Una tarde de viernes volví de entrenar cerca de las diez de la noche, estaba cansado y los ascensores no funcionaban, así que me decidí por no protestar y subir por las escaleras. No me daba pereza subir por ahí, el problema era que había que darse muchas vueltas por el pasillo para llegar a ellas, el que diseñó este edificio no hizo un gran trabajo que digamos. Mientras subía, un grupo de personas iba delante de mí, caminaban lento y me obstruían el paso justo cuando lo único que quería hacer era llegar a casa y dormir hasta el lunes siguiente.

Al llegar al piso siete con mi bolso cargándome el hombro y los párpados haciéndome peso, me di cuenta de que no los había visto jamás en mi vida, considerando que yo conocía a todos en el edificio, nunca había visto a esas personas. No es que debiera, pero de ser vecinos o familiares de ellos debía saber quiénes eran, más aun si iban a mi piso. Aún así, no socializo jamás con los vecinos, nunca he dejado pasar a nadie a mi departamento. Mi relación con los vecinos y la gente en general era más bien superficial, todos creían ser mis amigos pero no llegaban a lo profundo de mi ser, no sentía a nadie parte de mí. No soy de confiar mucho o de salir con amigos, sólo me encuentro con la gente, me invitan a salir y generalmente acepto porque casi siempre me encuentro solo en casa.

Abrí mi puerta y lo primero que hice fue tirar el bolso en el sofá, después de liberarme de él me fui quitando la ropa mientras avanzaba por el pasillo, llegué a mi cama y me deslicé en las sábanas frías, nunca me había sentido tan cansado.

Cerca de las 4 A.M. sonó mi teléfono. Era la chica con la que estaba saliendo hace unos meses; Emma. No quería contestarle, sinceramente no estaba interesado en ella, pero ella me quería tanto que no podía seguir rechazándola. Soy un hombre débil, lo sé. En mi círculo social yo era conocido por ser el rubio galán, el que tenía éxito con las chicas actuara o no como un caballero, a las que conquista diciendo tonterías y presumiendo los músculos. Lo de "galán" y "caballero" era lo único que podía quizás llegar a considerar un cumplido, no podía entonces dejarlo pasar así.

Contesté.

-¡Hola! ¿Estabas dormido?

-Pues, en realidad sí. ¿Sucede algo, Emma?

-No, es sólo que me sentía un poco apenada- Hizo una pausa. -Quería hablarte nada más.

-¿Hablarme?- Pensé -¿Quién rayos llama a esta hora solo para hablarme?-

-¿Hablarme? No puedo ir para allá ahora, es muy tarde y estoy muy cansado, ¿todo está bien?-Respondí.

Sinceramente no quería ir, a pesar de que la quería mucho, no la quería de esa forma. Estaba empezando a hostigarme, pero era una chica tan dulce y tan frágil, imposible de no querer…

-Sí, sólo quería escuchar tu voz.

-Mi voz es bastante desagradable a esta hora… – Reí. Apenas podía mantener los ojos abiertos, pero me sentía mejor, más descansado.

-A mi me gusta- Ella rio. -No te preocupes, ahora te dejaré dormir.

-Buenas noches…- Musité.

-Te amo.

Colgué el teléfono. Creo que una de las cosas más incómodas en la vida de un hombre es que una mujer te ame de esa manera y tú no sientas nada. Me apena estar así, aún acostándome con ella y fingiendo una relación feliz. No puedo no sentirme mal por ello, siento que soy una persona asquerosa.

Volví a posar mi cabeza sobre la almohada, sentía todo el ruido que hacían en el apartamento del frente. Las habitaciones principales de ambos departamentos compartían pared, de seguro habrían dejado la puerta abierta y el ruido se expandía por todas partes. Los nuevos vecinos parecían ser muy estruendosos. No podía conciliar el sueño, pero la noche había sido tan agradable que al acurrucarme me volví a dormir.

Me desperté tipo tres de la tarde, porque mi estómago ya no aguantaba más el hambre, entonces me paré y fui a la cocina tal como estaba por una especie de desayuno-almuerzo, con todo lo que pillé en el refrigerador y un tazón de cereal. No sé cocinar muy bien, pero me las ingenio. No me afecta tener que comer porquerías, nadie me ve ni me controla lo que como, aunque quizás me apena un poco tener que comer solo todo el tiempo…

De repente sonó el timbre. Debo admitir que instantáneamente entré en pánico por unos segundos. Estaba desnudo, recién despertado y mi casa hecha un completo desastre. No estaba acostumbrado a recibir gente en mi casa, de repente desconocí hasta el sonido del timbre. Recogí los pantalones que estaban tirados en el pasillo, me los puse rápidamente. Abrí la puerta.

