Comunidad: minutitos en livejournal.

Tabla: Angst.

Prompt: 18. Recuerdos.

Disclaimer: siguen siendo de Kurumada.

Advertencias: hace añales que no escribo Saint Seiya. Perdonen si hay discordancias.


"El amor que una vez colgó de la pared,

solía significar algo,

pero ahora no significa nada…"

—Let Me Go; Avril Lavigne ft. Chad Kroeger.


Dohko está seguro de que puede escuchar la voz de Shion llamarle desde la lejanía. Ah… desde que el ariano se había vuelto patriarca se había distanciado un poco, ya no se pasaba por Libra a comer algunos bocadillos o jugar algún partido de cartas como lo habría hecho en antaño.

Aunque Dohko no le resentía por ello. Él comprendía que el ser patriarca implicaba una pesadísima responsabilidad (cuidar de que todo estuviera bien en el cuarto de Atenea, elegir a los aprendices de nuevas armaduras, entre otras cosas)… demasiados deberes para alguien tan joven como Shion de Aries.

Porque sí, apenas en sus 20's les fue legada la enorme responsabilidad de volver a organizar el Santuario. Empezar desde cero.

Al principio era sólo limpiar los escombros que les dejó la última Guerra Santa. Al menos eso les daba oportunidad de no indagar demasiado en el hecho de que el lugar estaba prácticamente desolado. O de que si fueran del signo del cangrejo podrían ver con perfecta claridad a todos los espectros que rondaban por la tierra santa.

No… sería mejor no indagar demasiado.

A Dohko le encanta tomar el té. A muchas personas no les parece más que agua de hierbas cocidas, pero esos mequetrefes jamás podrían apreciar el finísimo arte de preparar té casero y de los miles de rituales que conlleva. Pero bueno, el punto es que al legendario caballero de Libra le encanta tomar el té. Y no es por ser xenofóbico, pero prefería el té originario de China a cualquier otro. En su opinión, no había nada mejor que el ligero sabor amargo del té negro.

Los sonidos de insectos en el jardín llegaban a sus oídos, y el olor a césped inundaba su olfato. Nada mejor que una perfecta tarde de serenidad como esta. Tomó un largo trago de la pequeña taza de porcelana y soltó un suspiro, sintiéndose, quizás, un poco solitario. Se preguntó por un momento si sería oportuno ir a buscar un sucesor. Al fin y al cabo, él no viviría para siempre. Y aún si lo hacía, no le gustaba demasiado la idea de tener que quedarse solo por siempre.

Aunque no estaba del todo solo. Tenía a Shion. Compañero de armas, amigo y, después de varios años de hacerse compañía el uno al otro, amantes.

Nadie lo notaba porque eran discretos, guardaban todo su cariño para la intimidad de su recámaras. La mayoría de las veces eran impacientes, el sentimiento de que se les agotaba el tiempo—como se les agotó cuando estalló la guerra—presente en sus acciones. En otras veces eran pacientes, tentativos, saboreaban el momento, pues de alguna manera el estar cerca de la muerte te ayudaba a apreciar la vida más de lo que lo haces ahora.

Era perfecto, pero le era agridulce. La vida le era agridulce, como el sabor de té negro con golosinas.

Dohko abrió los ojos, pues los había cerrado para apreciar la calidez que le embargaba el líquido hirviente que bajaba por su garganta.

Y Shion no estaba.

Nadie estaba.

Sólo habían sido recuerdos.