DISCLAIMER: Los personajes de Inuyasha y todo lo relacionado con ellos, pertenecen a Rumiko Takahashi

DISCLAIMER: Los personajes de Inuyasha y todo lo relacionado con ellos, pertenecen a Rumiko Takahashi. La trama de "Shirushi", es propiedad de Inner Angel

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La muerte de Naraku trajo consigo un nuevo reto para Inuyasha y Kagome. ¿Cómo continuar viviendo entre dos mundos tan distintos?. Uno de los dos deberá hacer un sacrificio… La batalla más dura de sus vidas está por empezar.

NDA: Contiene lenguaje medianamente fuerte y situaciones maduras (read: lemon ahead XD). La historia es cannon hasta donde llegó el anime, por lo que algunos hechos no coinciden con los últimos acontecimientos del manga. En cualquier caso, esta es mi versión de lo que ocurriría una vez que Naraku sea destruido y Kagome entienda realmente lo que significa tener una relación con un hombre mitad demonio. Todos los comentarios son bienvenidos.

Enjoy!

EDIT 29-03-08: Solo a se le ocurre eliminar el uso de los guiones para la separación de escenas de forma retroactiva. En fin, ya que tenía que subir de nuevo los capítulos para arreglar el desastre, aproveche para releer y corregir algunos errores de acentuación y ortografía. Nada más ha sido cambiado.

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Shirushi

By InnerAngel

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-o- c1 / Si te decides…

Era otoño.

Las hojas de los árboles cubrían parcialmente el suelo del bosque formando un manto ocre que era barrido constantemente por la brisa. En el aire el olor característico a tierra y humedad inundaba los sentidos del hanyo. Su cabello blanco y plateado reflejaba la escasa luz del final del día.

Estaba de pie en medio del bosque. Los ojos cerrados. Las manos apoyadas en la cintura. Su rostro levantado al cielo, moviéndose ligeramente con cada respiración profunda que hacía, rastreando las esencias del aire. Esa era su postura típica, desafiante y a la vez desenfadada.

Una pequeña sonrisa de medio lado apareció en su rostro dejando ver brevemente su afilado colmillo.

Ya estaba aquí, de vuelta.

La verdad era que la había extrañado mucho, como siempre que se marchaba a 'su mundo'. Claro, esto era algo que su orgullo no le permitía admitir, pero en su corazón la verdad lo atormentaba insistentemente en cada día de su ausencia.

La necesitaba.

Su presencia era como un calmante corriendo por sus venas. Estar a su lado le daba paz, le ayudaba a tranquilizar su mente y a pensar con claridad. Estar con ella lo hacía más fuerte.

Invencible.

Al mismo tiempo ella lo hacía vulnerable. Era su punto débil. Si algo llegara a pasarle, él jamás se lo perdonaría… sin contar que jamás sobreviviría sin ella.

Pero era mejor no pensar demasiado en esas cosas o al menos eso creía él. Hasta ahora había sido capaz de proteger a Kagome, y ella le había dado fuerza y razones para vivir. Juntos podían lograrlo todo.

Eso, claro, si realmente iban a permanecer juntos.

Desde la destrucción de Naraku hacía casi un año, estas preocupaciones no habían sino crecido en su mente de manera proporcional al tiempo que pasaban separados, a las ausencias cada vez más prolongadas.

Finalmente Inuyasha no podía seguir huyendo de sí mismo y sus sentimientos. Aunque el hacer frente a lo que en verdad deseaba su corazón sólo parecía estar complicando más las cosas para él. Hasta el momento las posibles soluciones a su dilema se concentraban todas en una meta común:

Lograr que Kagome se quede en la era Sengoku… permanentemente.

Si, era egoísta y descaradamente machista, pero era lo único que pensaba desde su partida hacía un mes. Las palabras que le dijo antes de marcharse aun resonaban en su cabeza como un mal presagio.

'Tal vez sea hora de continuar con nuestras vidas… ¿no lo crees? Venir aquí ya no tiene mucho sentido'.

¡Rayos!

De un salto, Inuyasha se puso en movimiento para regresar a la aldea y encontrarse con Kagome y los demás. Tenía que verla cuanto antes y asegurarse de que estaba allí realmente, en carne y hueso. Sana y salva.

Asegurarse de que no volvería a marcharse…

El bosque a su alrededor no era más que un borrón de colores y formas a la velocidad que corría. Su mente seguía trabajando tan rápido como sus pies lo impulsaban hacia adelante.

¿Qué debería hacer? Era el momento de tomar decisiones sin duda.

Eso o perderla irremediablemente.

