Naruto le pertenece a Masashi Kishimoto.
Advertencia: Genderbend en Sasori, crack!pairing, sotf lemon y mucho Ooc. Si lo tuyo no son estos géneros/cualidades en un fic, te recomiendo que le des una oportunidad, tal vez –muy tal vez– termina agradándote; pero si eres un tanto intolerante y de mente cerrada, te pido que abandones la lectura, porque en ciertos momentos hablaré del sexo desde una postura en referencia a lo religioso (sin atacar a una religión en particular), así como del cuerpo, pero sin querer ser vulgar y burda (aunque sólo quedará en un vano intento).
Espero y sea de su agrado.
GUILTY PLEASURE
El calor de unos brazos, un amplio pecho en donde esconder la mirada, una fuerte espalda a la cual sujetarte, el roce incandescente del deseo pasional, el vaivén de las caderas y los gritos ahogados sobre gemidos de placer, invadiendo tu espacio, el peso de un hombre sobre tu cuerpo que lo toma para obligarlo a que no se detenga. Respiración pesada. Jadeos y más jadeos, siento su respiración cansada sobre mi cuello mientras aprieta sus puños con intensidad. Con los ojos cerrados, bailamos por largos instantes y por instinto, ambos sabemos naturalmente cuáles son los pasos siguientes. Nos fundimos en nuestros cuerpos, nos derretimos y nos sentimos desfallecer, él ve hacia arriba mientras yo veo hacia abajo.
Su pecho parece impasible, el mío no deja de subir y bajar. Ambos nos vemos por leves instantes antes de que él se aparte de mí, y yo trato de recuperar mi compostura, aún sigo agitada y mis labios tiemblan, y él se sienta a mi lado, en frente mío, parece igual de agitado y un poco frustrado; estamos en silencio, sólo hay respiraciones cansadas, y de un momento a otro él me ve a los ojos y de sus labios morenos sale una necesaria pregunta:
- … ¿cómo te llamas?
Él trata de ser neutral, no quiere incomodar más de lo que se puede incomodar a una desconocida mujer que está desnuda en su cama y en su departamento sin razón aparente, o al menos no una congruente y convincente. Yo le miro en silencio, sin querer ocultar mi desnudez, ya al menos no hay pudor entre él y yo, sólo queda el intrigante anonimato de saber con quién exactamente nos acostamos.
- Akasuna… - respondí dudando un instante, era preferible que no supiésemos nuestros nombres así todo quedaría en una simple noche de pasión – Akasuna no Saori.*
- Uchiha Itachi.
Miré hacia el techo evadiendo su mirada, aun mi piel estaba ardiendo y mi cabello rojo no era la mejor combinación, al saber su nombre hacia esto más personal. El silencio pregonaba en su habitación, el sinfín de novelas clásicas llamaron un tanto mi atención; él se había puesto de pie para tomar del suelo mi ropa y colocarla en una silla, para después acercárseme y tomar entre sus grandes y morenas manos mis mejillas para que le viera directamente a los ojos, no pude negarme y le miré con falsa curiosidad, o eso pretendía yo.
Él desnudo y erecto, yo aún excitada.
- ¿Quieres que te haga un oral? – él me preguntó apacible y sensual a la vez, y yo sólo me recosté nuevamente en la cama, y lentamente abrí las piernas. Me soltó mi rostro y lentamente encamino su boca por muy debajo de mi ombligo, y otro gemido que no pude callar salió de mis labios.
Pero, a todo esto, ¿cómo empezó? ¿Quién era y por qué termine con él entre mis piernas? Pues bien, les relataré cómo todo empezó.
[…2 meses antes de los hechos ocurridos…]
Debajo de la ciudad, la estación de metro siempre esperaba a quienes venían a tomar de sus servicios, toda una vida en los subsuelos. Gente transitaba despacio y algunos con prisa a llegar a tomar una de las líneas, otros divagaban sin objetivo claro, otros sólo se limitaban a esperar por su vagón. De uno a uno entraban por las escaleras y descendían por los pasillos, era la hora a tope, la hora que los pasillos parecían reducirse y conglomerarse hasta expulsar con trabajo a cada persona.
Descendían de la superficie doctores y maestros, universitarios y oficinistas, trabajadores con su jornada completa; iban uno tras otro a comprar los boletos, otros iban directo al escáner con su tarjeta de usuario. Rápido y a veces lento, pero si ibas lento tenías la alta probabilidad de ser empujado y caer, cuestión que una joven mujer olvidó o ignoró…
Ella caminaba a paso lento, con los ojos cansados y notables ojeras en su blanquecino rostro, aquella mujer caminaba sin perturbación del ajetreo que había a su alrededor, sólo caminaba con sorprendente calma, su jornada de trabajo no decía más que agotamiento para la mujer de rojizos cabellos que se deslizaba por los pasillos, pensando, aun sin desearlo, en su trabajo y en sus deberes que debía cumplir al llegar a su departamento.
Y pensando en sus deberes, olvidó que en cierta parte del pasillo había más escaleras por la cual descender a las líneas del metro… y lo recordó cuando su pie derecho no tocó el suelo y perdió todo control sobre su cuerpo… y sintió sólo por un instante la perturbación de no tocar el suelo y sentir lo que era flotar sin desearlo; no obstante, sintió cómo su rostro chocaba con alguien y ese alguien, también distraído, perdió por igual su estabilidad y juntos descendieron por las escaleras, que sólo eran cuatro gradas, cuatro gradas que les brindaron la conmoción de volar y caer.
Al caer, el desafortunado y despistado con el que chocó con la mujer se movió por instinto y la tomó, pero aun así ambos cayeron, él tocó el suelo con la espalda para después recibir sobre él el peso y amortiguar la caída de la pelirroja que, también por instinto, se había sujetado de la playera del hombre para así no azotar su rostro sobre el pecho de éste, muy a pesar de que éste ya se había adelantado y la sujetaba de los pechos, aunque no tuviera mucho de dónde agarrar.
