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LOS DIARIOS PÉRDIDOS DE LA SEÑORITA CANDICE WHITE ANDLEY
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Hola a todos!
Estoy muy emocionada de presentarles mi nuevo fic, espero que logren disfrutarlo. Es una historia algo diferente, combina épocas y es absoluta y completamente adolescente.
Yo me he enamorado de estos dulces personajes, espero que ustedes también lo hagan a medida que vayamos avanzando en la historia.
De antemano, muchas gracias por leer y tomarse su tiempo para comentar. Un abrazo enorme!
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CAPÍTULO 1
Era justo el medio día y el sol calentaba en la medida perfecta, rociando su piel como una cariñosa caricia, pellizcando sus mejillas y haciendo cosas extrañas a sus ojos bajo sus parpados. Veía sin ver, todo en un extraño rojizo carne, con eventuales destellos dorados, que no terminaba de definir si eran alguna creación de sus corneas, o sólo un invento más de su obsesiva y desbordante imaginación.
Las hojas del viejo castaño se mecieron por el viento, y la brisa le acarició el cuerpo entero, jugueteando con la blanca falda de su jardinera. Se llevó las manos tras la cabeza, moviendo rítmicamente sus pies, canturreando algo acerca de una chica que no consigue saber qué diablos hacer con su vida, recordando la dulcísima voz de Lenka mimando sus oídos, mientras ella muy seguramente destrozaba la preciosa canción. Sonrío divertida a pesar de que la hierba bajo su cuerpo empezaba a picarle en las piernas, pero qué más daba, al igual que Lenka, ella también disfrutaría del show.
El delicioso y atípico sol lo hacía todo maravilloso instantaneamente, seguramente todos en Londres estaban también locos de felicidad.
Sería realmente perfecto, si ella pudiera irse con el sol al caribe. Sí, podía verlo, allí estaba ella tirada sobre arena suave y blanca, con enormes anteojos, muy a lo Jackie O, en un traje de baño rojo lleno de pequeñas bolitas blancas, el mar en cincuenta mil maravillosos colores, y su piel dejando de ser pálida para siempre, oh si, ahora ella era dorada como las chicas de los comerciales de Dolce & Gabbana, ella era esplendida, esbelta, inclusive tenía marcados abdominales, sí, ¡los tenía!, sus piernas interminablemente largas, y la pedicura era perfecta.
Sonrió ampliamente, saboreando la salada brisa en la playa, olía a mar, a vacaciones, a libertad, a cigarrillo.
¡Momento!
Arrugó la nariz, ¿Por qué alguien fumaría en su playa?, no tenía ningún sentido.
Entonces el sol maravilloso se había ido, el rojo entre sus parpados y sus ojos se había opacado. Algo le estaba obstruyendo la luz y el calor. Perezosa, abrió un ojo, y el rostro se le quedó congelado justo en aquel Cuasimodesco gesto, podía sentir la joroba creciendo en su espalda.
¡Oh-Dios-Mío!
De píe, junto a ella, obstruyéndole el sol, Zacharias Rumsfeld le daba una bocanada a su cigarrillo y botaba el humo con el gesto tan contrariado como el de ella.
—¿Por qué te estás riendo?— Le preguntó con mortal seriedad.
Ella seguía sin moverse, con la atractiva mascara de Cuasimodo pegada en la cara, su lengua había salido corriendo hacia mucho tiempo. Y no la culpaba, después de todo, qué más podría hacer si se trataba de Zacharias Rumsfeld, un tontísimo muchachito que las traía a todas hasta las chanclas en el internado, babeando, delirando y soñando con hacerlo su príncipe azul.
Justo igual que ella.
Iba a orinarse, podía jurarlo sobre sus amadas Converse rojas, iba a orinarse allí mismo.
Zacharias dio una última fumada, y apoyando la canilla derecha en su muslo izquierdo, apagó el cigarrillo en la suela de su zapato y arrojó lejos la colilla. Luego se puso en cuclillas, sonrió y reclinó la cabeza sobre su hombro, mirándola divertido, atento, como si la estudiase detenidamente, dándole un increíble vistazo en HD de sus impresionantes ojos azules. Dios, lucían enormes desde su privilegiada distancia, eran de un color suave como el algodón. Ok, eso no tenía mucho sentido, pero así era, de un azul terso y brillante como el hielo, y una sombra extraña hacía lucir más obscuro su ojo derecho. Tenía los ojos más hermosos del continente.
