sí, cientos de columnas de libros la seguían, levitando en el aire, esperando ansiosos a ser colocados en sus respectivos lugares. Hermione sonrió con placidez al ver esto. No había nada en este mundo que amara más que los libros.
-¿Podría indicarme la sección de libros sobre Aritmancia inglesa avanzada?-Preguntó ella con la capucha de su capa ya puesta en su sitio. Un radiante amasijo de rizos castaños apareció en su lugar.
-Claro-Aseguró la buena mujer-Este pasillo, a la derecha, todo recto hasta llegar al final-Indicó con eficiencia.
-Gracias-Sonrió Hermione, viendo como la bruja se ponía de nuevo en marcha, seguida por las columnas y columnas de libros sobre Herbología, Defensa e Historia de la Magia.
Fascinante… pensó ella, comenzando a caminar hacia la sección de Aritmancia.
Pasaron algunos minutos hasta que por fin localizó el libro que ansiaba tener para sí misma. Lo agarró del lomo, lo acarició con cariño y, sonriendo, embobada por su magnificencia, quiso ver su índice. Sin embargo y, repentinamente, un tremendo golpetazo contra la librería frente a la chica hizo que la pesada estructura de madera se sacudiera terriblemente, provocando que el chirrido agudo de las bisagras que la unían al suelo rechinaran y algunos libros cayeran como si no fueran más que piedras arrojadas por una cascada de agua furiosa.
Hermione se apartó rápidamente del robusto mueble, con los ojos como platos y, escuchando atentamente los ruidos que seguían originándose al otro lado del mismo, intentó averiguar su causa. Agarró algunos de los pobres libros que habían caído sobre la madera del suelo y, con la intención honesta de devolverlos a su legítimo lugar, pudo escuchar parte de una conversación que sin duda amenazó con helarle la sangre:
-Voy a cortarte las pelotas y a dártelas de comer, Colagusano…-Espetó una profunda y siniestra voz de mujer-Y, cuando te las hayas comido, te obligaré a devolverlas sobre tus ridículos pies, para que te las puedas volver a comer después-Amenazó de forma siniestra.
La muchacha, al otro lado de la estantería se llevó una mano a la boca, escandalizada por todo aquel periplo de palabras. Entonces, poco a poco, se acercó a la balda más vacía, por la cual se habían precipitado más libros al vacío y, pegando el oído a esta, escuchó atentamente:
-Mi Señora, por favor, perdóneme-Suplicó el individuo en cuestión, un hombre que parecía tan aterrorizado que apenas podía articular palabra-Le suplico que me perdone-Sollozó.
-Me importan una mierda tus súplicas-Aguijoneó, furiosa, letal-¿Qué crees que dirá el Señor si se entera del daño que has ocasionado?-Le preguntó, agarrándolo de nuevo por las solapas de su traje y golpeándolo duramente contra las baldas de la estantería.
-Oh, no, por favor, eso no, Mi Señora Bellatrix-Balbuceó el hombrecillo, sollozando con mucha más fuerza que antes-Por favor, no me descubra ante el Señor Oscuro, por favor-Suplicó-Haré lo que sea, por favor-Exclamó, pidiendo clemencia, aterrorizado.
Hermione tragó saliva con dificultad, dividida entre seguir escuchando o marchar de allí. Al fin, escogiendo qué hacer, siguió con su oreja pegada todo lo posible al mueble, aunque esta vez, la necesidad de averiguar de quiénes se trataba pudo con ella y, apartando algunos libros que habían sobrevivido al terremoto inicial, intentó discernir sus rostros echando un breve vistazo.
Una mujer alta y delgada, de cabellos oscuros y trenzados, ojos redondos y negros enmarcados por unas elegantes y sencillas gafas redondas de metal, vestida de forma misteriosa, mantenía sujeto a un caballero de baja estatura, horondo, desaliñado y de aspecto repugnante. Lo tenía preso entre sus manos, elegantes y finas, suaves pero letales, asfixiándolo con todas su fuerza, mientras seguía escupiéndole una serie de frases sobre torturas que le puso la piel de gallina… Hermione volvió a tragar en seco, conmocionada, pero a su vez, imbuida por su aura de poder.
-Lo haré, lo haré, Señora, Mi Señora-Aseguró el hombrecillo, a toda prisa, temiendo por su vida más que nunca.
-Tráemelo al anochecer o te prometo que te arrepentirás de esto, bastardo-Espetó, cambiando su agarre para sujetarle esta vez las mejillas rechonchas y grasientas-Si vuelves a fallar…-Quiso decirle, interrumpiendo su amenaza mientras clavaba sus penetrantes orbes en Hermione.
Bellatrix soltó al aterrorizado hombre, con aspereza, golpeándolo contra el mueble y, sin quitar la mirada de la espantada muchacha, que se hallaba petrificada por haber sido descubierta, le dijo, arrastrando peligrosamente las palabras en su lengua:
-Lárgate de aquí-Se desquitó, haciendo gestos secos de querer limpiarse el sudor de este sobre su túnica negra, sobria pero sumamente costosa.