Ella miró sorprendida, había caído de bruces sobre un desconocido y sus pechos eran apretados por el mismo que había amortiguado su caída sin desearlo. Sintió su pecho invadido por un intruso, pero la sorpresa no la hacía pensar más allá de que se trataba de un simple desfortunio; mientras que el hombre que azotó contra el suelo con un peso de más sobre él se quejaba en silencio el golpe en su espalda y en su cabeza, aun sin notar que sus manos estrujaban los senos de la chica que de momento a otro se gimió de dolor, y tras ello él volvió a enfocarse en la mujer que seguía sobre él y que no podía ponerse de pie pues él era quien se lo impedía.
El hombre olvidó completamente el dolor de la caída y se enfocó en lo que sus manos hacían, y dado a ello sintió en sus manos algo suave, y lo más sorprendente aun es que sea quien sea a la que estaba tocando, esa mujer no traía un sujetador, lo cual no lo sorprendió mucho, la chica a lo mucho era copa b. Soltó los pechos y la empujó hacia atrás, obligando a que ella se apoyará de su abdomen y elevara su rostro hacia él y le viera con sorpresa.
Ambos se quedaron quietos al verse a los ojos.
Él aun en el suelo y ella aun sobre él.
No es que fuera una mujer pudorosa y se escandalizara de todo, pero no pudo evitar el sonrojarse de tal manera que su cabello rojo hiciera juego con el de sus mejillas, sus largas pestañas y orbes caoba resaltaban con anormal sensualidad, mientras que el joven quien tenía una obscura y larga melena cubriéndole parte de su rostro moreno, veía con un sólo un ojo incrédulo a la joven mujer… se miraron y contemplaron por largos segundos, cada uno veía esos negros y caobas ojos, esas largas pestañas, esas expresiones de sorpresa e interés, haciendo que quienes veían el percance morbosamente, y sin intensiones de ayudar, sintieran una leve tensión entre ellos dos, tanto que los obligaba a seguir su transcurso, apenados.
- Eh… eh, ahora mismo me quito de encima de ti… - susurró la pelirroja que sin pensarlo dos veces se puso de pie y se abrazaba a sí misma, recordando que precisamente hoy no se había colocado un sujetador, normalmente agradecía su anatomía por no tener la necesidad de usar un sujetador, pero hoy era la excepción. El joven lentamente se reincorporó en silencio y sacudiéndose, miró a la pelirroja que seguía enfrente de él, mordió sus labios, no sabía cómo había ocurrido todo esto, pero era obvio que se trataba de un simple accidente.
- Perdón… - dijo él aun recordando la suavidad de sus pequeños senos.
- Al contrario, perdóname, yo fui la que cayó sobre ti. – respondió queriendo sonar responsable y seria, a pesar de que aun sentía en sus pechos las grandes manos del joven. No se miraron a los ojos, estaban lo bastante incomodos como para agregar más. – Bueno, me iré primero. – y sin volverle la mirada siguió adelante, pasando al lado y sin detenerse a ver al joven.
Él respiró aliviado, sólo fue un accidente no había de qué mortificarse, y siguió adelante.
Aquel fue nuestro primer encuentro, un encuentro que probablemente no fue un accidente.
Después de unos días, la joven pelirroja de nombre Saori volvió a bajar al metro para volver a su departamento después del trabajo. Caminaba ahora con total precaución, no quería caer sobre una persona random otra vez. Bajó por las escaleras y llegó al punto de espera, su línea venía retrasada. Vio con total indiferencia cuando ésta llegó y que de las puertas saliesen muchas personas indiferentes a ella. Se acercó para poder abordar la línea, pero cuando se dispuso a hacerlo vio cómo el mismo joven de aquel día chocaba con su hombro y volvía su mirada hacia ella para pedir disculpas hasta que él mismo notó que se trataba de la misma mujer de aquel incidente.
E incomodidad nuevamente. Se miraron en silencio y siguieron sus caminos. Repitiéndose más de tres veces por semana, pues cada vez que se acercaba al metro para ir a descansar de su larga jornada, el chico aparecía y se observaban por largos instantes hasta que proseguían con su destino.
Se miraban cada lunes, miércoles y viernes, a veces hasta los jueves en la misma estación, en los mismos pasillos, a la misma hora, a eso de las 17:30hrs. Ya ni les sorprendía levantar la mirada y encontrarse con la suya cuando sentían que alguien les observaba desde lo lejos, no obstante, la tensión seguía en aumento.
¿Quién era él? ¿Quién era ella? ¿Por qué aun recordaban el peso de una y el agarre del otro? ¿Por qué se veían inquietos cuando cada quien seguía su camino? ¿Por qué esos negros ojos la hacían estremecerse a tal punto de querer ocultarse de aquel hombre que siempre avanzaba más lento cuando se encontraba con ella? ¿Por qué él se sentía expuesto a esos ojos caobas que le veían directamente a los ojos? ¿Por qué ambos no se atrevían a detener su andar y conversar? ¿Por qué tanta incomodidad?
Saori seguía de largo y huía dentro de los vagones; él salía a paso rápido para escabullirse entre los pasillos del subterráneo. Todo esto era molesto, y hasta cierto punto, inquietante.
Una ocasión la pelirroja se sentó en una de las bancas a esperar por su línea, traía una falda formal y una blusa blanca de manga larga, con zapatillas y medias negras. Había tenido una reunión de trabajo y realmente no estaba de buen humor, tanto que decidió colocarse sus audífonos y escuchar música, y entre lo que se entretenía escuchando su grupo favorito, un moreno que también había tenido un día pesado en el trabajo decidió sentarse en una de las bancas contiguas a la banca donde estaba la pelirroja que no le había visto pasar y él por igual.
