REZO AL ALBA | xanne

NC – 17

Slash

Angst

Drama

Lemon (sexo explícito)

Lime (erotismo)

Disfrutad leyéndola tanto como yo he hecho escribiéndola.

Va dedicada a toda la gente que soporta mis neuras, mi persona y mi presencia.

PRÓLOGO | FLOR MARCHITA

Todo empezó cuando ella descolgó el teléfono. Ya había sonado tres veces hasta que la persona del otro lado de la línea decidió cogerlo. Era una voz familiar. Su marido estaba al otro lado de la línea. Parecía algo alterado, cansado, se lo notó en la voz. Sus conversaciones no siempre resultaban agradables. Tampoco lo parecía su relación con él. Hace tiempo que ella se resignó a soportarle.

- ¿Si?– dijo él.

- Soy yo… verás te llamaba porque no me encuentro demasiado bien…– intentó explicarse pero le interrumpió.

- Oye, ya que has llamado… Que voy a llegar tarde, se ha girado mucha faena –

- Escúchame un momento… Tengo que contarte algo importante – hizo una pausa esperando alguna reacción por parte de él, pero permaneció en silencio – hoy ha venido el médico, me ha dicho el porqué de los vómitos y mareos que tengo… -

tomó aire – vamos a tener un bebé – susurró.

- ¡Eh!… más te vale que sea una broma de mal gusto, ya tengo bastante contigo ¿¡vale!? –

- No, hablo en serio… Tendrá semana y media –

- Deshazte de eso como sea, me da igual cómo o lo que hagas con ello… No quiero saber nada más de esto

¿entendido?- cortó la llamada sin despedirse de ella.

Se sentía frustrada, la mujer quería tener al menos una criatura. El bar enmudeció para ella. Colgó el auricular y buscó en sus bolsillos las monedas. El dueño del local se le acercó, guardó el teléfono y le extendió la mano mostrándole la palma. Le pagó y se marchó un tanto desolada.

Al llegar a su hogar, se dispuso a almorzar. En la cocina no había mucho que preparar, tenía las sobras de la cena de anoche. De modo que comió lo mismo: un potaje de garbanzos con patatas, cebolla y pollo. Se lo sirvió en un plato hondo y se lo llevó a la mesa del salón.

El cuchareteo era lo único que quebraba aquel silencio. Ella seguía ensimismada entre sus pensamientos. Se había hecho a la idea de que nunca tendrían niños. Escaseaba el dinero. A penas podían permitirse comprar un trozo de pan. Sus ropajes andrajosos describían perfectamente su economía actual. Llevaba un vestido grisáceo, agujereado y sucio, que a penas tapaba todo su cuerpo.

Observó su rostro reflejado en el caldo del plato. Su acartonado pelo, le llegaba por los hombros. Lo tenía ennegrecido por la suciedad que arrastraba. Se veía a sí misma poca cosa, una cara pálida sin nada nuevo que contar. No era vieja, pero su desdichado aspecto le sumada años a decenas. Pensaba en la criatura. Se acarició en vientre y sonrió. Acto seguido mató su sonrisa al recordar que no la criaría, ni sabría nada de su vida. Se tenía que deshacer de ella y sólo de imaginarlo se le encogía el corazón. Después de tenerla, ella se quedaría igual: Carcomida por la melancolía, la tristeza, el vacío.

No tenía más hambre. Recogió su plato y lo dejó en la fregadera. Le vino a la cabeza un comentario que le dijo su marido durante una cena: "¡No! ¡He dicho que en esta puta casa sólo estaremos tú y yo!". No cambiaría de actitud con el presente problema. Lo sabía a ciencia cierta y le conocía demasiado bien.

Ya que con la ayuda de su cónyuge no podía contar, acudió a la única persona que conocía. No quería abortar. Debía asegurarse de que la vida que crecía en su interior, tuviera un futuro mejor. Sobre todo, mejor que el que ella pudiera ofrecerle. Mientras pensaba en qué decir para resultar convincente, se dirigió al noviciado del pueblo, llamado Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Tardaría media hora en llegar a pie.

Una vez allí, en la entrada vio al rector. A lo lejos él la divisó y la miró con desgana. Permanecía en la puerta del edificio quieto, pero parecía dispuesto a hacer algunas gestiones. En una de las manos sujetaba una carpeta repleta de hojas y la otra la escondía en el bolsillo de la sotana. Se trataba del Padre Rafael. Caminó un tramo hasta que se detuvo frente a ella.

- Buenos días ¿Qué le trae por aquí? – nunca le faltaba educación.

- Hola Padre Rafael… verá ¿puedo hablar con usted? –

No muy convencido asintió con la cabeza. Ella se limitó a contarle lo de la criatura y lo mal que lo estaba pasando. Se hizo la víctima. Derramó alguna que otra lágrima entre sollozos. No le importó arrastrarse por el bien de su hijo. Al Padre le dio un vuelco el corazón. Pese a ser un hombre impaciente y, en ocasiones, malhumorado, era demasiado sensible a ciertas situaciones. Ella lo sabía bien y jugó con esa ventaja. No tardó en darle consuelo, la abrazó y se apiadó de aquella mujer.