Nunca antes Inuyasha se había detenido a pensar tanto respecto a su relación con Kagome como en los últimos meses. Mucho menos sobre sus sentimientos hacia ella. En general esas cosas le fastidiaban terriblemente por lo que su reacción siempre había sido completamente intuitiva y automática: Su instinto le ordenaba proteger a Kagome con su vida, y eso hacía. Su cuerpo le pedía mantenerse cerca de ella y así lo hacía.

Su mente… bueno, su mente se quedaba convenientemente en blanco. Tenía miedo de pensar y llegar a esa conclusión que permanecía escondida en el fondo de su corazón y que se había negado durante años a enfrentar. Después de todo, el hacerlo una vez sólo le había traído las peores desgracias a él y a Kikyo.

Era precisamente por eso que Kagome se molestaba tanto con él. Las constantes evasivas y ambigüedades de su carácter no sólo no llenaban en absoluto sus expectativas, sino que la habían lastimado progresivamente. Él lo sabía bien, pero era todo lo que podía ofrecerle. Él se conformaba, pero ella…

Para las mujeres humanas el tema tenía una importancia fundamental y parecían no pensar en otra cosa. Después de años de lidiar con Kagome aun estaba lejos de comprenderla, si es que alguna vez lo había logrado en alguna medida. Sus reacciones decían una cosa y sus palabras otra. Era un círculo vicioso pues parecía que ella estaba en una guerra permanente consigo misma y sus sentimientos.

Eso era algo que tenían en común.

Luchar constantemente contra quienes eran, lo que sentían y su propia naturaleza era quizás la clave de la relación que llevaban. Visto así sonaba como una aberración claro, pero en vedad tenía mucho sentido. Ambos luchaban por sobreponerse a una parte de sus pasados, mientras buscaban un lugar donde encajar. Un lugar que fuera propio. Que pudiesen llamar suyo. Una identidad única. Reconocimiento ganado en base a esfuerzo.

Más allá de eso, el hanyo se perdía. Las expectativas de Kagome giraban en torno a él, evidentemente, pero sus sentimientos eran tan confusos como los suyos. Él podía olerlo claramente gracias a su parte yokai. Las señales que emitía el cuerpo de Kagome le hablaban de pasión intensa, al tiempo que de miedo y rechazo, todo junto envuelto en mucho mal carácter y con un osuwari rompe huesos para rematar.

Y esa era precisamente una de las cosas que lo volvían loco de ella. El aroma que despedía su cuerpo era único. Dulce y picante. Erótico e inocente. Y francamente le hacia hervir la sangre. Le hacia desearla. Querer poseerla en cuerpo y alma.

Le hacia sentir ganas de salir huyendo lo más lejos que fuese posible.

Definitivamente estaba mal de la cabeza.

Con las ideas más confusas que al inicio, Inuyasha se detuvo ágilmente sobre la rama de uno de los árboles cercanos a la entrada de la aldea.

Se puso en cuclillas y cerró los ojos de nuevo para rastrear el aire. Estaban muy cerca aunque no los veía. Seguramente estaban ya en casa de la vieja Kaede o en…

Un golpe seco en la cabeza casi lo hace caer.

"Llegas tarde tonto".

"Keh, no es tu problema… ¡y bájate ya!".

El pequeño kitsune había aterrizado directo sobre su cabeza, y parecía muy cómodo aferrado a su cabellera.

"¿O si no, qué?".

Tan pronto la mano de Inuyasha estaba sosteniendo al pequeño zorro por su esponjosa colita, como Shippo le dejaba un nuevo juego de dientes clavados en la muñeca. A estas alturas, todo era parte del saludo rutinario entre ambos. Era hasta cariñoso para sus estándares normales.

"Oye, ya suéltame de una vez…", refunfuñó Inuyasha sacudiendo la mano para librarse del firme mordisco. Shippo lo soltó dando entonces un salto atrás para aterrizar en una rama vecina.

"Kagome-Mama llegó hace una hora, y no se que tenga pero estoy seguro que es tú culpa", le acusó de inmediato con una rabia un tanto sobreactuada.

"¿De qué rayos hablas… qué le pasa a Kagome?"

El pequeño kitsune se cruzó de brazos en su mejor postura de censura. "No lo se, no ha querido decir nada desde que llegó, pero yo la conozco y está muy molesta… y si está molesta es porque tú le hiciste algo como siempre. No tienes respeto Inuyasha, eres cruel… eres egoísta y nunca la tomas en consideración cuando ella lo único que hace es preocuparse por ti y …!?". Shippo abrió los ojos y se encontró hablando con un espacio vacío. Inuyasha saltaba a sus espaldas a toda velocidad guiado por su nariz.

"¡Eepp no me dejes hablando solito… Inuyashaaaa!!". Shippo se lanzó tras el hanyo que ya estaba llegando a destino. Con un último salto aterrizó directamente ante la puerta de Kaede y entró sin preámbulos. Sus ojos recorrieron de inmediato la habitación hasta ubicar a su presa.

