Comentarios: El re-making prometido de esta historia. ¡Gracias a los que comentaron y opinaron! Secuencias sigue desde hoy~
Atención: Contenido slash/yaoi/BL, homosexual. Desde ya, homofóbicos, absténganse de leer y busquen algo de su agrado, ¿sí? Gracias ~ ¡Al resto, disfrútenlo!
Discleimer: Ningún personaje me pertenece, todos son propiedad de J. K. Rowling; salvo por algunos que son de mi autoridad. Esta es una historia escrita sin fines de lucro.
Advertencia: Éste es un James Potter x Severus Snape. Si no te agrada, sal de esta página y busca algo de tu interés. ¡Gracias! Contenido Remus Lupin/Sirius Black de trasfondo.
Secuencia I: El clavel
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"A partir de una secuencia de estos patrones individuales, edificios enteros con el carácter de la naturaleza se forman a sí mismos dentro de sus pensamientos, tan fácilmente como oraciones."
~Christopher Alexander.
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Solo quería un poco de comprensión.
Que entendieran que odiaba esos asquerosos momentos en los que tienes muchas ganas de gritar y tu boca está cerrada aún así. Momentos en los que tienes la cara estampada contra el suelo por un grupito de ineptos que te hacen bromas todos los santos días de tu vida, para luego recibir un castigo por algo que claramente tú no hiciste.
Él ya sabía prácticamente la rutina: despertar cansado debido a que todos los compañeros de cuarto, que pasaron por él durante los pocos años en Hogwarts, nunca lo habían dejado dormir, todo lo contrario, molestaban toda la noche; ir a sus clases, que por suerte compartía con Lily, con quien a pesar de todo tenía una amistad lo suficientemente fuerte; pasar por la biblioteca a leer y recoger sus libros, que con suerte encontraba algún que otro de pociones diferentes, las mismas lo aburrían; y por último su momento favorito, donde su grupo de matones personal le recordaba lo miserable que era su vida.
Detestaba cuando Black le lanzaba alguno de sus hechizos molestos, causándole caídas, golpes o daño a sus pertenencias de momento. O cuando Potter, a quien realmente odiaba, le hacía alguna de sus jugarretas las cuales lo enviaban a la enfermería cuando era posible. Y vaya que lo hacía. Recordaba cada momento como memorias saltantes en su cabeza.
A toda hora.
Y ahí estaba, con un brazo roto y varías heridas en sus piernas. ¿Casualidad?, pues no. La oscuridad nocturna hacia presencia y estaba solo en aquella sala tan conocida. Tenía un pequeño regalo que le había dejado Dumbledore debido a que, bueno, era navidad. Esa época del año en que todos se van con sus familias y él, como siempre, se quedaba en el castillo. Había más alumnos que se quedaban, y maestros también, pero para su suerte el único Slytherin era él. No es como si extrañara ver a todos pasearse por la sala de su casa, pero vagar solo por ella era de cierto modo aburrido. No podía tampoco entrar a las demás casas porque, claro, estaba prohibido. Tampoco tenía porqué.
Su mirada giró un tanto, logrando ver un pequeño frasco, entrecerrando sus ojos al distinguirlo. Permaneció así unos minutos hasta tomarlo. Aquel líquido lo suficientemente asqueroso, capaz de hacerlo escupir al primer tacto o probada de él. No tuvo más remedio que beberlo. No quería estar así el resto de la noche; unos pocos segundos bastaron para que sintiera su cuerpo un poco más tranquilo y fuerte, o al menos lo suficiente como para levantarse y caminar.
Sus vestimentas estaban dobladas cuidadosamente sobre una mecedora a su lado, le agradaba el toque tan pequeño pero agradable de la profesora. Vistiéndose lo más rápido que pudo, se acercó nuevamente a la cama para asomarse a ver su regalo. No es que estuviera emocionado pero, bueno, no tenía excusa esta vez.
Tomó el pequeño paquete, parpadeando un poco al tacto de sus dedos sobre el papel puesto que parecía que éste estuviese vacío. Lo abrió tranquilo, sin prisa pero con cierto entusiasmo.
