-La historia es de mi completa autoria más esta ligeramente basada en la serie "Muhtesem Yuzyil", de 2011 a 2014, producida por Timur Savci y protagonizada por Halit Ergenç (Sultan Suleiman I), Meryem Uzerli/Vahide Perçin (Sultana Hürrem), Pelin Karahan (Sultana Mihrimah), Engin Öztürk (Sultan Selim II) y Merve Boluğur (Sultana Nurbanu). Los personajes son propiedad de Masashi Kishimoto, más su distribución y/o utilización corre absolutamente por mi cuenta para la dramatización de la historia.


Prologo

Imperio Uchiha, 1565/Camino a Konoha

El mundo significaba un lugar de cambios inmutables y así el plano inconsciente había sido testigo de cómo el Clan Otsutsuki, inicialmente un clan tribal cualquier, había adquirido poder y territorios a partir del matrimonio entre el heredero; Indra Otsutsuki y la Sultana Sanavber, una Princesa perteneciente a la entonces familia reinante que había gobernado la nación y que ante la carencia de herederos había pasado a manos del hijo de ambos; Baru I Uchiha que por los esfuerzos militares de su padre había sido nombrado como el Primer Sultan del Imperio Uchiha. En sucesión y durante años, décadas y siglos, decenas de hombres habían dejado sus nombres escritos a fuego en la historia del Imperio, recibiendo apodos y elogios siendo el más representativo de ellos el Sultan Itachi II "El Conquistador", el Sultan más poderoso del pasado y que había instaurado la temida ley del fratricidio con el fin de prevenir guerras civiles. Esa era la historia del Imperio Uchiha, una familia, dinastía e Imperio que a costa de un inmenso sacrificio personal había triunfado en batallas y obtenido un poder que los hacia invencibles y que había tenido como anterior gobernante al Sultan Butsuma "El Severo" quien había destronado a su propio padre para hacerse con el poder, afianzando su Sultanato al ordenar la ejecución de sus hermanos para no encontrar oposición a su entronización, cumpliendo con la temida ley del fratricidio como tantos otros de sus ancestros habían hecho antes que él. Este hombre tan frió había destruido el Sultanato de Egipto, permitiendo la anexión de los territorios sirios, palestinos y egipcios al Imperio, expandiendo sus dominios.

Mientras el Sultan Butsuma gobernaba teniendo como heredero a su hijo mayor, el Príncipe Tobirama y a kilómetros de distancia…una joven rusa llamada Kaede, de solo 16 años, había sido raptada por los tártaros y llevada a Konoha—la capital del Imperio-donde la hubieron vendido como esclava al Harem del entonces Príncipe Hashirama. Allí había iniciado su vida como odalisca, una posición común en el Palacio, pero su belleza, talento y astucia llamaron indiscutiblemente la atención de la Sultana Annaisha, madre del Príncipe Hashirama y esposa del Sultan Butsuma. Viendo potencial en esa joven eslava y odalisca rusa, la Sultana Annaisha había decidido educarla y le enseñó canto, bordado, danza, además de múltiples idiomas e inculcándola sobre el sistema que regía al Imperio y las intrigas que reinaban en el Palacio. Por su belleza, Kaede indudablemente había despertado la envidia en las otras mujeres del Harem pero que siempre habían reconocido su buen humor y sus incuestionables habilidades para poder contar cuentos que hacían reír a todos. Cuando el Sultan Hashirama—con veinte años—había ascendido al trono, ya había tenido una mujer a su lado, la Sultana Manami, una princesa de Crimea y sobrina de la Sultan Annaisha, pero a pesar de que la Sultana Manami hubiera sido la madre del primogénito del ahora Sultan, su conducta arrogante había hecho que ella y la Sultana Annaisha se llevasen permanentemente mal, haciendo que resultase obvio par la Madre Sultana que la joven Kaede era una candidata idónea para ser favorita del Sultan.

Lejos de todo lo esperado, Hashirama había sucumbido al amor verdadero por obra de Kaede que si bien con el tiempo había aprendido a compartir al Sultan con otras mujeres, siempre había vivido con dicha al poder afirmar que ella era la única mujer en su corazón, la única que él mantenía cerca, su amada a quien dedicaba palabras de amor y poemas, rendido a sus pies y viceversa. Claro que la relación de la Sultana Kaede y la Sultana Manami nunca había sido de las mejores, llegando a sostener grandes enfrentamientos, el peor en que la Sultana Kaede había sido físicamente agredida por la primera mujer del Sultan, terminando con el rostro completamente arañado por causa de una pelea. Cuando el Sultan Hashirama se había enterado de lo ocurrido, evidentemente la Sultana Kaede había inculpado a la Sultana Manami que si bien era una Princesa, había sido expulsada del Palacio Imperial y enviada a Otogakure junto a su hijo que había sido designado gobernador. Pero este incidente había sido quizás el único que el Sultan Hashirama había llegado a permitir que tuviera lugar y que le había abierto los ojos pues tiempo después había contraído matrimonio con Kaede haciéndola su "Sultana Haseki" que significaba una mujer o única esposa. Las leyes Imperiales permitían que un Sultan tuviera cuantas mujeres deseara e incluso esposas si estas eran Princesas extranjeras, pero Kaede había sido la primera mujer que ascendía a tal rango siendo originalmente una esclava, convirtiéndose en la única esposa legal del Sultan Hashirama. Ambos habían tenido seis hijos y una hija, pero todos—salvo su hija, la Sultana Kaori—habían muertos dejando como heredero al Príncipe Tobirama, hermano menor del Sultan Tobirama y que por su lealtad no había perecido bajo la ley del fratricidio porque el Sultan Hashirama se había dejado guiar por los Principios de la ley y ya que su hermano no era un enemigo, no tenía por qué ordenar su muerte.

-¿Qué sucede Kosuke?, ¿Eres demasiado bueno para rogar piedad por el bien de tus hijos?, ¿Tan poco valen para ti?- cuestiono Tobirama interinamente sorprendido por el comportamiento de su sobrino.

