Claim: Keith Goodman/Ivan Karelin
Notas: Precuela.
Rating: T
Género: Romance/Humor
Tabla de retos: Abecedario
Tema: 84. Verdadero


Ivan pensó que lo peor ya había pasado cuando se detuvo frente a la puerta que daba al vestuario y posterior gimnasio en el que los Héroes de Apollon Media pasaban sus horas libres; después de todo, había tenido que pararse enfrente del Buró de Justicia de la Ciudad, con su escalofriante sala de color salmón, bajo la vista de cientos de personas que le oirían prestar juramento en beneficio de la ciudad, entre ellos el juez Petrov. Sin embargo, estaba muy equivocado, pese a que ya hacían varias horas del acontecimiento, con él y sus manos sudadas temblando de vez en cuando ante las miradas autoritarias y algunas cuantas compasivas que habían presenciado su ascenso como héroe de la ciudad.

No, todavía le faltaba la parte más difícil y ésa era enfrentarse a los héroes veteranos, a todos aquellos que le habían enseñado a respetar y admirar en la Academia de Héroes, con sus vistosos trajes y sus frases pegajosas, apostándose la vida todas las noches, como si aquello no fuese más que un juego. ¿Qué era él a su lado? Un novato, sin experiencia y con un poder que no podría lucir y que de cualquier modo no le servía de mucho; hasta él mismo se sorprendía de que hubiese llegado tan lejos, a tan escasos centímetros del pomo de la puerta que resguardaba las carcajadas y las charlas de los héroes ahí dentro.

Tenía que entrar, pero antes debía cerciorarse de que no iba a cometer alguna estupidez, como hacer enfadar a algún héroe o decir algo impropio, incoherente como los balbuceos de un bebé asustado (por mucho que él se sintiera como uno en esos momentos, con las piernas de gelatina). Suspiró para ganar valor con cada bocadana de aire y se esforzó, como lo hacía siempre con las clases más difíciles en la academia, por recordar los nombres y hazañas de los héroes, la manera en la cual debía dirigirse a ellos, siempre respetuoso y siempre atento.

Los conocía bastante bien, aunque allí no tendrían máscaras. Los conocía tan bien que le asustaba por eso hacer algo mal, pero no podía escudarse con la excusa barata de las máscaras cuando los tuviera cara a cara, no podía escudarse con ser un novato y nada más. Había sido elegido para el puesto, entre miles de aspirantes mejores que él, con poderes útiles e incluso hasta más listos.

Había sido elegido y...

Se estaba convenciendo de que era absurdo comenzar a temblar de miedo y que tenía que abrir la puerta (¡maldición, es sólo una puerta!) cuando ésta se abrió sin el toque de su mano, aún sobre el picaporte y de ella se asomaron dos hombres, tan diferentes como el agua y el aceite, pues uno era rubio y brillante como el sol y el otro parecía la noche oscura, una noche tranquila por cómo sonreía con cierta diversión al haberlo encontrado temblando del otro lado.

—Oh, ¿a quién tenemos aquí? —el hombre cuya piel era oscura y brillante a la luz de las lámparas eléctricas, con ese tenue resplandor similar los rayos de luna, lo impulsó hacia dentro tomándolo por las caderas, como si fuese un niño pequeño a punto de pagar por una travesura—. ¿Y tú quién eres, guapo?

Ivan tenía la lengua trabada, la respiración parecía habérsele detenido y sus ojos, lo único que aún parecía vivo en su cuerpo detenido, paralizado porque las cosas no habían salido como él planeaba, recorrían toda la habitación mirando que no estaban solos y que había otros dos héroes más en la habitación, desconocidos sin las máscaras de anonimato que llevaban todas las noches cuando surcaban la ciudad.

Todos lo observaban con la cautela aflorando en el aire, tan pesada que Ivan pensó que si alzaba una mano podría asirla en un puño. Al parecer pensaban que podría ser un espía, un ladrón, un asesino o cualquier cosa por su extraña actitud, callada y paralizada como un insecto al que le hubiesen echado insecticida y él no estaba en las mejores condiciones como para contradecirlos, a pesar de que algo en su interior le gritaba que debía de aclarar el malentendido, pues ellos serían sus compañeros de trabajo de ahora en adelante, claro, eso si no lo mandaban a la cárcel antes, con su silencio como el carcelero.

