Exoneración: Todos los personajes pertenecen a Bioware y a su fabuloso mundo dragon age.
De pequeño juega con sus hermanos, Mia es una maga apóstata, ellos los templarios que le darán caza para salvar a los lugareños y a ella misma también de la magia.
La magia debe servir al hombre no dominarlo.
Sentado en los muelles, deja que el agua arrulle sus pies más allá de los tobillos, con los pantalones remangados mece las piernas dentro del río, tras haber huido por enésima vez del agobio al que lo somenten sus hermanos, soñando que algún día será un templario, de esos sobre los que cantarán gestas una vez el Hacedor se lo lleve a su vera.
Se cansa de pedir a sus padres que le permitan formarse como templario, cuando por fin consigue que su petición sea escuchada y satisfecha, parte feliz hacia la Capilla, contando como único vestigio que lo une a su pasado con la pequeña moneda que su hermano le ha dado, símbolo de la buena suerte siempre presente en su bolsillo y, que se convertirá en el cordón umbilical que lo una a su antigua vida, a su familia.
Ha ingresado en la Capilla inocente, lleno de quimeras, pero pronto descubre que ser templario no es tan maravilloso cómo lo había soñado, aún así su ardor por la Orden del Temple no mengua.
Sabe que una vez que lo nombren caballero templario el deber prácticamente le exigirá - aunque no obligará - su castidad, antes de consagrar lo que todavía le pertenece, decide regalarlo aceptando la invitación de algunos compañeros para bajar hasta el pueblo, esa noche abre la puerta a su concupiscencia, desatándola y, una vez abierta tiene la certeza de que jamás podrá volver a cerrarla, a pesar de saber que exactamente eso es lo que espera la Capilla de él, hecho que le provocará muchos remordimientos a lo largo de los años, obligándolo a comportarse introvertidamente ante las mujeres, sobre todo ante las que la sociedad considera decentes.
El Círculo de Ferelden es diferente a cómo siempre creyó que debía ser un Círculo, aún así le gusta, disfruta con lo que hace: cuidar a los magos. Es allí donde la conoce, ella ha vivido toda su vida en el Círculo, no es la maga más hermosa del lugar, de hecho es sólo bonita sin más, en los primeros días ni en ella se fija, pero posee algo, algo que la hace diferente a las demás, Cullen lo descubre poco a poco, con el tiempo, no sabe lo que es, quizás sea su sonrisa, o esa especial forma de mirar que tiene, haciendo que uno se sienta la persona más importante del mundo cuando se le habla.
Y un día se da cuenta de que ha caído rendido al hechizo de una maga, la certeza le llega cuando está a punto de llevarse una roja manzana a la boca, su mente no cesa de pensar en ella, en la forma que tiene de morderse los labios inconscientemente hasta hacerlos enrojecer, tiñéndolos carmesí como la piel de la manzana, piel suave tal y como debe serlo la suya, cada bocado le sabe a lo que considera debiese saber su boca, jugosa, húmeda, deliciosa, llena de sabor, con el dulzor perfecto. Al anochecer – y muchos más que luego le seguirán -, busca exiliarla de su mente bajo las faldas de una lugareña sin éxito, ella se niega a abandonar sus pensamientos, se instala en ellos y en su piel, allí echa intrínsecas raíces. Ruega a Andraste, al Hacedor, recurre a todos los métodos templarios que le han enseñado y, sin embargo todo lo que hace, dice se basa en ella, sabe que jamás podrá tenerla, pues son polos completamente opuestos -ella es maga, él templario-, la sociedad y la Orden nunca se lo permitirán, tampoco sus convicciones. A veces fantasea que la barrera que los separa se esfuma y que puede tenerla, otras veces imagina que algo sucede y que ella desaparece de golpe de su vida concediéndole compasión. Aún así, nada ocurre, continua viéndola pasar a diario junto a él, hablando y riendo al lado de Jowan ajena a la tormenta interior que ha desbocado en él.
Jowan, Cullen odia a Jowan, siempre tan cercano a ella, agarrándola por la cintura, tocándole el pelo como él no puede hacerlo, charlando despreocupados los dos durante la comida. Un odio visceral se apodera de él cada vez que lo ve o lo oye nombrar, no sólo tiene acceso a ella, sino que sabe que los magos suelen emparejarse entre ellos y, Cullen no duda en ningún instante en que, llegado el momento ella acabará unida a Jowan.
Recuerda las novelas que leía Mia, en la que el caballero siempre confesaba a su dama: "tú me has hecho mejor de lo que era". Mentira, el amor, las mujeres te hacen peor, desgarran las pasiones del alma de un hombre y sacan a superficie lo peor de él. Si ella se lo pidiese él transgrediría las leyes de la Capilla y, por eso es tan importante que se aleje de ella, que la olvide y no obstante, esa veneración es la misma que le obliga a rotar día tras día en torno a su persona.
Y sus temores sobre la perniciosa influencia que Jowan sobre ella ejerce se cumplirán, pero no tal y como él creía.
El Hacedor ha escuchado sus plegarias y se la lleva de su lado para convertirla en guardia gris, castigándola a ella por causa de Jowan, ahora prófugo mago de sangre.
