Advertencias: Temas delicados probablemente mal tratados(?). Prostitución, morbo, slash. Cosas que escribe uno cuando se aburre.

Se menciona a 2P!Liechtenstein y a 2p!Suecia :)


Lutz P.O.V

I

¿Cómo es que había acabado en algo así?, era una pregunta que había estado dando vuelta mi cabeza, ofuscándome y acosándome cada vez que me atrevía a realizar aquel acto tan cruel e impune.

Jamás he sido una persona que pueda reconocerse como alguien pulcro, admirable, serio o como un ejemplo para la sociedad; sino todo lo contrario. Acostumbrado a ser un niño rico, gracias a mi abuelo, había abusado de mis poderes como tal; lo que conllevaba a una vida de romper las reglas, como en un intento de escapar de la aburrida realidad que me había tocado vivir.

Hacía algún tiempo, había experimentado curiosidad ante aquel mundo oscuro e ilegal; y tentado por los impulsos que se incrementaban en mi interior, ponto me vi envuelto en un universo desconocido. Me animé al tabaco, al alcohol, incluso a algunas drogas; hasta me uní a una pandilla de peleas callejeras; robé sin necesidad y golpeé a quien no lo merecía. Y todo aquello me gustó, me pareció increíble.

Pero nunca fue suficiente.

Necesitaba algo más, algo que me llenara el pecho de adrenalina, algo que me hiciera sentir vivo, como una electricidad que cosquilleara en mi cuerpo o una sensación similar. Pero, incluso mis compañeros –quienes decían ser expertos– no encontraban una solución a mi necesidad. Busqué por otros medios, pero nunca encontré por mi cuenta la respuesta... Sin embargo, ella vino hacia mí en un momento inesperado.

Hace unos meses atrás, me encontraba caminando indiscretamente por uno de los barrios bajos de la ciudad. Sin duda alguna, mi aspecto criminal causaba que, al que se atreviese pasar por aquella vereda en la que caminaba, cambiase de dirección o me evitase, sin disimulo. Me había acostumbrado a ello y, de alguna manera, me hacía sentir superior a aquellos cobardes indefensos que me temían solo por mi aspecto.

Continué mi camino directo a una reunión posteriormente planeada por mis colegas, en un galpón calle abajo, cuando la luz roja de un cartel neón me robó la atención. Pude leer algo así como «Sweetened-lemon's spirit», con una letra que intentaba parecer diferente o creativa, pero de quedaba lejos de aquello descripción.

En la entrada de dicho local, a un lado de la puerta oscura, un tipo rubio y alto, vestido de camisa roja y corbata negra, sostenía un cigarro en sus manos. Parecía haber notado mi presencia, porque seguía mis movimientos con su mirada. Podía sentir sus ojos posados en mí sin descaro, como si se tratase de una daga que aprovechaba a cruzarte en cualquier dirección de tu anatomía.

Sinceramente, no creía que se tratase de un bar común y corriente como lo aparentaba. Porque, en serio, ¿a quién se le ocurría abrir uno en un barrio como tal? Ese fue el pensamiento que me impulsó a entrar a aquel lugar. Crucé la calle y, sin miramientos, empujé la puerta. Aquel tipo que, supuse, era el guardia, no se tomó la precaución de disimular al seguirme con una mirada, e incluso me sonrió de una manera sádica, cosa que preferí ignorar.

Una vez dentro, me recibió la tenuidad de una luz roja y un ambiente epicúreo, sumado a la música electrónica que zumbaba en mis oídos. No me sorprendió, unos pasos más allá, encontrarme con la barra de un bar moderno y a las muchachitas, de cuerpo voluptuoso, con ropa pequeña que exhibía más piel de lo que normalmente se recomienda mostrar; y a los hombres que les seguían los movimientos con una mirada sobrecargada de lascivia.

Todo el ambiente sostenía aquel color rojo y bordó que daba una calidez inusual. Me moví, sin pensarlo dos veces, a la barra, donde me atendió una muchacha delgada de cabello corto, lacio y oscuro. Parecía pequeña, aunque su excesivo maquillaje y su vestido pequeño y ajustado parecían decir lo contrario.

― ¿Un nuevo cliente? ―preguntó, no muy convencida, pero amablemente―. ¿Va a ordenar algo, señor?

Asentí ligeramente con la cabeza.

― ¿Cerveza? ―parecía una bebida común para un ambiente tan extravagante como ese, pero valía la pena peguntar. Ella sonrió ampliamente y le hizo una seña al barman, que pronto me alcanzó una botella pequeña; para mi suerte, era alemana.

