Este es un regalo a medias de navidad a medias de Año Nuevo para vosotros. Para los que me habéis seguido ( sin asesinarme en el proceso! o.O) durante todo este año y además me habéis animado ha continuar con vuestros reviews que, como ya sabéis, siempre se agradecen y constituyen una ilusión para mi :D.

Así que ala, disfrutad!!

Asking for a desire (pidiendo un deseo)

1. "Nochebuena" o "Lo que pueden provocar unas malditas plantas".

"Hace demasiado frío para quedarse aquí". Lo sabía, lo sentía pinchándole la piel, helándole las manos y la nariz. Ni siquiera la bufanda roja y amarilla, que daba varias vueltas a su cabeza, lograba protegerle de ese puñetero frío. Pero algo le había encadenado a esa barandilla, como si al soltarse fuera a caer al vacío. Miró hacia abajo y tuvo que sujetarse las lentes con un rápido movimiento para que estas no cayeran en la hierba, a muchísimos metros por debajo de sus pies. Suspiró con resignación, apoyó los codos en la baranda y se sostuvo la barbilla con ambas manos. Y sus ojos regresaron al Bosque Prohibido solo para ver aparecer a alguien en particular. Harry no dejaba de preguntarse como diablos encontraba ese hombre el valor de introducirse en la espesura del bosque, en una noche oscura como esa, sin luna, cargada de nubes que amenazaban tormenta, incluso tal vez la primera nevada del año, con ese condenado frío que parecía congelar el alma, solo y sin protección, con la cantidad de criaturas tenebrosas que habitaban allí…solo por buscar unas malditas plantas. Plantas! Que tenía una planta de interesante? Eran verdes (casi todas), con raíces (la mayoría) y sosas (la mayor parte). Harry gimió bajito, frustrado, repitiéndose por enésima vez en las dos horas que llevaba esperando, que una planta siempre sería más interesante para ese hombre que él. Quizás si se teñía de verde y se quedara estático en una esquina lograra algo de su atención. Y lo único que le hacía falta para completar su disfraz, las raíces, le saldrían por si solas esperando a que él le mirara aunque fuera una sola vez. Quien lo iría ha decir? El niño-que-vivió/ actual héroe del mundo mágico/ acosado por la prensa/ deseable-mega-rico-buen-partido/dios omnipresente/y demás paridas que escribiera el Profeta día sí día también…enamorado del siempre gélido/malhumorado/odioso/ex-mortífago/"demasiado-mayor-para-ti" según Hermione/"murciélago-grasiento-gilipollas" según Ron…Severus Snape.

Como sucedió? La mayoría de gente, en estos casos, solía decir " cosas del destino", " no se que pasó", " debía suceder y ya está"…Pero Harry lo tenía tan claro como que solo le habían hecho falta cinco minutos, una frase y una mirada para sentir que el corazón se le convertía en yogurt. Cinco minutos en los que Severus (como él se permitía llamarle cuando ni su conciencia andaba escuchando) había padecido la cruel tortura de Voldemort solo por interponerse entre él y el crucio que le iba dirigido. Algo tan simple como un "antes muerto que entregarte al chico". Y unos ojos negros que conectaron con los suyos una fracción de segundo y en los que Harry creyó leer miles de cosas que lograron provocarle el estremecimiento más placentero de su vida, aunque estuvieran en plena batalla, en la mansión Ryddle y rodeados por una centena de mortífagos con ganas de guerra. Una mirada que solo después, cuando ya todo hubo terminado y se reponía de sus numerosas aunque superficiales heridas, descubrió que quería decir "hazlo ahora Potter, o yo mismo te sacaré los higadillos para hacerme una sopa". Bueno, tal vez no quería decir exactamente eso, pero algo parecido le dijo Severus cuando no tuvo más remedio que ir a verle al hospital casi arrastrado por Dumbledore.

Y al contrario que la mayoría de personas normales, su forma de enamorarse había sido tan patética que prefería no pensar en ello. Porque eso implicaría preguntarse si de verdad era un ser tan penoso, falto de cariño y con inconfesables deseos de sentirse querido y protegido como para rendirse en tres segundos ante algo que creyó y resultó no ser. Y precisamente como la respuesta tenía todas las papeletas para ser un rotundo sí, mejor ocupaba su mente en otras cosas. Como espiar a Severus Snape sin que se diera cuenta. Seguirle hasta el Bosque Prohibido. Esperar dos puñeteras horas pelándose de frío en lo alto de la Torre de Astronomía, donde podría ver sin ser visto, porque la capa de invisibilidad no servía de nada con Snape. Y esperar. Y esperar. Y…vale, eso también era patético, y qué? No tenía nada más que hacer en esas fechas, donde todos reían, eran felices y comían perdices ( o los pesadísimos banquetes preparados por los elfos para Navidad). Todos menos él, porque resulta que estaba demasiado ocupado convirtiéndose en un trozo de carne congelada.