En eso estaba pensando —con su frenético correr de los ojos por todas las superficies del lugar— cuando de pronto se detuvo a observar al otro hombre que había abierto la puerta, a quien hasta entonces no le había prestado mucha atención, salvo para mirar su apariencia durante escasos segundos. También estaba detenido mirándolo, sopesándolo con unos ojos azules cargados de justicia, como si con ellos pudiese ver el interior de su alma y si así era, lo que había visto le era agradable, lo absolvía del absurdo juicio en el que él mismo se había metido, pues el hombre comenzaba a sonreír, lenta pero firmemente.

—Él es bueno —afirmó, con toda la seguridad del mundo y también poniéndole una mano en el hombro a su captor, que en realidad parecía de todo menos uno, por cómo le hacía ojitos detrás de unas pestañas muy largas, pintadas de negro—. No hay de qué preocuparse, Fire Emblem.

—Si tú lo dices, guapo... —de inmediato, Ivan sintió cómo las manos, similares a tenazas del otro hombre, lo abandonaban, yéndose a posar en su salvador, que no parecía nada incómodo ante la súbita invasión a su espacio personal—. Oh, ¡ahora lo recuerdo! ¿No iba a venir un muchacho nuevo el día de hoy? ¿Podría ser que...?

Uno de los hombres que observaba, sentado sobre una banca de madera se levantó para echarle un vistazo. Era alto, demasiado quizás y fornido, a Ivan no le costó ni dos segundos asociar al personaje con su respectivo pseudónimo, aunque los demás eran otra cosa. Rock Bison era ése y Fire Emblem, ya lo había dicho el hombre rubio, era el de piel oscura, pero, ¿y los otros dos?

Miró al del fondo de soslayo sin prestarle mucha atención, al parecer los héroes restantes estaban debatiendo sobre si era el -nuevo- o un ladrón cuando volteo a verlos, aún callado, pero ya no paralizado por el miedo. El rubio era el que lo intrigaba, parecía demasiado extraño entre los otros dos, como si no encajara, como si su lugar estuviese en otro lado, en la policía o quizás con un millar de hijos; sin embargo, a la vez, también parecía el más devoto de todos ahí, ¿no lo había atravesado con esos ojos azules, sólo para declarar lo que sólo él sabía? ¿No se había dado cuenta de que -era bueno- y sólo estaba un poco paralizado por el miedo cuando los demás no?

¿Quién era entonces? ¿Quién podía ser? Cavilaba con la vista fija en las facciones del hombre, escuchando sus réplicas cargadas de entusiasmo, de la voz segura de quien sabe hace lo correcto, una voz ligeramente familiar que sólo identificó cuando se giró hacia él para sonreírle por segunda vez en el día, el pulgar alzado y las miradas resignadas del resto de los héroes sobre él. Sky High. ¡Pero era tan diferente de como se lo imaginaba! ¡Era tan diferente...!

Mientras comenzaba a contar y a explicar todo el enredo que se había hecho ahí por un súbito silencio y un cambio de planes, Ivan no pudo evitar rememorar una conversación que había tenido con el señor Lloyds mientras elegían su traje, en el cual él se empeñaba tuviera algo japonés, sin casco o quizás algo más samurái, que dejara su rostro al aire libre.

—Los cascos se han hecho por algo —gruñó el hombre, con gesto serio y amenazante, recordándole claramente quién era el jefe y quién el novato—. ¿Nunca has oído del complejo del salvador? —Ivan consideró adecuado quedarse callado, la reprimenda de cualquier manera sucedería—. Las víctimas se enamoran de las personas detrás del casco cuando las salvan y nosotros no queremos tener a enamoradas suspirando fuera del edificio por sus héroes.

En ese momento la razón le pareció absurda, después de todo y obviamente descontándolo a él, ¿cuántos héroes apuestos podrían andar por ahí? La respuesta le llegó inmediatamente reconoció a Sky High. Enamorarse de la persona detrás de la máscara era fácil estando con él y una vez más, mientras le daban la bienvenida y los días se sucedían con uno que otro desastroso resultado, echó en falta las máscaras protectoras de esa verdad que acababa de alcanzar.