―Mi nombre es Lily, pero aquí me llaman Liech ―anunció, apoyando sus antebrazos sobre la mesa. La verdad, me importaba un comino su nombre, pero me interesaba saber a qué quería llegar con tanta charla ―. ¿Vas a pedir prestado algún servicio? ―inquirió elevando la ceja. Antes de que pudiese responder nada, habló nuevamente; ―Somos nuevos, pero tenemos cualquier variedad ―hizo una pausa―. A ti te veo más como... fetichista, ¿o no? ―había abandonado aquel halo de respecto y ahora me tuteaba, lo que me desconcertó.

Además, había acertado.

―Es posible ―respondí, sin más.

Ella únicamente sonrió de manera altanera y comenzó a enroscar su cabello en su dedo, haciendo forma de tirabuzones.

― ¿Les haces ascos a los chicos? ―peguntó, tomándome por sorpresa. No me incomodaban las preguntas, sino que me molestaba. Pero, ¿tenía otra opción? No es como si a ella le interesara personalmente, como quería aparentar, sino que eran los requisitos que necesitaba a la hora de pedir una prestación como tal.

―No ―fui sincero. Admito que debajo de mi cama, además de haber revistas pornográficas colmadas de rubias voluptuosas, también había revistas homosexuales.

― ¡Fantástico! Pues, creo que tengo alguien perfecto para ti... ―dijo y me hizo una seña―. La casa invita el trago por ser la primera vez. ¿Me acompañas?

Dejé la botella vacía sobre la barra y me puse de pie, agradeciendo aquel detalle, aunque verdaderamente no me importaba. Le seguí por un pasillo, donde no pude ignorar los jadeos y/o gemidos que se escuchaban por sobre la música, provenientes de las habitaciones. La muchachita se detuvo frente a una puerta y me entregó una llave.

―Puedes pagarle a él cuando terminen o a mi cuando te vayas, da igual ―Tomé la llave―. ¡Qué lo disfrutes, cariño! ―exclamó, dándome unas pequeñas palmadas sobe los hombros y alejándose por donde habíamos llegado.

Miré la llave en mis manos y luego la puerta. Esperaba que valiese la pena, después de todo. Al menos la cerveza no estaba mal, fue mi pensamiento antes de adentrarme a la habitación.

Examiné la habitación con la mirada, esperando encontrar a aquel muchacho, pero no había nada más allá de la cama tendida y una encimera con los cajones cerrados. Me adelanté unos pasos, buscando con la mirada, cuando sentí unas manos escurriéndose por mi cintura y el cálido aliento de alguien sobre mí cuello. No lo pensé, simplemente tomé al sujeto ágilmente y lo inmovilicé sobre la cama, colocándome sobre él para evitar que se escapase.

―Ehhh... no pensé que íbamos a empezar así de rudo...

Observé al individuo debajo de mí, frunciendo el ceño ante aquella expresión de burla, pero sonriendo irónicamente. El muchacho de piel morena y ojos color magenta, se removió debajo de mí. Pude notar que sus palabras traían consigo un acento italiano bastante sugestivo y que, al igual que yo en aquel momento, sonreía de forma ladina.

―Normalmente mis clientes no me dejan inmovilizado desde el principio, chico malo ―recalcó sus últimas palabras―. Pero, me gusta.

Gruñí levemente.

― ¿No se supone que es a mí a quien tiene que gustarle? ―inquirí.

―Tal vez... ―susurró, casi como un ronroneo―. Entonces, dime, ¿cuál es el nombre que se supone que gemiré más tarde?

―... Lutz ―respondí, un poco aturdido por su modo directo de hablar―. Aunque la idea de usar una mordaza resulta tentador ―dije, siguiéndole el juego.

― ¿Ah, sí...? Qué lástima, pensé que nuestra primera noche sería un poco más tranquila... pero usted manda, capitano ―murmuró.

― ¿Quién dice que no será la última? ―rematé.

Él sonrió de una manera diferente a la sonrisa que estaba sosteniendo antes. Una sonrisa de orgullo y vanidad. Y luego movió levemente sus caderas, incitándome a algo más.

―Es probable que me vuelva adictivo para ti ―siseó―. Aunque, es un mero presentimiento...

―No hay ninguna certeza ―respondí, aflojando el agarre que mantenía sobre él, pero sin salir de encima suyo―. ¿Cómo debería llamarte?

―Normalmente los clientes no preguntan cuál es el nombre del que presta el servicio... ―sentenció, y en su voz pude notar inseguridad contenida―. Luciano.

Luciano ―repetí―. Suena bien.

―Por supuesto que sí... ―dijo, e hizo una pausa―. Mucho ruido y pocas nueces, fornido. ¿Cuándo empezamos?

―Qué poca paciencia ―revoleé los ojos―. ¿Estás ansioso?

Arrugó la nariz, como si la pregunta le hubiese molestado.

―Por supuesto que sí ―volvió a decir, mirándome fijamente y relamiéndose los labios de forma provocativa.

Pero, por mi parte, prefería degustar aquel plato de forma lenta y disfrutar de cada detalle.


¡Ustedes deciden si quieren que lo continúe o no!

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