Un movimiento en los terrenos del castillo llamó su atención. Una silueta, casi completamente negra, acababa de salir del bosque con algo parecido a un saco en una de sus manos. Como si de pronto hubiera nacido un resorte bajo sus talones, Harry se puso de puntillas y se inclinó un poco hacia delante. Sus mejillas adquirieron un tono sonrosado más fuerte que el que le provocaba el frío. Ahí estaba, el hombre del que se había enamorado como un idiota sin pensárselo dos veces. Caminando elegantemente por la hierba como si en vez de regresar de una peligrosa y (a sus ojos) absurda búsqueda, estuviera desfilando por una alfombra roja. Con la sempiterna capa ondeando tras él, añadiendo a su ya de por si enigmática persona un poco más de misterio. Su negra melena, algo más larga que el año anterior, revoloteando alrededor de ese rostro pálido de nariz aristocráticamente aguileña. Y sobretodo esos ojos, profundamente negros, absorbentes, reservados, inexorables, que lograban cortarle la respiración y casi asfixiarle cuando sentía que se perdía en ellos en su búsqueda de algo que no fuera una absoluta frialdad, unos ojos definitivamente hechizantes, que le miraban con fijeza en ese momento…

"Mierda!" Harry trató de alejarse de la barandilla, deseando con todas sus fuerzas que la vista de Snape no fuera tan buena como decían. Pero como él era Harry Potter y por supuesto nada podía salirle minimamente bien, la capa se enganchó en una pequeña astilla de hierro, quebrada mucho tiempo atrás. Y como había intentado salir corriendo todo lo rápidamente de lo que fue capaz dejándose el orgullo y casi la suela de las deportivas en el balcón, el tirón fue tremendo. Y como un señor llamado Newton había dicho que la Tierra tenía una cosa llamada gravedad, cuando Harry topó con la barandilla y se dobló por encima de esta…comenzó a caer al vacío.

Cerró los ojos sintiendo el viento silbando en sus oídos, esperando el golpe final que le dejaría como una babosa estampada contra el suelo. Él, el-niño-que-vivió, actual héroe del mundo mágico y miles de etcs más, iba a morir de la forma más estúpida posible. Su vida era una mierda. Ni siquiera tuvo tiempo de sentir pánico. Su cerebro, demasiado aturdido por lo precipitado de la situación, solo pudo asimilar que, de haber sabido que iba a morir así, se habría dejado matar por Voldemort el mismo día de la batalla. Al menos habría sido una forma más honorable de morir. Y que dirían Ron y Hermione cuando se enteraran? Llorarían? De pena o de risa? Y Trelawney estaría más que satisfecha de que sus predicciones se hubieran cumplido, porque desde el día en que regresó sano y salvo (era un decir…) de la batalla final, le dirigía miradas rencorosas cada vez que se lo encontraba por los pasillos, probablemente lanzándole algún mal de ojo a ver si con suerte lograba recuperar el favor del director, que no sabía como decirle que sus servicios ya no eran necesarios. Y además…" O la Torre de Astronomía es más alta de lo que pensaba…o yo pienso muy rápido" se dijo Harry segundos después al darse cuenta de que todavía no había llegado al suelo. Tardó un poco en darse cuenta de que el descenso había aminorado la marcha y que ahora flotaba en el aire, bajando tan lentamente como una pluma arrastrada por el viento. Segundos después el descenso se detuvo del todo y él se atrevió a abrir los ojos…para encontrarse con un rostro muy conocido casi a su misma altura y que le dirigía una mirada absolutamente escéptica. El rubor aumentó casi tanto como la vergüenza que sentía.

Severus Snape se hallaba justo delante de él, con la varita en una mano y la bolsa de tela en la otra, una ceja alzada y una media sonrisa sarcástica. Harry deseó morirse en ese momento, y tal vez el maestro leyera su mente porque deshizo el hechizo dejándole caer bruscamente al suelo. Y teniendo en cuenta que aun se hallaba casi a un par de metros del suelo, su trasero se resintió considerablemente.

