Prólogo.
Un hombre con nariz gacha, pelo grasiento negro, que caía en cortinas delimitando su rostro, de piel cretina caminaba silenciosamente. Cada paso que daba en el tétrico pasillo del colegio a penas se escuchaba. Las paredes estaban llenas de retratos moviéndose en el interior de las pinturas.
Caminaba concentrado, absorto en sus pensamientos como le sucedía a menudo. Su túnica larga y negra ondulaba al caminar como alas, haciéndolo parecer un enorme murciélago.
Un fantasma parecía seguirlo, caminando sobre sus pasos, uno de los más temidos y menos amigables, el único capaz de asustar y calmar a Peeves, el poligester del colegio. Este fantasma era conocido por todos como El Varón Sanguinario.
Tras avanzar un largo trecho, finalmente el fantasma cambió de dirección, dejando al hombre solo. Este siguió caminando por el pasillo, pasando puertas cerradas, murallas tapizadas con los escudos de las cuatro casas de los fundadores del colegio.
La luz de la luna entraba débilmente por las ventanas libres de cortinas, iluminando el camino. El hombre iluminaba en la oscuridad a medida que iba saliendo de esta. Se dirigió hacia una de las ventanas desnudas, apoyándose en el alfeizar, contempló el reflejo de la luna en el lago que se encontraba frente al establecimiento.
El hombre se encontraba melancólico, como siempre que daba sus paseos nocturnos. Habían cosas imposibles de olvidar. Aún no podía seguir, no podía continuar caminando. Unos pasos más y llegaría a esa puerta…