—¿Todo bien?— Volvió Zack a hablarle.
Su gesto se descongeló al fin con los incontenibles parpadeos de sus ojos aterrados. De nuevo le estaba hablando, con aquella voz tan suave. Diantres, definitivamente iba a orinarse.
Y no iba a exponerse a tal humillación, sin esperar un segundo más, se levantó y sin decirle una sola palabra, apuró su paso y empezó a bajar por la colina, rezando por no tropezar y salir rodando.
—¡Chiflada!—
Alcanzó a escuchar el grito burlón de Zack. Se lo había pasado en grande a costa de su patológica y ridícula timidez.
—Lousiana Lorenz— Llamó la señora Humphrey.
Pero su cerebro estaba a kilómetros del salón.
—Lulú— Le susurró Amaia, una bonita rubia de ojos verdes y graciosos anteojos de carey —¡Lulú!—
—¿Eh?— Se despabiló asustada.
—La maestra está llamando asistencia— Amaia movió su cabeza significativamente —Te-está-llamando-a-ti—
—¡Presente!— Se levantó Lulú impulsivamente.
—¿Tiene sueño señorita Lorenz?— Preguntó la maestra con una ceja acusatoria.
Lulú negó varias veces moviendo la cabeza convulsivamente.
—Vuelva a tomar asiento—
Y Lulú se sentó dispuesta a cumplir con la horrible condena que era la espantosa clase de matemáticas. Aquello no era un aula de clase, no, ella podía sentir el grillete ajustado en su tobillo y la pesada bola de hierro que impedía su huida. ¿Acaso tenía sentido todo aquello? ¿Qué era eso de que el límite tiende a infinito? Pues si es infinito no tiene límite ¿No? Definitivamente el cálculo estaba más allá de sus capacidades, ella era una adolescente con una discapacidad, nadie podría culparla por no poder comprender ni un solo de los extraños símbolos escritos en el tablero.
Las siguientes clases no mejoraron en absoluto. Ella no era una chica para el francés, sencillamente, el francés y ella no se llevaban bien, por qué forzar una relación destinada al fracaso.
La última clase fue biología, y aquello era antipedagógico. El pobre señor Perry era prácticamente una momia, estaba segura de que la gente del cementerio andaba tras él. No debería soportar la tortura de su voz en permanente slow motion, juraba que en cualquier momento caería dormida, con la frente decididamente clavada a su escritorio.
Y lo peor había sido, que ni un solo instante había dejado de pensar en su bochornoso encuentro con Zacharias Rumsfeld. Dios, alguien debería pasarle un cuchillo y facilitar su muerte, o tal vez sólo necesitaba conseguir uno de esos aparatitos de los Hombres de Negro, y borrarle la memoria a Zack.
—¿Qué te pasa, Lulú?— Le preguntó Marissa entre exasperada y preocupada.
—Sí, Lulú ¿Qué demonios te ocurre?— Habló Felicity, una falsa morena, que pintaba su cabello de negro profundo para darle mayor impacto a su permanente apariencia gótica.
—Sí— Terció Amaia —Has estado rarísima todo el bendito día—
Lulú las miró a cada una, luego descargó el tenedor en su plato lleno de macarrones con queso, suspiró hondo y se decidió a soltarlo todo.
—Esta mañana— Respiró con marcado dramatismo —Estaba acostada en la colina, junto al viejo castaño—
—¿De nuevo estás planeando como escapar del colegio?— La interrumpió Marissa sacudiendo sus rizos rubios con nerviosismo —Porque no volveré a seguirte el juego con tus ideas suicidas—
Lulú la miró con impaciencia —No, no se trata de eso— Levantó el índice sacudiéndolo en el aire —Y que conste que si mi plan no funcionó, fue sólo por culpa de tus descontrolados nervios—
—¿Qué te pasa, Lulú?— Rugió Felicity desesperándose.
—Ok, ok— Respiró hondo, retomando su explicación —Si tan sólo nadie me interrumpiera por favor, muchas gracias— Se quedó en silencio.
—¡Lulú!— Volvió a rugir Felicity.
—¡Oh, sí! ¿Dónde iba?— Divagó —Claro… Estaba yo en la colina, feliz conmigo y mi soledad, disfrutando del sol— Todas pusieron en blanco los ojos, irritándose con la perorata de Lulú —Y de repente, huelo humo de cigarrillo—
Todas inclinaron sus cuerpos, acercándose unas a otras en el largo comedor principal de estudiantes del Real Colegio San Pablo.