Kagome se encontraba sentada sobre sus piernas delante del fuego, tratando de alejar el frío que comenzaba a hacer por las noches en esa época del año. Estaba vestida de forma casual y no con su típico uniforme del colegio. '¿Qué le había dicho la última vez?' Se preguntó Inuyasha. Que ya no tenía que ir más esa escuela a perder el tiempo en exámenes. Mejor. Ya no tendría más excusas para estar yendo y viniendo.

Su cuerpo estaba de espaldas a la entrada por lo que no podía verle el rostro, pero algo en sus movimientos rígidos, en la forma en que frotaba sus manos buscando el evasivo calor le confirmó la advertencia del kitsune.

"Vas a quedarte allí sin decir nada o piensas deleitarnos con tu profunda y amena conversación".

Las palabras de Miroku lo sacaron de su ensimismamiento, y sólo entonces reparó realmente en los demás ocupantes de la pequeña habitación. Sentados en círculo en torno al fuego, el monje estaba acompañado de Kohaku, Sango y Kaede. Shippo ya le había alcanzado, y estaba sentándose junto a Kirara. Todos estaban mirándolo atentamente, muy divertidos por su despiste desde que había entrado al lugar hacía más de dos minutos. Kagome se volvió hacia él entonces, notando su presencia por primera vez.

"¡Keh!", fue todo lo que dijo antes de dar un par de pasos hacia un lado de la puerta y dejarse caer pesadamente contra la pared. Con cuidado colocó a Tessaiga entre sus brazos y piernas, apoyándola en su hombro.

Kagome lo miró por unos momentos más y apartó la vista, fijando sus ojos en el fuego que ardía placidamente. Su silencio, acompañado de la actitud indiferente –y bastante sosegada para su carácter– del hanyo, sólo sirvió para confirmar las sospechas de sus amigos.

Era evidente que algo estaba pasando entre ambos. Habían llegado a un momento de mucha tensión en su relación, en el que debían sincerar de una vez por todas sus sentimientos por el otro y tomar decisiones. Eso, o las cosas iban a ponerse realmente muy feas.

En cualquier caso, Sango no estaba dispuesta a permitir que la depresión de sus amigos contagiase a todos en una ocasión tan importante como la que los reunía. De hecho toda la situación era perfecta para ayudar a sus dos compañeros a superar este momento. O al menos, así lo habían planeado ella y Miroku.

"Bueno dejen ya las caras largas, si parece que vienen a un funeral y no a una boda". Los ojos de Kagome se abrieron al máximo sorprendida ante las palabras de la exterminadora. Un tinte de vergüenza coloreó de inmediato sus mejillas.

"Lo siento mucho Sango-chan. Tienes razón la ocasión es para estar alegres…", una sonrisa evidentemente forzada apareció en su rostro sin llegar a su mirada. Pero Sango no se dejó desanimar por ello.

"No tiene importancia ya, no te preocupes", dijo poniéndose de pie y halando a Kagome con ella. "Quiero mostrarte el vestido que voy a ponerme. Apenas ayer lo terminaron las costureras del pueblo. Le incorporaron algunas de tus ideas modernas…".

Pasaron a la siguiente habitación seguidas por un Shippo que iba rebotando de alegría sobre la espalda de Kohaku. Kaede cerró el grupo, dejando caer tras de sí la cortinilla que separaba ambas habitaciones, amortiguando así las voces y risas que ya resonaban al fondo. Inuyasha y Miroku se quedaron solos en la habitación. Entonces el monje volvió toda su atención a su amigo.

"Ahórratelo Miroku… no estoy de animo para uno de tus discursos", dijo de entrada el hanyo sabiendo de antemano lo que se le venía. El monje lo miró con curiosidad por unos instantes, dejando escapar luego un suspiro de resignación como respuesta.

"Como gustes. Tú sabes muy bien que debes tomar una decisión. Es cosa tuya lo que hagas ahora. Solo te pido que decidas de una vez y no lastimes más a Kagome-san…"

"Yo nunca le haría daño a Kagome idiota… no sabes nada…"

"Lastimarla es lo que haces con tu indiferencia. Una respuesta desfavorable por dolorosa que sea es mejor que vivir constantemente en la incertidumbre… como tu has tenido a Kagome todos estos años…".

Con esas crudas palabras se puso de pie. Era mejor dejarlo solo ahora para que meditara sobre lo que debía hacer, pues era evidente que se encontraba en un punto más allá de las palabras de consejo o ánimo. Su silencio ante la provocación que había puesto en sus palabras así lo confirmaba.