- Pensaba matarse Potter? Tan pronto?- habló el hombre, con un tono irónico que le hizo enrojecer aun más mientras trataba de levantarse sin perder la poca dignidad que le quedaba.

- Solo haciendo prácticas de suicidio…- murmuró Harry, resistiendo la ganas de frotarse su adolorido trasero. Teniendo en cuenta que Snape, Severus, utilizaría ese incidente para mortificarle durante el resto de las vacaciones navideñas (y del curso/vida/eternidad), no sería tan mala idea intentar saltar de nuevo desde lo alto de la Torre…

- La próxima vez procure que yo no esté cerca, mis deberes como profesor me obligan a impedirlo, por más que me disguste.

- Si señor…- murmuró de nuevo, mirando al suelo y deseando salir de ahí en cuanto antes.

- Aunque…bien pensado si se mata después habría que lamentarlo…supongo.- añadió el hombre guardando su varita con absoluta indiferencia y completando la frase haciendo rodar los ojos con disgusto. Como si la sola idea de tener que asistir al funeral de un Potter le provocara dolor de estómago.

- No creo que usted lo lamentara mucho…- susurró con cierta amargura, y giró rápidamente para que el maestro no pudiera ver que, a pesar de saber que siempre le había tratado de esa forma y que siempre lo haría, sus palabras le habían dolido. Y sin más se dirigió hacia la puerta de entrada del castillo esperando poder encontrar un rincón solitario donde auto-compadecerse, masacrarse mentalmente y maldecirse, no necesariamente en ese orden.

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- Mañana es Navidad!- exclamó Ron, con los ojos tan brillantes como si Dumbledore hubiera prometido cien galeones y entradas gratis para los Cuddley Canons a cada estudiante.

- Yuhuu…- masculló Harry removiendo la comida de su plato y clavando el tenedor de vez en cuando en algún desafortunado trozo de carne, que a esas alturas y tras otros muchos ataques del cubierto sin escrúpulos parecía estar pidiendo piedad.

- No te alegras?- el pelirrojo miró a su mejor amigo como si fuera un escreguto. Para el la Navidad era la mejor fiesta del año, había vacaciones, banquetes, regalos y salidas a Hogsmade. Que más se podía pedir?

- Sí, no me ves? Soy como un elfo doméstico con un calcetín nuevo. Bieeen…- contestó Harry de mal humor, clavando el tenedor con más fuerza que antes, esta vez en una patata.

- No hace falta que seas tan borde, sabes?- Ron le lanzó una mirada molesta y negó con la cabeza, dando a su amigo por imposible. Harry suspiró y se apresuró a disculparse, no quería estropearles la Navidad a sus dos mejores amigos. Aunque Hermione parecía que había sido absorbida por la dimensión paralela de la Aritmancia, porque no había despegado los ojos del libro en toda la comida. Hasta ese momento.

- Que tu vida sentimental se halle algo…hummm, frustrada, no quiere decir que no puedas disfrutar de las vacaciones, Harry.- comentó muy sabiamente. Ron le hizo gestos a la chica, haciéndole ver que no era el mejor momento para hablar del tema, pero Hermione había decidido que ya había suficiente de ver a su otro mejor amigo arrastrándose por los pasillos como un gusarajo en pena. Harry se limitó a apartar el plato y a dejar caer la cabeza contra la maciza mesa de madera con un sonoro "ploc".

- Es que todo esto es un asco Herm.- habló desde algún lugar entre la mesa y el cuello de su túnica.- Todo el mundo es feliz, todo el mundo se enamora de la persona que debe…

- O al menos no se enamoran de murciélagos grasientos que te doblan la edad…- añadió Ron. Harry tan solo giró la cabeza, con la frente aun apoyada en la mesa, para lanzar una mirada fulminante a su pelirrojo amigo.- Lo siento.- se disculpó este.- Es que es superior a mí.- miró por unos segundos la mesa de profesores y se estremeció, haciendo una mueca de asco.

- Tendrías que estar contento de que todo vaya bien y de que la gente sea feliz.- continuó la castaña, que por fin había abandonado su libro a un lado de la mesa.- No deberías ser tan egoísta Harry.- y nuevamente el moreno giró su cabeza, esta vez hacia el otro lado, para mirar a su amiga con el ceño fruncido.- Vale, olvida que he dicho eso.- se rectificó Hermione, sabiendo que, si había alguien con derecho a ser egoísta, ese era precisamente Harry.- Y quieres dejar de rebozarte la cara en la mesa!?- exclamó. Finalmente Harry hizo el titánico esfuerzo de volver a erguirse…medianamente. Porque el peso del ridículo que había hecho la noche anterior era demasiado grande todavía en sus hombros.