—Abro los ojos— Lulú torció el gesto —Bueno, abro un ojo, y jamás adivinarán a quién vi—
—¿A quién?— Preguntó Marissa de inmediato, quedándose sin aire.
—A Zacharias Rumsfeld— Murmuró Lulú muy bajito.
—¡¿Qué?!— Gritó Amaia, poseída por la emoción, todas habían sufrido el embelesamiento de Lulú con Zack, sabía perfectamente que este sería el acontecimiento del año.
—¡Shhh!— La silenció Lulú rápidamente.
—¿Y qué demonios pasó luego?— Preguntó Amaia esta vez en un tono más humano.
—¿Rumsfeld estaba fumando?— Interrumpió Felicity.
—Oh, sí, lo estaba, definitivamente estaba fumando— Confirmó Lulú —Yo lo vi, aspirando y soplando humo una y otra vez—
—Uuuuussssshhhh— Sisearon todas a la vez, sacudiendo sus manos con desaprobación.
—Esa mierda te mata— Dijo Felicity.
—Es cierto— Estuvo de acuerdo Amaia.
—Y huele horrible— Agregó Marissa.
—Y se ve súper sexy— Susurró Lulú.
Todas se movieron acercándose aún más, quedando ahora apeñuscadas en las duras sillas.
Lulú movió la cabeza afirmativamente varias veces, abriendo mucho los ojos y mirando a cada una de sus amigas —Chicas, lucía como un rebelde, se veía increíble, misterioso— Puso su mano a medio metro de su cara —Y lo tuve a esta distancia—
—¡¿Qué?!— Exclamaron todas a una sola voz.
—Sí— Siguió Lulú —Dios, sus ojos son perfectos ¡Perfectos! De un azul indescifrable— Ladeó la cabeza —Hay algo raro en su ojo derecho, es de un color diferente—
—Heterocromía— Habló Amaia rápidamente.
—¿Hetero qué?— Soltaron todas al tiempo.
—Heterocromía— Repitió Amaia impaciente —Una extrañísima condición médica en las que las personas tienen sus ojos de diferente color— Siguió como si fuera un dato de conocimiento general, pero en contra de sus expectativas, sus amigas la miraban como si les hablara en chino —¡Ah! Zack tiene heterocromía, casi la mitad de su ojo derecho es verde, desde lejos no es fácil notar la diferencia, pero cuando estás cerca, puedes ver claramente el contraste entre el azul y el verde en su iris— Miró a Lulú con el ceño fruncido —Pensé que lo sabías ¿Qué clase de obsesa eres, que no conoces semejante detalle de tu objeto de obsesión?—
—¡Demonios, Lulú!— Ladró Felicity emocionada —¿Qué tan cerca de él estuviste?—
—Dios, cerca, muy cerca— Chilló Lulú —Tan cerca que olí su colonia— Arrugó la nariz —Debajo de todo ese cigarrillo, olía a Eternity Aqua de Calvin Klein— Habló con aire misterioso —Les digo, estaba en el cielo—
—¿Y qué pasó, Lulú? ¿Qué te dijo? ¿Qué le dijiste?— Estalló Marissa.
—Nada, Rissa, absolutamente nada— Resopló —Él me preguntó por qué me reía y yo ni siquiera conseguí hablar— Suspiró con tristeza —Luego salí corriendo—
—¿Saliste corriendo?— La miró Felicity incrédula.
—¡Sí! Oh Dios, soy la chica más estúpida del planeta— Hundió su rostro entre sus manos —¡Estaba aterrada! Y mientras bajaba como una loca poseída por la colina, me gritó "Chiflada"—
Todas rieron, pero cambiaron sus gestos inmediatamente ante la seriedad de Lulú.
—Bueno— Habló Amaia de nuevo —A quién le importa, después de todo es un fumador, eso le quita todo el encanto—
—Así es, así es— Concordó Marissa —La boca le debe apestar—
—Claro que sí— Aseguró Felicity —Recuerden a Dorian, lo dejé por su estúpido problema con los cigarrillos, les juro, sus dientes habían agregado un nuevo color a la rueda cromática—
Lulú sonrió, pero su vergüenza seguía intacta. Se había comportado como una completa tonta. Jamás le daría la cara a Zack de nuevo, jamás.
La semana transcurrió lentamente, pero por suerte no había vuelto a encontrarse con Zack, era toda una fortuna que él estuviera en sexto año a punto de graduarse, mientras ella podía resguardarse en su seguro quinto año.