-¡Hola! Venía a pedirte disculpas por todo el ruido que hicimos anoche, no estamos acostumbrados, la verdad, no volverá a pasar. Así que lo siento si no te dejamos dormir.

Era un chico de sonrisa amable, cabellos claros y ningún rastro de barba en su cara, parecía como un niño, de esos típicos prototipos adolescentes, pero su cara delataba una edad cercana a la mía…

-¿Eres mi nuevo vecino?- Pregunté.

-No, pero dudo realmente que él venga hasta acá a disculparse, no es su asunto. Él no quería celebrar nada, estaba cansado anoche y llegamos de sorpresa, por poco no nos abre la puerta.- Hizo una pausa y sonrió- pero no todos los días te compras un apartamento.

-Claro, entiendo- Le devolví el gesto.

-En fin, adiós, espero que tengas una agradable tarde.

El se alejó, cerré la puerta y volví a la cocina esquivando los objetos que había en el suelo.

Terminé de comer y dejé los platos en la cocina, volví a quitarme los pantalones y me metí en la cama con un tazón de cereal. Lamento estar solo en una mañana como esta. En realidad lamento muchas cosas, mi vida es bastante triste. Sí, definitivamente esta etapa es la más penosa que he vivido, pero mi familia vive lejos y no tengo a quien querer en realidad. Creo que lo podría compensar comprando una mascota o algo por el estilo.

Decidí salir para no pasar el día encerrado como de costumbre y así pasar por la tienda de mascotas. Me vestí rápidamente sin entrar a la ducha y salí a la tienda más cercana del sector, que estaba a unas pocas cuadras del edificio.

Me di una vuelta por la cuadra, tomé el camino más largo y al llegar me detuve frente a la vitrina. No me sentía lo suficientemente responsable como para cuidar a un animal, ni si quiera podía lidiar conmigo mismo y voy a poder con otro problema, ¡eso no lo creo! Me quedé de pie un rato en la entrada mirando alrededor sin una razón suficiente, me distraía la variedad de colores que había en el acuario y lo lindo que era todo aquello en la tienda a pesar de ser animales encerrados y solitarios hasta que alguien decida pagar por ellos si es que son lo suficientemente lindos. Eso de la belleza siempre ha sido un enigma para mí, ¿por qué la gente es tan poco inteligente en ese sentido? Digo, lo superficial conlleva a desconocer lo que hay realmente dentro y en general nunca es una linda sorpresa la que te llevas al descubrirlo, lo digo por experiencia. Al menos las personas que intentaron estar conmigo me hicieron confirmarlo así. No es suficiente salir con el chico lindo, con que te vean con él ya está, si es desagradable va a dar igual, luego lo dejas y listo, no es gran cosa. Cada día me ponía más reflexivo y solitario. Ya no salía ni hacía el intento de tener citas, tampoco me hacía de amigos o me iba de copas. Mi vida era el rugby, mi vida ahora era mi trabajo y nada más. Sin el yo no sería nada.

Luego de tomar aire decidí volver a casa lentamente. Tomé otra vez el camino más largo hacia el edificio y caminé despacio por la orilla de la vereda donde empezaba el gran charco continuo de la lluvia de ayer de donde bebían uno o dos perros callejeros en el camino. Me encantan los perros, su vida es tan simple. Observé vagamente a las personas que caminaban en dirección contraria a mí, cada una era completamente diferente pero igual a la vez, todos tenían ese algo que a mí me faltaba, ¿qué podía ser?

Subí por el ascensor, esta vez funcionaba a la perfección y me ahorré tener que subir las escaleras. Al llegar al piso siete empecé a buscar las llaves que dejé en mis bolsillos antes de salir. De repente, una voz suave y penetrante me habló por detrás:

-Buenos días

Su saludo tan repentino me asustó, sentí escalofríos, no sé exactamente si por su voz o porque no esperaba que alguien me fuese a hablar mientras abría la puerta de mi casa.

-Qué tal – Respondí sin voltearme.