Caminó a hasta la puerta de salida en donde se detuvo un instante más para mirar de nuevo al hanyo, con el cariño de los amigos que lo han compartido todo reflejado claramente en su rostro. Antes de salir el monje le dijo lo que sabía, estaba carcomiendo la conciencia de su compañero.

"Sea cual sea tu decisión Inuyasha, ninguno de tus amigos va a pensar menos de ti… o a dejar de quererte… Ni siquiera Kagome-san".

Rayos.

Detestaba que eso pasara.

Que sus sentimientos fueran tan transparentes para sus amigos cuando él había pasado la mayor parte de su vida poniendo barreras para alejar a la gente, era algo en verdad frustrante. Evitar a toda costa que las personas se le acercaran demasiado o pudieran llegar a conocerle se había convertido en su especialidad. Hacía tiempo que decidió no permitir que otro ser humano lo lastimara como cuando era niño, y él y su madre eran rechazados por todos a su alrededor a cuenta de ser distintos.

Los humanos por todas sus virtudes también podían ser los más crueles de los seres con aquello que no podían comprender. Y ciertamente un hombre mitad demonio, engendrado del amor de dos criaturas tan distintas era algo que la mayoría condenaba como una aberración de la naturaleza.

"Mnnn… el monje tiene mucha razón. El amo Inuyasha no debe seguir evadiendo su responsabilidad. En cualquier caso no es propio de su rango y….".

Un sonoro palmetazo interrumpió la perorata de la pequeña pulga Myoga. Inuyasha la dejó aplastada como papel a un lado de su cuello. Ya estaba más que fastidiado de que todos le dijesen que hacer. ¡Keh!. Como si fuera tan fácil tomar una decisión semejante. Ninguno sabía verdaderamente las consecuencias… ni siquiera él.

Pero lo que realmente le perturbaba de momento era que el monje pervertido había dado en clavo una vez más. La reacción de Kagome y de todos sus compañeros ante lo que estaba por hacer lo asustaba más de lo que se sentía cómodo admitiendo, pues no podría culparlos si terminaban odiándolo. Él también se detestaba a sí mismo por su propia indecisión de años y por lo que ahora se planteaba hacer.

Era verdad que le había hecho mucho daño y cada día que pasaba se hacia más y más obvio en su mirada y sus gestos. Ella estaba tratando de aferrase a él y él le había dado continuamente la espalda.

Kagome se merecía mucho más que un idiota como él, eso estaba claro. Pero su naturaleza tremendamente posesiva y agresiva le había impedido hacer lo correcto y apartarse de su lado. Dejarla hacer su vida independiente, lejos de él. A la larga hubiese sido mejor para ella y para todos.

"Maldición… esto es muy complicado", dijo en voz baja haciendo rebotar su cabeza contra la pared, tratando de golpear por la fuerza algo de sentido común en su cerebro. Seguir sus instintos era lo único que podía hacer. Seguir sus instintos y rogar a todos los dioses que Kagome estuviera a gusto con su decisión. Si lo contrario ocurría… no quería ni pensar en el infierno que se desataría.

Sacudió la cabeza. Nah, pensar de ese modo lo haría dudar de nuevo.

Cuando llegó a la casa de la vieja Kaede minutos antes y sus ojos se habían posado de nuevo en la mujer que le quitaba el sueño y el aliento, toda la batalla interna que había sostenido consigo mismo desde que detectara su presencia cesó de inmediato.

En ese momento entendió con claridad lo que debía hacer. Por las consecuencias y los detalles se preocuparía después.

La decisión estaba tomada.

Cerró los ojos y su mente se relajó. Luego de todo lo que habían vivido –y sobrevivido– juntos, no podía ser de otra forma.

Imágenes de las aventuras compartidas durante los años de lucha se formaron en su mente. Los buenos y los malos momentos estaban todos allí y habían llevado directamente a su victoria sobre Naraku.

Fue entonces, durante los momentos finales de la batalla, cuando Inuyasha comprendió cual era la verdadera fuente del poder inagotable de Kagome y el por qué su alma se sentía tan atraída y atada a la de ella y la de Kikyo.

Con un bufido se acomodó mejor contra la dura pared. Ya había pasado un año pero parecía que todo hubiese ocurrido apenas ayer…

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Naruku estaba atrapado en el fondo de la caverna. La misma donde todo comenzó –cuando él aun era el ladrón Onigumo y Kikyo no escatimó esfuerzos en cuidarle y sanar sus heridas. Su cuerpo informe y parcialmente destruido delataba que su esencia se encontraba muy herida y debilitada, pero en modo alguno estaba aun derrotado. No era casual que la batalla terminase precisamente en ese, de todos los sitios posibles. Pero el lugar de su nacimiento no sería su tumba como esperaban sus oponentes, sino el lugar de su renacimiento como otra criatura, nueva y aun más fuerte que Naraku, con el verdadero poder de la Shikon no tama finalmente en su manos.