Le comentó que se encargaría del futuro de ese niño, a cambio de que nadie supiera el trato que habían hecho. La mujer accedió a todo cuanto le dijo. Tendrían que verse a escondidas en un mesón marginal, situado en la periferia del pueblo. Le ofrecería comida y bebida en abundancia durante los ocho meses siguientes.

Se veían a diario, a medio día y a la hora de la cena. Ella siempre acababa pringándose los dedos cuando se trataba de desmenuzar un muslo de pollo. No remitía su hambre ni aún habiendo tragado todo aquel festín. Gracias a la generosidad del sacerdote, cada día nuevo que pasaba, a ella se le veía un semblante más brillante y lustroso. Pese a los descuidados ropajes que vestía.

Su abdomen aumentó notablemente durante los primeros tres meses, y su marido empezó a cogerle cierta manía y odio. No soportaba verla tan saludable, mientras en su casa reinaba la pobreza. No aguantaba al niño que llevaba dentro. Llegó incluso a amenazarla, hasta a pegarle. Se hicieron más repetitivos los maltratos durante los últimos meses. Pero ella protegió con todas sus fuerzas la vida de la criatura. En ocasiones pensó que nacería muerto.

Llegaron las navidades, la mujer seguía frecuentando el mesón. Hacía un frío terrible, el invierno se presentó muy crudo y seco. El destino no quiso ponérselo nada fácil, para la gente pobre como ella, ese helor era peor que ser apaleado hasta alcanzar la muerte.

La película de hielo que se formó en la calzada le hizo dar algún que otro resbalón en su trayecto al mesón. Entró y allí le esperaba el Padre Rafael sentado donde venía siendo habitual. Nada más sentarse frente a él, le trajeron el plato de comida. Pero tenía otras preocupaciones en la cabeza.

- ¿Cómo le llamará Padre? – preguntó ilusionada.

- No le incumbe – le cortó secamente.

La mujer se quedó sentada mirando el plato. Aún no había empezado a comer y la sopa se enfrió. Se la sirvieron así.

Estaban a finales de febrero. El frío se colaba por cualquier rincón y aunque se encontraban dentro del mesón, parecía como si estuvieran a la intemperie. Al rato, intentó sonsacarle alguna información de nuevo.

- ¿Estudiará en el noviciado? –

- ¡No ose preguntarme! – El Padre Rafael empezaba a hartarse del interrogatorio - ¡Limítese a comer! –

Cada día era igual que el anterior. Comía ante la presencia del Padre y en silencio. Se escuchaba únicamente el cuchareteo cuando apuraba la sopa o los bocados que daba cuando sus amarillentos dientes despedazaban un trozo de comida.

En aquel lugar frecuentaba muy poca gente. Ella, a menudo, se preguntaba cómo lo harían para seguir funcionando con tan escasa clientela. El dueño ya les reconocía nada más entrar ellos dos. Actuaba sin hablarles. Sabía qué tomarían y que sólo comería la mujer.

Cuando faltaba poco para tener a la criatura, su marido se marchó de casa sin dar explicaciones. Desapareció de su vida por completo, no dejó ningún rastro. La mujer se desesperó el primer día de su ausencia, le buscó por todos los sitios que él solía frecuentar. Fue en vano. Tuvo que sacar fuerzas para volver a levantarse y no ahogarse en aquella soledad, entre llantos. "Ya falta poco" se decía a sí misma, era su único consuelo.

A mediados de primavera la ingresaron en el hospital, el párroco la socorrió y dio a luz. Después de que naciera el crío, se deshicieron de ella. La abandonaron en una calle vacía, aún con la hemorragia sangrante entre sus piernas. Minutos después perdió la conciencia y con ello, demasiada sangre. Yacía feliz, pensaba que al menos su niño estaría en un lugar mejor.

Gritó levemente hasta que le venció el cansancio. Por allí deambulaba muy poca gente. Hasta el aire era prácticamente inexistente. Notó como su garganta se secaba por momentos, sus párpados cayeron, se cerraron. La luz que poseía se marchitó por el hueco de su boca cuando balbuceó "Te quiero… hijo mío…".

El cuerpo permaneció inerte durante largos minutos. Hasta que alguien, nunca supo quien, se decidió a cogerla y socorrerla como es debido. La mujer volvió a nacer, desde ese día. Pero al regresar a su casa, observó que ahora estaba peor que antes: Su marido no había regresado. Su hogar olía a abandono, a cerrado. El polvo revestía con un manto gris toda superficie de la casa y las telas de araña se cuidaban de cubrir los mejores rincones.

A las pocas semanas, vio a quien, en un pasado no muy lejano, fue su marido. Ella mendigaba por la calle. Él parecía algo fatigado, distante y se limitó a decirle "vayamos a casa". Desde entonces, ambos convivieron bajo el mismo techo. Retomaron el camino que habían dejado cuando sucedió lo de la criatura. Volvieron los mismos silencios, los mismos marcados horarios. Hasta el mismo cansancio y las mismas huecas conversaciones.