Él se detuvo frente a una expendedora y compró un té frío, y una vez con el jugo en mano, se sentó y se dedicó a observar el pasar de las personas. No podía decir que odiaba esta monotonía, sólo sentía esa incomodidad de que en cualquier momento esa pelirroja aparecía y le quitaría esa tranquilidad. Observaba curioso cuándo aparecía, revisaba de reojo su reloj de mano, no tardaba en llegar, al parecer ella salía a las 17hrs de su trabajo. Pero notó algo que lo perturbó más, volvió su atención hacia a un lado y se percató de que aquella cabeza roja estaba antes de que él llegara; la miró curioso, estaban a unos pasos de cada uno, ella atenta a su música, abstraída de todo. Rápidamente el volvió su mirada a otro lado, hoy ella vestía demasiado formal, tanto que ni la había notado, y una vez que lo hizo, su plan era irse sin que ella lo notara, él se recriminaba por parecer un niño que huía de la niñera molesta.
Qué extraña comparación… pero aun así, se puso de pie y antes de dar un paso al frente sintió aquella mirada caoba sobre él.
Un mar de gente descendió a la estación, los vagones se vaciaron e inundaron la estación, demasiada gente que al momento que ella se puso de pie para alcanzarle cuando lo vislumbró por el rabillo del ojo, un grupo de adolescentes que transitaban la empujaron con fuerza hacia adelante.
Él dio la vuelta para encontrarse con la mirada de la joven mujer una vez qué se percató que ya era demasiado tarde, pero lo único que se encontró fue a la pelirroja de rodillas en el suelo, y con una media rota en la parte de su muslo izquierdo, cabizbaja y con el ceño fruncido.
- Bastardos… - murmuró entre dientes, aun en el suelo.
- Toma mi mano. – habló el moreno, ofreciéndole una mano. Ella alzó el rostro y le vio, esta vez aliviada de no llevárselo con ella al suelo como la primera ocasión. Mordió sus labios y aceptó su mano que la ayudó a ponerse de pie. Y, oh vaya, se percató de lo enana que era al lado del joven, tanto que olvidó lo incomodo que era estar frente a frente de éste joven que durante semanas han estado jugando a eso de 'te veo pero en realidad no te veo', y se frustró, no era muy grato tener más de 25 años y medir no más de 1.58cm…
Itachi, ese era el nombre del joven hombre que la observaba curioso de cómo apareció cierto malestar en el rostro de la pelirroja. Le pareció divertido, era de esas personas que se irritaban fácilmente pero que seguían viéndose de cierta forma linda…
¿Qué?
Saori levantó la mirada y lo primero que hizo fue verle a los ojos, esos obscuros orbes seguían sobre ella y lo único que podía hacer era responder con el mismo mirar.
Ninguna palabra, sus manos aún seguían entrelazadas, el murmuro de quienes pasaban al lado. Sus manos, una muy tosca y grande, otra muy suave y pequeña; el contraste de sus pieles, uno moreno y la otra muy blanca.
¿Cuánto habrá pasado desde que se tomaron de la mano?
La pelirroja mordió su labio inferior y frunció levemente el entrecejo, un ligero sonrojo se asomaba en sus mejillas aunque ella trataba de ocultarlo con sus pérfidos ojos caoba, viendo sin titubear al pelinegro que se esforzaba más y más en verla directamente a los ojos, dilatando sus pupilas en cado segundo, maldiciendo la mala vista que tenía, mientras sentía como una conmoción sin nombre se le subía en el pecho y le henchía de un inexplicable sensación.
Era molesto…
Era… inquietante e intrigante.
Y de un instante a otro instante, sus manos se separaron y mecánicamente se dieron la espalda, siguieron su curso, sin un adiós, sin unas gracias; sólo caminaron lentamente, pero al quinto paso, como si se hubiesen puesto de acuerdo, dieron una media vuelta y volvieron sus miradas a cada uno correspondientemente.
Esos ojos negros y perfilados eran misteriosos y atrayentes…
Esos cansados ojos color caoba eran peculiarmente inquietantes.
Y sin más, ellos siguieron adelante.
…
Cuando Itachi llegó a su departamento, cerró la puerta con fuerza y se recargó sobre ésta, tapó su rostro con el antebrazo, frustrado. ¿Qué era lo que pasaba? ¿Qué era eso a lo que los dos inconscientemente jugaban? ¿Por qué la frustración?
Se inclinaba lentamente, el peso le ganaba a sus piernas y lentamente caía al suelo, quedando sentando en el suelo, arreplegado a la puerta.
Su mente divagaba, reviviendo y reproduciendo un sinfín de veces las miradas que se han intercambiado involuntariamente, encontrándose uno a otro aun con toda esa multitud de personas; encontrándose una y otra vez, sintiendo la candidez de ese mirar caoba, de ese peculiar rojo cabello, y sintiendo el contacto de aquellas manos contra su abdomen y las suyas sobre sus senos, la suavidad y la falta de un sujetador… ella gimiendo aun encima de él y sus pies rodeando su cadera. Él debajo y ella arriba de él, incomoda.
Divagaba lejos, y algo le decía que quería otro contacto más cercano.
…
Al llegar a su departamento, Saori se sacó las zapatillas y se dejó caer sobre el sillón de su sala, preocupada y mortificada, ¿qué era esto? ¿De qué se trataba este absurdo juego de miradas? Y más importante aún, ¿por qué no podía evitarlo?
