Aún le queda una pequeña luz.
Una luz que titila de vez en cuando pero que aún permanece en el fondo de su corazón junto con un inquebrante juramento.
—¡Shoto!
Escucha la voz de Izuku y se pregunta cómo es que lo ha encontrado, pero de todas formas es tarde.
Ha perdido mucha sangre y sus sentidos se van distorsionando segundo a segundo.
Le falta el peso de la sangre.
La calidez de Midoriya.
—¡Shoto!
Y se arrastra.
Y duele como mil demonios porque sus huesos están rotos y su corazón está llorando.
Pero se arrastra.
Se arrastra con las piernas rotas y sigue arrastrándose.
Se arrastra porque la débil luz titila con fuerza.
Porque siente que aún hay esperanza.
Porque quiere ver a Midoriya, aunque sea por una última vez.
—¡Izuku! —grita con intensidad, con esperanza. — Aquí… ¡aquí estoy!
Y al ver a Izuku correr hacia él, todo su dolor desaparece por unos segundos, todo su sufrimiento se alivia de forma leve y la luz titila.
Titila con fuerza.
—¡Shoto!
Su llanto cae en su traje como si fueran balas.
Y le duele.
Le lastima ver llorar a su enamorado, a su todo, le lastima ver llorar a su luz.
—Vas a vivir.
Habla con firmeza, tratando de que un sollozo no se escape de sus labios.
—Izuku. —llama, débil.
—¿Sí, amor mío? —responde.
Las lágrimas siguen cayendo.
—Te amo.
—Yo igual, nunca lo dudes.
Y Todoroki cierra los ojos, pero Midoriya sabe que no está muerto, porque aún falta una promesa por cumplir y Todoroki es un hombre de palabra.
Comienza a llorar amargamente.
La ambulancia llega.
Los héroes intentan apagar el incendio.
El tiempo se detiene y ve cómo se llevan a Shoto en una blanca camilla.
Izuku sabe.
Sabe que aún, no le ha tocado el sueño eterno a su amado y sólo puede atinar a sonreír débilmente.
Se ve a sí mismo arrastrarse como si fuera indigno de ser humano.
Ve a Izuku llorar.
Ve el fuego, la destrucción.
Ve la desesperación en el rostro de su amado,
Y despierta.
Lo primero que puede observar con claridad es el rostro pacífico de Midoriya.
Lo observa.
Y le sonríe.
Y se acerca hacia él.
Y lo besa.
Y él corresponde.
—Izuku.
Su voz está ronca, frágil.
—¿Sí, amor mío?
—Cásate conmigo.
Izuku sonríe.
—Dalo por hecho. —susurra.
La luz ya no titila.
Ahora sólo brilla con mucha intensidad.
Y su corazón ya no llora.
Y su alma ya no está rota.
—Izuku.
—¿Sí?
—Gracias.