El ultimo hijo superviviente del Sultan Hashirama; el Príncipe Kosuke de diecinueve años, se encontraba arrodillado forzosamente en el suelo, retenido por dos guardias Spahi así como sus cuatro hijos que iban desde los cinco a los dos años pero que quizás estuvieran condenados como él que había recurrido a la dinastía Safavida para encontrar apoyo que le permitiera llegar al trono como su madre, la difunta Sultana Kaede, había deseado tanto que hiciera. De pie y con los brazos cruzados tras la espalda se encontraba el Príncipe Tobirama, hermano menor del Sultan Hashirama, portaba—por sobre la habitual y rigurosa túnica hecha de seda negra, de cuello alto y mangas ceñidas hasta las muñecas—un elegantísimo y riguroso Kaftan d terciopelo negro bordado en hilo de oro, de corte en V con un elegante huello y hombreras—unidos entre si—hechos de piel e igual color, mangas hasta los codos y ceñido a su cuerpo por un fajín de seda cerrado en torno a su cuerpo por un broche de oro que replicaba el emblema de los Uchiha y decorado por esmaltes y zafiros. La del Fratricidio permitía al Sultan matar a sus hermanos u otros Príncipes que pudieran ser competidores con el fin de evitar una confrontación potencial por el mandato y que pudiera desencadenar una posible guerra civil, lo cual en cualquier sociedad era un temor permanente, pero en comparación con otras dinastías o familias nobles europeas, el Imperio Uchiha contaba con el apoyo del ejército Jenízaro que no osaba desafiar la autoridad del Sultan, el gobernante del mundo. Para los súbditos del Imperio, el Sultan era la figura más importante dentro de la dinastía y el mundo, el representaba el corazón de la gente, por lo que si caía el Sultán se vendría abajo el Imperio y todo cuanto conocían, por esto se debía velar por la continuidad del Imperio mediante una fertilidad abundante en las mujeres del Harem que solo debían dedicarse a dar herederos al Sultan y Príncipes al Imperio. La ley que había impuesto el Sultan Itachi II, permitía a un Sultan matar a sus hermanos y familiares masculinos solo si estos habían cometido un delito o algún acto de traición, pero nunca se podía usar sin ninguna razón, pero desafortunadamente más tarde esta ley había sido utilizada para actos que contradecían sus propias normas por partes de los siguientes Sultanes, hasta la actualidad, porque Tobirama había orquestado secretamente el asesinato de todos su sobrinos varones, porque solo así él podría llegar al torno, solo así su hijo podría vivir, solo estaba cumpliendo con la ley por el bienestar de su familia.

-No hagas promesas que no puedes cumplir, tío, no digas palabras más honorables que tú- advirtió Kosuke sin perder la calma que por primera vez era plenamente capaz de exteriorizar. -Ambos sabemos bien que no está en tus planes ser piadoso- recordó, conociendo mejor que nadie el corazón del hombre a quien estaba unido por sangre.

-Tienes razón- afirmo Tobirama cuya voz fría resultaba perturbadoramente realista, teniendo en cuenta las circunstancias, -no lo haré porque no puedo ni quiero perdonarte, no eres más que un Príncipe rebelde que busco refugio con el enemigo- acuso siendo que el propio Sultan Hashirama había ordenado que se permitiera su ejecución puesto que a ojos del Imperio era un traidor y ante tal condena nadie podía salvarlo.

-Si ese es el caso, ¿Por qué interceptarme?- cuestiono, sabiendo que la respuesta seria una mentira para camuflar sus ambiciones. -Tienes miedo, ¿verdad? Le temes a la más mínima posibilidad...- dejo la frase inconclusa aunque la continuación era; "la más mínima posibilitad de que tu no seas el futuro Sultan". -Tío, mátame aquí, pero…déjalos ir, solo son niños, déjalos reunirse con su madre- pidió, dirigiendo momentáneamente la mirada hacia sus hijos.

"¿Es que vas a destruir al justo con el culpable? Si hay cincuenta justos en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta justos que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa! matar al justo con el culpable, de modo que la suerte del justo sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?" Su fe, la creencia de que la inocencia y lealtad debía preservarse empujaron a Tobirama a cuestionarse mentalmente si lo que pretendería hacer era realmente lo correcto. Claro que Kosuke era culpable por haber buscado apoyo en el enemigo, pero Hashirama le había dicho que debía descubrir si los pequeños hijos de Kosuke estaba realmente involucrados en su traición como para permitir que fuera ejecutados o no, más Tobirama había mentido al momento de decirle a Tobirama que seguiría la ley. Tal vez fuer egoísta pero tenía un hijo; Takeru era solo un niño, pero él era su mayor alegría y al de su esposa Miso, no podía permitir que él les fuera arrebatado porque si habían vivido o suficiente para ver esos días felices era para luchar por ellos, porque sabían que ellos podrían gobernar al Imperio adecuadamente. Ya había ordenado secretamente que ejecutaran a los hijos de su hermano para mantenerse vivo y ser feliz junto a Miso, ¿Por qué dudar ahora? Corroborando lo necesario en sus pensamientos, Tobirama levanto la mirada hacia los soldados Spahi bajo su mano, asintiendo escuetamente como orden…

-Tío…- Kosuke se quedó sin aliento al ver a los Spahi más que puestos a proceder, -déjalos a ellos, ¡Mátame a mí!- rogó, pero lejos de escucharlo, su tío se mantuvo tan estoico e indiferente como siempre. -¡Tío, por favor!

-¡Solo cumplo con la ley!- recordó, dándole finalmente la espalda, otorgándoles el permiso absoluto a los Spahi para cumplir con su sentencia y la del Sultan.

-Eres un perro traicionero, ¡Oveja negra de la Dinastía!- acuso Kosuke, contemplando con profundo dolor como los Spahi ceñían sogas alrededor de los diminutos cuellos de sus hijos, asfixiándolos frente a sus propios ojos, -por desgracia ahora te sentaras en el trono, pero no hallaras la felicidad en ese torno, ¡¿Me escuchas?!, ¡Incluso siglos después serás recordado como el tirano que siempre has sido!- maldijo sin titubeo alguno, no teniendo motivos para a rendirse a aquello que estaba presenciando.

-¡Guardias!-ordeno Tobirama, incapaz de escuchar ese maleficio por más tiempo, sintiendo como si una daga se clavara en el centro de su pecho.

-Mis hijos y yo iremos al paraíso en paz y solo nos arrodillaremos ante Kami únicamente y buscaremos su perdón- Kosuke sintió la soga alrededor de su cuello, pero ya no le importaba demasiado, había dicho las últimas palabras que deseaba evocar y eso era más que suficiente para su conciencia.

No sabía si su vida había sido plenamente dichosa o no, siempre había asumido que quizás podría llegar a ser Sultan en el futuro como su difunta madre había deseado que lo fuera y no había reparado en arriesgar todo cuanto poseía y más para lograrlo porque había vivido para tolerar las muertes de sus hermanos y Kami era testigo que no había peor dolor que ese, más entre tantos compromisos e inseguridades propias de su rango, había encontrado el amor en Harumi, una concubina que lo amaba tanto como él la amaba a ella y si bien no era la primera ni ultima mujer que había estado íntimamente asociado a él, era la única mujer a quien había entregado libremente su corazón, su Sultana…y sintiendo como su vida abandonaba ese mundo, sintiendo que ese plano terreno ya no le pertenecía y viceversa, Kosuke tranquilamente se entregó a la muerte. De espaldas ante esa escena, Tobirama deseo por impulso cubrirse los oídos pero en cuanto sintió el eco de los cadáveres desplomarse tras él supo que era demasiado tarde. Contrario a lo que otros pensarían, su esposa Miso no era quien lo había manipulado para hacer que estas ejecuciones tuvieran lugar, se trataba de su propio sentido común, ¿de qué otro modo sino su hijo viviría y podría llegar a ser Sultan? Tal vez fuera egoísta, pero conociendo la ley es que no podía permitir que su único hijo pereciera, le permitiría vivir a sus sobrino Madara como simple seguro si—Kami no lo quisiera—sucedía lo peor, pero no por otras razones. Había sentido dicho luego del nacimiento de sus últimas hijas cuando—por la dificultad del trabajo de parto—Miso se había vuelto estéril, claro que compartía su cama con otras mujeres pero no se permitía tener más hijos. Miso era su esposa, su único amor y la madre de su heredero, no necesitaba más sin importar que lo poco que poseía lo impulsara a mancharse las manos de sangre.