Sin duda había algo en ese hombre que le llamaba la atención, tenía algo que la irritaba y a la vez le fascinaba, ¿eran esos ojos negros o era la fuerza de su agarre? Aun recordaba cómo lucía el joven hombre debajo de ella, con sus manos sujetándola por el pecho, tomándola expresamente de sus senos, sintiendo lo caliente que pueden ser las manos de un hombre, lo penetrante que puede ser el mirar de un hombre confundido. Sí, había algo en aquel mirar azabache que le provocaba cierto malestar, él la ponía tensa, la obligaba a salir de su campo visual… él la hacía sonrojar de sobremanera.
Suspiró frustrada, a veces las mujeres hacían cosas innecesarias y ella misma lo reconocía.
…
Los días pasaron, y el juego aun no terminaba, sino que seguía en ascenso e intensificándose, tanto que un día cualquiera de los dos, frente a frente se contemplaban por largos segundos, en silencio, se observaban y algo se querían decir, pero era claro que no un adiós. No se decían nada, el incómodo silencio resultaba ser grato a la larga. Y lentamente, seguían sus caminos.
Llegó un punto en el que se esperaban en la parada sólo para verse llegar e ir, era esa sensación de estar jugando con fuego y creer que no se pueden quemar.
Esos instantes que sus miradas se encontraban y de ser molesto pasó a ser placentero, mordiéndose los labios, apretando los puños y danzar a sus costados y cruzar sin más que un contacto visual, un contacto que pedía ser más que visual…
y ellos dos ya lo suponían.
Esto tenía que terminar. No hoy, algún día de éstos.
…
Saori salió de una reunión a las 18:35hrs, caminó por las calles hasta descender por las escaleras para ir al metro subterraneo de la ciudad, bajaba a paso lento y con la mente divagando en sus pensamientos, y ya no en busca de unos ojos negros, puesto que era sábado y nunca hasta el momento se había encontrado con él; caminaba sin preocuparse por él.
Había tenido una reunión con sus compañeras de trabajo, habían ido por un café en las principales calles de la ciudad, por lo que Saori, que no era mucho de salir en sus días de descanso a la calle, vestía de forma casual y hasta cierto punto, provocativa. Una falda negra arriba de las rodillas, unas pantimedias de igual color y unos zapatos de tacón alto; vestía una blusa color vino con un bordado descendente en la espalda hasta en la parte baja de ésta, un bordado que le permitía presumir de su esbelta figura. Ella jamás usaba escotes en el pecho, pero ese día decidió presumir de su collar de plata, un collar con un lije de escorpión, y en cuestión de maquillaje era más sutil, sólo brillo en los labios y un poco de rubor en las mejillas. No era un gran atuendo, su estilo era más sobrio que el de sus compañeras, pero de hecho llamaba más la atención tanto de hombres como de mujeres.
Cuando se separó de sus amigas y llegó a la estación, despreocupada esperó por su línea. No obstante, toda su despreocupación se fue cuando el metro llegó y paró en la estación y descendiendo la gente, observó cómo el moreno bajó con toda esa multitud, y a pesar de que éste iba despreocupado y entre toda esa multitud él logró vislumbrarla desde lo lejos, igual de sorprendido que ella. Ella notó esa sorpresa en él, tal vez por el día tan inusual, tal vez por su vestir que era un tanto provocativo, pero de alguna forma, no se movió de su lugar y sintió cómo él la observaba de pies a cabeza, sintiendo que su mirada de detuvo en su pecho.
Mordió sus labios, él se acercaba.
Y una vez con él enfrente, ella levantó su barbilla para verle a los ojos, hoy él traía lentes y no le quedaban para nada mal. Sus mejillas ardían, él lo notó.
El resto de la gente desapareció.
Sólo ellos dos.
Ella frunció el entrecejo al saberse sonrojada, y él se limitó a lustrar una muy pequeña sonrisa.
La pelirroja desvió su mirada y trató de esquivarlo y pasar a su lado, seguir su camino y subir a su vagón, pero todo sucedió tan rápido, que la pelirroja sólo sintió cómo su mano era tomada por el moreno y la jaló para su lado, caminó a paso apresurado y ella, inconscientemente, le siguió aun sin protestar del agarre. La condujo a una esquina de la estación, en los rincones cerca de los baños públicos que siempre estaban solos y ocultos de quienes pasaban rápidamente por allí.
La empujó levemente contra la pared sin ser brusco; ella miró, le miró sin comprender bien de qué se trataba esto, hasta que el moreno que aun sostenía su mano la alzó y la arreplegó contra la pared y con su otra mano libre la sujetó de la cintura.
El corazón de la pelirroja empezó a palpitar incontrolablemente, mientras él no perdía de vista todos sus gestos, la miraba muy de cerca, tanto que podía sentir su caliente respiración sobre sus mejillas. El moreno osadamente cortó la poca distancia entre ellos dos con un beso. La besó, la besó lentamente y sin rudeza, sus labios se movían contra los de ella, y ella sentía el calor de la saliva del otro, la presionaba contra su mismo peso, pero nunca se quejó, de hecho no ponía ni resistencia, esa cercanía, esa fuerza con la que la besaba, esa mano sobre su cintura y que empezaba a descender hasta su espalda baja… ella no lo soportó más, y su mano libre involuntariamente le tomó del cuello de la camisa y se acercó más a él. Abrió más la boca y lentamente empezó a mover sus labios contra los de él, resistiéndose a ser besada para poder ella besarlo a él. Fue un intenso ajetreo entre que se besaban sin medir bien la intensidad en la que se empezaban a comer a besos llenos de pasión y deseo.
¿Esto era lo que en un inicio buscaban?
Soltando la mano de ella, la tomó de la cadera y la elevó a la altura de su abdomen, ella no tardó en cruzar sus piernas alrededor de la cadera de éste, para quedar contra la pared y él. Estaba a su altura, él la cargaba y los besos no dejaban de subir de intensidad. Ella rodeó su cuello con sus brazos y su falda no dejaba de subirse sobre sus muslos y a pesar de usar medias, el pelinegro no dejaba de rozar sus costados contra los muslos de ella.