Bueno, el quinto año después de todo no era tan seguro, pensaba Lulú mientras veía entrar a Brittany Moses en el salón. La odiosa pelirroja era un bombón caliente, casi una celebridad en el colegio, y era aterradoramente malvada, una bully total que había hecho su vida más difícil desde el kínder garden. Y seguía haciéndolo once años después, allí estaba, pavoneándose al caminar hasta su escritorio, con su perfectísimo trasero tomando asiento.
—¿Qué me miras, loca?— Le reclamó Brittany con desprecio en su voz.
Lulú frunció las cejas, diciéndole con su mirada que la loca era ella y se decidió a ignorarla por completo.
Al salir al receso de las ocho de la mañana, las chicas se dirigieron a los bebederos para rellenar sus termos con agua, el día parecía marchar predeciblemente aburrido, hasta que Zack apareció agachándose a beber dos puestos a su derecha. Volvió a paralizarse, y su lengua volvió a enroscarse y esconderse en su garganta. Iba a ahogarse.
Él la había visto, estaba segura de ello, pero la había ignorado por completo, como si nunca le hubiera dirigido la palabra, como si su encuentro en la colina no hubiera significado nada. Ok, no había sido nada, pero hubiera tenido la decencia de mirarla como si ella, de hecho existiera.
Durante el resto del día volvió a verlo un par de veces, e igual que en los bebederos, estaba segura de que él era consciente de su presencia y la ignoraba deliberadamente. Eso definitivamente lastimaba su amor propio, ni siquiera hacía contacto visual con ella, pero, después de todo, por qué lo haría.
El miércoles la madre superiora hizo que los estudiantes de cuarto, quinto y sexto se formaran en el patio de banderas, había ocurrido algo relacionado con alguien ingresando bebidas alcohólicas al colegio. Como si eso no ocurriera todo el tiempo.
Aburrida, tiritando y aún con sueño metió sus manos bajo sus axilas buscando calor, ni siquiera el sofocante uniforme de gala conseguía calentarla. Los regaños y advertencias de la directora del colegio la sobresaltaban cada vez que su cuerpo se balanceaba de atrás hacia adelante y sus parpados se cerraban dormidos. Giró la cabeza aburrida, y lo que se encontró la dejó literalmente sin aliento.
Zack la estaba mirando directamente a los ojos, sin vacilación, con total seriedad y prácticamente sin parpadear. Su gesto era mortalmente serio, y no había titubeado en su mirada ni siquiera porque era absolutamente evidente que ella se había dado cuenta que la miraba con inquietante insistencia.
El corazón se le quería salir del pecho, la boca se le había secado y sus manos ahora sudaban. Ella se quedó mirándolo con el rostro en blanco, poseída por la fuerza de su mirada y sin poder reaccionar de ninguna manera. ¿Por qué demonios no dejaba de mirarla? Ella no podía desprender los ojos de los suyos, era casi hipnotizante, y a la vez atemorizante. Su mirada no era amable, no era dulce ni amistosa. Era amenazante, obscura, incluso beligerante. Lulú se sentía por completo intimidada, y algo en él la hacía sentir absolutamente inadecuada.
—Espero que esta clase de incidentes no vuelva a presentarse— Rugió la madre superiora —Pueden irse a sus clases—
El alborotado murmullo de cientos de estudiantes revoloteando a través de la plazoleta, la aturdió de repente, pero fue aún más apabullante, la profunda indiferencia con la que Zack sencillamente se había girado y se había ido con los demás chicos de su curso.
Lulú tomó una profunda bocanada de aire, sus manos temblaban y estaba segura de tener las mejillas sonrosadas. No sabía por qué, pero todo su cuerpo estaba repleto de emoción.
Ella estaba tontamente emocionada porque Zacharias la había mirado por tanto tiempo, de una manera muy extraña, sí, lo admitía, no había nada romántico en ello. Pero la había mirado por casi cinco minutos enteros.
—Lorenz— La llamó la directora con voz seca.
Lulú se giró rápidamente —Hermana Francisca—
—¿Qué ha hecho con su cabello? Es por completo inapropiado—
Instintivamente se llevó las manos a la cabeza y se dio cuenta que llevaba el cabello en un absurdo y enredado recogido lleno de vueltas caóticas, que había intentado contener en su coronilla con una gruesa liga roja, para evitar mojarse el cabello en la ducha. Lucía como una loca.