Ese era el peso del futuro, el peso de su futuro Sultanato.


Palacio de Otogakure

La provincia de Otogakure era la cuna del futuro del Sultanato porque estando allí un Príncipe demostraba realmente sus capacidades para gobernar el Imperio, si eran capaces de gobernar eficientemente una provincia de semejante tamaño, obviamente podían tener más posibilidades de dirigir exitosamente al Imperio entro, era algo así como una prueba de liderazgo y que no todos eran capaces de pasar, pero ahora esa provincia de cuento de hadas era un infierno, una prisión para la Sultana Harumi que deseo poder escapar junto a su pequeño hijo. Sus largos rizos rubios almendrados que caían ligeramente despeinados sobre sus hombros, cubiertos tras su espalda por un velo gris oscuro que se movía ante la terquedad que representaba al encontrarse armada. No lucia como la Sultana noble y digna que había sido tiempo atrás, únicamente enfundada en un vestido de luto gris azulado de mangas ajustadas bajo una chaqueta de satín negro ribeteada en encaje en el borde del escote cuadrado, cerrada en el corpiño por seis botones negros en el centro del corpiño gris claro, y mangas acampanadas, ajustadas hasta los codos y que cubrirían las manos de no ser por la daga con que amenazaba a los guardias y al Pasha que intentaban doblegarla. Tenía la espalda pegada a las puertas de la habitación que compartía con su hijo, esta vez estaba sola, nadie la ayudaría, pero por Kami que no entregaría a su hijo para salvar su propia vida, pensaba llegar a recurrir al suicidio de ser necesario pero no entregaría a su hijo para que otros lo asesinaran como a un criminal. Inari, su pequeño hijo de un año…él era tan Inocente como su amado Kosuke, su Príncipe que había sido ejecutado junto a sus otros hijos.

-¡Atrás!, ¡Aléjense!- amenazo Harumi, intercalando u mirada a todos aquellos que intentaban doblegarla, -Nunca me quitaran a mi hijo, ¡Nunca podrán hacerlo!, ¡Jamás!

-Sultana, por favor, entréguenos al Príncipe Inari, es una orden- rogó el Pasha, sorprendido por la metamorfosis en el comportamiento de una de las mujeres más sensatas que hubiera conocido.

-Jamás lo haré…¡Jamás lo haré!- chillo Harumi, negando de forma vehemente la posibilidad de entregar a su pequeño. -¡No se acerquen!, ¡Atrás!- amenazo sin soltar la daña que aferraba a su mano como si fuera su tabla de salvación y quizás lo era.

El pequeño que estaba al interior de la habitación era su hijo, su Inari, su pequeño, una parte de su corazón y su alma, ¿Qué madre entregaría voluntariamente a su hijo a la muerte? Ninguna en el mundo, ni en un Palacio ni en la más humilde de las moradas y Harumi no pensaba ser la primera en aceptar tal cosa. Un eco de pasos llego a sus oídos, haciéndola alzar la vista hacia el umbral del pasillo donde hubo emergido su mayor enemiga, la conspiradora arpía al asecho, Miso, la esposa legitima del Príncipe Tobirama y que se conducía como la dueña absoluta del mundo y precisamente porque aspiraba a serlo. Su largo cabello azabache se encontraba elegantemente recogido tras la nuca con un rebelde y fino rizo cayendo como flequillo al costado de su rostro. Por sobre su cabeza se encontraba una portentosa corona de plata, perlas, esmeraldas y diamantes en forma de púas a juego con un par de pendientes de cuna de plata con una esmeralda en el centro enmarcada por pequeños diamantes y perlas. Cubriendo su delicada y siempre femenina figura se encontraba un hermoso vestido verde teal grisáceo. Se componía de una sola prenda, debido al clima veraniego, un vestido de escote cuadrado pero que tenía una especie de cuello falso que descendía desde los hombros hasta un perfecto escote de caída en V bajo una capa superior de escote cuadrado y unas siempre marcadas y estampadas hombreras, en el centro del vestido de hallaba un camino de tela hecho de complejos estampados emulando el emblema Uchiha bordado en plata que exponía la falda del vestido que emulaba el mismo patrón, la falda exterior, los lados del corpiño y las mangas ajustadas hasta los codos y holgadas y abiertas a partir de allí no poseían patrón alguno. Con una sonrisa ladina, la Sultana, acompañada por su leal sirviente y aliado Kouhei, así como por una comitiva Spahi, se detuvo a un escaso par de pasos de Harumi, disfrutando de verla finalmente acorralada como tanto había deseado que sucediera.

-Harumi, se acabó- sentencio Miso, dichosa por haber ganado la batalla decisiva, teniendo por fin el camino libre, -ya perdiste, ahora entrégalo, debes entregar al Príncipe Inari a los guardias- ordeno, desviando sutil y momentáneamente la mirada a los Spahi tras ella.

-Ven, ven e inténtalo- alentó Harumi con un tono de voz falsamente sereno. -¡Te arrancare el corazón!- amenazo a punto de lanzarse hacia miso que retrocedió por instinto, protegida por Kouhei que se colocó delante como escudo.

-¡Harumi!- chillo Miso sin dejarse intimidar. -Ya se acabó, acéptalo- zanjo, no pudiendo decirle nada más.

-No- negó Harumi, incapaz de aceptar entregar a su hijo a los verdugos. -Miso, no, te ruego que te detengas- pidió entre lágrimas, ya no sabiendo que más hacer si no se bastaba sola para defender a su pequeño. -¿Si matas a mi hijo como podrás mirar a tu hijo y tus hijas a los ojos?, ¿Acariciaras sus rostros con tus manos sangrientas?- cuestiono, viendo un ápice de flaqueza ante sus palabras, porque sabía que tenía razón. -Ten piedad, por favor, tú también eres madre- comparo, pidiéndole empatía por al menos una vez.

-Es cierto, también soy madre- acepto Miso pero lejos de mostrar compasión mostraba aún más valor de cumplir con lo que era necesario, no por su futuro sino el de su hijo, su Takeru, -es por eso que debo hacerlo, por mis propios hijos- aclaro, aunque de nada le servía hacerlo porque no esperaba comprensión y sabía que no la obtendría.