Él se detuvo y bajó su boca hacia su mentón y después hacia su cuello, y cuando llegó ahí y ligeramente la mordió, ella empezó a gemir con estrepito, al parecer era zona más erógena, lo cual él aprovechó. Saori se sentía desfallecer, tanta presión, una boca húmeda sobre su cuello, unas manos que la sostenían y la elevaban, el calor masculino y el negro de sus largos cabellos. No le conocía, pero aun así ella estaba así, gimiendo en silencio, excitada más de lo que podía creer. Los labios de aquel joven no dejaban de jugar con su cuello y cuando se detenía, buscaba sus lóbulos y ligeramente mordía.
- Ah… - expresó al sentir la mordida en su lóbulo izquierdo, mientras más se contraía en los brazos de éste. Ella de antemano sabía que esto debía parar cuanto antes, no quería ser vista por usuarios del metro y mucho menos por la seguridad que los llevara presos por faltas a la moral…
Moral…, aquella palabra resonó dentro de su cabeza.
¿Qué indecente podía tener esto? ¿Qué tiene de malo arrojarse a la pasión momentánea y comerse a besos, tomarse y devorarse, el sólo verse como objetos de deseo y nada más? Él sólo la besaba, nunca fue más allá, pues de alguna forma, el moreno se estaba reprimiendo con asombroso éxito. Se limitaba, estaba en un cuerpo que desconocía, pero que ansiaba por hacerlo. Quería descender hacia su pecho, y aunque sea con los dientes, bajarle el escote y remover su sujetador para llenarla de besos ahí también.
Lo dudó, el ruido ajeno a ellos les tomó por sorpresa, aunque querían llegar a los límites de la moral determinada en su comunidad, de antemano sabían que lo que hacían nadie más lo comprendería, pues ni ellos estaban seguros de realmente comprenderlo. Ante los pasos de un gran número de jóvenes que se dirigían a los baños públicos y que con risotadas inundaban el silencio, los besos cesaron y la pelirroja tocó al fin el suelo, aun sin soltarse del cuello de éste que la ocultaba con su amplia espalda en los rincones del lugar.
El grupo de chicas se acercaron a los baños y en grandes pláticas se adentraron a ellos, cerrando la puerta con fuerza. Dejando nuevamente el silencio.
Saori quien sonrojada y mareada, le vio a los ojos, muy de cerca; le veía suplicante, intrigada y curiosa.
- ¿Qué carajos está pasando…? – preguntó ella, apartándose de él hasta nuevamente chocar contra la pared.
- No lo sé, pero no quiero detenerme. – dijo con determinación oculta, pues no podía negar la misma conmoción por la que pasaba, al igual que la pelirroja. Saori al escuchar su respuesta bajó la cabeza, confusa y sin saber qué podía decir. Los hombres se tomaban las cosas muy a la ligera. Mordió sus labios rosados, aun sabían a él, aún tenían las huellas de sus ligeras mordidas; tenía que responder, y volviendo su mirada nuevamente hacia él, ella le dijo entre un pequeño susurro:
- Yo también… - desvió su mirada a cualquier lugar, esquivó ver la sorpresa del pelinegro que con aquello le bastó para tomar la dirección de esta aventura un tanto promiscua y anti-moralista. La tomó de su muñeca y con paso apresurado salieron de aquel espacio, llegaron a la estación, cruzaron los pasillos conglomerados, se dirigían al exterior.
Él la jalaba con prisa, ella se dejaba guiar, en silencio total… bien podía deshacerse del agarre y huir de él, bien podía cambiar de parecer a medio camino, no sabía a dónde él la llevaba, pero el calor de sus mejillas y el pudor de hace unos momentos le hacía simplemente no soltarse de su agarre y seguirle sin importar dónde la lleve. Mientras que Itachi, con el pensamiento claro de que esto no podía acabar tan rápido veía fijamente al frente, la tomaba con fuerza y hacia que ella se acercase a su costado para ir juntos por las calles de la ciudad nocturna, atravesando sin dificultad las conglomeradas avenidas, atravesando la calle y sin detenerse siquiera a pensar si esto era lo correcto. Nunca se había imaginado que él estuviese llevándose a una chica a su departamento…
Sólo fueron un par de avenidas al este, pasando por un museo antiguo de la nación, que sólo era un caserón con reliquias del siglo XVII, junto a una imprenta de más de 70 años de existencia. Ahí estaba un edificio departamental en el centro de la ciudad, un edificio de 5 pisos, viejo pero extrañamente hermoso. Cuando llegaron frente al portón negro, la pelirroja observaba impresionaba aquel edificio, podría asegurar que construido a finales del siglo XIX, pero poco le dejó de importar el edificio cuando al fin ingresaron a aquel.
Entraron a un, igualmente, viejo ascensor que aún se valía de poleas. Era estrecho y oscuro, no había iluminación alguna, más que de las pequeñas luces que se colaban por las rendijas de la cabina del ascensor y cubrían sus cuerpos con manchas de luz, resaltando aun el hecho de que él no aun no la soltaba, y que ella aún se mantenía a su costado, recargando su cabeza rojiza en el antebrazo del pelinegro. Ascendían en el viejo edificio oscuro y elegante, se resguardaban de la mirada de los otros, todo en silencio, un cómodo silencio.
El ascensor se detuvo, y salieron de la cabina, y dirigiéndose a la ala este del quinto piso, cruzaron por un gran pasillo silencioso, muy silencioso; y abruptamente Itachi se detuvo y miró de reojo a la pelirroja que le miraba expectante, siempre a su lado.
