- El agua es mutable. Se adapta y encuentra su camino. Rara vez se detiene- señaló Yonten. –Quizá por eso los Avatares que nacen entre las Tribus Agua son tan inconstantes…

Lejos, en el norte, habían hallado su cuerpo en posición de loto, con el gesto adusto, sujetando una lanza de hueso de tortuga-foca. El frío y la potente energía espiritual que emanaban de él lo habían conservado perfectamente.

- El problema es que nadie supo a ciencia cierta la fecha en que el Avatar Kuruk murió – señaló Sekishi, su acompañante.- Llevaba años recibiendo ofrendas en el Polo Norte.

Sekishi había estado en las gélidas tierras que fueron el hogar de Kuruk. La casa de hielo donde vivió el Avatar se había convertido en su santuario. Muchos esperaban de verdad que despertara algún día: jactándose de haber cumplido su venganza, aunque eso no le devolviera la felicidad.

En vida, sus deberes de Avatar fueron olvidados. Aquello terminó por enfadar a los viejos espíritus; pagó su descuido y su arrogancia con lo más amado.

La ira de Kuruk y su orgullo lo llevaron a una persecución desesperada de desenlace misterioso. ¿Había sido vencido? ¿Seguía en la cacería implacable del raptor de su esposa? ¿Enfrentaba un peligro aún mayor en aquel lugar tan lejano? Nadie sabía si un Avatar que se pierde en el Mundo de los Espíritus puede renacer.

Sin su presencia en el mundo físico, la paz que tanto había costado obtener se perdería, y el mundo amenazaba con hundirse en el caos nuevamente. La esperanza de su regreso se extinguía, y el temor se apoderó de los más sabios.

Hasta que un día, los ojos de la estatuilla dorada que Yonten llevaba consigo comenzaron a brillar. La efigie mostraba así que el Avatar estaba vivo, en alguna parte del mundo de los hombres. Pero no sería Kuruk, dormido para siempre en un lecho de hielo, sino su sucesor.

Yonten del Templo Aire del Norte y Sekishi de la tribu Bhanti en la Nación del Fuego tenían ahora la difícil misión de hallar al nuevo Avatar en la inmensidad del Reino de la Tierra.

- Cuatro elementos. Cuatro naciones. Fuego. Aire. Al agua sigue la tierra- recitó Yonten. – El elemento del orden, de la firmeza, del arraigo.

Sekishi asintió con la cabeza. Esperaba con gran fervor que la próxima reencarnación del medio divino tuviera las cualidades que a su antecesor tanta falta le hicieron.