Si, era madre como Harumi y deseaba sentir empatía pero esta personalmente prohibía tal cosa, si ella no actuaba primero su hijo moriría, si aceptaba las palabras de Harumi ella gobernaría junto al Príncipe Inari y a cambio ella, Tobirama, su hijo Takeru inclusive sus hijas morirían, no se trataba de ambición por el trono, se trataba de supervivencia como se había jurado hacerlo la primera vez que había sostenidos su hijo en sus brazos, cuando Tobirama y ella se habían visto merecedores de la felicidad, sabían que nada se lograba sin sacrificios y ellos estaban dispuestos a llevar a cabo ese temido sacrificio si así su hijo y sus hijas podían vivir en paz. Ser mujer no era algo fácil dentro de un Imperio tan cruel como aquel, porque no tenían un lugar real que ocupar, no había títulos para ellas, se empezaba como esclava y se moría como tal si no se tenía el valor de luchar por algo más grande, ella lo había hecho, había estado dispuesta a mantenerse en el poder para proteger el amor que Tobirama y ella se tenían y del que sus hijos eran fruto, no eran tan tonta como Harumi para pensar que escucharían sus suplicas…había gritado y no la habían escuchado, había rogado por ayuda y amparo solo para ser traicionada por la espalda. No podía permitirse ser piadosa, no ahora, claro que viviría para arrepentirse de todas estas decisiones crueles, pero eran necesarias, por su hijo y sus hijas, por Tobirama y por el futuro seguro del Imperio.

-Tengo un solo deseo para Kami, que cada momento feliz que tú y tu esposo tengan se vea opacado por todo el dolor que atravesamos- maldijo Harumi, no deseando comprender bajo ninguna circunstancia los pensamientos de la mujer cuya tierra de proceder compartían.

-Atrapen a esa mujer- ordeno Miso, a punto de perder la paciencia por aquel malefició, pero sin darle tiempo es que Harumi abrió y cerro las puertas velozmente, ingresando en la habitación y cerrando con seguro para que no invadiesen la privacidad, -¡Rompan la puerta!- chillo, apremiando que sus órdenes fueran cumplidas.

Haciendo contrapeso con sus manos, atrancando la puerta, Harumi se permitió llorar abiertamente. No tenía como escapar, lo aceptaba, pero ni aun en su situación pensaría siquiera en entregar a su hijo a los verdugos, no podía traicionar sus principios ni la memoria de su amado Kosuke de esa manera. Por más increíble que fuera, siempre había estado resignada a ese futuro, había esperado desde hace mucho tiempo que este día llegara, después de todo solo un Príncipe llegaba ser el Sultan del Imperio y no había otros herederos salvo sus propios hijos que con certeza serian ejecutados para que uno de los hijos del Sultan subiera al trono, sin encontrar oposición a su Sultanato, evitando cualquier posible guerra civil por el poder. Por longevidad, un Sultan debía tener muchos hijos varones, porque evidentemente no era fácil sobrevivir, pero si se llegaba a la edad adulta uno sobrevivía y los otros pagaban el precio, esa era la realidad, pero Harumi no estaba dispuesta permitirlo, no se rendiría, hasta el final moriría pero como ella había escogido hacerlo, no como otros quisieran que lo hiciera. Su vida era suya y nadie, ni aun la arpía de Miso, se la quitaría. Apresuradamente, Harumi se alejó de la puerta, avanzando a medio trote hacia la cama donde su pequeño hijo de un año desconocida a que se debían los sonoros golpes de los Spahi intentando abrir la puerta, desconociendo que el tiempo para ellos se había agotado y que ya no tenían posibilidades de supervivencia en ese mundo tan cruel. Ellos no tenían cabida en el imperio de Miso y Tobirama.

-Inari, hijo mío- sollozo Harumi, arrodillándose frente a su hijo, jugando con sus cortos cabellos castaños, besándole la frente. -Nunca te alejaran de mí, nunca nos separaran- juro con inquebrantable seguridad, dispuesta a lo que fuera con tal de cumplirlo…

-Incompetentes, ¡ábranla!- ordeno Miso, temerosa a más no poder, pero negándose a aceptar que el futuro de su hijo corriera algún tipo de riesgo. -Envíen guardias al jardín, no puede escapar- pidió a Kouhei, sabiendo que él comprendería sus razones. Asintiendo, Kouhei no dudo en marcharse inmediato para así cumplir sus órdenes, sumiéndola en la más absoluta incertidumbre al encontrarse sola. -¡Rápido!- reitero, furiosa y aterrada.

Si fracasaba; su esposo Tobirama moriría, ella también y lo peor de todo…su hijo y sus hijas, ¡no! No podía permitirse equivocarse a estas alturas, se trataba del futuro de su esposo por lo que luchaba, retroceder no era una opción. A estas alturas y aun siendo una mujer joven, Miso recordaba quien había sido, la joven esclava veneciana que había sido traída al Palacio para formar parte del Harem y a quien la Sultana Kaede—apenas tres años mayor que ella—la había elegido como aliada y ofrecido al Príncipe Tobirama, apenas verse habían sentido amor inmediato, un amor que había hecho valiente a Miso, lo bastante valiente como para enfrentarse a todo y todos. Luego del nacimiento de sus hijos se había resignado a que ya no podría tener más hijos pro la consolaba que Tobirama no tuviera hijos con otras mujeres del Harem, eso le recordaba lo especial que era para él, lo única que era a sus ojos. Quizás la Sultana Kaede la hubiera elegido, pero en momentos así Miso no podía evitar pensar que ella no era tan fuerte como aquella mujer invencible, la Sultana de Sultanas que se había enfrentado al mundo entero y no solo por su amo sino que por sus ambiciones personales, había marcado un antes y un después en la historia del Imperio Uchiha abriéndoles un camino a las mujeres, un camino que Miso tenía pensado expandir, pero que era incluso más difícil de transitar, porque ser así de valerosa, fuerte y magnifica era lo más difícil que podía existir en el mundo…

Desde su llegada al Palacio como una esclava rusa, había quedado claro para todos que la Sultana Kaede era una belleza inolvidable y eso en conjunto con su sonrisa encantadora habían hecho que el Sultan Hashirama se enamorara perdidamente de ella nada más haberla visto una vez, y aun hoy, veintitrés años después de ello, seguía siendo un ejemplo a admirar y seguir por todos. Portaba un sencillo pero favorecedor vestido purpura grisáceo de escote alto y en V con cinco botones de igual color que cerraban el corpiño hasta la altura del vientre, y de mangas ajustadas hasta las muñecas, interinamente cerradas por dos botones de igual color que la tela. Por sobre el vestido se hallaba una chaqueta purpura de escote en V—cerrada casi bajo el busto y abierta a la altura del vientre—bordada en hilo de plata con perlas incrustadas para recrear flores de cerezo a lo largo de la tela, pero más esencialmente en el escote en V que formaba la chaqueta al cerrarse, así como en el dobladillo de la falda. Alrededor de su cuello se hallaba una guirnalda de oro de la que pendían múltiples cristales en forma de lágrima, a juego con un par de pendientes de oro y perla en forma de lágrima. Su largo cabello castaño dorado se encontraba impecablemente recogido tras su nuca, realzado por una hermosa corona de oro que replicaba una estructura en forma de ondas y flores de jazmín ribeteadas en diamantes y cristales ámbar. Se decía que un susurro de su voz era capaz de derribar a otras mujeres, siendo fuerte de pies a cabeza, magnifica y perfecta, por eso el Sultan Hashirama la amaba tanto, solo ella era la dueña de su corazón. Todos estos adjetivos provocaban que Miso temiera a ella únicamente, y no era la única, pocos—por no decir ninguno—podían osar elevar la voz y enfrentarla, era el emblema del dragón hecho mujer.

