Disclaimer: Menos la trama, todo lo demás de Rowiling.


SNAPE'S POCIONES & BREBAJES

CAPITULO I


Contempló cada movimiento de aquel hombre con la misma fascinación que lo hizo la primera vez. Su profunda expresión de concentración. Su temple inalterable. Sus manos grandes y ásperas transmitiendo la pasión con la que envolvía cada gesto que realizaba. Ejecutados con la delicadeza y la suavidad con las que un amante atento prepararía a su enamorado. Cuidadosa y pacientemente, controlando su progreso, cada reacción. Esperando el momento adecuado para aumentar la temperatura o disminuirla; apresurar el hervor o retardarlo. Añadir el ingrediente adecuado en el momento justo. Su cuerpo realizando aquella danza perfecta sobre el escenario perfecto.

Ese era Severus Snape en su laboratorio.

—¿Piensas seguir en plan contemplativo o crees que podrás retirar ese caldero y colar la poción para que podamos entregarla mañana?

Draco sonrió. Que el severo ex profesor de pociones tenía ojos en la nuca, a veces parecía ser más que una leyenda estudiantil nacida del terror que había provocado en casi todos sus alumnos, a los que siempre había logrado sorprender en el peor de sus momentos. Draco se puso unos gruesos guantes de piel de dragón y sacó el caldero del fuego.

—El cucharón del siete, Draco, y el colador del dos. Ese es demasiado tamizado.

Un Extraordinario en Pociones a lo largo de toda su vida escolar en Hogwarts y Draco todavía se sentía como un inexperto principiante. Aunque en realidad eso era lo que era. Un aprendiz. Inteligente, hábil, dotado sin lugar a dudas para ese arte. Pero al lado de Severus era como un bebé intentando usar una cuchara por primera vez. Miró de reojo hacia su antiguo profesor, que ahora controlaba el tiempo de hervor de uno de los calderos con su viejo reloj. Draco no era consciente de la devoción que había en su mirada cada vez que le observaba. De cómo absorbía cada una de sus palabras, grabándolas en su memoria. Esperaba con especial anhelo sus charlas después de cenar, cuando se sentaban en la pequeña salita y la conversación versaba principalmente sobre el trabajo del día. Para el rubio ex Slytherin, era la mejor hora del día. Ese momento en que el profesor todavía seguía enseñando al alumno. Cuando la voz profunda y relajada de Severus, tan distinta de la tensa y crispada que tantas veces le oyó en Hogwarts, le descubría cada día un nuevo y fascinante aspecto de aquella difícil profesión que ambos habían elegido.

Muchos se preguntaban cómo el primogénito de la familia Malfoy había sido capaz de dejar la comodidad de su mansión, renunciar a su herencia, a su posición y trasladarse a vivir a ese viejo edificio de dos plantas para compartir techo con un amargado ex profesor de pociones.

Pero esos muchos no conocían más de Draco Malfoy y su familia que lo que éstos les habían dejado entrever. Pocos sabían del infierno en que se había tornado la vida del joven durante aquellos dos últimos años, cuando su padre había decidido que había llegado el momento de que hiciera "honor" a su apellido. Que su madre se había desentendido de todo, escudándose en que eran asuntos de hombres en los que ella no podía ni quería intervenir.

Pocos podían adivinar que, cuando se había rumoreado en Hogwarts que el motivo de su desaparición a finales de su sexto curso había sido el de unirse a las filas del Lord, Draco culminaba su particular descenso a los infiernos desangrándose en una de las mazmorras de su propia mansión, como consecuencia de la última paliza de su padre ante sus reiteradas negativas, precisamente, a ser marcado.

Pocos sospechaban que mientras se libraba la última y sangrienta batalla en la que el Señor Oscuro por fin sería abatido, él permanecía ingresado en San Mungo, luchando por su vida.

Había sido un duro golpe para Draco ver como su padre se libraba una vez más de Azkaban y quedaba en libertad. Comprobar que el dinero seguía siendo la llave para encerrar silencios y abrir libertades.

Severus le había ayudado y acogido como al hijo que nunca iba a tener. Se había hecho cargo de él, asumiendo su tutoría los pocos meses que le quedaban para su mayoría de edad, ante la inutilidad de pretender que fuera Narcisa quien se ocupara de su hijo. Severus ni siquiera se había molestado en buscarla. En cambio, sí se había preocupado de hacer llegar a Lucius un claro mensaje sobre lo que podía esperar si volvía a acercarse a Draco en lo que le restaba de vida.