Él metió la mano libre a su bolsillo, sacó unas llaves e introdujo una llave al picaporte. El sonido del seguro indicó que se había removido con éxito, y la llave es removida, la perilla es girada al lado contrario del reloj. Todo queda en silencio abrupto.
Dan apenas las 19:46 pm.
Aún hay luz natural que se filtra por la ventana que está al fondo del pasillo, indicando que en cuestión de minutos las luces del viejo edificio serían encendidas, pero las del departamento no, y en ello los dos estaban de acuerdo.
Y entre la puerta de madera corroída y vieja, y las bisagras oxidadas.
Se abrió lentamente entre un molesto chillido, encubriendo el sordo sonido de sus pasos rápidos al entrar al departamento entre penumbras, ocultando así su falta. La puerta se cerró con el mismo ruido, y con ellos dentro del oscuro departamento, los dos se observaron.
Itachi forzaba su vista para así ver a la pelirroja que igualmente le veía sin mucho esfuerzo a los ojos, directamente, ya no insegura de lo que hacían, ya no perdidos ni confundidos; ahora resultaba más fácil adivinar lo que se pretendía desde un inicio...
A solas, y a oscuras, el deseo llamaba a un camino no-recto ni puro, ni bueno.
El cuerpo llamaba al deseo sucio que es siempre carnal; la moral dejaba de importar ahora; la ética dejaba de producir conceptos y juicios del bien y el mal; la pasión gritaba, gritaba por destrozar, romper y ensuciar. Se deseaban verse morder, arañarse y arrastrarse entre sus calientes cuerpos, los sentidos se henchían de placer y culpabilidad deleitable, los sentimientos se mezclaban entre sólo anhelos no-buenos, corromperse y mancharse.
Sus sucias mentes y cuerpos que ignoraban a la razón y al bien, y en contradicción, seguían sus sentidos, seguían la pasión desenfrenada de los besos toscos y acaricias tontas. Era muy sencillo desinhibirse en tal ambiente, en uno en medio de sombras.
Se arrojaron mutuamente, entregándose sin duda alguna y sin pensarlo dos veces, y la distancia desapareció cuando el pelinegro la tomó entre sus brazos e interrumpió la soledad de sus rosados labios y cuando sus manos se aventuraron por su delgada cintura, atrayéndola a su pecho refulgente y ansioso; ella respondió a la pronta acción, abriendo sus brazos hacia éste, hundiéndose en su desdeñoso pecho, respondiendo con gran gusto al tacto de aquellas manos que bajaban a sus caderas, gustando de las grandes manos del pelinegro, echando su cabeza hacia atrás, y de puntitas. La besaba con desenfrenada necesidad, y la colmaba más de caricias cuando ella involuntariamente abría más las piernas para que la mano de éste se adentrara a la falda, que minutos después caería al suelo junto con las medias.
La saliva salía de las comisuras de sus bocas; las manos de la pelirroja se aferraban a la amplia espalda del moreno, sintiendo cómo éste empezaba a aventurarse en sus bragas, acariciando lentamente sus muslos y su entrepierna. Ella gemía aun cuando él no soltaba sus labios, y entre gemidos ahogados y entre besos bruscos, ella se separó de los labios del pelinegro para protestar entre gemidos que le dejara también participar, y fue entonces cuando ella se quitó la blusa y dejó ver su sostén, dejándose caer en el sillón más cercano del departamento, lo cual incitó al moreno de revestir sus pechos en besos, colocándose sobre ella, aun cuando no había mucho espacio. Pronto, el sostén de ella caería al suelo de la sala.
Él jugaba con sus pechos, sus pequeños senos que lo llenaban como ningún otro hombre Saori se había topado, él los lamía y mordía, los apretaba y besada; nadie la había tocado de esa manera, no con esa delicadeza y deseo. Ella gemía y apretaba las piernas al sentir ese hormigueo cuando el moreno decidía aproximar su pelvis contra el de ella, podía sentir lo excitado que estaba, y podía jurar que en cuestión de tiempo él tampoco resistiría.
Esto duró por varios minutos, se excitaban mutuamente, ella con sus caricias que le hacía a sus hombros, costados y espalda baja cuando logró quitarle aquella molesta playera gris, y él con sus besos en su cuello y senos; pero de momento él se detuvo, lo cual extrañó a la pelirroja que le miró curiosa, y cuál fue su sorpresa la que sobrevino cuando él la tomó de la cadera con sus brazos y la cargó con mucha facilidad y la llevó a su habitación, y con un poco de rudeza la dejó caer de espaldas a la cama, pero ella no se opuso ni se quejó, y se limitó a observarle, de cómo éste empezó a quitarse el cinturón y después de bajar el zíper de su pantalón, dejando ver su erección. Ella mordió ligeramente sus labios, eran esos momentos en los que odiaba su baja estatura, pero tampoco podía negar que sus bragas desde hace minutos atrás estaban húmedas.
Apretó fuertemente.
El pelinegro se libró de la pesada prenda, y se acercó a la pelirroja, que no dejaba de verle tremulante aquella zona.
- Espera..., - habló en voz baja y un tanto apenada, adivinaba lo que pedía el joven moreno, - nunca he hecho un oral... y no quiero lastimarte, no hoy. - determinó mientras él tomaba sus muslos entre sus manos y se colocaba encima de ella.
- No insistiré…, por hoy. - Saori escuchó y se dio cuenta del sentido de aquella proposición que ella misma había dictado, lo cual dejó de preocuparle al instante cuando Itachi llevó sus dedos a la cadera de ella, tocando su ropa interior con mucha provocación y una seducción que irritó a la pelirroja, de alguna forma, ya lo deseaba y ella nunca fue paciente.
Y sin pedir permiso, y sin siquiera conocer sus nombres, negaron la falta que cometían, y aprovecharon la necesidad, el hambre del tacto sin amor de por medio. Los lentes del moreno cayeron al suelo, se arrastraron por toda la cama, profanándose sin vergüenza.