Un lazo.
¿Por qué Severus Snape necesitaría un lazo? Extrañado y un poco confundido, sujetó su cabello y lo amarró cuidadosamente con el obsequio, dando un suspiro al aire una vez hubo acabado. Se supone que la intención es lo que vale, ¿no?
Tomando su libro de pociones —el cual encontró debajo de su ropa previamente— y salió de la enfermería, guardando su varita. Los corredores se veían demasiado fríos y secos. Caminó, sin mucha prisa, y solo observando como el ambiente se enfriaba a medida que se acercaba a la fuente. Notó como la misma estaba totalmente congelada, pero el agua continuaba fluyendo sin ningún cambio. ¿Sorpresa?, no realmente. Pocas cosas lo sorprendían a esa altura de su vida.
El suelo y los árboles totalmente cubiertos de nieve y pequeños copos de la misma caían dentro del corredor. Al asomarse, sintiendo el frío tacto sobre su rostro, su pálida piel se erizó un poco. Estaba totalmente solo y aprovecharía para estar calmado, o lo que pudiera en tan pocos días.
Algo repentinamente llamó su atención. Una luz fugaz y muy, debía admitir, hermosa suspendiéndose sobre la fuente. Vaya, el director sí que sabía trucos para volver todo un panorama tan delicado y detallado. Se apoyó en una columna como simple observador. La flamante luz fue acercándose a él de un momento súbito y cada sensación presente se asentó en su vientre. No sabía exactamente qué era aquello pero, sin necesidad de asustarse o entrar en pánico, se acercó.
¿Cómo caracterizar su belleza?
Una simple flor con un brillo singular delante de sus ojos, deteniéndose en su mano. Un tallo cálido, pétalos húmedos. Un clavel enamoró sus ojos, sin poder dejar de verlo; era sinceramente muy bello. Pero, aún así, mirada se asemejaba a la fría nieve, ¿cómo era posible que ni en esos momentos pudiera simular felicidad? Mínimo eso.
Sus labios se doblaron detenidamente, y una leve y corta sonrisa alojó su palidez.
Por impulso propio, sujetó el clavel y se apresuró a llegar a Slytherin, apañándoselas para cruzar las mazmorras rápidamente, y en un instante estaba pasando la sala. No tardó demasiado en llegar a su habitación, la cual compartía con Malfoy, quien como está claro, se había ido con su familia. Todo el cuarto estaba a oscuras. Sentándose en el pequeño ventanal, apoyándose en el cristal frío y débil, detuvo el paso. Cerrando un momento sus ojos.
No le dirían nada… ¿verdad? Lo único que le restaba por suceder era que lo sermonearan por robarse algo que formaba parte de la decoración de la fuente. En cualquier caso, su defensa era sencilla; la flor se había acercado a su mano. Decirle aquello a un muggle sería tan gracioso.
Escuchó un aleteo y luego un pequeño sonido que taladró sus oídos de un instante a otro. Sus hombros sufrieron un repentino temblor y abrió sus ojos, viendo hacia el cristal empañado. Lo que vio pudo haberlo desconcertado pero se las arregló para no demostrar esa expresión inevitable. Una lechuza golpeaba su ventana y era muy insistente. Ésta traía consigo una carta, presionada con aparente fuerza en su pico, llegando a ver cómo se doblaba a causa de la presión, llegando a romperse un poco el papel.
Abrió lo suficiente la ventana como para que el ave entrara.
Lo siguiente que supo era que se encontraba batallando con un ave bastante terca que no cedía en sus intentos de quitarle la carta. Acicalaba sus alas e inflaba su pecho, dando un aspecto mucho más esponjoso a sí misma. El rasgueo del papel lo hizo desesperarse, mordiéndose levemente el labio inferior al darse cuenta de que el sobre se había roto; dividido en dos, una de las partes estaba entre sus dedos. Me gustas. Un simple pedazo de pergamino, finamente trazado y una admirable caligrafía. Letras rojas.
Su pico soltó el papel y velozmente salió por la ventana. Se apresuró a cerrarla debido al frío y tomó la hoja, observando el clavel, luego la hoja y finalmente, el clavel de nuevo.
