Estaba sentada en el suelo apoyando la espalda en la puerta. Maldiciendo las rebeldes lágrimas que brotaban contra su voluntad de sus ojos. Las detestaba. Había contenido el aguacero por tanto tiempo –y lo sabía hacer tan bien y tan convincente- que cuando estaba sola pensando en ello las gotas de agua parecían deseosas por abrirse paso al exterior.
El agudo tintineo del cascabel al otro lado fue la prueba que lo delató.
- Cheshire.- llamó. Un exagerado silencio que confirmó su presencia. Hasta la respiración intentaba suprimir. – Sé que estás ahí… - se secó las lágrimas con el dorso de la mano. – Siempre lo haces…-
Oyó el golpe contra la puerta, de su mascota dejándose caer.
- He salido a pasear, Ama. – sí, siempre lo hacía. Siempre había otra para la que él guardara su ronroneo. Pero ella no sería quien se lo replicara. Era una simple mascota, no poseía ningún derecho sobre él. Era libre de hacer lo que quisiera. – Estás demasiado silenciosa hoy, ¿sucede algo? -
Sucede… que cada día el Duque le creía menos… sucede que sus amigos ya no tenían permitido ir a visitarla, quedándose sola al cuidado de su sirviente… sucede que cada vez las rejas de la puerta la hacían decaer… y sucede que él no parecía darse cuenta de nada de lo que le pasaba…
- Nada. ¿Fue productivo tu paseo? – inquirió. Enterró sus delicados dedos entre los pliegues del vestido.
- Bastante. – contestó el gato.
- Me alegro. – le felicitó con falsa modestia. Volvieron a transcurrir unos segundos de silencio.
- Ama. – susurró. Esperó, cerrando los ojos con furia y mordiéndose el labio inferior hasta que la rabia se fuera a otro lado.
- ¿Sí, Cheshire? – preguntó cuando lo hubo logrado, y pudiera recobrar su tono de voz apacible.
- ¿Estás celosa? – la interrogante se coló por su garganta como un cubo de hielo. Parpadeó, recobrando el control sobre sí misma y sus emociones, cuidando de no decir algo equivocado.
- ¿Celosa? Creo que recordar que para sentir celos, hay que primero, ser dueño o tener alguna clase de autoridad sobre algo o alguien que se sienta como propio. Tú no me perteneces, Cheshire. – aquello le dolió más que cualquier apretón del Duque. Volvió a enterrar sus dedos en el vestido, ahogando gemidos o exclamaciones inapropiadas.
- No te pregunté eso, mi Ama. – replicó el gato desde el otro lado. – Dime, ¿estás celosa o no? -
¿Celosa? ¿Celosa de saber que su mascota dormía con otras mujeres? ¿Celosa de que su mascota las abrazara casi con desesperación? ¿Celosa de que les dedicara caricias cargadas de lascivia y vacías? ¿Celosa de que, al fin y al cabo, fuera su mascota, y poco importaban las mujeres que pasaban por él?
El gato se levantó antes de que la Duquesa abriera la puerta. Ahí la vio, diminuta, con los ojos enrojecidos y el vestido arrugado, pero con aquella expresión serena, calma, y dulce que por más que quisiera no podía sacarse de la cabeza.
- No. – respondió firme. Cheshire sonrió a un lado. Se acuclilló frente a ella, limpiándole los resquicios de lágrimas. Luego acercó la boca hacia su oído, y apenas moviendo los labios, susurró.
- No lo vuelvas a hacer. – aludiendo a sus lágrimas. Ella volvió a pasarse el dorso de la mano por los ojos, y él, cogiendo su mano, la llevó hacia su habitación.
