Mierda.

Esa es la primera palabra que se me viene a la mente cuando veo quien es el camarero que se acerca a nuestra mesa. Inmediatamente cojo la enorme carta junto a la ventana y me tapo la cara con ella tratando de ocultar mi rubor. Frente a mi Rosalie Hale enarca una ceja.

-¿Qué te pasa?

Niego levemente sin decir una palabra. El nudo que tengo en la garganta no me permite hablar. Esto no debería estar pasando. No debería volver a verle, simplemente desaparecería para siempre hasta volverse un lejano recuerdo. Se ve que no.

El chico, aunque esa descripción se le queda corta ante sus veinticuatro años, se detiene a mi derecha y saca una pequeña libreta.

-¿Habéis decidido que pedir? -inquiere con su aterciopelada voz.

Siento un estremecimiento recorrerme y mis mejillas arder.

Mierda.

Rosalie lo mira fijamente por unos segundos sin vergüenza alguna. No lo demuestra pero sé que lo ha reconocido.

Mierda.

Por el rabillo del ojo lo veo girarse en mi dirección e inconscientemente levanto la mirada para confirmar mis sospechas. Sonríe lentamente.

Mierda. Mierda. Mierda.

No puedo aguantar su intensa mirada verde así que vuelvo a encogerme bajo el menú. Aún así puedo sentirlo a apenas unos centímetros de mí. Lleva una camiseta blanca con el logo del restaurante y unos vaqueros desgastados que prácticamente cuelgan de sus perfectas caderas... Prohibido seguir por ahí, Bella. Me reprendo mentalmente.

-Un café con leche, un zumo de naranja natural y un plato de pastas de manzana -Rosalie toma el control de la situación.

-En seguida -parece divertido mientras se aleja en dirección a la barra.

Evito fijarme de nuevo en lo bien que le sientan los vaqueros.

-Ese de ahí era Edward -asiento mortificada -. El mismo con el que desaparecisto hace dos semanas en el Jade y pasaste la noche.

-Me siento ridícula -finalmente dejo el menú en su sitio y me froto los ojos con la mano derecha, deseando que desaparezca rápidamente -. Había esperado que, no sé, desapareciera de la faz de la tierra.

Rosalie sonríe.

-No te preocupes. Por las cosas que me has contado que sabe hacer puedo decirte que practica cada noche con una. Eres un nombre más de la lista.

A cualquier chica podría sentarle mal su comentario pero a mí me permite un pequeño respiro. No le daría importancia a nuestro pequeño affair. Solo había sido una noche de sexo, intenso, pero solo sexo.

-Una más del montón, cierto -digo intentando convencerme.

-Solo a tí podría hacerte feliz eso -acomoda con una mano su melena rubia a un lado -. Normalmente las chicas buscaran repetir con alguien así.

-Si, está bueno pero, ¿Qué más da? Nunca volveré a hacer algo así.

Rose se muerde el labio conteniendo la risa y yo me percato, demasiado tarde, de que Edward ha vuelto y sostiene la bandeja con rostro contrito.

Mierda.

-Café, zumo -lo deposita frente a mí con el ceño fruncido y yo me siento aún peor - y las pastas. Aquí teneís la cuenta.

Ni siquiera me mira al darse la vuelta y marcharse de nuevo.

-Bien, Isabella, creo que has cabreado a tu ligue de una noche.

La fulmino con la mirada. No es mi culpa no haberlo visto y probablemente se siente herido en su más hondo orgullo de hombre. Lo recobrará pasado mañana con otra chica en su misma cama. Pensar en ello me pone la carne de gallina.

-No sabía que estaba ahí.

Es cierto, así como el hecho de que a veces mi cabeza parece perder el filtro que controla mis pensamientos y me hace soltarlo todo. Normalmente ocurre cuando estoy nerviosa o hebebido de más. Es obvio que ver a Edward me ha alterado.

-Lo sé y seguramente él también.

Entrecierro los ojos.

-Todo es culpa tuya -la señalo con un dedo acusador -. Tú me induciste a "liberarme" por una noche.

-Llevabas meses sin salir con tus amigos. Bailaste, bebiste y encima tuviste la suerte de toparte con ese semental al que miran el noventa por ciento de las chicas del local -al mirar alrededor me doy cuenta de que es cierto. Ya fuera con cierto disimulo o descaradamente cada fémina le observa recoger las mesas con movimientos elegantes -. Tú, mi querida Bella, lo has tenido entre tus piernas y has disfrutado del mejor sexo hasta la fecha. ¿Me equivoco?

En ese momento Edward coge una caja de madera junto a la barra llena de botellas de cristal y camina sin tambalearse hasta la cocina. Recuerdo sentir esos fuertes brazos sujetarme contra la pared mientras su tentadora cadera me embeste una y otra vez. Sacudo la cabeza. El mejor, sin duda.

-No, pero...

-Pero nada. Disfruta de la vista por última vez. Sería extraño que volvierais a encontraros cuando volvamos a Forks mañana -através de la mesa estira la mano y me da un apretón en el hombro.

Las posibilidades de volver a verlo son casi inexistentes. Tomo un último trago a mi zumo sin dejar de mirarle. Recordaré el tacto de su suave cabello desordenado, así como el regusto en mi boca de su piel y sus labios. Edward es un tornado de pasión que solo pasaba una vez en la vida y no me arrepiento de haberlo probado. Me gustaría solucionar mi patético malentendido al marcharme pero soy demasiado cobarde para enfrentarme a él.

Pagamos y me levanto soltando un suspiro. El caliente recuerdo se quedará aquí, en esta cafetería, y yo lo dejaré ir definitivamente. Recogemos nuestras cosas y salimos en busca del coche de Rosalie. Lo último que veo antes de cerrar la puerta son sus ojos verdes ardiendo en mi dirección.


Revivo esta historia que tenía aparcada por diversos motivos con los que no voy a dar la lata. Me disculpo mil veces por la tardanza, pero al fin puedo asegurar que continuo con esta historia, ahora corregida.

Gracias a todos los que dediquéis unos minutos a leerme.