—¿"Me gustas"? —sus mejillas tomaron un tono carmín leve, ¿acaso podía ser verdad? Sabía perfectamente que su director no podía hacer algo que a él le gustase, pero entonces... ¿quién? Su corazón dio un respingo profundo—. ¿Le... gusto? —debía admitirlo, se había emocionado. No era algo que sucediese a menudo—. ¿Quién eres?...
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Ah, la mañana de navidad. Que tan desagradable calvario. Despertó con frío, su cuerpo helaba pero de cierta forma no le importaba. Había sentido varios golpes en las paredes, extrañándose pero ignorándolo por completo. La pintura de una mujer que tenían en la sala, al bajar, le mencionó que lo buscaban. Se ponía más interesante, ¿quién lo buscaba a él en navidad? Y justamente en navidad. Y justamente a él.
Bajó las escaleras con tranquilidad pero pisando con prisa, queriéndose convencer a sí mismo de que todo iba bien. Llegó hacia al Gran Salón, donde vio a Pomfrey platicar con vaya a saber quién. No le interesaba. Esa muchacha era, como sabía, varios años mayor que él, y destacaba por su dedicación y talento en la clase de Herbología.
Así como él en la clase de Pociones.
Sintió una mano tocar su hombro, ocasionando que soltase una exaltación, siendo luego un escalofrío el que recorrió su cuerpo. La sensación de tener un cubo de hielo en la espalda era una descripción perfecta. Sorpresivamente, se halló sin poder cerrar sus ojos ni el mínimo posible. Una gran punzada en su pecho lo hizo percatarse de cómo la mujer frente a sus ojos sonreía muy leve.
—Severus… —su voz hizo que sus ojos brillaran pero reteniendo las lágrimas traicioneras que deseaban salir. Pasando saliva profundamente.
—Madre… —logró musitar. La vio ampliar su sonrisa y repentinamente pareció como si todo el Gran Salón se hubiese silenciado. Ella se inclinó para tener un plano más cómodo antes de acariciar su mejilla. Ella era alta a comparación suya pero bien sabía él iba a crecer lo suficiente como para alcanzarla, o llegar a ser incluso más alto. Seguía teniendo catorce años después de todo. Mantuvo sus labios presionados el uno con el otro, sintiendo su mano áspera y lastimada. No era novedad, Snape sabía de antemano lo que el muggle hacía a su madre; sin embargo, siempre callaba—. ¿Qué haces aquí?, deberías descansar… —Cómo negarlo, el ojo y pómulo izquierdo de su rostro poseían un color morado oscuro, sus labios aún intactos y conservando su sonrisa cautivadora. Aún así no calmaba su preocupación.
—Paseemos juntos… —sintió latir su mano cuando ella la tomó; calidez irremplazable que extrañaba— Vamos… a Hogsmeade… —levantó su mirada hacia ella, viendo sus ojos oscuros y larga cabellera opaca—. Necesito decirte algo…
No recordó cuánto duró el segundo escalofrío al oír eso, o cómo fue que llegaron tan rápido. El centro estaba infestado de magos jóvenes y adultos, personas del ministerio y brujas festejando la navidad. Aquello sí era aterrador.
Un ambiente tan navideño; podía escuchar el canto de varios a distancia. Un leve jalón o tirón lo sacó de su trance, sentándose a la par que ella reía un poco ante su pequeña distracción. Él avergonzado, aunque cómodo de cierto modo, se limitó a verla. No recordaba un momento en que pudiera estar así con su madre, sin necesidad de un idiota de por medio a gritos. Poder estar tranquilo, así, era el deseo perfecto.
