Disclaimer: los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.


Percepciones

Ahí está otra vez, sentado a un costado, en una de las mesas más alejadas. Es la fiesta de casamiento de Edward y Bella, una fiesta preciosa organizada por su mujer, y donde sobran la felicidad y los buenos deseos para la pareja.

Pero por mucho que lo intenta, Jasper no puede evitar percatarse de ese otro sentimiento que surca el ambiente como el vuelo de un águila. A decir verdad, si no tuviera ese don tan particular, notaría de todos modos lo que pasa a su alrededor. Lo notaría en las miradas, que se posan sobre él durante unos segundos, y lo esquivan cuando encuentran sus ojos.

Es inevitable, siempre sucede lo mismo. Los pocos humanos, invitados por parte de la novia, cuchichean por lo bajo mientras lo observan desde una de las mesas de al lado. Hablan de lo raro que es él, de lo tenso que parece a comparación de Alice, y de la cara de psicópata que a veces lleva, como si planeara matarlos a todos. Hasta ahí, es casi gracioso. Toda su familia es comentada y criticada de una u otra forma por los humanos, si bien él suele llevarse la peor parte por eso de tener que lidiar con las emociones y con la intensa sed de sangre, cosa que se le refleja en el rostro más que a cualquiera de sus hermanos o sus padres.

El problema es que el resto de los invitados le teme y desconfía más de él que los propios humanos. A la vista desarrollada de los vampiros presentes no escapan las mordeduras que cortan su piel con furia. Lo ven, y se asombran. Se sienten intimidados. Le tienen miedo. Se espantan. Peligro, gritan esas cicatrices. Vampiro peligroso. Vampiro malo, nunca se sabe cuándo va a atacar. Monstruo entre los monstruos.

Y entonces, cuando la depresión amenaza con aparecer, la que aparece en su lugar es Alice. Alice, radiante, hermosa, destilando felicidad, pegando saltitos, moviéndose hacia él con una sonrisa irresistible y manos que lo invitan a olvidar todos los problemas del ser y el qué dirán.

—Ven, cariño, vamos a bailar —le dice alegremente. Y él acepta, la acepta. Desde que la conoció, décadas atrás, no ha encontrado la manera de decirle no. Porque en el fondo, nunca quiere decirle no. Quiere decirle sí como el día en que se casaron, quiere decirle sí por el resto de sus días, y dejar que su magia lo haga feliz, como lo ha hecho desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron. Sí, Alice, bailaré contigo. Te complaceré en todo, porque te amo y amo verte sonreír, vivo y muero por verte sonreír.

Ella lo lleva de la mano al medio del salón, casi arrastrándolo de la emoción. Lo lleva, lo trae, lo empuja, lo atrae, le baila alrededor, y él sonríe, ríe. Entonces ella lo abraza, feliz, y poniéndose en puntitas de pie se cuelga de su cuello marcado de cicatrices y le planta un beso en los labios. Un beso dulce, cálido, lleno de amor.

Qué paradoja. Justo ahora que Jasper se ha olvidado de todo y de todos, justo ahora que ya no le importan las miradas y lo que opinen de él, porque en sus ojos y en su mente y en su corazón no reina nadie más que Alice, justo ahora las miradas cuestionadoras se suavizan, hasta casi desaparecer. Porque los invitados ahora notan que, si una mujercita de apariencia tan inocente y frágil como Alice lo puede tener en el bolsillo con sólo una sonrisa; si una persona tan diminuta puede hacer con él lo que quiera sin ningún temor a que él se irrite o se moleste, entonces debe ser que Jasper no es tan peligroso, o tan psicópata, o tan monstruo como parece. Es, al fin y al cabo, nada más que un hombre enamorado. Nada más, y nada menos.