-Quizás deba presentarme, vivimos en frente ahora… - Agregó el desconocido.

Era un hombre alto, un poco menos alto que yo pero aún así bastante. Tenía la piel muy clara y los ojos intensamente oscuros e intimidantes. Vestía un abrigo negro y traje, este dejaba ver una corbata roja y el cuello de una camisa pulcramente blanca. Este hombre no tenía nada que ver conmigo.

-Mucho gusto– Dije intentando aflojar mi tono de voz. Sonaba nervioso, como si jamás hablase con alguien.

-Me llamo Thomas.

-Thomas- Repetí.

-¿Te han causado muchas molestias los tipos que me visitaron anoche?- Preguntó con la expresión sumamente sería y distante.

-No, casi no los noté-Mentí.

-Está bien- Respondió irrisoriamente al mirar mis ojos. Parecía haber descubierto aquella ínfima mentira apenas con mirarme. - Sabes, no conozco a nadie aquí, ¿te molestaría acompañarme un rato y charlamos?

-La verdad no me siento muy bien como para…

-Lo sé. Eso no importa- Interrumpió.

-¿Lo sabes?

-Te invito un café.- Me dijo sonriendo ásperamente.

Dudé un segundo. ¿Desde cuándo los vecinos te hablan de la nada y te invitan a tomar café? Creo que nunca me había presentado así ante alguno de ellos ni si quiera cuando llegué aquí. Pero él se veía alguien de confiar, parecía no tener nada que perder con intentar conocer a alguien como él.

-Está bien, iré por mi billetera- Respondí.

-No es necesario. – Dijo volteándose hacia el pasillo.- Apresúrate – Me ordenó.

Lo seguí en dirección al ascensor. Toqué mis bolsillos por encima del pantalón torpemente, apenas llevaba mis llaves.

Subimos al ascensor, él entró primero que yo. No me dirigió la mirada ni la palabra, miraba hacia afuera por el vidrio polarizado en el que yo veía mi propio y desarreglado reflejo en una parte trisada.

-Estás siendo demasiado amable, ¿no crees? ¿Tus vecinos hacían esta clase de cosas cuando alguien llegaba a vivir al vecindario?- De la nada pregunté. Soné grosero.

- No tenías nada mejor que hacer, ¿o sí? ¿Quieres volver a casa? Puedo tomar un café solo.- Me dijo fijando sus fríos ojos en los míos en un milisegundo sin cambiar de posición.

Guardé silencio.

Subimos a su auto, una vez que dejamos el estacionamiento se veía tan serio al conducir. Estaba tan perfumado y peinado, con su abrigo largo tipo inglés y su bufanda… en ese minuto me sentí mal de no haberme arreglado. Me pareció tan atractivo, me daba hasta algo de envidia. Su cabello era realmente oscuro y su piel muy blanca resaltaba de una manera extraña e incómoda que te hacía no poder dejar de mirar. Tenía una frente amplia y un aire misterioso… una mirada penetrante y segura de sí.

-Entonces… - Interrumpió el silencio de repente.

-¿Entonces qué?- Pregunté.

-¿Cómo te llamas?

-Christopher.

-Ah… Christopher- Musitó sin quitar la vista del frente en lo que hacía partir el auto.

Asentí con un gesto.

- Como Christopher Peterson.

-¿Peterson?- Pregunté mientras se metía en la autopista sumamente concentrado en el camino. Acomodó el espejo retrovisor y volvió la mirada a mí sin descuidar la pista.

-"A Primer in Positive Psychology"… - Dijo él con un acento agradable y seco.

-Pues no me suena- Respondí.

-Descuida, no es demasiado conocido de todos modos.

Llevó ambas manos a la parte superior del manubrio y golpeó la goma de la funda con el pulgar sucesivamente esperando a que el semáforo se tornara verde otra vez.

-¿A qué clase de cafetería nos dirigimos?- Preguntó mientras se abotonaba el último botón de su camisa.

-No lo sé.

-Si no lo sabes tú nadie lo hará. Vamos, dime rápido.

-No lo sé, yo jamás bebo café en realidad.

-¿Eres deportista o algo?- Preguntó riendo burlonamente.

-Así es. – Respondí serio.

Rio ignorando mi respuesta.