- Ni siquiera pido que me ame locamente o algo así!- "aunque por pedir…" se dijo, imaginando por un segundo como sería.- Pero al menos que no deseara mi muerte…- y una vez más, las palabras dichas por el maestro la noche anterior regresaron con fuerza a su mente. Sus ojos verdes se posaron unos segundos sobre cierto profesor y se retiraron a la velocidad del rayo. Era curioso como su cerebro había aprendido a memorizar cualquier acción que estuviera haciendo Snape en tan solo unos segundos, de forma que después podía repasarla en su mente tranquilamente sin miedo a ser pillado in fraganti observando al profesor. Apoyó el codo en la mesa y se aguantó la barbilla con la mano al tiempo que cerraba los ojos. Estaba bebiendo café. Repasó la imagen una y otra vez, prestando especial atención al momento en que el hombre acercaba la taza a sus labios. Casi podía jurar que las aletas de su nariz se dilataban con deleite ante el fuerte aroma, y luego esa diminuta, casi invisible chispa de satisfacción en sus ojos al paladear el oscuro brebaje. A Severus le encantaba el café. Había averiguado, gracias a Dobby, la forma en que más le gustaba tomarlo. En taza, solo, con un poco de nata y un poco de güisqui, lo que solía denominarse un café Irlandés. Incluso había probado la extraña mezcla, intentando deducir que era lo que tanto agradaba a Severus, tratando de atrapar para si el momento en que sus ojos brillaban por un segundo disfrutando de ese placer personal en particular. Y debía admitir que no estaba mal, pero el güisqui era demasiado fuerte para su gusto y prefería mil veces el café con leche y tres cucharadas de azúcar, para disimular un poco el amargo sabor. "Si ni siquiera nos parecemos en eso…" se dijo, disgustado. Un suspiro melancólico se le escapó de los labios. " Entonces…por qué me gusta tanto?". Pero algo en su corazón le decía que ninguna regla en el amor establecía que ambos participantes tuvieran que parecerse, que ni siquiera era necesario que los dos sintieran lo mismo para entrar a formar parte del juego. Para prueba lo que le estaba sucediendo a él, que se había visto atrapado en esa extraña red de sentimientos sin comerlo ni beberlo y siendo olímpicamente ignorado por la otra parte. Harry abrió los ojos para encontrarse mirando fijamente a los de su pelirrojo amigo, que le observaba entre desconfiado y astuto, como si quisiera leer algo en su rostro.

- Qué?- inquirió algo incómodo al darse cuenta de que Hermione le miraba de igual forma. No era la primera vez que se perdía en las nubes de sus propias ensoñaciones sobre cierto profesor, ya deberían estar acostumbrados, no?

- Ha pasado algo que no nos hayas dicho?- habló la castaña adelantándose a Ron.

- Algo como qué?

- Algo como algún tipo de avance con quien-tu-ya-sabes-y-que-no-es-Voldemort.- dijo esta vez el pelirrojo robándole las palabras de la boca a su amiga. A Harry no le sorprendió que Ron utilizara el nombre más temido por todos antiguamente. Porque desde que la guerra había terminado hasta los niños de cinco años lo pronunciaban sin miedo alguno, e incluso haciendo burla del apodo que Tom Ryddle se había auto-impuesto. Lo que si le extrañó fue la pregunta en si.

- No, por qué?- alzó una ceja con desconcierto al ver las miradas que Ron y Hermione se dirigieron en un nano-segundo y que parecían querer decir "no me lo creo".

- Porque desde hace quince minutos Snape no te quita ojo de encima.- Harry miró fijamente a Ron. Ron miró fijamente a Harry. Hermione miró fijamente a Ron. Harry miró fijamente a Hermione. Y entre todo ese lío de miradas, Harry solo pudo pensar " Quien demonios se ha llevado todo el aire del Gran Comedor!?", porque sentía que los pulmones le iban a explotar de un momento a otro. Después soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta y respiró. "Tranquilo" se dijo, "probablemente este intentando maldecirte a distancia".

- Pe-pero como esta mirando?- preguntó un poco tartamudeante. Al parecer su estómago no había entendido la orden de "tranquilo", porque estaba dando botes de un lado para otro al ritmo del veloz repiqueteo de su corazón.

