Hellsing es propiedad de Kōta Hirano. Fanfic hecho con la mera intención de entretenimiento y un regalo a muy loca Lechuga.


Advertenciα: Pip gecupega su acento fgancés. Por supuesto, es adrede.


Ley contrα los piropos

Quiero contarles una historia. La historia del mercenario que provocó una prohibición.

Pip siempre ha sido un pervertido con estilo, claro. Eso no lo duden.

No existe mujer sobre la tierra capaz de derretirse a su encanto francés. Por supuesto, él lo sabía y su pecho se henchía de orgullo.

¿Era acaso su perfecta sonrisa de anuncio de pasta de dientes? Tal vez.

¿Su bella mirada verde que brillaba como una esmeralda a la luz del sol? Quien sabe.

¿Su alegre personalidad, su voz profunda, su porte de caballero? Vaya que está difícil hacer una elección.

Cuando llegó a Londres, a causa de un extraño pedido, él y sus Gansos Salvajes se sintieron un poco cohibidos por tanto lujo en la mansión Hellsing. Cuando Pip conoció a sir Integra, tuvo que morderse la lengua para no lanzar una frase propia de él. Estaba completamente seguro de que aquella hermosa mujer, rubia y de ojos azules, no caería con facilidad ante sus encantos. Además… ella era su jefa.

—¿Vampigos? —Pip abrió su hermoso ojo verde, asombrado. Aquello no podía ser cierto.

—Para más información, señores, está el libro de Bram Stoker. Léanlo —aconsejó la bella y joven cabeza de los Hellsing.

—¿Está seguga de ello?—se aventuró el mercenario. Era demasiado irreal.

Sir Integra sonrió de lado mientras se llevaba un habano a la boca.

—Esto es una muestra de lo que deben enfrentar. —Uno de sus largos y enguantados dedos apuntó hacia una de las esquinas del salón.

Pip siguió con la mirada el dedo de la baronesa y se encontró con la mujer más bella que sus ojos jamás habían visto: bajita, rubia, de grandes e inocentes ojos celestes, pechos exuberantes y una enloquecedora minifalda. Aquella jovencita de aura tímida era un sueño.

—Ella es una vampiresa —informó.

Pip no pudo evitar lanzar una risotada. ¿Esa escultura una vampiresa? ¿De verdad?

—¿Tú, una vampigesa? —rió.

—Le dije, ama. No me creerían —apenada, la joven miró a la sir, disculpándose.

—Demuéstrales —ordenó con simpleza la noble, encendiendo su cigarro.

Pip seguía riendo con descaro.

Pego si ella es una vampigesa, entonces yo soy Fgankenstein —dijo con sorna, y haciendo la pantomima de asustarla, se acercó a la joven.

Lo que pasó después lo sorprendió.

La joven parecía un poco molesta y, tan solo el dedo índice, le dio tres golpes que lo dejaron fuera de combate en tres segundos.

—Solo movió su dedo —se sorprendió—. ¿Qué diablos eges? —preguntó desde el suelo.

—Seras Victoria es una draculina. Del nivel más bajo pero, ciertamente, una verdadera vampiresa. —La voz profunda de un hombre vestido de carmesí le respondió… ¡Ese hombre acababa de atravesar la pared! Pip se estremeció.

—Perdón, no he podido detenerlo —se excusó el viejo mayordomo, apenado.

—Vaya. Yo solo quería saber quienes protegerían a mi ama, pero parecen unas simples asustadas y asustadas gallinas. —Al francés, el tono del intruso le sonó a ofensa. En su trabajo siempre lo ofendían. Era normal. Pero ¿cobarde? Eso era demasiado.

—Él es Alucard. Alucard, él es el capitán de los mercenarios. Desde ahora trabajarán juntos. —Sir Integra los «presentó». Pip estuvo a punto de gritar «¡¿Qué?!» Pero se mordió la lengua, de nuevo.

—*—

En la noche, mientras Pip paseaba por la mansión encontró, a la draculina. Inmediatamente se acercó a ella.

Señogita, pegmitame decigle —su voz sonaba ronca— que la belleza de la luna palidece a su lado. —La halagó.

Ella se sonrojó inmediatamente, pero lo miraba reticente. Él no tardó en notarlo. Se arrodilló con pompa ante ella y besó galantemente su pequeña mano.

Pegdóneme, pog favog. Lo que dije esta tagde estuvo mal, pego estaba tan deslumbgado pog su belleza que no sabía lo que decía.

Si Victoria estuviese viva, se desmayaría de inmediato. En cambio, una ligera vergüenza tiñó sus mejillas.