-He hecho cosas malas en el pasado, es cierto- acepto Miso que estaba más que dispuesta a ser humilde, porque desde siempre había sido capaz de sostener su conciencia y reconocer personalmente sus errores, pero no por ello limitándose a actuar como y cuando fuera necesario, -pero vivo la vida que usted eligió para mí- aclaro, contradiciéndose a sí misma.

Con respeto pero valor entremezclado, Miso hubo dedicado sus sinceras declaraciones a la Sultana Kaede, la mujer y amiga gracias a quien estaba donde estaba parcialmente, pero de nada le serviría su ayuda si Tobirama no la amara ni ella a él, eso solo se lo debía a si misma y al amor que se tenían, hasta ahí llegaba la lealtad. Radiante y hermosa a la vez se hallaba la Sultana Miso, portando un cautivante vestido de seda y gasa color rojo brillante, de escote corazón, ajustado y calzado perfectamente a su figura, de mangas holgadas ligeramente trasparentes que llegaban a cubrir las manos y un osado corte en la espalda que exponía parte de su piel. Su largo cabello azabache se encontraba elegantemente recogido tras su nuca, exponiendo su cuello alrededor del cual se hallaba el emblema de los Uchiha sostenido por una cadena de oro con diamantes y cristales incrustados, y a juego con él un par de pendientes de plata en forma de una línea horizontal y de la cual pendía un dije de cuna de diamante con un rubí en el centro, finalmente y sobre su cabello se hallaba una corona de oro, rubíes y granates sobre su cabeza, emulando capullos de rosa y escamas ribeteadas en diamantes y cristales. Su arrogancia y altivez fuera un error, pero como Sultanas no podían sostener ningún tipo de amistad entre sí porque una desaparecería cuando ya no tuviera hijos que pudieran llegar al torno, solo una ganaría y la otra no, eso era suficiente para impedir que surgiera o permaneciera la amistad que quizás habían llegado a tenerse hacia mucho tiempo.

-¿Por qué lo dices?- cuestiono Kaede tranquilamente.

-Usted me eligió, Sultana- contesto Miso, teniendo la respuesta de antemano y pudiendo soltarla con inequívoca seguridad, porque sabía que era así. -Todo lo que hice lo hice por el Príncipe Tobirama y por mis hijos, todo fue para que el Príncipe continuase con vida- justifico aunque si bien aceptaba sus errores, estaba más que dispuesta a volverá cometerlos con tal de hacer feliz a Tobirama, ser feliz ella y sus hijo. -Su historia, Sultana, siempre ilumino mi camino, pero…hay una gran diferencia entre su historia y la mía- aclaro haciendo que Kaede le indicara que especificara cual era esa diferencia. -Cuando usted se ganó el corazón de su Majestad, él ya estaba en el trono, en el futuro de nuestro amor se encuentra una gran prueba- equilibro, más no negativamente sino estando dispuesta a enfrentarse a lo que fuera para obtener la victoria.

-¿Crees que veras llegar ese día?- inquirió Kaede, pero no estando dispuesta a permitirlo.

-No lo dudo, Sultana- respondió Miso, no por creerse digna de ello, sino porque había luchado para llegar a donde estaba y continuaría luchando, -un día este Palacio será mi hogar y algún día estos aposentos me pertenecerán- vaticino sin importar la osadía que eso significara, -usted lo sabe muy bien, las eras cambian y mi era va a comenzar-redijo con superioridad.

Era una tradición dinas que, cuando una mujer estuviera cargada de sabiduría y fuera mayor, le cediera su poder a alguien más joven, así había hecho la Sultana Annaisha—madre del Sultan Hashirama y el Príncipe Tobirama—al cederle la responsabilidad de dirigir el Harem y la corte a la Sultana Kaede, y ahora que la vida de la Sultana Kaede estaba próxima a extinguirse, Miso veían gloriosamente como su era estaba próxima a iniciar, sabía que la Sultana Kaori—hija de la Sultana Kaede—sería una contendiente muy fuerte en su camino si quería conseguir todo cuanto ambicionaba, pero no le temía a nada porque ella era el fuego, no temía quemarse, más bien estaba ansiosa por ello. Evidentemente a la Sultana Kaede no le hubieron hecho gracia tales palabras y amenazas disfrazadas, por lo que—levantándose del diván sobre el que se encontraba—se dirigió lenta y venenosamente hasta situarse frente a Miso que temerosamente bajo la mirada. Había vivido para conocer a muchas personas, había quitado de su camino a enemigos que había intentado hacerla desaparecer, y habiendo salido victoriosa de todo eso es que Kaede no pensaba tener miedo ahora que su vida llegaba a su fin, todo se haría como ella deseaba que sucediera, no de otro modo, Miso podía ambicionar todo cuanto deseara, pero no lo conseguiría, no sin antes haber pasado por un infierno al atreverse a asegurar tan abiertamente semejante futuro.

-Llegue hasta aquí, atravesé llamas y pude renacer del fuego- recordó Kaede que si bien veía su vida próxima a extinguirse, no planeaba dejarle el camino libre, eso ni soñarlo, -no me senté en la mesa de los gatos sino en la de los leones- un racconto de su existía hubo tenido lugar ante sus ojos al decir eso, pero eso no la hizo flaquear sino fortalecerse aun más. -Ya que es tu intención, prepárate para quemarte- amenazo airadamente.

-Estoy lista, ya lo he considerado todo- contesto Miso, teniendo una tormenta de fuego brillando en sus ojos.

