Fanfarrón

—Hola hermosa joven —le salude educadamente, al momento que me sentaba a su lado en aquella banca del parque.

Un "Hola" sale de sus labios. Ojos verdes, cabello negro junto a una piel blanca y tersa como la leche.

—Permítame señorita, el atrevimiento de decirle que se parece usted a una hermosa rosa negra.

Sus labios se curvan en una sonrisa, pero no aparto su mirada del libro.

— ¿Qué lees?, ¿Benedetti? —pregunté—. Déjeme decirle que es uno de mis escritores favoritos. No te rías, es verdad. ¿Te gusta el libro? Yo he leído mucho de él.

—Sí, me gusta mucho —la respuesta fue algo cortante a mi parecer. Sonrío mostrando mi perfecta dentadura.

—Sé que soy un desconocido señorita, pero se puede arreglar, si usted quiere claro —la mire esperando una respuesta de su parte—. Cuando la vi no pude evitar fijarme en su rostro; es hermosa. Le quise pasar de largo, pero luego pensé "Ni siquiera la conozco, ¿Qué más da si la pierdo? Tampoco me va a importar" —Sus mejillas cobraron un fuerte escarlata—. No se ría por favor, es cierto. Aunque igual se ve bonita cuando ríe. Usted me ha enamorado.

—Vale, prosiga —colocó su libro en el bolso que llevaba y volteó hacia mi prestándome atención.

—Gracias. Al parecer tenemos muchas cosas en común —dije—. ¿Puedo sentarme contigo, escucharte y aspirar tu aroma? Es que es tan hermosa. No tiene por qué sonrojarse, me imagino que no soy el primero en decírselo.

—Muchas gracias por el elogio.

—Creo estar experimentando eso que muchas llaman amor a primera vista —me incline hacia ella—. ¿Me dejaría sentir su piel? —pregunté. Sentí como se removía incomoda ante mis palabras y se paraba dispuesta a marcharse—. ¿Ya se va?, ¿se ha molestado?, ¡no se vaya por favor!, ¡no querrá dejar un corazón roto! —exclame aprisionándola entre mis brazos.

—Por favor señor; suélteme.

—Yo te amo sin conocerte, porque sufro de soledad.

—Si no me suelta, gritare.

—Está bien, está bien. Pero al menos, ¿Podría decirme su nombre? Para invocarla en las noches de soledad y delirio. Esas noches frías en los bares en los que un escritor está condenado a pasar en soledad.

—Usted es un enfermo —dijo.

—Yo podría darle un amor puro, bello y memorable, ¿Acaso no le interesa?

La dama logro soltarse de mis brazos y subió al primer bus que pasó. Miró en ni dirección desde la ventanilla, grandes lágrimas caían de mis ojos, saqué un pañuelo de mi pantalón y sequé mis mejillas. La joven se perdió de mi vista.

Tome unas cuantas flores de un negocio.

—Hola, ¿Cómo estás?

Volviendo a su pose de hombre culto, con un ramo de flores en la mano, saluda galantemente a cada joven señorita que por allí pasa.

Pues claro, lo único que él busca es pasar la noche fuera de aquel cuarto de paredes blancas, de aquel hospital a dos cuadras de distancia.


¿Corto? Si lo sé. Pero es que fue una idea del momento.

Tal vez pudieron notar que era Buttercup la chica, y el chico era Butch, para aquellos que no lo notaron.