Haciéndole frente a pocos metros, Inuyasha apenas se sostenía de pie, precariamente apoyado en Tessaiga. Su cuerpo no estaba en mejor estado que el de Naraku, con un agujero que le traspasaba de lado a lado a la altura del hombro, y múltiples y profundas heridas que contribuían al charco de sangre que crecía a sus pies.

A un lado Kaede y Sango trataban de revivir por todos los medios a Miroku, que se había interpuesto entre ellas y el último ataque de Naraku para protegerlas. Su shakujo se había roto y una profunda herida marcaba ahora su rostro desde la frente, cruzando toda su cara hasta la otra mejilla. Casi perdió un ojo y parte de la oreja derecha, pero gracias a la rápida intervención de la vieja sacerdotisa sobreviviría con tan sólo una cicatriz para mostrar.

El llanto sosegado de Shippo –aferrado al brazo de Miroku– era el único sonido que acompañaba las respiraciones laboriosas de ambos contrincantes, quienes se observaban en silencio, sopesando las fuerzas que le quedaban al otro y preparándose para el golpe final.

Con el estado más que lamentable en el que se encontraban todos ya no habría otra oportunidad.

"Ku-ku-ku, te ves cansado Inuyasha. Estas seguro de que puedes continuar defendiendo a tus amigos. Eres todo lo que se interpone entre ellos y su muerte… a menos que se entreguen a mi de una vez".

"¡Keh, cállate ya! Ni creas que me vas a asustar con tus tonterías. ¡Estas acabado Naraku!. Ya ni siquiera puedes regenerar tu cuerpo…".

La expresión del monstruo cambió ligeramente. Era cierto. El nivel de daño en esta batalla lo había colocado en una posición demasiado vulnerable. Como nunca antes lo había estado. Pero por otro lado, ya todos los que se le oponían estaban acabados. Sólo le restaba Inuyasha, quien aun podía suponer algún peligro para él, aunque la posibilidad era, francamente, remota.

Un movimiento apenas perceptible le hizo desviar la mirada hacia el suelo frente a él. Allí, tendida en la tierra, Kagome se movía lentamente, tratando de girarse para erguirse. Su cuerpo protestaba por el esfuerzo. Su rostro contraído de dolor y marcado por las lágrimas y la sangre que no habían parado de manar de las varias heridas en su cuerpo.

"¡Kagome!".

El grito de Inuyasha le hizo recuperar un poco más el sentido. Aturdida, alzó los ojos y vio al hanyo mal herido, con la preocupación evidente en la expresión de su rostro. Era increíble ver como su cuerpo estaba terriblemente lastimado pero aun seguía funcionando tan sólo por la fuerza inagotable de su terquedad y deseo de luchar para proteger.

Kagome sintió su corazón contraerse dolorosamente en su pecho ante el desastroso resultado del sacrificio de él y del resto de sus amigos en la batalla. Estaban siendo derrotados nuevamente por un Naraku que cada vez más se le revelaba como un ser verdaderamente invencible.

"Kagome contéstame, ¿estas bien?"

Apenas y pudo asentir con la cabeza, su garganta estaba contraída de tanto gritar y llorar como para articular palabra. Entonces volteó para observar lo que quedaba de Naraku a sus espaldas. ¿Cómo era posible? Se preguntó en una mezcla de indignación y pura desesperación. Cómo este monstruo aun estaba de pie después de todo lo que habían hecho. De todos los ataques y de los sacrificios, nada había resultado suficiente para acabarle.

La trampa del Clan de los Lobos liderados por Koga y Ayame había funcionado a las mil maravillas para atraerlo y contenerlo; sin embargo él estaba preparado, los había engañado usando a sus marionetas y sirvientes para acabar con la mayoría. Ahora Koga estaba muerto. ¡Muerto!. Su vida terminada en el intento vano de destruirle con la propia perla de Shikon que al final le había consumido a él también en su energía maligna. Su cuerpo junto con la perla habían sido absorbidos por Naraku, que con todo se había vuelto aun más fuerte.

Hachi, Yaken, Ginta, Jinenji, y tantos otros amigos y enemigos yacían muertos también a los pies del maldito monstruo. Hasta Sesshomaru había sido derrotado y se encontraba sangrando lentamente hacia lo que parecía el final del orgulloso inugami.

En ese momento, todos los que quedaban en pie concentraron sus esfuerzos para realizar un último ataque usando la madera sagrada del Goshinboku y el último fragmento purificado por Kikyo y que finalmente había sido extraído del cuerpo de Kohaku sin matarle. La combinación en una flecha de estas energías sagradas dirigidas directamente al corazón de Naraku debía ser suficiente para lograr vulnerar su poder de regeneración y entonces poder acabarlo. La flecha de Kagome con el Bakuryuha de Inuyasha habían dado directo en el blanco con una gran explosión que barrió con la barrera y el cuerpo monstruoso de Naraku.