La echa de menos, el poder verla inesperadamente al doblar una esquina, escuchar su risa durante las comidas, su voz resonando en los pasillos. En la soledad de su cama la extraña, dibuja en el recuerdo sus curvas, esas que jamás pudo tocar, sólo contemplar, los rayos de luna que entran por la ventana le evocan su sonrisa, y así pasa las primeras noches de su ausencia, vertiéndose mientras la imagina hecha carne bajo él, humedeciendo las sábanas pensando en lo que nunca ha tenido.
La quinta Ruina es completamente inesperada, sabe que ella saldrá a luchar al campo de batalla contra los engendros tenebrosos. Teme por ella, pero lo único que puede hacer es orar para que el Hacedor y Andraste velen por su seguridad.
Ostagar. Todos los guardas grises. Todos los guardas grises, estas cuatro palabras no cesan de resonar en su cabeza, como si fuese un sacerdote entonando constantemente el Cantar de la Luz. Apenas tiempo tiene de llorar su muerte, de aceptarla, pues como si por la Ruina hubiesen sido inspirados, algunos magos se rebelan, están bien organizados, saben cómo desatar el caos en el Círculo sin concederles ni una mínima oportunidad a los templarios, él mismo es torturado, desean adentrarse en su mente, los demonios pululan sin control por los pasillos entre ellos. Trata de no sucumbir, es difícil, sus miedos intentan traicionarlo. Cuando el pánico es insoportable mete la mano en el bolsillo, palpa su amuleto de la suerte, cierra los ojos, piensa en sus hermanos, en su infancia, recobra fuerzas y continúa manteniéndose como una roca, firme mientras es azotada por las olas, por las inclemencias del tiempo y de la vida.
No sabe cuánto más podrá resistirlo y entonces ella aparece ante él, es tan real, tan corpórea... Cierra los ojos una y otra vez, ante su visión, mas cada vez que vuelve a mirar, ella prosigue erguida ante él. Es entonces cuando se da cuenta que no está sola y que, Wynne se encuentra en el grupo. Ella es real, no sabe cómo ni porqué, pero no ha muerto. Salvará al Círculo de los demonios y abominaciones. Su estancia en la torre será distante, ya no pertenece allí, ahora es una guardia gris y, todos los que allí habitan quedan relegados a un segundo plano para ella. Se irá al amanecer, con los primeros rayos del alba sin despedirse de él.
Lo que ha visto, lo que ha vivido durante esos terribles días lo acosa, la indiferencia que ella le ha mostrado tampoco ayuda a que se recobre de sus heridas del alma. El lirio no solamente potencia sus habilidades templarias, también le ayuda a poder sobrellevar esa profunda brecha que se ha abierto en su interior y, para la cual asemeja no existir un hilo que la pueda coser, cerrándola para poder permitirle continuar.
A pesar del valor que cada día lo impulsa a seguir, del lirio que le ayuda a mitigar el dolor, del trabajo de reconstrucción que lo obliga a distraerse, cada piedra de la Torre del Círculo le recuerda los aciagos días de tortura allí vividos, todavía manchas de sangre salpican algún que otro libro, una puerta o una pared, evocándole a los caídos, a los que jamás volverán a reír con él. Tiene problemas de insomnio, no soporta las noches, el maldito silencio reinando en la oscuridad lo trasporta una y otra vez al horror vivido, terrores nocturnos lo acosan incluso a la luz del sol. La falta de sueño, el trauma, el miedo, la ira..., fuertes sentimientos que lo inundan, lo vuelven paranoico, intransigente, lo paga con los magos supervivientes, aquellos que sí están dispuestos a vivir bajo los cuidados templarios, los somete a una férrea vigilancia, trata de interceder para que se les impongan nuevas normas, más estrictas.
Ser Greagoir habla con él y lo envían a la Capilla de Greenfell, para que se recupere. Una sonrisa irónica cruza su rostro cuando el viaje llega a su término y por fin la Capilla aparece ante él. Es la primera sonrisa que sus labios se permiten tras lo del Círculo. Esperan que ese lugar sea un remanso de paz para él, que lo aleje de la Torre y lo ayude a superar. Pero Cullen no acaba de verlo claro, en esos momentos cree que lo que ha vivido jamás dejará de perseguirlo, que nunca volverá a ser el que era -en eso tiene razón-.
Es en Greenfell que le llega la noticia de que la Ruina ha finalizado, la heroína de Ferelden -su heroína- ha dado la estocada mortal. Una punzada le atraviesa el estómago al escuchar de ella hablar.
Cuando al fin vuelve a la Torre del Círculo siente que ya no pertenece allí, lo intenta pero no puede proseguir como si nada hubiese ocurrido, demasiados sentimientos, temores, dudas y recuerdos. Él no es el mismo joven ingenuo que un día arribó allí, por eso, cuando Ser Greagoir decide que es mejor enviarlo a Kirkwall acepta sin pestañear, es lo más apropiado, ante él se presenta una nueva etapa de su vida, un nuevo comienzo.
Para celebrarlo se sienta en la ventana a contemplar el lago Calenhad una última vez antes de irse, mientras se lleva a la boca una roja manzana. Ahora ya puede comérsela sin sentir deseo por ella, ese fuego se apagó hace ya algún tiempo y, si alguna brasa había quedado, los rumores que la sitúan como la amante del actual rey de Ferelden, se encargaron de que no pudiesen volver a ser encendidas.
