Disclaimer: La historia original y personajes pertenece a Square Enix.

Prólogo

Sentado entra las ruinas de lo que en su día había sido una casa de dos plantas, con la espalda descansando en una pared de ladrillo y su garra apoyada sobre su rodilla derecha, Vincent Valentine observaba en solemne silencio lo que en su día había sido la lustrosa Midgar; ahora abandonada por toda alma viva y dejada a su suerte entre escombros y desamparo.

La vista, a pesar de parecerle incorrecta, no conseguía inducir en él algún sentimiento de angustia o tristeza. Hacía largos años que el hombre de cabello largo y oscuro había llegado a sentir a medias, a sentir sin sentir realmente, a estar semi ausente ante las preocupaciones que a otros asfixiaban. Posiblemente en compensación de su silenciosa tortura.

Mujeres y hombres adultos lloraban al ver la desolada ciudad a la que habían pertenecido, aquella que había sido arrasada tras "La caída del meteorito", aquella que tanto sufrimiento había vivido en sus calles arrastrando a sus habitantes a la desolación. Y él observaba en silencio, miraba en calma aquel paisaje ya desértico, aquel vergel de basura y calamidad al que también había pertenecido.

Ellos recordaban la caída, el desastre, el fin de la poderosa Shinra… Pero él recordaba más, más de todo aquello que cualquiera pudiese decirle. Recordaba su vida, su vida como había sido en aquel tiempo lejano cuando él aún era un TURCO y dedicaba su tiempo a la protección encomendada. Recordaba su entrenamiento y el vacío de su alrededor, recordaba su objetivo –único porqué de su vida- recordaba a sus superiores y su último trabajo. Recordaba el experimento de Jenova y su muerte a manos de un enajenado Hojo, la muerte del Vincent Valentine que había sido hasta el momento y el nacimiento del Caos que lo perseguiría por siempre. Recordaba su despertar y recordaba su protegida. Lucrecia. Por supuesto que recordaba a Lucrecia, aquella con la que había soñado innumerables pesadillas durante al menos treinta años inducido por la materia.

Y entonces comprendía el vacío de su entusiasmo, el deje de su pensamiento, el por qué no encontraba nostalgia en aquel ruinoso lugar. Comprendía aquello que se había llevado la mitad de su vida y lo había dejado a medias, como si le hubiesen arrancado la mitad izquierda del cuerpo.

Vincent vivía casi sin vivir, pues su única vida residía en ayudar a aquellos compañeros a los que siempre había ayudado y de los que también había recibido auxilio. Vivía manteniendo la furia de la materia que reinaba en su interior tratando de controlar su afán destructivo. Vivía porque había que permanecer alerta junto a WRO por si algo se alzaba de nuevo contra el mundo. Pero no vivía por él, no vivía por seguir un fin que consiguiese dar sentido a su existencia. El Vincent que guardaba todas aquellas ilusiones ya había muerto –quizás incluso antes de ser asesinado por Hojo- y el que quedaba era el recipiente que contenía todas sus responsabilidades.

Le resultaba irónico. Había vuelto a Midgar a raíz de los sucesos de Kalm, al este, debido al ataque de los soldados de los Tsviets sobre la ciudad durante las fiestas parroquiales. Un problema se estaba gestando y aterrorizaba a las gentes del lugar. Y justamente había sido el terror y la destrucción lo que los había alejado de Midgar en su tiempo.

Allí tumbado, recordando como si solo pasasen imágenes frente a sus iris granates, se preguntaba qué demonios estaba haciendo Reevee a esas horas en las que lo había citado en el lugar.

Continuó mirando sin mirar. Casas, edificios, tubos, cañerías, máquinas… Todos destrozos casi fantasmas sin ningún movimiento más que el del aire que entraba y salía de sus pulmones.

Casi se disponía acerrar los ojos y dejar de mirar cuando una figura pasó caminando por una de las calles próximas a donde estaba. Abrió los ojos al instante y se echó hacia adelante, pero no pudo saber de qué se trataba, pues la figura ya había desaparecido.

Extrañamente su pecho se había acelerado y sus puños estaban cerrados con fuerza. Juraría haber visto una bata blanca y un pelo castaño y recogido. Pero era imposible.

-¿Estás cómodo? – Tanto tiempo en aquel lugar y Reevee había conseguido sorprenderlo. Pero volvió a mirar al lugar donde había visto el movimiento y no había nada. Su subconsciente, sus recuerdos posiblemente volvían a jugarle una mala pasada.

Se levantó y se puso frente al hombre de perilla y traje azul, comisionado de la Organización para la Regeneración Mundial (WRO).

-¿Qué quieres? –Preguntó Vincent con su habitual tono apagado y profundo.

-Yo también me alegro de verte -. Comentó Reevee en un alarde de sarcasmo. – Recibimos señales de Kalm. Después de que encontrásemos a los Tsviets Azul y Shelke han cesado los ataques, pero eso no es lo relevante, sino lo esperado. También han dicho que se han producido temblores y se han visto fulgores verdes y azulados provenientes de aquí, de Midgar. Por eso te he vuelto a llamar.

Vincent no respondió al instante. Nunca lo hacía. Recapacitó en las palabras de Reevees y recordó los encuentros con los Tsviets.

-¿Has hablado con Shalua? –Preguntó taciturno bajo su capa granate.

-Aun no. Preferí comentártelo a ti primero -.

Vincent asintió y echó un último vistazo al lugar donde había tenido la que ya consideraba una nueva visión.

-Habla con ella. Iré a dar una vuelta por las viejas ruinas de Shinra -. Acordó con calma Vincent antes de pasar por el lado de Reevee para irse.

El hombre lo conocía bien, sabía que podría encargarse de echar un vistazo y tampoco le sorprendió la sordidez de sus respuestas.

-Buena suerte -. Dedicó antes de perder Vincent escaleras abajo.

Una vez salió de la casa –o lo que quedaba de ella- miró a su alrededor y buscó las instalaciones abandonadas hacía tanto tiempo. Los Tsviets. Habían surgido hacía un tiempo indicando que, con ellos, traerían la erradicación de los humanos. Fuertes, rápidos… Pero lo que a él más le llamaba la atención era la información que parecían tener acerca de su vida. Le molestaba aquella incertidumbre en que se veían sumidos, sobre todo al tratarse de algo relacionado con él y su pasado. Pero de los Tsviets tampoco le interesaba demasiado, solamente tenía dos objetivos: Weiss, su líder, pues debían llegar a él para frenar sus intenciones y Shelke, la joven intoxicada de materias que parecía saber algo más de lo que había pasado con Lucrecia y con la que, de alguna forma, se sentía identificado.

Miró arriba, donde había dejado a su viejo amigo, por última vez y finalmente dio un bandazo a su capa para ponerse en marcha en busca de respuestas.