Pero, ¿cuál era su falta?
Simple, dejarse llevar por los deseos del cuerpo y no por los de la consciencia. Sí, era sólo pasión y sexo, sólo se veían como objetos de placer; sin profundizar qué es amar y el todo dar.
...
A la mañana siguiente de tal encuentro, lo que mis ojos captaron fue el techo del departamento, y aún era muy temprano, la luz que entraba por las rendijas de las ventanas de la habitación señalaban que apenas eran las 6:30 am., aún había una cómoda oscuridad en la pieza, y la cama resultaba extrañamente reconfortante para mi cuerpo adolorido y agotado.
Miraba al techo, realmente me reconfortaba que hoy era mi día de descanso, sino estaría en un aprieto en los ajustes del horario de entrada al trabajo, pues en lo personal odiaba llegar tarde. Me di una media vuelta y giré mi mirada a la izquierda de la cama para buscar al moreno de nombre Itachi, pero él no estaba ahí, lo cual me alivió, dado que así me evitaría de mirarle y explicarle lo que no tiene explicación, ya que estaba segura de que él se encontraba igual que yo y por ello decidió salirse de la cama, evitando establecer cualquier conversación innecesaria.
Mi cuerpo desnudo seguía en una inhibida exposición, me sentía sucia y un tanto pegajosa. Eso del sexo no es tan "genial" después de que toda pasión se haya terminado; sólo quedan las marcas de unos dientes, sugilaciones alrededor de tu cuello y pecho, la saliva seca en las comisuras de los labios, manchas viscosas en tu vientre y en las sábanas, y un ligero dolor en la espalda. No es que sea desagradable, pero sí es un tanto tedioso pretender ocultarlas así como el saber que necesitas bañarte si es que...
- Maldición. - dije levantándome de la cama de golpe, había recordado que no usamos anticonceptivos. Sin preocuparme en ocultar mi desnudez y estar consciente que estaba en la habitación de un hombre que apenas sabía su nombre, me aventuré en el departamento y salí de la pieza, tremulante en saber si él estaba ahí, pero poco me importó cuando abrí la puerta de la habitación y que con lo primero que me encontré fue con la sala y en aquella estaba él, leyendo un pequeño libro, y que cuando escuchó mis pasos descalzos, alzó la mirada y allí nos encontramos nuevamente, pero esta vez fue diferente.
La extrañeza habitual se había esfumado para siempre.
- Tomaré una ducha. – avisé calmada, aun viéndole a los ojos.
- Adelante. – fue lo único que respondió, taciturno. Di media-vuelta y me dirigí al cuarto de baño, acertando que la puerta más cercana correspondía al cuarto requerido.
Entré a la ducha, abrí la llave y dejé que el agua fría cayera sobre mi cuerpo adolorido; dejando escapar un leve suspiro, dejando que el agua hiciera lo suyo en mi cuerpo manchado de besos de un desconocido, manchado de sus caricias que ningún otro me había dado…
Mi cuerpo, imperfecto.
…
Al salir de la ducha, la pelirroja salió envuelta en toallas y cruzó por la sala, y de reojo observó al moreno que en ese momento estaba poniendo la mesa, mesa para dos. Ella frunció el entrecejo.
- ¿Te gusta el café o prefieres el té? – dijo sin volverle la mirada, ocupado.
- Té está bien…
- ¿Manzanilla o azahar? – cuestionó aun ocupado en colocar la mesa.
- Azahar. – respondió con una corta mueca de molestia. – Iré a cambiarme, pero antes de eso, ¿tienes parches o píldoras anticonceptivas? – después de aquella pregunta, la misma pelirroja empezó a reírse ante tal pregunta, ¿cómo por qué un hombre tendría anticonceptivos femeninos si él mismo no usó los masculinos?
- No, pero puedo ir a comprarte unos. – sugirió tranquilo y dejando de hacer lo que le mantenía ocupado. – Hay una farmacia cerca.
- No te preocupes, tengo en mi departamento, sólo preguntaba. – dicho esto, le dio la espalda y entró a la habitación del pelinegro para vestirse. Cuando por fin salió de la habitación con la misma vestimenta de ayer, se acercó al comedor y se sentó en la silla más cercana, esperando a que el pelinegro le diese la tasa de té que le había preparado, y cuando la recibió no articuló palabra alguna, sólo aceptó el té y se dispuso a degustarlo. Momentos después, el pelinegro la acompañaría en su pequeño desayuno, no obstante, él bebía de una tasa roja, un caliente café negro.
Los dos estaban frente a frente, sólo una mesa los separaba, pero ahora la distancia ya no era un problema, ya no para quienes se degustaron por la noche y se comieron en miles de caricias sin un trasfondo romántico. Ya no importaba la intimación entre ambos, se habían saltado todos esos pasos hace horas atrás, y sólo quedaba la incomodidad de no saber qué hacer o decir; porque decir "perdón" estaba de más.
- Bonito edificio. – dijo Saori al notar lo incomodo del silencio y lo pesado que era lidiar con aquella afilada mirada oscura.
- Es muy barato, a pesar de que está en el centro de la ciudad. – dijo él evadiendo los grandes orbes caoba de la chica, que sin quererlo miraban a detalle todos sus rasgos y movimientos.
Sin nada más qué agregar, y al terminar por sin su té de azahares, Saori se puso de pie y giró su cuerpo hacia la salida, no sin antes verle a los ojos y anticipar su ida.
