Samurai Champloo pertenece a los estudios Manglobe. Lo único mío son las ganas (?).


Lα serpiente confundidα

Él había matado a su maestro. Y por ello debía cargar con la vergüenza hasta el de sus días. Solo.

Cuando su caminar parecía eterno, encontraba un dojo en donde practicar el noble arte de manejar la katana o, a veces, se encontraba en los senderos a un taciturno anciano o un simple crío que en, pocas palabras, podía darle una gran lección de vida. Antes de marcharse, él daba una humilde reverencia de agradecimiento y decía que quedaba en eterna deuda.

Pero Jin siempre estaba solo, nunca había tenido amigos ni tampoco los buscaba. Sentía que por la vergüenza que cargaba sobre sus hombros, simplemente, era indigno.

—Oye, cuatro ojos, ¿en qué piensas por eso traes la cara de idiota? —Como siempre, el ruidoso Mugen se hacía notar. Detestaba el mutismo del ambiente cuando Fū se dormía y cuando el cuatro ojos de Jin se encerraba en el silencio.

—Pienso que Fū nos lleva por donde quiere —soltó Jin en respuesta.

—Supongo —concedió Mugen—. ¿Qué es lo que ganamos siguiéndola? Recuérdamelo —pidió Mugen, rascándose la cabeza.

—Pagamos nuestra deuda —le recordó Jin.

—¡Pero si no le debemos nada!—gruñó Mugen.

—Nos salvó la vida, Mugen. —Parsimonioso como siempre, Jin volvió a responder sin sacar los ojos del mapa que estaba revisando.

Mugen bufó, contrariado:

—Podríamos haber salido de ese predicamento solo. Si no fuera por…

—Ella distrajo con sus bombas a la gente, Mugen. —Jin se llevó los dedos a sus sienes. Se estaba empezando a impacientar.

—¿Bombas? ¡Ja! —escupió—. Cuando la vi, creí que era dueña de unas gemelas espectaculares, luego me decepcionó con sus miserias. —Mugen parecía molesto por el recuerdo. Aquello había sido una gran decepción para él.

Jin esbozó una sonrisa ladina. Mugen siempre pensando en los atributos femeninos y quejándose de que Fū «no los tenía ni para recuerdo»

—¡Pervertido!—exclamó una voz femenina llena de bronca. Fū había despertado al oír a Mugen. También, era demasiado ruidoso.

—Jin empezó —se defendió Mugen con descaro.

—¡Jin!—saltó Fū, indignada. Idiota.

—Yo no dije nada —se defendió—, fue él quien empezó a hablar de tus…

Fū se sonrojó y volvió a acostarse, dándoles la espalda.

—¡No oí nada!—masculló, medio abochornada y cubierta hasta la nariz por la delgada manta.

—Oye, ¿que no te fijas en las mujeres, Jin?—Mugen volvió al ataque con sus preguntas fuera de lugar.

—…—Jin optó por el silencio.

—Vaya que eres rarito. Por si acaso, me gustan las mujeres. ¿Vale? —Mugen dio por terminada la charla y se recostó cerca de las cenizas todavía cálidas de la fogata.

Jin volvió a sumergirse en sus pensamientos. Mugen era un tonto. Sin embargo, el tiempo que llevaban viajando juntos en pro del «Samurái que huele a Girasoles» le hizo pensar que, aunque cabeza hueca, grosero e inculto, se podía confiar en él.

Fū… Ella era un asunto aparte. Por supuesto que varias mujeres habían adornado el lecho de Jin; pero ninguna había dejado en él una huella indeleble. Creyó que aquella mujer a la que había rescatado del burdel de mala muerte donde se había recluido, quedaría grabada a fuego en su piel, pero ahora era solo una imagen borrosa de alguien que compartió con él un efímero momento de su existencia.

Empero Fū, esa jovencita valiente, gruñona y mandona, capaz de jalarles las orejas a los dos mejores espadachines de su época y arrastrarlos a buscar una aguja en un pajar. Siguiendo solo el engañoso rastro de girasoles difusos y a su mal sentido de orientación.

Muchas veces, la chica se había abrazado a él cuando se enfadaba con Mugen, cuando se sentía triste, cuando lo veía volver luego de creerlo muerto por horas. Y cada abrazo era distinto. En principios torpes, apenas correspondidos y temblorosos. Luego firmes, correspondidos y seguros.

Vale, Jin tenía que reconocer que el cerebro de hormiga, a pesar de todo, era su amigo; pero Fū… ¿Ella seguía siendo su amiga? ¿Ya había pasado él la barrera de la amistad? ¿La quería como algo más?

Sintió un ligero estremecer cerca suyo. Fū seguía dormida, pero sus labios estaban azules por el frío. La delgada manta que la cubría no era suficiente. Sin pensarlo dos veces, Jin se quitó el gi y con suavidad cubrió con él a Fū.

—Ji-Jin —susurró, entre sueños, la chica.

Jin sintió un pequeñísimo salto en el pecho al escuchar a Fū murmurar su nombre entre sueños. ¿Qué era ese apretón en el pecho?

Recostó su espalda contra el suelo y, de cara a la luna, sin quitarse los lentes, se quedó dormido.

—*—

—Vaya, después dicen que el pervertido soy yo. —Jin abrió los ojos y encontró la cara de Mugen a centímetros de su nariz.

—¿Qué dices? —inquirió, incorporándose.

—Mírate. —Mugen le señaló su torso y a Fū todavía dormida, abrazada al gi de Jin—. Si van a hacer sus cositas, que no sea frente a mí. Por favor. El bosque es grande.

—No ha pasado nada, Mugen—respondió con calma Jin. ¿Por qué Fū abrazaba su gi Como sí fuera un animalito de felpa?

—Sí claro. —Mugen seguía incrédulo—. Por lo menos puedo estar tranquilo.

Jin levantó una ceja.

—Por lo menos sé que no viajo con un rarito. ¡Eso es un alivio, hombre! —Mugen respondió a la silenciosa pregunta de Jin—. Ahora, ponte eso, antes que ella comience a gritar, ya me duelen los oídos de tanto oír sus gritos.

Jin, intentó poner una cara de póker, impersonal como siempre, pero una sonrisa lo traicionó mientras intentaba quitar su gi a Fū sin despertarla.

Quizás estuviese confundido respecto a Fū, pero tenía amigos: el malpensado y pervertido de Mugen era uno y, hasta nuevo aviso, la impulsiva de Fū seguía siendo una más.

Ya no estaba solo.

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¿Se merece un review?


Bitácorα de Jαz: Bueno, sigo haciendo un recorrido por mis fics más viejos. Este es uno muy querido. ¡Jin todavía es mi personaje favorito!


Editαdo el 09 de octubre de 2014, jueves.

¡Jajohecha pevê!