Suspirando profundamente, Miso agradeció poder recordar ese momento tan crucial de su pasado, claro que enfrentarse a la mujer que le había enseñado todo cuanto sabia había sido una gran prueba, pero no era la intención de Miso traicionar su memoria, siempre la categorizaría en su mente como la mujer más poderosa y hermosa le mundo, un modelo a seguir, pero las eran cambiaban y ya era el momento de que ella velar por el futuro e inminente Sultanato de su esposo Tobirama. Finalmente y tras múltiples intentos, la tranca de la puerta hubo cedido desde el interior, permitiendo que los Spahi abrieran las puertas de par en par, ingresando como escolta de la Sultan Miso que, sujetándose la falda para no tropezar, se quedó sin aliento apenas y hubo cruzado el umbral de las puertas…allí, tendida sobre la cama y abrazando a su pequeño hijo, el Príncipe Inari, Harumi sostenía frágilmente un diminuto frasco en su mano derecha, un frasco que desde luego había contenido un veneno que ya había sido empleado, la inmovilidad del pecho de ella y el pequeño Príncipe era prueba suficiente de que ellos ya habían abandonado ese mundo. Miso inicialmente no supo cómo reaccionar ante semejante cuadro. Por más arrogante, vanidosa o cruel que fuera, personalmente, el suicidio nunca se le pasaría por la cabeza, mucho menos decidir el futuro por sus hijos, arrebatándoles la vida, pero deteniéndose a analizar las cosas es que acepto que esa era su perspectiva de las cosas y lo que había sucedido era decisión de Harumi, ella veía más honor en morir e ese modo, pero afortúnamele y por llegar a esa conclusión, Miso afortunadamente no había tenido necesidad de mancharse las manos de sangre.

El camino estaba libre, su camino y el de Tobirama.


El destino no es lo que importa, si no el viaje, recordó Mariam durante todo el trayecto mientras ella y las demás mujeres hubieron descendido del navío que las había traído a un lugar incierto, vendido en el mercado de esclavos y ahora llevado a un Palacio tan hermoso que no poseía comparación alguna y que la había abrumado por completo así como a las demás, kilómetros a pie que habían probado su carácter y su valor. Un día y medio sin agua y sin probar alimento…otro individuo en su posición ya se habría rendido, pero ella había jurado seguir peleando inclusive en las últimas circunstancias. Estaba sola, nada ni nadie iba a socorrerla si caía; solo ella lo haría, si caía una vez se levantaría, si caía nuevamente se levantaría una y otra vez hasta el final porque…si ella no peleaba por ella misma, ¿Quién lo haría?

Formando parte de la fila se encontraba una bellísima joven de a lo mucho catorce años; de piel clara cual marfil, rostro armonioso cual nirvana y largos cabellos rojos levemente despeinados, comparables a un mar de fuego, y que combinaban perfectamente con un escuche de dos orbes oscuros semejantes a dos gemas ónix; una autentica belleza. Su nombre era Marian Baffo, era hija del gobernador de Venecia. ¿Su pecado por el que había sido traída al Palacio? Haber paseado por la playa junto a su caballo predilecto, sin pensar en nada justo cuando un barco de piratas atracaba en la costa, piratas que sobrevivían secuestrando jóvenes que vender al Palacio imperial como esclavas, el destino con el que ahora cargaba, y por más que nadie se hubiera detenido para analizar su caso o darle una respuesta sobre lo que pasaría con ella, Mariam sabía que no iba a regresar a su hogar y en cierto modo la tranquilizaba eso, la habían tomado a ella, no habían lastimado a su familia y eso era suficiente para permitirle vivir tranquila el resto de su vida pese a no comprender aun donde estaba exactamente. Decían que este lugar era el centro del universo, el corazón del mundo, ¿Pero qué significaba eso precisamente? Para ella ya nada tenía sentido, solo sabía que deseaba vivir y que no se rendiría para hacerlo, ahora estaba sola ante el mundo y más le valía aprender a defenderse por todos los medios.

El elegante atuendo de montar que había portado como recordatorio de su hogar había sido remplazado por un desgarbado comisión blanco levemente opaco que la hacía lucir como una criatura sin gracia, cubierto por una capa que la había protegido escasamente del frió durante el trayecto y su llegada al Palacio durante esa noche, justo como las demás jóvenes, pareciendo uniformes que apenas variaban en forma y matiz. Su cabello lucia liso a causa de los descuidos y el hecho de que no se había bañado, le molestaba estar en esas condiciones ya que era el único complejo de vanidad que tenía, no podía estar sin bañarse, se sentía poco menos que una criatura rastrera. Dos mujeres de vestiduras nobles, pero que tenían los ajuares de sirvientas, las guiaron y ubicaron al interior de la que parecía ser la división de una gran sede. Mariam percibió el diseño específico en las paredes de mármol que estaban decoradas en oro. El espacio era reducido en su medida pero no al punto de cómo había sido el interior de aquel navío en el que había viajado durante más de una semana. Las dos mujeres velozmente las ubicaron en una línea frente a ambas, o mejor dicho lo hizo una ya que la mujer de mayor edad (que demostraba aproximadamente cuarenta años) se quedó frente a ellas observándolas como un cuervo sobre un cadáver; analizando lo que estaba ante sus ojos, haciendo que todas—Mariam incluida, solo que no lo exteriorizo—se sintieran infinitamente nerviosas….

En comparación con las demás mujeres de la fila que se sentían intimidadas, Mariam no sintió miedo porque ya no tenía nada que perder en ese lugar tan remoto, pero contraria a algunas muchachas altivas, ella se comportó lo mejor que pudo, bajando la mirada y luciendo dócil pese a que en su interior llevara una tormenta que sentía no podía ser apagada, cuando se perdía todo lo que podía considerarse importante era imposible sentir temor, porque no existía ningún tipo de apego con nada ni con nadie. La mujer pasaba de muchacha en muchacha arreglando sus posturas y señalándoles cómo debían pararse. Tenía el cabello de un color semejante al aguamarina y peinado de lado en un perfecto recogido adornado por una diadema que combinaba con su vestido azul oscuro de escote redondo, mangas ajustadas que se volvían holgadas y abiertas a partir de los codos y falda interna de color turquesa grisáceo. Unas repentinas carcajadas la hicieron levantar la vista hacia un balcón arriba de ella donde se encontraban cuatro jóvenes al menos dos o tres años mayores que ella, todas vestidas con sedas de colores magníficos, con diademas, pendientes y collares hechos con perlas, diamantes, oro, esmeraldas, zafiros, rubíes y todas las joyas que ella conocía tan bien. Pero pese a todo Mariam se fijó en sus modales…solo eran concubinas, probablemente el rango al que ella estuviera destinada siendo esclava en aquel lugar, pero indudablemente cualquier cosa era mejor que ser una pordiosera insignificante sin oportunidades, no, Dios…no había nada pero que la pobreza absoluta.

-Serán un grupo de sirvientas, no pueden ser otra cosa—murmuro una de las frívolas jóvenes haciendo que Mariam apretara los puños por la ira de escuchar que la tachaban de lo más bajo sin siquiera conocerla….si pudiera hablar con libertad nadie la miraría en menos, pero esta vez no podía defenderse.

Una vez que la mujer finalizo con la organización, se ubicó de pie junto a la mujer mayor que le dedico una mirada seria y muy severa antes de levantar los ojos hacia el balcón interino donde estaban aquellas jóvenes tan tontas y arrogantes como eran de hermosas.