-Sí, Mi Señora Bellatrix, sí Mi Señora-Borbotó el hombre apresuradamente, marchando de ahí a toda prisa.
Hermione, por fin, se movió también y, colocando a toda prisa los libros sobre las baldas, quiso huir del lugar, dejando atrás su preciado libro sobre Aritmancia avanzada. Sin embargo, su plan de escape se vio truncado cuando, taponándole la mujer el camino -pues se había deslizado en el pasillo con la misma gracia y suavidad de una serpiente-, la detuvo. La miraba atentamente, sin apenas pestañear, analizándola con minuciosa precisión. En su cintura vio una varita, lo que la puso en tensión.
¿Me hará pagar a mí también?, pensó, trémula.
Hermione bajó la mirada, temerosa y, carraspeando un breve saludo, educado y cortés, trató de pasar indemne por su lado, odiándose por haber sido tan entrometida y descuidada. Nunca aprendería, se dijo, maldiciendo para sus adentros.
-Te olvidas esto-Le señaló, haciendo que la muchacha detuviera sus pasos. Su voz le provocaba escalofríos por todo el cuerpo.
La mujer, de nombre Bellatrix, se posicionó de nuevo enfrente de la castaña y, ofreciéndole el libro en fingido son de paz, quiso que esta lo agarrara. Cuando lo hizo, sujetó su fina muñeca y le susurró, impulsándola bruscamente hacia ella:
-Lo que has escuchado es confidencial…-Susurró, sin andarse por las ramas-Espero que seas lo suficientemente inteligente como para no mencionarle esto a nadie-Aconsejó, habiendo visto que la muchacha tenía un especial gusto por las materias académicas más complejas. No era lo que se podía definir como una "tonta".
Hermione quiso decir algo, pero de pronto, unas voces agudas y ligeramente irritantes hicieron acto de presencia, haciéndolas separarse bruscamente.
-¡Hermione Jane Granger!-Exclamó una de sus tías, localizándola al fin, junto a su hermana-De nuevo escabulléndote.
-L-Lo siento, tía Eveline…-Se disculpó Hermione, aferrándose tímidamente al libro en cuestión que le había devuelto la mujer de aspecto elegante pero imponente-Tía Susanne…-Añadió, en todo de disculpa, sonrojada hasta las orejas.
-Oh, Señorita Lestrange-Dijo sorprendida Susanne-No sabía que conocía usted a mi sobrina-Se sorprendió la mujer de cabellos oscuros y ojos azules.
Las tres mujeres se hicieron una ligera venia de cortesía.
-El azar ha hecho que me encuentre con… la Señorita Granger-Contestó Bellatrix, sonriendo de una forma engañosamente suave y amable-Le estaba aconsejando sobre libros de Aritmancia, cuando aparecieron ustedes-Dijo ella, observando de nuevo a Hermione. Sus ojos clavados en ella como dos clavos ardiendo.
-Oh, nuestra querida Hermione-Suspiró encantadoramente Eveline, sacudiendo la cabeza-Todo cuanto quiere en este mundo son los libros. Tiene cientos de ellos en casa, sin embargo, nunca es suficiente para ella. Tiene una mente muy despierta-Alagó la mujer, orgullosa de su sobrina, aunque fastidiada por el hecho de que siempre escapara cuando se trataba de moda.
Bellatrix asintió, todavía fingiendo una sonrisa que le provocó más escalofríos a Hermione.
-Bueno-Interrumpió, antes de que se hiciera un silencio incómodo o, más bien, que las mujeres siguieran su parlanchina conversación incesantemente-Debo marchar, tengo algunos negocios en marcha que precisan mi atención…-Dijo ella, inclinándose hacia las damas-Un placer…
Bellatrix Lestrange se dio la vuelta, regresando a su rostro inexpresivo y carente de emociones. Hermione, por su parte, todavía sujetaba el libro contra su pecho con mucha fuerza, viéndola salir de la tienda, ahora un poco más concurrida. Su porte elegante, su trenza, su aura, hizo de su pecho un nido de pájaros inquieto.
-Es latente en ella que es una alfa-Comentó su tía-Muy poderosa e influyente, por lo que dicen. Bueno, solo hay que verla…-Señaló mirando a su hermana, Susanne.
-¡Y su familia es inmensamente rica!-Añadió Susanne, dirigiéndolas a ambas al mostrador de la tienda.
Hermione se quedó en silencio, mordiéndose el labio, pensativa.
Bellatrix Lestrange era alfa… Se estremeció ella, ante semejante revelación, tragando no sin un poco de dificultad.
-.-.-.-.-.-
CONTINUARÁ…
*Dos años después… (Previo al capítulo II)*
–Firma y serás libre-Murmuró Bellatrix Lestrange, inclinándose sobre la mesa y estirando hacia ella el contrato matrimonial, sus ojos traspasándola tras aquellas redondas y oscuras gafas–Sin ataduras, sin restricciones, sin ciclos de calor vergonzosos y tortuosos que te unan a cualquier alfa… Firma y las dos saldremos ganando, Granger…-Dijo, arrastrando las letras.
-.-.-.-.-.-
LadyYuukiBlack.
