Lo que es y lo que nunca debió ser
Capitulo 1: Dolor
El oscuro y frío atardecer fue desolador. Las muertes abundaban por doquier. En cualquier noticiero, en cualquier punto que su vista se posara había muerte y destrucción. La vida era injusta, complicada, asemejaba a una telaraña, si, una telaraña donde el se encontraba atrapado. Y a pesar de los intentos de escapar, cada vez se encontraba mas hundido en esos pesares. No había salida.
Un nudo en la garganta, el vacío en el estomago. Mejor morir, sí, mejor morir, era su única salida, su única escapatoria.
Vivía en una vieja casucha, nunca había sido un joven adinerado, sus padres habían muerto hacia ya varios años, exactamente 3, justamente el mes en que se graduó del Colegio de Hogwarts.
Envenenado, lleno de odio y rencor, completamente rebosante de dolor, buscó una manera fácil para desahogarse. Se convirtió en un seguidor del Señor oscuro, en un Mortífago.
En el principio, mataba sin piedad, sin mirar a quien, como se dice coloquialmente. Le producía placer ver su dolor reflejado en aquellos que mataba y lastimaba. Sentía la adrenalina correr por sus venas, y esto lo hacía sentir vivo.
Pero ahora, ahora era diferente. El dolor se había convertido en monotonía, y donde antes había odio y rencor, ahora sólo vacío existía.
Mirando la lluvia caer a través de la ventana se cuestionaba sus hechos. ¿De que servía tanta muerte?
Y entonces, sí, entonces su odio comenzó a surgir de nuevo.
Desde hacía 2 años trabajaba como "espía" de "Ya-sabes-quien", y también ejercía como profesor de Pociones en Hogwarts. Dumbledore siempre había mantenido su distancia, siempre era reservado frente a él, y sin embargo le mostraba tanto afecto, tanto… amor. Como el amor que puede sentir un padre hacia su hijo.
La noche cayó, y Severus seguía observando desde su habitación el mundo exterior, aquel mundo que lo había lastimado tanto, aquel mundo del cual se había vengado. ¿Y de que había servido?
Se sentía prisionero de una invisible cárcel autoimpuesta. La pócima que descansaba en sus manos… bastaría tan sólo una gota de ésta para que todo su sufrimiento terminara, y para que toda su vida fuera en vano.
¿En vano? Todas su acciones, todas sus experiencias, ¿Todo por nada?
La tenue luz de luna llena apenas iluminaba el lugar, las nubes eran espesas y la lluvia cada vez más tupida.
Su frente recargada contra el glacial vidrio. Su mirada fija, perdida. La poción se deslizo de entre sus manos, cayendo súbita y estrepitosamente al suelo. Explotando. Llenando la habitación de ese pútrido aroma, y él sin inmutarse. Su toga húmeda, sus pensamientos lejanos.
Recordaba su infancia, su cruel y terrible infancia. Con un padre abusivo e irresponsable. Con un padre que lo golpeaba, que le gritaba, que no lo quería. Un padre que tan sólo al ver a su hijo, su único hijo se llenaba de asco y disgusto. Y su madre, su madre maltratada, sufrida, un ser casi inerte, distante, sin vida.
Recordaba aquellos duros años donde noche tras noche y día tras día escuchaba gritos, llanto; donde sus propios ojos se llenaban de lágrimas.
Cuando de adolescente se encerraba en el baño, sólo él y su navaja. Sí, su navaja.
¿Nunca han sentido ese dolor tan profundo, y no pueden gritar, no pueden llorar, no pueden sacarlo del fondo de su ser, y la única solución o es herir a los demás o a uno mismo?
Recordó aquella primera vez, 10 años tenía cuando comenzó, tomó un cuchillo y se dirigió al baño. Sentándose en el suelo, pasó la punta del cuchillo sobre su piel, cada vez más profundo hasta que un líquido rojo emergió. Sus ojos se llenaron de lágrimas pero logró contenerlas. Sabía que estaba mal, pero se sentía tan bien. Así podría sacar todas esas emociones cuidadosamente guardadas.