Fue entonces, cuando por unos breves y gloriosos instantes todos pensaron que finalmente lo habían logrado. Que la masa informe que decrecía disolviéndose en el suelo estaba liquidada y definitivamente lo habían derrotado. La perla estaba ahora completa y al contacto con la mano de Kagome se había purificado e integrado en su cuerpo tal y como había estado escondida desde el principio, antes de haber cruzado el pozo hacia la era Sengoku por primera vez.

Ya casi empezaban a celebrar cuando, sin aviso, los restos del demonio habían explotado en todas direcciones rodeando a los sobrevivientes y absorbiéndolos en su cuerpo. Y ella también hubiese sido absorbida sino hubiera sido por el sacrificio de Kikyo, que sin explicación le había salvado la vida empleando todo lo que restaba de su poder de Miko. La imagen de su cuerpo reducido a barro y huesos delante de ella era algo que nunca la dejaría en paz por el resto de sus días, como tampoco los motivos de la sacerdotisa para salvarla, cuando –estaba segura– en realidad la odiaba.

Entre tanto, la lucha continuó con más pérdidas hasta llegar a la cueva en donde se encontraban y lo que siempre había temido en sus peores pesadillas estaba a punto de ocurrir.

Esta era la batalla final. Todos los sentidos de su cuerpo se lo decían.

El destino de todos estaba a punto de decidirse, y el resultado sólo podía ser uno: la destrucción de uno de los dos híbridos entre los que se encontraba ahora.

Y ella no podía, no quería ni pensar en lo que ocurriría si Inuyasha… si él llegara a…morir…

Pero no había nada que pudiera hacer. Su poder estaba agotado y la perla purificada y absorbida dentro de su cuerpo nuevamente para protegerla del demonio, no podía ser usada.

No había salida –sólo quedaba lo inevitable.

Sus ojos recorrieron la deformidad que era el cuerpo de Naraku hasta llegar a su rostro humano. A pesar del daño recibido él aun tenía la confianza suficiente para sonreír placidamente, como si este fuese uno de sus juegos en los que él siempre conocía el final de antemano. La sola idea mando un escalofrío por toda la espalda de Kagome.

En ese instante en el que la rabia, la impotencia y el miedo comprimían su espíritu, le ocurrió algo que nunca antes le había ocurrido mientras le miraba. Por primera vez en todos los años de intensa lucha, Higurashi Kagome vio en el fondo de sus ojos a la criatura delante de ella tal cual era, y entonces todo estuvo claro. Todo tenía sentido finalmente para ella.

Se puso de pie con una fuerza que no sabía que le restaba y caminó hacia el monstruo. Vagamente podía escuchar los gritos de Inuyasha y los demás diciéndole que se apartara. Pero su objetivo estaba claro en su mente. Nada detuvo su paso hasta llegar y detenerse justo frente al monstruo, cuya expresión era ahora una de cautela, aunque igual de confiada en su victoria final.

Lo que hizo entonces dejó a todos absolutamente perplejos.

Kagome abrazó a Naraku.

Lentamente se acercó a él y lo abrazó deslizando sus brazos por encima de sus hombros y atrayéndolo hacia su cuerpo con ternura. Un abrazo simple, sin pretensiones. Un abrazo con la emoción de todos los abrazos que se dan con cariño.

Algo tan inesperado dejó al monstruo completamente rígido, incapaz de reacción alguna. Inmóvil en los brazos de la mujer que intentaba matar. Como si jamás en la vida alguien se hubiera acercado a él con una intención distinta a la de asesinarle.

Sentimientos ajenos a su naturaleza comenzaron a aflorar en contra de su voluntad. La parte de su ser que era humana tenía ahora más fuerza que su parte yukai y la reacción estaba haciendo estragos en su cuerpo.

Kagome había logrado ver a un Naraku como había sido antes de convertirse en un demonio, antes de la maldad que consumió su alma, antes de ser el torpe ladrón Onigumo. Antes de todo, cuando tan sólo era un hombre común, solitario, enamorado de una mujer que nunca podría corresponderle. ¿Había sido este el último deseo de Kikyo, cuyos pedazos de alma habían vuelto a su cuerpo con su sacrificio?. Kagome no lo sabía, sólo tenía claro que la violencia no era la respuesta, y que ahora todo dependía de las palabras que estaba a punto de pronunciar y que no eran suyas en realidad, sino ecos de otra vida...

