–¿Qué se le ofrece, bocchan?
–Sebastian.– Ciel no volteó el sillón de su escritorio para dignarse a ver a su mayordomo.– necesitaré un pañuelo.
–Entendido.– Sebastian dio la media vuelta y…
–Luego…
–¿Hum?
–Quiero que traigas un gato…
Sebastian amplió su sonrisa involuntariamente; se inclinó un par de grados para no perderse ni una sola sílaba de la siguiente oración.
–…y lo patees.
Sebastian arqueó una ceja y miró burlonamente a su amo.
–Si bocchan está aburrido,–prosiguió esbozando una sonrisa enojada.– yo podría sugerirle una actividad lúdica un poco más…
–No.–Cielo ahora volteó para que Sebastian pudiera ver que tan en serio estaba hablando.–trae un gato y patéalo.
–…
–Es una orden.
Sebastian le dedicó una mirada seca, idéntica a la que tenía cuando se dio cuenta de que el baile no estaba en la naturaleza de su joven amo.
Luego volvió a sonreír: al parecer, por fin le había llegado la hora de comer.