El ex profesor de pociones no había vuelto a Hogwarts después de la guerra. Estaba cansado, desgastado. Sin ánimos para enfrentarse a nuevas legiones de estudiantes para quienes Pociones era solo una asignatura que había que aprobar. Así que había decidido poner en práctica el viejo sueño que había estado acariciando durante años. El que la guerra y su peligroso desempeño como espía para los dos bandos no le habían permitido tener en cuenta. Había renunciado a su puesto sin querer escuchar los ruegos de Albus Dumbledore para que se quedara.

Había gastado sus ahorros en aquella vieja casona de dos plantas, que tenía a pesar de todo un magnífico sótano donde instalar su laboratorio. La planta baja había sido reconvertida en tienda, donde despachaban todo tipo de pociones legales y en la trastienda almacenaban las ya elaboradas para la venta. El segundo piso había sido remodelado para convertirse en vivienda. Severus era una persona austera y no necesitaba mucho para vivir. Pero en consideración a Draco, había dotado a su hogar de todas las comodidades que le había sido posible, después de invertir en la propia casa y en todo el material que necesitaba para empezar su negocio.

Durante los dos meses que Draco había pasado en San Mungo, él se había ocupado de todo, para que cuando el joven saliera del hospital tuviera un hogar confortable al que regresar. No se consideraba la mejor compañía para un joven de casi diecisiete años, pero siempre había tenido una buena relación con Draco. El chico le apreciaba y en más de una ocasión había acudido a su Jefe de Casa en busca de consejo, cuando su ocupado padre todavía no tenía tiempo para él. Aún antes de que Draco le confesara lo que estaba pasando en Malfoy Manor. Severus jamás imaginó que el desequilibrio de Lucius pudiera llegar tan lejos. No había sido fácil para Draco olvidar el infierno de aquellos dos años, pero Severus había dado lo mejor de él para lograrlo. Mucha paciencia, pocas palabras, porque Severus no era hombre de palabras, poción para dormir sin sueños y estar ahí cuando el chico le necesitaba.

En ese año y medio transcurrido desde el fin de la guerra, Severus se dio cuenta de que había demasiada gente que dormía gracias a la Pócima para Dormir. Prácticamente el producto estrella de su pequeño negocio. Secuelas de una guerra demasiado larga, dura y cruel. Pero se sentía orgulloso de haber podido hacer salir a Draco de su propia pesadilla. Hacía casi seis meses que la poción había sido desterrada y el joven volvía a dormir sin ayuda. La primera noche que le había dicho que no la necesitaba, Severus había sonreído por segunda vez. La primera, cuando Draco se había ofrecido a ir a comprar un par de cucharones que necesitaban, después de que durante meses no hubiera sido capaz de poner el pie más allá de la entrada de la tienda si no era en su compañía, inconfesablemente aterrorizado ante la posibilidad de encontrarse con su padre. Severus estaba seguro de que Blaise Zabini también había tenido mucho que ver en su mejoría. Desde que salían juntos, Draco había dado un cambio radical.

Tampoco para ese chico la vida había sido un sendero de rosas. En realidad, para ninguno de los que habían decidido no seguir el camino marcado por sus progenitores. El que todo el mundo esperaba que un Slytherin tomara. La mayoría, recordaba siempre Severus con una punzada de dolor, ahora descansaban bajo tierra, caídos en una batalla a la que les habían abocado, o asesinados por sus propias familias. Niños cuyos ojos se cerraron para siempre sin haber tenido la oportunidad todavía de abrirlos a la vida que se merecían. Blaise era de los pocos que habían logrado llegar al final de aquella devastadora guerra, porque su padre de turno, el octavo si no había perdido la cuenta, también había jugado aquel difícil doble juego que Severus conocía tan bien, y le había apartado del camino del Señor Oscuro, asumiendo las consecuencias. Entre ellas, la de dejar su propia vida en el camino. Seguramente el único padrastro al que Blaise tenía realmente algo que agradecer.

Y gracias a Merlín, Draco también podía contarse entre los supervivientes. Sacarle a él y a su negocio adelante habían sido las dos prioridades en las que Severus había concentrado todas sus energías durante aquel año y medio en el que el mundo mágico volvía a gozar de una merecida paz. A veces, incluso logrando olvidar que era un hombre solitario. Más que solitario, solo.

Severus observó los cuidadosos movimientos de Draco, llenando meticulosamente los frascos de poción. Tenía grandes esperanzas puestas en él y estaba seguro de que no le defraudaría. Draco tenía "el don". Y él se sentía orgulloso de poder traspasar todo su conocimiento a alguien que en el futuro sabría manejarlo con su misma maestría. En ese momento el sonido de la campanilla de la puerta de la tienda irrumpió el calmado silencio que reinaba en el sótano.

—Yo voy —dijo Draco dejando con cuidado cucharón, colador y guantes encima de la mesa.