- Con los ojos, como sino? Auch!- Ron se frotó la nuca y miró enfurruñado a Hermione, la cual había pasado el brazo por detrás de Harry para darle una (merecida) colleja.

- Cafre…-murmuró antes de contestar.- Pues está tranquilo. Parece como si estuviera analizando la situación, no es que te este mirando como si fuera a saltar encima de ti de un momento a otro, pero tampoco parece que este probando alguna maldición ha distancia contigo.- explicó, conociendo de sobras los pensamientos de su moreno amigo. Harry dejó escapar nuevamente el aire, lentamente, algo más aliviado. Pero su estomago había decidido que era un buen momento para iniciar una danza frenética al más puro estilo brake-dance.

- Pero…así todo el rato? O…-

- Bueno, al principio ha fruncido un poco el ceño, aunque no se si por costumbre o porque algo no le ha gustado. Pero su mirada no era del estilo "te-miro-porque-me-apetece" como antes sino más bien "que-esta-pasando-aquí".- concluyó la castaña su explicación, satisfecha de si misma y su capacidad para detectar emociones. Ron la miraba boquiabierto.

- No sabía que hubiera tantas formas diferentes de mirar.-

- Eso es porque tu solo tienes esa mirada de besugo.- le picó la muchacha con una risita. Harry hinchó los carrillos en un intento de contener la risa, más por consideración a su ofendido amigo que otra cosa. Pero finalmente terminó por estallar en una carcajada.

- Ah! Y ahora parece sorprendido!- se apresuró a informar Hermione, cuando ambos pudieron por fin dejar de reír.

- Parecéis una quinceañera enamorada y su amiga metomentodo.- gruñó Ron, aun molesto.

- Para tu información, tengo dieciséis años, lo cual no queda muy lejos de los quince. Y en cuanto a estar enamorado, fuiste casi el primero en saberlo.- se defendió Harry.

- Y yo no soy una metomentodo!- exclamó Hermione, airada.

- Claro que lo eres!

- No lo soy!

- Lo eres!

- No!

- Me marcho!- interrumpió Harry, viendo venir una de las interminables peleas de sus dos mejores amigos.- Cuando terminéis me venís a buscar al campo de Quidditch.- esperó unos segundos.- Me habéis oído?- otros pocos segundos más.- Hooolaaa!- imposible. Los gritos de Ron y Hermione prácticamente se oían ya por toda la sala. Harry hizo rodar los ojos con resignación antes de abandonar el Gran Comedor.

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-Nochebuena…-suspiró Harry. Se había detenido en el punto más alto al que le permitía llegar su escoba, lo cual era mucho teniendo en cuenta que se trataba de una Saeta de fuego. Si se esforzaba en mirar a través de las nubes que había dejado bajo sus pies podía contemplar unas magníficas vistas de Hogwarts y sus terrenos. Cientos de pequeñas lucecitas brillaban a través de las ventanas del castillo, y otros muchos cientos de puntos luminosos brillaban por encima de su cabeza, a millones de kilómetros de distancia. Había oscurecido casi sin darse cuenta, mientras daba vueltas al terreno de juego, pensativo. Admiró por unos instantes la luna llena que brillaba a su derecha y una fugaz sonrisa, algo melancólica, cruzó sus labios. Pensó en Remus, que por fin estaría disfrutando del plenilunio sin sufrir los dolores de la licantropía. Había muerto poco después que Sirius, y el golpe había sido casi tan duro como la muerte de su padrino. Pero el pensamiento de que por fin les había vengado contribuía a aliviar un tanto la sorda soledad que en ocasiones sentía retumbando en su pecho. Eso e imaginar que al fin los merodeadores corrían juntos de nuevo, seguramente regañados por una Lily eternamente responsable. No era mucho, pero no dejaba de ser un consuelo. Se acomodó un poco más en su escoba y se dedicó a pensar en esa fecha que supuestamente debería ser especial. Otros años había sido más feliz por esa época. Nunca con los Dursley, eso seguro, pero sí en Hogwarts. Las primeras Navidades en que tuvo regalos, las primeras que pasó junto con sus dos amigos. Después cuando llegó la ilusión de poder tener un hogar junto a Sirius…Y ahora? Se suponía que debería ser feliz porque, por primera vez en su vida, se había enamorado de verdad. Y sin embargo se sentía más solo que nunca, sin Sirius, sin Remus, con Hermione y Ron demasiado ocupados peleándose y disfrutando de las primeras Navidades tranquilas sin Voldemort (aunque no podía culparles por ello), y con Severus tan condenadamente lejos…a veces en la misma habitación, pero igualmente lejos. Harry suspiró de nuevo, frustrado.