-Diles a las chicas que se callen—ordenó la mujer mayor haciendo que su homóloga asintiera.

La mujer de cabello aguamarina avanzo unos pasos para quedar exactamente bajo el balcón, donde levanto la mirada y observo reprobatoriamente a esas jóvenes que, sabiéndose descubiertas, solo atinaron a reírse descaradamente, pero no de la situación, Mariam lo sabía muy bien…se estaban riendo de ella y de las otras mujeres, creyéndose superiores solo por tener el estatus para lucir hermosas. Una pena..

-Muchachas, no me hagan subir—advirtió la mujer antes de volver frente a la fila, de pie junto a la directora del, Harem.

Antes de que Mariam volviera a poner atención en el ambiente, se dio cuenta de que la directora del Harem se había enfrascado en analizar adecuadamente a las jóvenes, pasando de una en una, tomándoles el mentón y analizando los ojos, el cabello, el tono de piel y la mirada que tenían, si eran dóciles…o difíciles de tratar. Según Mariam comprendía el idioma en que hablaban, las mujeres que eran sacadas de la fila serian enviadas a los baños para ser examinadas por una doctora, lo que significaba que se volverían concubinas. Este mundo es cruel con las mujeres, reflexiono sabiendo que si no la elegían…sería enviada al mercado de esclavos otra vez y volvería a iniciar el mismo camino por el que había llegado a ese lugar tan desconocido y al que aún no podía darle nombre…en circunstancias así era mejor quedarse en el Palacio. Ya vería como se posibilitaba el salir de allí, con el tiempo, pero por ahora necesitaba y debía quedarse ahí…a cualquier precio. La directora del pabellón llego frente a la joven a su lado, quien no se atrevió más que a levantar muy brevemente la mirada, luciendo sumisa y tranquila como la criatura más servicial, obviamente tenía todo lo necesario para ser una perfecta concubina, sobre todo belleza, aunque no carecía de intelecto, pasando rápidamente la prueba y la mujer la separo de la fila antes de fijar su escudriña mirada en el rostro de la hermosa veneciana que le sostuvo muy escasamente la mirada tanto por recato como por el fin de no parecer una amenaza.

Sin ser demasiado engreída ni nada parecido, Mariam sabía que era hermosa o mejor dicho la gente que la había conocido desde siempre había manifestado creer eso porque ella no lo hacía, era relativamente baja si su estatura se contrastaba con la de la población masculina, pero igualmente no siendo demasiado alta, no como otras jóvenes que ocupaban un lugar en la fila y que destacaban por su considerable altura al igual que por su aspecto altivo y soberbio, teniendo en cuenta el hecho de que aún era joven y tendría que seguir creciendo al menos uno o dos centímetros como mínimo, además era pelirroja, algo que la hacía destacar sin mayor esfuerzo. También estaba el tono marfileño de su piel con un sonrojo natural y perfecto, pero todo se equiparaba con sus ojos oscuros como dos ónix que, según su padre, eran imanes para quienes la vieran, incapaces de quedar en el olvido para nadie. Corporalmente era perfectamente proporcionada, caderas anchas, cintura delgada y halagadora, muslos firmes a causa de montar a caballo desde su más tierna infancia. El único tema a debatir era su carácter, podía fingir serenidad pura, ser una mujer carente de ambiciones o ignorante, pero no podía ser sumisa…eso era imposible para ella, su carácter era lo que reflejaba quien era, eso es algo que no podía cambiar, pero fingirse tonta entraba entre las posibilidades a considerar con tal de sobrevivir, eso era lo único que le importaba, el precio a pagar por vivir una vida lejos de su tierra, su hogar y su familia.

-A las demás alójenlas en el sótano esta noche, llévenlas al mercado de esclavos mañana—sentencio la mujer, evadiendo la vista de ella y avanzando hacia la otra joven, la sujeto del brazo y la separo de la fila, una clara señal de que iba a ser una concubina.

A partir de ahora su vida era ese Palacio.


La mayor mujer a nivel cortesano y social en el Imperio era la Sultana Kaori, única hija del Sultan Hashirama y su difunta esposa la Sultana Kaede. A sus veinte años ciertamente era mucho más jóvenes que otras personas que hubieran cobrado protagonismo en la historia del Imperio, pero eso no la hacía tonta precisamente, había vivido para tolerar las muertes de todos sus hermanos—algunas naturales por designio de Kami, otra orquestadas por su enemigos como había sido el reciente y último caso de su hermano Kosuke y sus pequeños sobrinos—y eso le había enseñado lo importante que era vivir. Su padre aún vivía, aún era el Sultan que gobernaba aquel basto y poderoso Imperio, pero ni siquiera eso era actualmente seguro, ¿cómo podría serlo? Su tío Tobirama había pasado desapercibido durante años, nadie había llegado a considerarlo una amenaza pero ciertamente ahora sí lo era y está dispuesto a todo con tal de llegar a la cima del poder y con la muerte de Kosuke tenía el camino libre, no había nadie más que pudiera Heredar el trono salvo él que tenía descendencia conque respaldarse. Kaori era fruto de uno de los amores más grades que había visto la historia del mundo, pero ella tristemente no había sido capaz de conocer tal felicidad; había tenido que casarse forzosamente a los catorce años con Ren Asakawa, un político de gran prestigio que había ascendido a Gran Visir por su matrimonio, era un hombre veinte años mayor que ella y que en lo personal no le resultaba nada atractivo, pero su madre la difunta Sultana Kaede le había hecho aceptar por el bienestar de todos su hermanos que ahora ya no vivían.

La Sultana Kaori lucia unas sencillas galas de seda color negro, de escote alto y en V, así como de mangas ajustadas hasta las muñecas, por sobre este se hallaba una chaqueta superior de seda marrón rojiza de cuello alto y cerrado, abierta bajo la altura de los hombros y cerrada nuevamente bajo el busto para rebelar parte del vestido inferior, si como de la falda ya que volvía a abrirse bajo el vientre, y cuya tela de mangas hasta los codos estaba plagada de bordados otoñales. Su largo cabello miel dorado se encontraba elegantemente recogido tras su nuca y oculto por un velo marrón-burdeo que era sostenido por una corona de oro que emulaba hojas doradas con pequeños rubíes y granates incrustados, complementada por un par de pequeños de pendientes de cuna de oro con un rubí en el centro. Caminaba hacia su habitación, muy seguida de cerca por su hija de seis años, Amaya, una pequeña Sultana de idéntica belleza y cuyo comportamiento no dejaba nada que desear, siendo absolutamente perfecta a la vista pese a su corta edad. Deteniéndose en la entrada del Harem, siendo inmediatamente reverenciada apenas y el heraldo la hubo anunciado, Kaori observo sin demasiado interés la llegada de nuevas concubinas al Harem.

-Son nuevas muchachas traídas desde Venecia y Rusia, por el Capitán Yoshi, para su Majestad– contesto su doncella Yuna.