Severus podía ser un gran Maestro en Pociones, pero las relaciones públicas no eran lo suyo. Nunca lo habían sido. El joven subió ágilmente de tres en tres los escalones hasta la planta baja y abrió la cortina que separaba la tienda de la trastienda, con su mejor disposición para atender al cliente que acababa de entrar.

—Buenos días —saludó amablemente—. ¿En qué puedo ayudarle?

La persona que estaba esperando se dio la vuelta y si en ese momento Draco tuvo que reprimir una exclamación de sorpresa, estuvo seguro por la expresión del joven frente a él, que éste había tenido que esforzarse mucho más para contener la suya.

—¿Potter?

Durante unos momentos Draco tuvo la impresión que su ex compañero de escuela se había quedado entontecido, plantando en medio de la vacía tienda y mirándole como si le hubieran salido tres cabezas. A primera vista, el ex Gryffindor no había cambiado mucho. Todavía llevaba esas eternas gafas de montura redondeada y su pelo negro seguía pareciendo el mismo nido de pájaros de siempre. Su gusto por la ropa tampoco había mejorado mucho. Vestía unos pantalones muggles desteñidos y una camiseta de manga corta que bailaba sobre su cuerpo. Draco no habría podido decir si sus brazos se veían tan delgados porque las mangas eran muy anchas, o si las mangas se veían tan anchas porque sus brazos eran muy delgados. En conjunto, una imagen bastante más patética de la que podía esperarse de un héroe. Más teniendo en cuenta la expresión estúpida que Potter todavía no retiraba de su rostro.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó por fin Draco, harto de esperar a que Potter diera mayor signo de vida que un convulso parpadeo.

Como si regresara de una sesión hipnótica, el otro joven ladeó un poco la cabeza y tras una leve vacilación se acercó al mostrador.

—Necesito esto —dijo depositando sobre la pulida superficie un pergamino con el membrete de San Mungo.

Draco sintió la mirada nerviosa de Potter sobre él mientras leía detenidamente la receta.

—Muy bien. La tendrás mañana —le respondió en tono profesional, demasiado seco incluso.

Potter hizo un ligero asentimiento con la cabeza y sin decir palabra salió de la tienda. Draco se quedó unos instantes contemplando la puerta tras la que el otro mago acababa de desaparecer, preguntándose por qué Potter le había provocado aquella sensación tan deprimente. Se metió en la trastienda y descendió las escaleras hasta el sótano releyendo la receta que llevaba en la mano.

—Adivina quién —dijo poniendo el pergamino debajo de las narices de Severus.

Éste frunció el ceño al verse bruscamente distraído de su tarea. Después le arrebató el pergamino a Draco de la mano y tras leerlo frunció el ceño de esa forma tan particular en la que Draco se había dado cuenta que solía hacerlo cuando algo no encajaba en sus esquemas.

—Esto es muy fuerte para tratarse sólo de jaquecas —le oyó murmurar.

—Eso pensé yo también —corroboró Draco.

Severus perforó con la mirada el trozo de pergamino unos instantes más, como si éste pudiera darle la respuesta que buscaba.

—Prepárala —ordenó al fin y volvió a su trabajo sin decir nada más.

Severus sabía que Potter había sufrido fuertes dolores de cabeza durante su adolescencia. Como también sabía que todos habían tenido que ver con su cicatriz y la conexión que a través de ella tenía con Voldemort. Ahora el Señor Oscuro ya era historia, por lo que no entendía por qué el joven podía necesitar una poción tan fuerte. A no ser que fuera como consecuencia de alguna de las heridas que había sufrido durante su enfrentamiento con el Señor Oscuro. Severus negó con la cabeza en un movimiento inconsciente, al tiempo que dejaba escapar un sonoro resoplido.

—Mañana, cuando venga Potter, quiero hablar con él.

Draco volvió el rostro hacia el hombre que se encorvaba nuevamente sobre su libro, algo sorprendido. Pero se abstuvo de hacer comentario alguno. Había reconocido en el tono de sus palabras la inutilidad de pedir explicaciones.

o.o.o.O.o.o.o

Harry Potter caminaba por el Callejón Diagon con paso apresurado, dirigiéndose a la botica de pociones que había visitado el día anterior. Si hubiera tenido opción, consciente de quién la regentaba, jamás hubiera puesto un pie en ella. Pero cuando le habían hecho la receta en San Mungo, le habían dado la dirección de esa botica en concreto, alegando que a partir de entonces tendría que ir allí a recoger cualquier poción. Al parecer el hospital mágico le encargaba a Snape todas las que su propio laboratorio no daba abasto a elaborar. Lo que no había esperado era encontrarse con Malfoy.