- Si solo pudiera…- murmuró al viento. Clavó sus ojos verdes en una estrella particular que conocía bien.- Si solo pudiera ser sincero…- de nada serviría decírselo. Probablemente Severus le lanzaría más maldiciones que Voldemort en toda su vida, pero por lo menos se quitaría ese peso de encima. Un estallido y cientos de chispitas de colores atrajeron su atención. Disfrutó por unos momentos de los fuegos artificiales y se apartó velozmente cuando un dragón verde y dorado serpenteó en su dirección antes de desvanecerse en una lluvia de colores. Lentamente descendió de nuevo hacía el terreno de Quidditch para reunirse con los demás estudiantes en el Gran Comedor y celebrar la Nochebuena. Simulando, como tantas otras veces en su vida, que era feliz.

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Sus ojos recorrían el lugar atentamente, preparado para sacar su varita al mínimo movimiento sospechoso. Pero era una noche tranquila y, por el momento, no había tenido ningún encuentro desagradable. Maldijo por enésima vez a las dichosas plantas que llevaba cuidadosamente recogidas en el saco de tela. Había trescientos sesenta y cinco días al año mejores que ese para adentrarse en el Bosque Prohibido, pero no, la Gladis Plasídia tenía que abrir sus pétalos precisamente en la luna nueva del 23 de diciembre. En una noche tan oscura como esa, sin luna, cargada de nubes que amenazaban tormenta, incluso tal vez la primera nevada del año, con ese condenado frío que parecía congelar el alma, solo y sin protección, con la cantidad de criaturas tenebrosas que habitaban ahí… Si no fuera tan necesaria para sus experimentos habría enviado a la maldita planta al carajo y se habría quedado cómodamente sentado en su sillón de terciopelo verde, al lado de un buen fuego y saboreando un delicioso café irlandés.

Severus salió de la espesura del bosque y se estremeció ligeramente al sentir la ráfaga de aire que hizo ondear sus cabellos. Debería cortárselos un poco, pero entre la batalla final, los arreglos con el ministerio acerca de su libertad ( los muy malditos habían pretendido encarcelarle por sus antiguos tratos con el Lord!) y el inicio del nuevo curso apenas había tenido un poco de tiempo para si mismo. Un súbito movimiento en lo alto de la Torre de Astronomía llamó su atención. Algo rojo y amarillo se agitaba con fuerza a causa del viento. Solo podía ser un Gryffindor, a juzgar por los colores de lo que había reconocido como una bufanda. Y solo había un Gryffindor tan inconsciente y sobretodo desobediente como para saltarse el toque de queda y además pulular por uno de los numerosos lugares prohibidos del castillo. "Potter" se dijo con exasperación y tratando de enfocar mejor su visión. La ausencia de luz no ayudaba, pero había reconocido las sempiternas lentes redondas del muchacho. Estaba a punto de preguntarse que infiernos estaba haciendo en la Torre de Astronomía cuando le vio retroceder rápidamente. Y después, sin poder creer lo que veía, le vio saltar al vacío.

Sus piernas se movieron antes que su cerebro y de un solo movimiento sacó la varita de su manga al tiempo que soltaba la bolsa de tela con las valiosísimas plantas.

- Tempos et gravetate fugit!- exclamó. Y con alivio vio como el hechizo surtía efecto y la caída aminoraba la velocidad. Potter levitó lentamente hasta quedar a un par de metros del suelo. Tenía los ojos fuertemente cerrados y una expresión indescifrable en el rostro. " Niño del demonio!" pensó el hombre " Niño infernal que solo trae problemas!". Estaba demasiado irritado y el corazón aun le latía demasiado rápido como para pararse a pensar en si su alumno había recibido algún daño. Recogió la bolsa que tan precipitadamente había dejado caer al suelo y logró recomponer su máscara de "odio-a todo-y a-todos-pero-a-ti-más" justo a tiempo. Potter abrió los ojos y parpadeó desorientado por unos segundos, después se ruborizó violentamente al darse cuenta de que le habían pillado in fraganti. Severus aun tuvo el valor de esbozar una media sonrisa sarcástica y rompió el hechizo dejando caer al chico estrepitosamente. Aunque le hubiera gustado más patearle él mismo el culo por intentar una estupidez como esa.