"Perdóname por favor, es mi culpa… todo este dolor por el que has pasado", le dijo susurrándole al oído, su mano acariciando la parte de atrás de su cabeza. "Perdóname y déjame ayudarte… vuelve a casa por favor".

Un sonido que asemejaba mucho a un trueno quebrando los cielos retumbó entonces en la caverna haciendo a todos encogerse y taparse los oídos ante el ensordecedor estruendo.

Un grito de dolor acompañó el macabro espectáculo que comenzó a continuación.

Naraku se partía literalmente en dos.

Kagome fue expulsada hacia atrás por la fuerza de la reacción, cayendo al suelo. Sus ojos no se podían apartar de la transformación ante sus ojos. Era como asistir a un nacimiento pero esta vez la criatura expulsada no era un niño sino un hombre de mediana edad quemado y consumido por el odio, mientras que del otro lado una masa informe y palpitante de maldad latía y se contorsionaba en la forma de cientos de monstruos en miniatura, debilitados e incompletos pero destilando maldad pura en un liquido viscoso, grisáceo y nauseabundo que hacía las veces de placenta.

Tan pronto ambas partes de Naraku se separaron Inuyasha estaba sobre ellas blandiendo con fuerza su espada y plantándose delante de una muy aturdida Kagome.

"Kaze no Kizu".

La fuerza de Tessaiga disolvió hasta la última molécula de la masa monstruosa, barriendo por fin con ello la maldad que tanto dolor les había causado. Ahora sólo restaba la frágil figura de un hombre, cuyo único deseo verdadero en la vida había sido el ser amado.

Su mano se levantó apenas unos centímetros en dirección a Kagome, su mirada desenfocada tratando de fijar en su retina la imagen de su amor reencarnando.

"Gra… gra-cias… llévame a… ca-sa".

De inmediato Inuyasha estaba a su lado y sin rodeos o remordimientos hundió su espada en el pecho del hombre que había dado origen a todo. El contacto hizo que la materia de su cuerpo se desintegrara en poco más que humo con un silbido escalofriante que les heló a todos el corazón.

Aun a pesar de toda su maldad y del sufrimiento causado, Naraku había sido un alma humana en pena. Consumida por su propia maldad. A donde iba ahora ya no tenía remedio, pero la fuerza y el espíritu puro de Kagome y el sacrificio de Kikyo lo habían ayudado a redimirse un poco y a encontrar algo de paz antes de marcharse. El trágico destino de Midoriko y la eterna lucha de su alma dentro de la Shikon no Tama no se repetiría.

Todo había terminado. Naraku había sido derrotado no por la fuerza bruta –pues nadie era más poderoso que él entonces– sino por el sentimiento puro y sencillo que da origen a todas las cosas.

Amor.

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Kagome trataba, sin mucho éxito, de relajarse. Las cálidas aguas acariciaban su cuerpo desnudo y la semi-oscuridad la envolvía en una danza de sombras que se movían lentamente con la llama que ardía en la lámpara a su derecha. Las aguas termales eran un verdadero paraíso luego de un día agitado. Sin embargo, su cuerpo se negaba a cooperar. Desde que sus ojos vieron a Inuyasha nuevamente toda su resolución de mantener una indiferente compostura se habían diluido, dejándola con un dolor incomodo en su pecho y la tensión de quien se siente a la espera constante de una desgracia.

¡Odiaba tanto sentirse de ese modo! Más que nada Kagome quería recuperar una paz que no conocía desde que cruzó hacia el pasado cuando apenas tenía 15 años. Naraku estaba destruido y ella tenía ahora 18 años, pero muy poco habían cambiado sus sentimientos en ese tiempo.

Inuyasha era el culpable. O así lo había creído siempre, pero ya no estaba tan segura. Después de todo ella era la que no lograba aceptar su rechazo. Su falta de decisión era en sí misma una forma sutil de decirle que no deseaba nada más serio. Ella era la que continuaba viniendo a la era Sengoku con la excusa de ver a sus amigos, pero en realidad deseando sólo estar cerca del hanyo, sentir su presencia y oír su voz aunque sólo fuese para quejarse y preguntar por el ramen instantáneo.

¿Era realmente tan patética?

Un suspiro se le escapó inconscientemente y la respuesta fue inmediata.

"Estas pensando en Inuyasha, ¿verdad?". La voz de Sango la trajo de nuevo al presente.

"No".

"¡Mentirosa!".

"Bueno, sólo porque pensaba en lo difícil que va a resultar convencerlo de ponerse el kimono para la ceremonia".

"No necesitas hacer excusas. Desde que llegaste ni siquiera le has dirigido la palabra. ¿Acaso ocurrió algo que no me has contado?".