Ahora las insistentes miradas de Zacharias tenían mucho sentido.
¿Podía ahora cavar un agujero y esconderse eternamente en él?
El jueves transcurría tranquilo, con la horrible novedad que había perdido el rol de Eliza Doolittle en la obra anual del colegio. Se lo habían dado por supuesto a Brittany. Su dolor no podía ser mayor. Así que decidió expresar su profunda pena descuidando su apariencia. No se había peinado, no se había abotonado correctamente el uniforme, ni lustrado sus zapatos. Sus larguísimos cabellos castaños como el chocolate, caían desordenados en amplías ondas como olas en la costa.
—Pareces la niña del aro— Le dijo Amaia torciendo el gesto.
—A mí me gusta— Sonrió Felicity.
Marissa la miró irritada —Péinate—
—No— Respondió Lulú tajante —Estoy expresando el profundo dolor que me atraviesa, he perdido mi oportunidad de tener un protagónico— Dejó caer su espalda contra el tronco de un árbol con exagerado dramatismo —Allí van todos mis sueños—
Marissa puso los ojos en blanco.
—Pero no renunciaré— Suspiró Lulú —¿Saben por todo lo que pasó Daniel Day-Lewis antes de ser el gran actor que hoy día es?—
—¡Sí!— Escuchó la voz de sus amigas a coro.
Las miró indignada —Pues yo no me dejaré vencer por la odiosa de Brittany—
—Fue el tonto de Gordon quien le dio el papel— Refunfuñó Felicity —Sepa Dios que le hizo ella para que se lo diera, porque esa imbécil tiene tanto talento actuando como Paris Hilton cantando— Hizo un gesto nauseabundo —Tú tienes talento Lulú, estás loca, pero eres condenadamente buena en el teatro—
Lulú le sonrió a su amiga, sobrecogida por su lealtad y cariño. Se llevó el sándwich de jalea de mora y mantequilla de maní a la boca, dispuesta a olvidar el incidente con la obra, y disfrutar de la cálida tarde con sus amigas, sentadas en la hierba, tomando la merienda y riendo como locas.
—Ok— Habló Amaia despacio —Quiero que te tomes esto con calma y no dejes de mirarme a mí hasta que yo te dé la señal—
—Está bien— Tragó Lulú dejando su sándwich en la servilleta sobre su falda.
Felicity y Marissa recorrieron los alrededores con los ojos frenéticos, y Lulú pudo percibir como los abrían con estremecedor asombro, aun así, se mantuvo quietísima, con sus ojos puestos en Amaia.
—Primero que nada— Siguió Amaia —A nuestra izquierda está sentada— Se detuvo arrugando los labios —¡Lulú! Actúa normal, no estés tan tiesa—
—¿Qué diablos pasa, Mia?— Susurró histéricamente queriendo saber por qué no podía dejar de mirarla.
—¡Cálmate!— Le ordenó Amaia —Allá en ese árbol a la izquierda, está sentada Brittany—
—¡Me importa un comino!— Gritó Lulú.
—¡Cálmate!— Volvió Amaia a regañarla, Lulú asintió impaciente —Y recostado en sus piernas, está Zacharias Rumsfeld—
El aire dejó sus pulmones y su pulso se disparó.
—Lulú— Continuó Amaia —Y desde que estamos aquí sentadas, no te ha quitado los ojos de encima—
—¿Qué?— Farfulló Lulú con los nervios de punta.
Felicity y Marissa asintieron.
—Ahora mismo sigue mirándote— Cuchicheó Marissa emocionada.
Lulú volvió a morder su sándwich, masticó y tragó. Suplicó a los buenos hados de las adolescentes patéticas por toda la fuerza posible para llevar a cabo lo que haría a continuación. Entonces Amaia le dio la señal.
Despacio, volvió su rostro y se encontró con la mirada de Zack, exactamente como lo había hecho el día anterior durante la formación. Sus ojos volvieron a caer hipnotizados en los de él, dejándola atemorizada y con el corazón frenético de emoción.
La cabeza de Zack reposaba en los muslos de Brittany y sus sedosos y alborotados risos caían por todos lados en la jardinera de la odiosa pelirroja. Llevaba la chaqueta azul del uniforme abierta desenfadadamente. Estaba acostado en el prado, con las piernas completamente extendidas y los tobillos uno sobre el otro. Tenía los brazos cruzados en el pecho y la cabeza vuelta en dirección a ella, mirándola insistente, inquietante, misterioso.