El joven mago iba tejiendo mentalmente su estrategia: llegar, recoger la poción y salir sin perder tiempo. Quería pasar el trance lo más rápido posible. Nada de dar pie a recordar tiempos de escuela, contestar preguntas sobre su vida o darle motivos a Malfoy para que pudiera embromarse a su costa o avergonzarle más de lo que ya lo estaba. Todavía estaba intentando superar el ataque de pánico del día anterior.

Cuando llegó frente a la botica estaba tan nervioso que sentía el pulso del cuello palpitar tan fuerte que tuvo que cubrirlo con una mano, como si pudiera escapársele. No era buen momento para tener otro ataque, ahora de ansiedad. Se detuvo unos segundos ante la puerta y, antes de empujarla, tomó aire como si estuviera a punto de hacer una inmersión.

Entró. Esta vez había un par de clientes, uno de los cuales estaba atendiendo Malfoy. Harry lamentó que la primera parte de su fabulosa estrategia acabara de irse a pique. Seguramente había sido estúpido por su parte esperar volver a ser el único cliente, justo como el día anterior. Al oír el sonido de la campanilla de la puerta, Malfoy volvió la cabeza hacia él y le miró, para después regresar su atención a la charlatana bruja que estaba atendiendo. Cuando terminó con ella y antes de atender al mago que esperaba, Harry vio como Malfoy se introducía en la trastienda, pero volvió a salir enseguida.

Harry dejó de prestarle atención y empezó a pasear, inquieto, entreteniéndose en recorrer con la vista los estantes repletos de tarros, botellas y frascos. Sobre una mesita, junto a la entrada, había unos panfletos sobre primeros auxilios que se distribuían gratuitamente. Tomó uno para distraerse mientras esperaba. Las manos le sudaban y las restregó contra sus pantalones, irritado.

—¿Y bien, Potter?

El corazón de Harry dio un salto mortal al tiempo que volvía la cabeza tan bruscamente, que estuvo a punto de hacerse polvo las cervicales. La voz del hombre que había amargado su existencia durante los prácticamente siete años que había estudiado en Hogwarts, casi había logrado ponerle al borde del colapso nervioso, aún sin verle. Se volvió lentamente, para darse tiempo a dominarse y enfrentarse después de casi dos años a su ex profesor de pociones.

—Profesor —saludó al fin con una leve inclinación de cabeza.

Y resignándose a que aquel día iba a añadirse a la lista de su colección de días desastrosos, deshizo la distancia que le separaba del mostrador con paso vacilante.

—Ya no soy profesor, Potter —le corrigió Snape secamente.

Harry apretó los labios, obligándose a no dejarse intimidar por aquella mirada profunda y perturbadora que tantas veces había perforado la suya, arrancándole su intimidad más dolorosa durante aquellas odiosas clases de Oclumancia.

—¿Tiene mi poción? —preguntó por fin, sorprendido de oír su propia voz con tanta claridad.

Sin embargo, Snape ignoró la pregunta y siguió mirándole como si quisiera averiguar hasta su último secreto.

—Me gustaría saber por qué necesita una poción tan fuerte, Potter. Esto no es para una simple jaqueca.

Harry parpadeó nerviosamente durante unos instantes, sorprendido por el inesperado interrogatorio.

—Migrañas —se limitó a decir.

—¿Desde cuándo? —insistió Snape en el mismo tono autoritario.

—No creo que sea de su incumbencia —se negó Harry—. ¿Puede dármela, por favor?

Draco les lanzó una mirada desde el otro extremo del mostrador, ocupado todavía con el mago que estaba despachando, maldiciendo mentalmente a Severus por su falta de tacto. Si lo que quería era saber qué aquejaba a Potter, y todavía seguía sin comprender a qué venía tanto interés, el mejor camino no era un enfrentamiento directo con él. Después de siete años batallando con el héroe, ya debería saberlo. Vio como Severus apretaba las mandíbulas en un gesto de malhumorada impotencia y cogía el frasco que había dejado preparado debajo del mostrador, depositándolo ante Potter sin dejar de mirarle con la expresión de ir a soltarle un ácido discurso de un momento a otro. Draco esperaba poder acudir en ayuda del ex profesor en cuanto terminara con su cliente pero, para cuando eso sucedió, Potter ya estaba cruzando la puerta y se perdía entre el gentío del Callejón Diagon como si el mismísimo Señor Oscuro todavía le estuviera persiguiendo.

—¡Merlín, Severus! Eres un caso perdido —le recriminó el joven mago.

El ex profesor de pociones se limitó a barrer a Draco con la mirada y a volver al sótano con sus calderos.

Continuará...