- Pensaba matarse Potter? Tan pronto?- soltó irónicamente. Por supuesto nunca admitiría que por un momento se había preocupado de verdad.

- Solo haciendo prácticas de suicidio…- le oyó murmurar al tiempo que se levantaba del suelo con cierta expresión dolorida. Y la respuesta no gustó nada al maestro, que por un segundo frunció el ceño.

- La próxima vez procure que yo no esté cerca, mis deberes como profesor me obligan a impedirlo, por más que me disguste.

- Sí señor…- "demasiado dócil" pensó Severus, escamado.

- Aunque…bien pensado si se mata después habría que lamentarlo…supongo.- intentó una vez más, con toda la indiferencia de la que fue capaz mientras guardaba su varita. Estaba científicamente comprobado (por él mismo) que provocar a Potter siempre era un buen método para que este terminara por soltar todo lo que llevaba dentro. Demasiado Gryffindor, y por lo tanto demasiado bocazas. Pero en lugar de un estallido de improperios, gritos y demás, el chico se limitó a mirarle por unos segundos antes de decir, con un tono que a Severus se le antojo extrañamente amargo:

- No creo que usted lo lamentara mucho…- y dicho esto, Potter se dio media vuelta y caminó hacia la entrada del castillo con la cabeza baja y el aura de un condenado a muerte. El maestro suspiró con resignación y cruzó los brazos sobre el pecho aun con la bolsa en una de sus manos. Estaba preocupado. Ya casi era Navidad, Potter había vencido al Tenebroso y todos eran felices como perdices, se suponía que el niño de oro de Dumbledore y el mundo en general debería serlo también. Pero por alguna razón que se disponía a averiguar, en lugar de andar trasteando por el castillo con esos dos incordios que habitualmente le acompañaban había intentado protagonizar un vuelo sin hipogrifo.

- Lo lamentaría más de lo que cree, Potter.- murmuró para sí, una vez la figura de su alumno hubo desaparecido dentro del castillo. Porque no odiaba tanto al joven Potter como pretendía hacer creer a los demás. Él, el inflexible/ gélido/sarcástico/paso-de-todo/"amargado-odioso-inhumano" según sus alumnos/ " solo-un-poco-falto-de-cariño" según el viejo loco que se hacía llamar director, Severus Snape había terminado por admitir que el insufrible/desobediente/nulo-en-pociones/arrogante/ "mi-orgullo-lo-primero"/niño-que-vivió/idolatrado por el mundo mágico/ buen-partido/condenadamente rico y demás gilipolleces de la prensa, de Harry Potter…era un auténtico héroe. Por qué? Como? Cuando? Y de que manera sucedió? Podría haberlo negado. O decirse a si mismo que simplemente "tenía que pasar". Pero lo cierto es que tan solo le habían hecho falta cinco minutos, una frase y una mirada para que la capa de resentimiento y desprecio que sentía por el mocoso se deshiciera como un cubito de hielo al sol. Cinco minutos en los que Harry (como a veces, solo a veces, se permitía llamarle únicamente en su mente) tardó en llegar hasta Voldemort, corriendo por entre decenas de mortífagos, esquivando, recibiendo maldiciones, cayendo y volviendo a levantarse, sin amedrentarse por nada. Una frase tan simple, pero tan llena de valor, como "acabaré contigo aunque sea lo último que haga, maldito gilipollas!" y una mirada de absoluta determinación, donde Severus vio brillar aquello que Dumbledore no se había cansado de repetirle a la mínima oportunidad. Valor, fuerza, un alma puramente noble. Y fue entonces cuando decidió que tal vez si merecía la pena morir por alguien así, como ya habían hecho muchos otros en el pasado sin que él llegara a comprenderlo. Sin pensarlo dos veces se interpuso entre el crucio que el Lord Oscuro había pretendido enviarle al chico, seguramente ofendido por aquello de "maldito gilipollas". Y por las barbas de Merlín que estaba furioso, porque había sido uno de los peores que recordaba en toda su vida.