Unos minutos más tarde, Brittany, Zack y sus amigos se fueron, dejándola a ella tan temblorosa como gelatina de comercial. Ese niño la traía loca.
Esa misma tarde al terminar las clases a las cinco y luego de tomar la cena con las chicas, fingió tener dolor de cabeza y se retiró temprano a su habitación. Necesitaba estar sola y empezar a fantasear acerca de todas cosas maravillosas que ocurrirían si Zack volvía a hablarle, la forma en que ella actuaría con el regio encanto de Grace Kelly y la inteligente sensualidad Mónica Bellucci.
Se acostó en su cama y se tapó la cara con la almohada, soñando despierta con Zack, con sus sonrisas, con su voz, sus extraños ojos, y los besos que le daría hasta que el pobre perdiera el sentido. Dos horas después, ella y Zack ya habían cruzado el Atlántico, se habían casado y habían tenido encantadores trillizos. Eso había sido suficiente por aquel día.
Entonces el pánico la embargó, el día anterior Zack la había mirado por su cabello revuelto. ¿Qué habría pasado aquella tarde en el prado? Seguramente habría estado untada de jalea hasta en las cejas. ¡Dios! Seguramente Brittany habría estado burlándose de ella, porque le había ganado el papel, y Zack les habría dicho a los demás que ella era, de hecho, una chiflada. Gimió lamentándose de su patética existencia, rogando porque las clases del viernes fueran canceladas y ella no tuviera que pasar por la tortura de toparse con él o con Brittany.
¿Por qué no podía ser tan perfecta como alguna de sus grandes ídolos de la gran pantalla?
Demonios, quería graduarse cuanto antes y dejar el colegio, estaba segura que durante su paso por el internado estaba condenada a ser una horrible pupa, pero luego, luego ella sería una preciosa mariposa.
Se levantó de la cama y estuvo de pie frente al balcón por casi media hora, intentando idear la mejor manera de evadir las clases el día siguiente y poder quedarse encerrada en su cuarto. No había manera, suspiró cansada.
Se sentó frente al escritorio-buró de roble pulido, rodando un lápiz en la lisa superficie, pensando una y otra vez en cuan ridícula se sentía, no saldría de su habitación hasta que llegara el fin de los tiempos y los ángeles del apocalipsis la arrastraran fuera desgarrando sus ropas… Ok. Un poco menos de drama. No saldría hasta que su escandaloso estómago la obligara.
Definitivamente odiaba su vida en el internado. Descargó un pesado suspiro de frustración, y sus ojos se achinaron sobre un trozo de madera coloreado distinto en el buró. Inclinó la cabeza sobre su hombro, y extendió los dedos estudiando la textura ligeramente más rugosa. Y pudo jurar que aquel pedazo de madera se movió.
Presionó, no pasó nada. Intentó meter las uñas entre las delgadísimas ranuras y halar, no pasó nada. Tomó el abrecartas y apalancó en las ranuras.
Demonios, había dañado el buró.
Y entonces el trocito de madera se desprendió, dejando expuesta una trampilla. Dentro, había algo más.
Se levantó empujando la silla ruidosamente y metió sus manos en la trampilla. Dentro, una sencilla caja de madera tenía en la tapa grabado algo que seguramente sería un escudo o algo así. Era una especie de ave que llevaba en el centro una bonita letra "A" coloreada de rojo. Sacudió la caja y la parte que llevaba el escudo se desprendió con facilidad, dejando expuesto el interior de la caja.
Dentro había dos libros. Los sacó con movimientos casi ceremoniales, pasando sus manos por las cubiertas de cuero marrón, que tenían el más hermoso de los grabados. Una encantadora mariposa rodeada de rosas y otras bonitas flores. Había algo mágico en aquellos libros, no podía creer que justo ella los había encontrado.
Abrió el primer libro y las hojas envejecidas y amarillentas, por alguna razón la hicieron sentir especial. La primera página estaba en blanco, pasó a la segunda y tuvo que obligarse a leer más de una vez al ver en la parte inferior de la página una única línea de escritura.
"Octubre 9 de 1913"
¡Cristo! Tenía entre sus manos un libro de cien años antigüedad. Emocionada y con todos los pelos de punta, pasó muy despacio y casi con reverencia a la siguiente hoja. En letras grandes y elegantes en el centro de la página, Lulú leyó en un susurró con venerable admiración:
"Diario de la Señorita Candice White Andley"
CONTINUARÁ…