Dio una frenada brusca y nos detuvimos en un lugar bastante agradable de mirar, con demasiado pavimento y ventanales grandes, arbustos con flores, un estacionamiento tipo gimnasio con un vitral incómodo. Nos bajamos del auto, fuimos por una mesa cerca de la entrada. Nos sentamos, nos entregaron el menú, él se quitó su abrigo. Yo no traía chaqueta ni nada encima más que una mugrosa camiseta gris.

Se sentó frente a mí, sacó sus lentes de su bolsillo de la camisa, se los puso y revisó la sección de cafés en el menú mientras yo no me podía decidir por cuál café escoger… me parecían todos iguales así me decidí por un capuccino. Él pidió un café amargo, con crema y sin azúcar, en ningún momento sonrió, el mesero se retiró en silencio.

-¿Te sientes mejor?

Dudé un segundo en qué responder, ¿por qué sabía él cómo me encontraba?

-Un poco- Respondí.

-Al parecer sólo te hacía falta un poco de compañía- Sonrió mientras se quitaba los lentes.

Asentí.

-Háblame de ti, ¿vives hace mucho tiempo en el edificio?

-Un par de años…

-¿Y vives solo?

-Completamente solo.- Respondí evitando sus ojos. Me incomodaban.

-También yo… - Sonrió otra vez- ¿Tienes novia?

-Pues… no, la verdad no.

-Ah, qué lástima. Yo tampoco tengo una. Solía tenerla pero ya no más.

-Lo lamento.- Dije en un tono entre de pregunta y afirmación.

-No te preocupes, no es gran cosa tener una novia, al menos para mí. Además, ella prácticamente me odiaba por ser así de frío y apegado al trabajo… Sinceramente no sé por qué estaba conmigo- Dijo tomando lentamente un periódico que había sobre la mesa.

Me empecé a sentir incómodo, él me intimidaba un poco, pero me parecía una persona realmente interesante, de esas a las que vale la pena conocer aunque termines con arrepentirte. Era tan cálido y reservado, a pesar de verse frío e indiferente… Me intrigaba saber qué podía pasar.

-¿Habías venido aquí antes?

-No. La verdad es que yo no frecuento mucho este tipo de lugares.

-¿Ah sí? ¿Y qué tipo de lugares frecuentas entonces?- Preguntó intrigado.

-Digamos que mi rutina es movilizarme desde la cancha de rugby que está fuera de la ciudad hacia la parrillada que está a unos kilómetros del parque central. Antes iba al gimnasio pero ahora no tengo ánimo de hacer ejercicio… me quedo en casa el resto del tiempo.

-Interesante, eso explica que seas tan fuerte y robusto - se sonrojó un poco, se notaba por el color de su piel, hacía que resaltara el doble.

-Quizás… - me reí- ¿Qué hay de ti?

-Al contrario, de la biblioteca a la oficina.

En ese momento, llegó el mesero con nuestros cafés.

Con sus delgadas manos tomó la taza y la llevó a su boca, devolviéndola a su lugar al primer sorbo con delicadeza, volviendo a mirarme con una sonrisa misteriosa. Por mi parte, me sentía avergonzado de tomar mi taza, él se veía tan educado y correcto que temía ponerme muy nervioso y comportarme como un incivilizado, más de lo que ya soy.

Tomé la cuchara y le puse una cucharada de azúcar a mi café, lo quedé mirando en silencio.

-Que cita tan agradable, cariño-Dije en un tono de juego para romper el hielo, él me devolvió el chiste, sonrió tímido.

-Me alegra que te guste, estoy disfrutando de tu compañía.

-Yo también- Dije sonriente. Pasamos unos minutos de incómodo silencio mirándonos de reojo cada cierto intervalo de tiempo. Era casi sincronizado. Decidí decir algo otra vez para romper el hielo. No es que me interesara pero ya había aceptado su invitación y debía ser cortés.

-Y bien, Thomas ¿en qué trabajas?

-Soy gerente en la imprenta de Lawson, ¿tú en qué trabajas?

-Soy entrenador de rugby en las ligas juveniles.

-Así que trabajas con niños…- levantó una ceja burlonamente.

-No son tan pequeños, tienen como quince o diecisiete años…- reí.

-¿Entonces no eres como una niñera o algo por el estilo? – Insistió. Le dediqué una mirada cortante y en respuesta sonrió delicadamente.

-¿De verdad no tomas café? Yo siento que no podría vivir sin él.