- Me paso a retirar, adiós. – dijo un tanto apresurada – Y gracias por el té. – y antes de que diera un paso fuera de la entrada de la puerta, el moreno respondió amablemente:
- No tienes que agradecerme nada, que tengas un buen día. – Tras ello, la pelirroja siguió su camino y cerró la puerta cuando por fin salió de aquel departamento, irritada por los buenos modales de ese tal Uchiha, pero en total acuerdo con lo recién dicho por el joven, no tenían nada que agradecer.
A paso apresurado, se marchó del edificio.
…
Los días pasaban con rapidez, había sido desde hace dos semanas que había ocurrido aquello, sin embargo, ello no impedía que ambos siguiesen encontrándose en el metro subterráneo de la ciudad que parecía ser muy pequeña.
Ahora se miraban, ya no curiosos de saber por qué ocurría tal misteriosa atracción, sino que se miraban conscientes de los prejuicios y de los actos cometidos aquella noche, conscientes que cuando sus miradas se encontraban, lo único que hallaban era un caliente y muy lascivo deseo, unos recuerdos impuros y anhelos impropios. Se habían dicho adiós, pero aún estaban conscientes que sus bocas aún tenían sed, una sed que se afianzaba a lo inmoral, a lo puramente carnal.
Pero había impedimentos para hacerlo: él no podía acercarse más a ella, ¿qué dirían los demás?; ella no podía pedir que él se acercara, eso es impropio en una mujer, y es por ello que lo que se come a ocultas, sabe mucho mejor… o eso se decían.
Pues cuando se encontraban, él seguía su camino hacia su departamento, pretendía con toda inocencia que no sabía, y una vez llegando a su departamento, él entraba en silencio y a luces apagadas, y sin colocar el seguro de la puerta; y mientras ella se debatía en hacer lo correcto o no, le seguía como pequeña ladrona, a hurtadillas entraba al departamento y robaba con la boca los pantaloncillos del quien se dejaba asaltar. Lamía primeriza con rodillas al suelo al asaltado, sin ofrecer alguna resistencia, cooperando a quien le robaba la paz de una noche tranquila.
A veces terminaban en el suelo, ella sobre él, moviendo las caderas hacia atrás y adelante, forzando los gemidos involuntarios del moreno, forzándolo a cerrar con frenesí los ojos, exhausto. A veces terminaban con ella en la mesa de la cocina, con él inclinado con sus manos en los muslos de la pelirroja, saboreando de sus tiernas pieles húmedas, haciéndola gritar y arquearse desesperada… pidiendo más.
A veces terminaban en la cama, ella recargada en sus codos y antebrazos en la cama pero de rodillas, expuesta al moreno que se inclinaba y se acomodaba en la pequeña espalda de la pelirroja y hacía de ella lo que quería. Y muchas veces, aun con la ropa puesta, se tocaban y se dejaban acariciar, entre miles de besos se dejaban caer uno sobre el otro; había algo que jamás los aburría, había algo que hacía que intentaran buscar más, era una pasión desenfrenaba que no conocía los límites del amor.
Y ensuciaban en conjunto los templos de su Dios, ya que se dice que el cuerpo del hombre, es la casa de Dios.
Fue así, como todo empezó.
Normalmente, el lemon es el clímax de una trama romántica, como si el romance fuese un pretexto para el lemon; pero aquí el lemon es pretexto para el romance, es decir: primero empieza con sexo y después con romance. Una vez un amigo (ya señor) me habló que el amor debe empezarse por el sexo, confirmarse con el sexo y justificarse en el sexo; yo apenas tenía 14 años y hasta ahora comprendí, así que esto es por ti amigo chavorruco ;)
Bueno, aclararé el por qué un Genderbend y no un yaoi:
1) el plot del fic empezó como un trabajo personal que no pretendía más que quedarse en mis documentos, pero me dieron ganas de compartirlo y empecé a elaborarlo siempre pensando en una mujer como coprotagonista por todas las implicaciones de la feminidad y el sexo a través de una cultura occidental. Es decir, la satanización del sexo en la mujer, puesto que la cultura occidental (que es predominante y está influenciada por la cristiandad) predomina en las normas impuestas a todas las mujeres con temas controversiales y a veces taboo.
2) Sasori es elegido por ser alguien que busca la perfección, por lo que lo infiero que él tiene la creencia de que hay algo que en sí ya es perfecto, y ese ser plenamente perfecto es Dios, es por ello que Sasori (ahora Saori) tiende a problematizar el deseo sexual que siente por Itachi, que es la eterna mancha de la lujuria, impidiendo así la perfección.
3) Itachi como tal por sus complejos modos de ser, ¿qué es lo qué piensa? ¿Por qué tan silencioso y serio, pero aun así amable? ¿por qué corromperse al deseo del cuerpo e ignorar la razón? Itachi siempre me ha parecido uno de los personajes más complejos que me gustaría tratar a más detalle, pero con el temor de salirme del papel y llevarlo a lo Ooc.
4) UA simplemente por cuestiones de la occidentalización y la influencia cristiana en las comunidades que tratan más el tema del hombre-mujer, que el del hombre-hombre o mujer-mujer. Lo digo porque soy una bisexual que creció en una familia muy católica D':
5) Sinceramente, no me agrada emparejar a Itachi con alguien (sea mujer o hombre), lo veo más como alguien asexual, pero aquí haré un cambio que me hizo querer escribirlo con él como coprotagonista y ver el resultado del experimento xD
Y bueno, sólo serán 6 caps. Y a lo largo de ellos, iré explicando el porqué de ciertas cuestiones :) Sé que pensarán que Saori era una opción sencilla, pero la segunda opción era Haruka xD No sé, aun podemos cambiar el nombre ;) es lo de menos, sólo recordemos que Sasori de mujer es chiquita pero picosa.
¿Alguna sugerencia o corrección? ¿Review? ¿Consejo o mano ayuda? Siéntanse libres de opinar, criticar y corregir, se los agradeceré mucho.
Nos vemos~