"No… la verdad no ha ocurrido nada entre nosotros", 'y ese es precisamente el problema'. A duras penas pudo mantener el último comentario para sí misma. No porque no tuviera confianza en Sango, sino porque ya no deseaba seguir dando lástima, discutiendo hasta el cansancio el estado de su inexistente relación con el hanyo.

"Ya veo".

Un silencio incómodo se estableció entonces entre ellas. Sólo se escuchaban los suaves ronquidos de Shippo que flotaba dormido sobre su salvavidas en el agua. Sus movimientos tenían hipnotizada a Kagome que estaba empeñada en mirar cualquier cosa menos a la exterminadora sentada directamente frente a ella. Un vistazo bastaría para convertirla en una masa balbuceante y llorosa fuera de control. Y ya no quería seguir sufriendo o causar más penas a sus amigos. Ella iba a dejar atrás a Inuyasha y todos esos sentimientos de una vez.

En su equipaje estaba esperando la nota que había escrito antes de salir de su casa. Estaba dirigida a Kaede-sama y en ella explicaba que ya no regresaría nunca.

La decisión estaba tomada.

Le dolía mucho dejar a sus mejores amigos atrás, pero no podía seguir viviendo entre dos mundos. No podía seguir aferrándose a Inuyasha. Era hora de continuar con su vida y este era el único camino.

Se marcharía luego de la boda de Sango y Miroku, despidiéndose como si nada y prometiendo volver pronto.

Pero nunca lo haría.

Ya hasta tenía planeado como bloquear el pozo sólo por seguridad –más por ella y la tentación de volver que por Inuyasha, quien sin fragmento de la perla había perdido la habilidad de cruzar mundos.

Su corazón dio un patético salto en su pecho ante la idea. Ni siquiera él podría intentar buscarla, rogarle, hacerla cambiar de opinión... 'si es que se da por enterado, claro'. Un resoplido cargado de irritación fue la reacción ante la idea de un Inuyasha completamente indiferente a su partida.

"¿Y ahora?", la voz de Sango tenía una nota de risa bajo la pretensión de seriedad. "¿Estas pensando en él?".

"Es un tonto", respondió fallando por completo en mantener la furia fuera de sus palabras.

"Es Inuyasha, está en su naturaleza supongo". Los ojos de la exterminadora analizaban minuciosamente a su amiga. Había visto pasar por su rostro todas las emociones –de la alegría al odio– en el espacio de cinco minutos. Aparentemente Kagome seguía tan confundida e indecisa como siempre respecto a su compañero hanyo.

"No quiero agobiarte con preguntas ni consejos que, es obvio, no quieres escuchar esta noche, pero si deseo decirte algo…".

Se puso lentamente de pie y el frío de la noche le puso la carne de gallina. ¿O era un presentimiento?. Sango no estaba muy segura, pero desde que Kagome había llegado un sentimiento de finalidad se había apoderado de ella cada vez que la veía. Algo estaba por pasar. Y fuese bueno o malo, era inminente.

"Sea cual sea el camino que tomes, asegúrate que sea uno en el que mirar al pasado sea motivo de regocijo para tu alma y no sufrimiento para tu presente, soledad para tu futuro".

Las palabras quedaron suspendidas entre ambas por unos segundos, como si un velo acabase de ser removido y ellas se estuvieran viendo por primera vez. Casi en un susurro Sango continuó:

"Mi abuelo solía decirme esas palabras cuando era niña y me encontraba ante una situación importante o una decisión difícil… buenas noches, Kagome-chan".

Rápidamente la exterminadora estaba fuera del agua envolviéndose en una toalla mientras que la respuesta de Kagome se moría en su garganta.

Tan pronto se quedo sola, su cuerpo se deslizó más bajo el agua, hundiéndose hasta la altura de los ojos para ocultar el llanto que ya no pudo contener.

-o-

A la distancia, Inuyasha se movió evidentemente incómodo por la estrechez de la rama en la que se encontraba recostado. Un gruñido se escapó de sus labios junto con una maldición. Detestaba ver a Kagome llorar. O más bien oler sus lágrimas medio diluidas en el agua de los termales. Mas aun cuando él era la razón de su llanto.

Las palabras de Sango resonaban incómodas en su mente.

¿Se arrepentiría alguna vez de la decisión que había tomado?

Honestamente, no lo sabía.

De lo que si estaba seguro era que el camino elegido por él ponía una sensación mixta de ansiedad, euforia y deseo en su pecho, que hacía muy difícil mantener el control sobre su sangre yokai. Y en su mundo particular de híbrido, eso era lo más parecido a la palabra 'regocijo' que conocía.

Ya no podía esperar.

Mañana en la noche… Kagome sería suya.

-o-

Glosario:

Osuwari – Abajo / sentado.

Inugami – Dios perro.

Shakujo –vara típica de los monjes budistas que lleva Miroku como arma.