Y esto se convirtió casi en un ritual, en una escapatoria. Y más trágicamente, en una adicción. Comenzó a depender de este autocastigo. Diariamente buscaba excusas, formas de saciar su dolor para poder encerrarse y cumplir su ritual.
Se aislaba del mundo, culpándolo de sus pesares, que ingenuo había sido…
Esto solamente duró hasta la mitad de su adolescencia. En su quinto año el Profesor Dumbledore lo había sorprendido y trató de ayudarlo. Como resultado abandonó su ritual. Y culpaba a Albus Dumbledore. ¿De qué? Ni él lo sabía.
Y ahora se daba cuenta de lo ciego que había sido. De lo mucho que las personas habían tratado de acercarse a él, y sin embargo él no le permitía a nadie adentrarse a los más profundos secretos de su vida.
¿Qué pasaría si permitiera a alguien entrar?
Afuera la lluvia torrencial continuaba inundando los patios, la noche se tornaba en madrugada, cada vez más oscura.
Después se hizo inmune, frío. Casi vivo, casi muerto. Su odio solamente relucía cuando presentes estaban los merodeadores. ¿Y qué acerca de esa experiencia casi mortal? No le hubiera importado en ese momento fallecer. Entonces ahora no estaría en esta situación. Y los tontos merodeadores encerrados en una celda en Azkaban por una estúpida broma. Quizás eso hubiera sido lo mejor.
Pero ahora estaba ahí.
Las horas habían transcurrido sin que siquiera él pudiese notarlo. El cielo no estaba oscuro, estaba negro. Ni una estrella, ni la Luna brillaban. La tormenta se emancipaba lentamente. Él permanecía inmóvil.
Un Mortífago. Un maldito traidor. ¿Traidor? ¿Traidor de qué? ¿Acaso no era eso lo que querías, Severus? ¿De qué lado estás, Severus?
Realmente había pensado eso, que era un traidor. Que traicionaba a Dumbledore, al mundo y más importante aun, a la vida.
La había traicionado desde desear su muerte hasta causar la muerte de decenas de personas. ¿Qué ser humano con estos antecedentes tiene derecho a vivir? Todo ser capaz de sentir. ¿De dónde había salido esa respuesta? Y entonces recordó el discurso de Dumbledore hacia unos meses, y ahora lo comprendía. Se refería a él. Dumbledore lo observaba, sabía. ¿Y por qué no lo echaba? Porque todavía tenía fe.
El alba comenzaba a despuntar. La lluvia finalmente había cedido. Un nuevo amanecer comenzaba.
Eso era. Esa era su respuesta. Ya no era un Mortífago, quizás sí, por la marca tenebrosa, porque el Señor Oscuro así lo creía aún. Pero ya no lo era internamente. Algo dentro había cambiado.
Sí, hablaría con Dumbledore, él lo ayudaría. Era el único que podía. Se alejaría de Voldemort, haría su propia vida. ¡No! ¡Detendría a Voldemort! No podía dejarlo así… impune. No, ¡había causado tanto dolor! Entonces… ¿Qué haría? ¡Ayudaría a Dumbledore! ¡Eso era!
Finalmente se sentía despertar de una larga pesadilla. Sentía emoción nuevamente en su corazón y, por tanta excitación, golpeó su brazo en el borde de la ventana.
Sus ojos se abrieron, observó su brazo, donde había recibido el golpe, la Marca Tenebrosa punzaba y resplandecía. Severus había despertado. ¿Habría sido todo un sueño? ¿Habría visto el Señor Oscuro su sueño?
Se puso de pie, colocándose justo frente a la ventana. El sol brillaba en lo alto. Sabía que el Señor Oscuro nada había visto. Sí, todo había sido un sueño pero entonces… ¿Por qué esa sonrisa?