Aunque la respuesta a escuchar era prácticamente obvia, Kaori sabía que no era tanto así. Desde la muerte de su madre, el Sultan no recibía a ninguna mujer, era como si el dolor infringido a su corazón hubiera superado el libido masculino que tanto parecía enorgullecer y caracterizar al Imperio, por lo que obviamente era de esperarse que las concubinas estuvieran ahí para nada o para ser designadas al Príncipe Tobirama cuya esposa—la Sultana Miso—limitaba el número de mujeres que podían llamar su atención o para el Príncipe Madara que ya tenía la edad apropiadas para tener su propio Harem, pero cuyo suceso el Príncipe Tobirama—su tío—llevaba ya mucho tiempo controlando que no sucediera o por lo menos no sin su consentimiento, temporalmente. Entonces una idea atravesó la mente de Kaori; además del Príncipe Takeru—hijo del Príncipe Tobirama y la Sultana Miso—era un joven de cinco años, indefenso en comparación con el Príncipe Madara—sobrino del Sultan Hashirama y el Príncipe Tobirama e hijo de la Sultana Toka—de dieciséis años y que si bien no era heredero directo al trono, si podía acceder a él por su proximidad en edad, él tenía todas las oportunidades que otros no tenían, tenía próxima la corona de sangre de la experiencia. Madara era la posibilidad de cambios. Sopesando esa idea en su mente, Kaori recorrió con la mirada a las jóvenes que habían sido traídas con el fin de pertenecer a la jerarquía del Palacio; bellezas rubias o huecas, algunas parecían tan simples que eran aburridas, pero entonces alguien llamo la atención de la Sultan, una muchacha de vistoso cabello rojo y ojos negros como dos gemas de ónix…no sabía si era la joven más bella del Harem porque eso sería subjetivo pero tenía algo inusual sobre si, mantenía la mira abaja con cierto recato pero no era tonta, lo veía al contemplarla, haciendo que una sonrisa ladina adornase el rostro de la Sultana.

-Tráiganme a esa mujer– ordeno Kaori.

Si Miso quería fuego, entonces ella le daría una tormenta que nadie pudiera controlar.


PD: prometí iniciar este fic durante esta semana y lo cumplo pese a mi personal incredulidad, esperando como siempre poder satisfacer las expectativas que ustedes tengan :3 por el inmenso cariño que le tengo, dedico a DULCECITO311 este fic (por seguir todas mis historias, en verdad significa mucho para mi) así como a Asch (que había mostrado curiosidad por esta historia), y a todos aquellos que sigan mis historias en todas sus formas :3 este fin de semana actualizare el fic "El Emperador Sasuke", el siguiente fin de semana "El Conjuro-Naruto Style" para finalmente actualizar el subsiguiente fin de semana "El Sentir de un Uchiha" y finalmente la próxima semana iniciare el fic "Lady Haruno: Flor de Cerezo" (basado en el manga y anime Lady Oscar o Versailles no Bara y que retratara la revolución francesa) :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3

Personajes Históricos:

-Sultan Suleiman I-Sultan Hashirama: llamado, "El Magnífico", fue uno de los mayores gobernantes del Imperio, hijo del Sultan Butsuma I y de la Sultana Annaisha, su apodo de "El Magnífico" no se debe solo a su habilidad como conquistador, sino además a su misericordia y sabiduría. Es el actual gobernante del Imperio que pese a no ser un hombre viejo, lidia con la muerte de su esposa Kaede, lo que lo hará débil en estos, los últimos meses de su legislatura.

-Sultana Hurrem-Sultana Kaede: fue la única Haseki y la Sultana más importante del Sultan Hashirama, madre de seis Príncipes y de una Sultana, la Sultana Kaori. Fundadora del llamado "Sultanato de Mujeres" y una de las figuras políticas más importantes en su tiempo.

-Sultana Mihrimah-Sultana Kaori: fue la única hija del Sultan Hashirama y la Sultana Kaede, se le conoció por su gran belleza además de por ser la única hija de un Sultan que ejerció políticamente como Madre Sultana hasta su muerte, casada con dos Visires y la figura más importante en la política de la época hasta su muerte. Sera la mayor aliada de Mito y la espina en el contado del Sultanato de Tobirama y Miso.

-Sultan Selim II-Sultan Tobirama: es el hermano menor del Sultan Hashirama y heredero del Sultanato, se caracterizó por ser un Sultan muy estricto y severo, dispuesto a todo con tal de cumplir con las leyes, evitando muertes innecesarias, es un hombre que no se deja manipular y que está dispuesto a ser cruel con tal de proteger a su esposa y sus hijos.

-Sultana Afife Nurbanu-Sultana Kaoru Miso: fue la primera mujer no perteneciente al Imperio en ostentar el rango de Madre Sultana, no pudiendo ejercer mayor poder político a causa de su cuñada, la Sultana Kaori y posteriormente por la favorita del Sultan Madara, la Sultana Mito. Es una mujer naturalmente ambiciosa y que puede ser cruel con tal de proteger a sus hijos.

-Sultan Murad III-Sultan Madara: fue el único hijo de la Sultana Toka, y sobrino de los Sultanes Hashirama y Tobirama, y ascendió al trono luego de la muerte de todos los demás herederos a una edad temprana. Su Sultanato estuvo marcado por las continuas guerras con Persia y los Estados cristianos europeos representados por el Reino de Hungría, Transilvania y el Sacro Imperio Romano Germánico, volviéndose un personaje de importancia durante la Guerra de los Quince Años, provocando la decadencia económica e institucional que asolo al Imperio hasta el Sultanato de Sasuke I.

-Sultana Safiye-Sultana Mito: fue una noble veneciana secuestrada por los piratas y vendida como esclava a Konoha, donde por su belleza fue elegida por la Sultana como favorita del entonces Príncipe Madara. Se dice que amor por el Sultan Madara fue tal que llego contratar a una bruja que hizo un hechizo para impedirle estar con otras mujeres, ganando gran poder político hasta que esta artimaña fue descubierta, posteriormente reservándose a convertirse en asesora política del Sultan.

-Curiosidades: Mariam Baffo es el nombre natal de Mito, elegirá cambiarlo cuando sea elegida para ser la favorita del Príncipe Madara. No hay pruebas de que fuera necesario, pero muchas mujeres del Imperio Otomano cambiaban sus nombres como fue el caso de la Sultana Hurrem (que paso de llamarse Alexandra a Hurrem), la Sultana Nurbanu (originalmente llamada Cecilia y que obtuvo el nombre Nurbanu) al igual que la Sultana Kösem (llamada Anastasia, posteriormente Mahpeyker y finalmente Kösem). En el fic "El Siglo Magnifico: La Sultana Sakura", tanto Sakura como Aratani, Hayami, Takara, Seina y Masumi-entre otras mujeres-mantienen sus nombres a libre voluntad, pero cambiarlos por cambiar de credo y religión, pero por decisión propia, pero eso lo mostrare más delante en este fic.