Buscó por un momento esos ojos verdes tan conocidos y trató de decirle lo que acababa de descubrir. Que no le odiaba, que realmente sentía admiración de su valor, aunque le creyera un inconsciente, que tenía su apoyo y que, incluso, lamentaba haber sido tan cruel durante todos esos años. Y quiso que lo supiera por una razón muy simple. Dada la situación, creía que ninguno de los dos iba a vivir para contarlo. Pero como él era Severus Snape y siempre todo tenía que salirle mal, resulta que ambos habían sobrevivido sin mayores daños que unas cuantas heridas superficiales. Y como no tuvo más remedio que visitar al mocoso en el hospital, porque Dumbledore le había amenazado con obligarle a enseñar macramé en lugar de pociones (y se lo creyó, porque últimamente el viejo sentía una especial fascinación por el ganchillo e incluso se había planteado ponerlo como asignatura), tuvo que desmentir el significado de esa mirada de apenas unos segundos, porque algo en la expresión de su alumno le dijo que, a pesar del revuelo, había comprendido.

Así que en lugar de ser sincero explicó que lo que había pretendido decirle era "hazlo ahora Potter, o yo mismo te sacaré los higadillos para hacerme una sopa". O algo parecido.

Severus se estremeció al sentir la gélida brisa atravesando las múltiples capas de ropa. "Hace demasiado fío para quedarse aquí" pensó. Y lanzando una última mirada a lo alto de la Torre de Astronomía, comenzó a caminar hacia el castillo diciéndose que tal vez debería vigilar a Potter de cerca.

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Una vez hubo terminado de comer, Severus dejó los cubiertos sobre el plato y cruzó las piernas con elegancia. Al instante el plato se esfumó y en su lugar apareció una taza de café. Solo, con un poco de nata y otro poco güisqui, como a él le gustaba. Se llevó la taza a los labios y se demoró unos segundos, disfrutando del agradable aroma antes de paladear el oscuro líquido. Una brevísima sonrisa cruzó fugazmente sus labios con satisfacción. Adoraba el café irlandés. Era uno de los placeres de la vida en cuya tentación se permitía caer a menudo. Como se había convertido en costumbre desde que descubrió a Potter tirándose desde la Torre de Astronomía, sus negros ojos se posaron sobre cierta cabellera desordenada de color azabache. Alzó las cejas con asombro al descubrir al joven en plena ensoñación, con los ojos cerrados y las mejillas levemente ruborizadas. " Que está pasando aquí?" se dijo, algo desconcertado. Primero saltaba de la torre y después parecía el ser más feliz del mundo. O Potter se había vuelto definitivamente loco o él había malinterpretado su acción. Claro que un intento de suicidio no es que tuviera muchas interpretaciones…Analizó mentalmente lo que sabía del chico y lo que había logrado averiguar sin quitarle los ojos de encima. Potter había perdido a Black y Lupin, su única familia (si es que a un perro pulgoso y un licántropo con tendencias maternales podía llamárseles así) en su quinto año. Ahora su único hogar constituía el numero cuatro de Privet Drive, al que dudaba que el muchacho deseara regresar. Seguido siempre de cerca por sus dos amigos, el niño de la cabeza en llamas (Weasley tenía que ser, como no) y la sabelotodo irritante, pero los cuales dedicaban más tiempo a discutir entre sí que a prestarle atención al moreno. Además, según le había confiado un elfo doméstico (Dobby tal vez, no era capaz de distinguirlos), el chico comía poco últimamente. Severus no necesitaba utilizar toda su inteligencia para saber que probablemente Potter se sentía solo. Tal vez algo abandonado, a pesar de las constantes atenciones del resto de alumnos, que después de casi tres meses de curso por fin se habían acostumbrado a convivir con un héroe. Incluso era posible que lo que necesitara Potter fuera a alguien que se dedicara exclusivamente a él, a quien querer y de quien recibir cariño. Severus dio otro sorbo a su café, pensativo, viendo como el Weasley y la chica Granger conversaban con su amigo. "Tal vez podría decirle a Albus que le regale una mascota?" se dijo. Pero entonces sucedió algo que hacía mucho tiempo que no veía y su idea se perdió en los recovecos de su cerebro. Potter se reía de algo que había dicho la niña del pelo electrizado. Alzó las cejas con sorpresa y se preguntó qué había conseguido semejante milagro. Aun pensaba en ello cuando comenzó una de las múltiples discusiones entre el pelirrojo y la castaña. Observó a Harry levantarse y tratar de decir algo a los dos incordios, que obviamente le ignoraron. Y sus ojos negros le siguieron por el Gran Comedor hasta que hubo desaparecido por la puerta.


Él próximo capítulo en breve. Aprovecho para decir que será una história corta, aunque no se si de tres o cuatro capítulos. FELIZ AÑO!!!!

M.K.B