El silencio de apoderó de la habitación. Ninguno de los dos hablaba, pero el orgullo era mucho más persistente. Dejó escapar un cierto suspiro, a su vez que sus ojos marrones se perdían en esos ojos verdes. Esos ojos verdes que le hacían quedarse en un silencio bastante llamativo. No quería saber nada, y a la vez, quería perderse en todo.
Se acomodó un poco sobre el sofá, sintiendo el fuego abrasador de la chimenea. Había algún límite que James Potter no se atrevía a sobrepasar si estaba Lily allí, y ese, era el límite del silencio. Siempre había respetado el momento en el que la pelirroja quería estar en silencio frente a la chimenea, y perderse en el color de las llamas.
Los dos estaban al otro lado, al otro extremo, pero ninguno hablaba.
No se atrevían.
Preferían permanecer callados a hablar. A hablar y comenzar con las zalamerías del moreno y los desplantes de la chica. Y aunque a veces les gustaba, otras ya no tanto. Les hacía pensar que, después de todo, no podían vivir el uno sin el otro.
Evans ya no se veía capaz de pensar en una vida sin Potter, y James no podía visualizar la suya sin las risas de la pelirroja, ni sin su sedoso cabello pelirrojo. Un delirio prohibido. Un delirio que no era correspondido, o al menos, no lo era a simple vista.
Ninguno podía vivir sin el otro, y por esa misma razón, preferían permanecer en silencio que hablar, hablar y herirse. Mutuamente. De manera inconsciente. Lily ya no se sentía capaz de nada que provocase el menor daño en James, y éste no podía volver a lanzarse para volver a escuchar en Lily la duda, la inseguridad. No quería, y por eso, en esos momentos, respetaba al silencio.
El silencio se había convertido en un buen amigo de los dos. Y más en esas horas de la tarde, casi anochecer. Los ojos verdes se deslizaron tímidamente por el rostro del muchacho, analizándolo, saboreándolo secretamente. Casi creía que se iba a quedar sin oxígeno. Y le maldecía. Le maldecía porque era él. Era el estúpido de James Potter y su atractivo. Dejó escapar un suspiro, acercándose un poco hacia su cuerpo sin tan siquiera percatarse.
Y el moreno no pudo evitar a hacer lo mismo. Iba a enloquecer. Y más si casi podía sentir a su lado el cuerpo de la chica. Si casi podía rozar sus dedos con los suyos. Si podía sentir su aliento a tan solo unos centímetros. El aceleramiento de su corazón. La respiración agitada de ella. Tanto podía percibir, y a su vez, nada…
El silencio seguía vigente. La calidez les pertenecía. Y en ese mismo instante, Lily apoyó su cabeza en el hombro del muchacho. Y cerró sus párpados. Y él sonrió un poco, apoyando la suya sobre el cabello sedoso de ella, atreviéndose a aspirar su aroma. Y la sonrisa se dibujó en el rostro de Evans.
En esos límites del silencio.