-No, la verdad no tomo casi nunca… Hay cosas que a uno simplemente no le gustan mucho.

-Como el azúcar. En mi caso, sólo la consumo en pasteles y esas cosas.

-Pues, yo no sé hacer pasteles- Dije como si fuese necesario darle una explicación.

-Si supieras, ¿harías uno para mí?- Dijo riéndose.

-Claro, pero te advierto que cocinando soy un desastre…

-Entonces puedes ir a comer a mi casa cuando gustes. Cocinar se me da muy fácil.

-Gracias.- Le dije con una sonrisa de cordialidad en el rostro, arreglé un poco mi cabello, me observaba –

-¿Qué tal el próximo sábado?

-Claro, estaría bien para mí-Respondí.

Me puse de pie

-Claro, ¿quisieras ir a mi apartamento?

-Preferiría vernos mañana- Dije sin apresurarme, sin quitar la sonrisa de mi cara, de mis ojos.

Asintió amablemente con una sonrisa.

Pidió la cuenta, tomó su abrigo que estaba colgado en la silla y lentamente caminamos hacia el auto. No hablamos en el camino, subimos en el ascensor, uno al lado del otro, tampoco dijimos una sola palabra, sólo nos mirábamos y sonreíamos, desviábamos la mirada hasta volvernos a encontrar.

Llegamos a nuestros apartamentos, nuestras puertas se separaban por menos de metro y medio.

-Gracias, Thomas.

-No hay de qué, disfruté mucho de tu compañía.

Se dio la vuelta sin cambiar la expresión tal como lo hizo cuando nos dirigíamos al café, introdujo su llave y entró. Cerró la puerta. Hice lo mismo.

Me sentí extraño, ¿tuve realmente una cita con un hombre? Si es que le podía llamar cita a ese encuentro tan extraño. Tomamos café, eso se supone que se hace normalmente en una cita. ¿Había disfrutado pasar la tarde con él? Me pareció la cosa más extraña del mundo, pero nunca está de más conocer a alguien… Ahora podía darme una ducha y dormir tranquilo.

Me di una ducha rápida, hice todo más lento de lo común, me sentía estúpido y torpe por algún motivo, sentía que el cuerpo me pesaba menos, como si estuviera entrando en un estado de ebriedad muy leve, como si perdiera motricidad. Era extraño, pero no me causó problema, me duché con normalidad y salí del baño, me dejé el cabello mojado y me senté en la orilla de la cama y eso sí, me sentía alterado, por algún motivo. Thomas estaba al otro lado de mi pared y eso me hacía sentir incómodo, pero me hacía sentir tranquilo de cierto modo, ya no me sentía tan solo como hoy cuando desperté.

Me quité la toalla y me recosté. Me sentía feliz, pero un tanto desconcertado al mismo tiempo, no comprendía por qué me sentía tan contento, y es que no me había pasado nada que pudiese considerar importante. Aunque en realidad ya no sabía qué cosas me hacían feliz y cuáles no, creo que lo había olvidado, y de todos modos, estar feliz para mí era tan lejano… hace tiempo no lo sentía. No estaba a gusto con esa sensación de alegría, pero a la vez parecía que me hubiera sacado un gran peso de encima. No pude dejar de sonreír por un buen rato.

Me comencé a hacer preguntas extrañas, al darme cuenta ni yo me la creí.

Quizás él estaba igual que yo en ese momento pero es algo que hasta el día de hoy me parece imposible de saber, no podía simplemente llegar y aparecerme en su puerta, me pareció haber sido bastante evidente como para volver a verlo tan pronto. En realidad, hasta el próximo era demasiado pronto para mí. Pensé en que debía ir a su casa y decirle que no está bien vernos, que tenía una reunión familiar o algo, o simplemente podría no avisarle y esperar hasta el día siguiente para decirle. Pero, si esperaba hasta el día siguiente entonces no sería más que otro motivo para verlo, y terminaríamos saliendo de todos modos.

Reflexioné sobre eso un rato, terminé concluyendo que debía controlarme la próxima vez que lo viera y dejar de pensar tonterías. Luego de mucho tiempo había logrado sacar la densa capa de soledad que emanaba mi cerebro hacia mi alrededor, y se me hacía demasiado extraño. De hecho, se me hacía hasta sospechoso y desagradable el que me haya llevado bien con una nueva persona.