—¿Amigos? —tanteó el mercenario.

—Amigos —le respondió Victoria, sonriente.

Desde entonces, el joven francés no perdió oportunidad de lanzarle algún piropo… o mejor, como él lo llamaba: egsaltag su belleza

Pog todos los dioses, me he convegtido en mantequilla —decía.

—¿Por qué, capitán?—preguntaba Victoria con inocencia.

Pog que cada vez que te veo me deggito—respondía él.

Disfrutaba verla sonrojarse. Victoria, a pesar de ser hija de la oscuridad, todavía conservaba rasgos de su inocencia humana; rasgos que se manifestaban cada vez que el alegre y —pervertido— mercenario le lanzaba un cumplido. Su sonrojo la hacía más atractiva ante los ojos del capitán, quien reía con todos sus dientes al verla así. Ella, hija de la noche; ella, draculina, bella guerrera, se había ganado un gran espacio en su corazón.

Y la única manera en que él podía expresarlo, era mediante sus piropos.

Con sir Integra las cosas eran diferentes, como era de esperarse. Pip sabía apreciar la belleza de esa piel bronceada, de esos orbes azul zafiro, y ese pelo platinado; sin embargo, ella era diametralmente diferente a la joven draculina. Ella era la jefa, imponía respeto. Aunque algunas veces quería, él sabía que la baronesa no era dada a esos juegos. De vez en vez solía lanzar alguna frase que hacía que los labios de Integra se curvaran en una sonrisa, pero nada más. Ella era la jefa. Una hermosa jefa.

—*—

Como siempre, rezagado. Sir Integra les había concedido el día libre a los Gansos salvajes para que salgan de fiesta y armen jolgorio lejos de la quietud de la antigua mansión. Supuso que a los ruidosos mercenarios les hacía falta un descanso —y supuso bien.

A Pip, quien había bebido en demasía y tenía la cabeza hecha una pelota, le tocó volver solo a la mansión ya que sus compañeros no se dignaron a esperarle. ¡Ingratos! Claro, ellos se cansaron de esperar que termine de ligar a alguna inglesa…

Mareado, entró a un salón de la mansión. Y entonces, una visión angelical apareció. Solo se veía la coronilla de su rubia cabecita, cubierta parcialmente por un delicado sombrero de tocado.

Era el momento.

Debía repetirle lo bella que era. Tenía que hacerlo, otra vez.

Quizás hasta se ganara un beso de recompensa.

—Mi pgeciosa señogita. Tú sabes que todo se vuelve oscugo cuando no estás cegca. Me gustas mucho, pog favog, gegálame un beso mi mi

Se acercó a ella esperando que le de el beso que por tanto tiempo había estado esperando...

Cerró su ojo, esperando la respuesta… un golpe a mano abierta. ¿Qué diablos fue eso?

No era su Victoria quien lo miraba… era sir Integra, furibunda.

—¡Francés pervertido! —saltó—. ¿Qué ha pasado por su cabeza?

Incluso con su borrachera, Pip se dio cuenta de lo grave de su situación.

—Jefa yo… —intentó explicarse.

—Jefa nada, capitán. Ahora entiendo porqué nos espías a hurtadillas a Victoria y a mí. Desde ahora lo tiene prohibido. Nunca más, capitán —advirtió.

—No son pigopos, jefa, es exaltag la belleza de una dama —se defendió el francés con toda la premura que su alcoholizado cerebro permitía. Error.

—Lo que sea, lo tiene prohibido —repitió Integra, intentando no sonreír. Había entendido qué pasaba.

Pip se marchó cabizbajo. Ni siquiera su «argumento» sirvió para defenderse de la tipa dura, de su hermosa jefa. Fiel a su carácter, Pip sonrió. Sin querer logró darle a su jefa un cumplido. Y siempre buscaría la manera de darle el suyo a su draculina. A hurtadillas, claro, pero así sería divertido.

La «tipa dura», la «hermosa jefa» resopló. Sabía que el cumplido era para la tímida draculina. Y, secretamente, le encantó. Pero la disciplina en la mansión Hellsing estaba por encima de todas las cosas. Sonrió imaginando al mercenario ideando una y mil formas de saltarse esa regla.

y así fue como la ley contra los piropos se instaló en la mansión Hellsing.

.

.

.

.


—¿Se merece un review?


Bitácorα de Jαz: Mi querida Lechuga, espero que , a pesar de que está un poco viejito el fic, lo disfrutes como el primer día.


Editαdo el 09 de octubre de 2014, jueves.

¡Jajohecha pevê!