—No quiero que vuelvas más a casa —sus oídos solo pudieron escuchar como quebraba el sonido, y dejó caer la mirada segundos después, riendo tan leve que ella solo pudo verlo de lado, con la mirada pasiva y culpable—. Me iré de ahí, así que quiero que permanezcas en Hogwarts hasta que pueda recibirte en un lugar donde puedas estar bien…
—¿No podré verte? —ella se redujo a negar, omitiendo alguna palabra demás—. ¿Planeas dejarme solo de nuevo?... Iré contigo, entonces…
—Severus, no…
—Dijiste que no me ibas a dejar solo de nuevo… —ya con sus ojos húmedos, cabeza gacha y respiración corta, estampó sus ojos azabaches en los mayores, frunciendo ligeramente el ceño—. Lo prometiste… ¡Prometiste que no ibas a hacerlo de nuevo, que no ibas a dejarme! ¡No con él! —su voz sonó seca cuando lo mencionó, aunque fuere mínimamente eso, sin haber ni pensado su nombre. Pasó una mano por sus ojos, borrando cualquier rastro de lágrimas, y se levantó de un movimiento rápido. La triste sonrisa de la pálida mujer comenzó a perderse entre la gente a medida que él avanzaba, golpeando sus pies contra la nieve espesa al correr.
Todo su cuerpo se paralizó de un momento a otro y solo pudo temblar. Temblar sin control, apoyarse en un muro y caer al suelo, sentado y temblando de una forma brutal.
¿Por qué?
Miró sus pies, con una vista nublada y confusa.
—¡Miren lo que trae la nieve! —una risa grave y aguda a la vez, como negar desconocerla si de antemano la conocía. La voz de Black la sentía hasta en sus propias sueños, pesadillas debía decir—. Parece como si nos estuvieses siguiendo, Quejicus, ¿buscas una golpiza en navidad? —la verdad… sí. Si. Deseaba un golpe. Un golpe que lo hiciera despertar de su sueño dañino mas el otro solo sujetó su camisa levantando su cuerpo y estampándolo contra el muro. A pesar de su vista borrosa distinguió que no estaba solo.
No pasó mucho tiempo para oír más risas.
Mordió su labio inferior, intentando que eso fuese suficiente soporte para no llorar delante de ellos. No obstante, sus lágrimas comenzaron a salir en poca cantidad, y su mundo se vino abajo. Cuando su visión se aclaró un poco, pudo ver a Black con una expresión un poco confundida, sin soltarlo en ningún momento. Podía incluso hasta excusarlo. Es decir, ¿él llorando, delante de ellos, a tal libertad? Remus detrás, mostraba seriedad en todo momento, manteniéndose distante a la par de Petegrew.
—Sí… —el grupo dirigió su vista por completo a él, al oírle hablar. Tragó para continuar, el nudo en su garganta le dejaba decir poco y nada—. Golpéame… Mátame si quieres.
El silencio reinó, siendo lo único audible el canto del alumnado frente a la tienda de dulces.
—Canuto, déjalo —otra voz conocida, demasiado conocida, hizo presencia al fin. Aquella que apartó a Sirius del Slytherin de un codazo, oyendo al otro quejarse. Snape solo volvió a caer al suelo, no podía siquiera moverse y, esta vez, tampoco levantarse. Las heridas de su cuerpo aún seguían estando y, al correr, se habían abierto. Notó como se humedecían sus piernas. Maldición. Se había descuidado de lo que más atención requería—. ¿Queji-Snape? Oye, Snape ¿Estás… bien? —¿se preocupaba? ¿Por qué Potter tenía que preocuparse? Notaba como iba perdiendo la noción y su vista se nublaba de nuevo.
Sintió su cuerpo moverse; alguien lo sujetaba, con fuerza. Su rostro se posó en el pecho de alguien, cuyo corazón latía desenfrenado, solo atinando a alojar allí cada frustración. No hizo más que partir en llanto. ¿Para qué seguir reteniéndolo más? Se aferró a quien lo abrazaba, llorando con todas sus fuerzas. La mujer que le dio la vida posiblemente ya se había ido. No le quedaba más que hacer en navidad. El frío calaba en sus huesos.
Aquel abrazo fue correspondido, antes de caer en sueño, dejándose vencer totalmente por la inconsciencia.
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Comentarios finales: Lo prometido es deuda, como dicen. Lo cambié un poquito para que quedara más presentable. Creo que los siguientes son los que realmente no terminan de convencerme. ¡Deséenme suerte!
Gracias por leer c':
