InuYasha no me pertenece, pero la idea para esta historia si lo hace.

Fic #1 de la serie "Indomables!

¡Hola a todos! Primero que nada, gracias a todos los que se van a leer esta historia, comentar y poner en favs y alertas. Este no es un fic de FCC, fic de capítulos cortos.

De advertencia no hay mucho, solo decir que aquí veremos a un InuYasha OOC, o sea, fuera de su personalidad original, la que Takahashi le dio. Lean con la mente abierta, recordando que este es un fic en donde el escritor le da un giro totalmente diferente a la historia original y a los personajes también.
Sin nada más que decir, espero que disfruten del primer fic de la serie "Indomables" que no es por presumir... pero está muy buena!

Happy Reading!


Corazón Indomable

La borrachera era el último de sus problemas. No importaba bailar y hacer el ridículo en la barra de los solteros o coquetear con el bartender para conseguir tragos gratis, no, importaba eso: que se estaba besando con el primo de su algo así como pretendiente. Pero no podía parar, era tan delicioso que el nombre InuYasha se le borró de la mente y solo Kōga Taishō estaba delante de ella.

―Vamos, Kagome… sé que no quieres a mi primo. Es un total imbécil. Se mía ―susurró a su oído.

Kagome gimió al sentir lengüetazos en su oreja y rodeó el cuello de Kōga para ceñirse más a él. Escuchó algunas palabras de lo que él había dicho. Vamos, imbécil, mi primo, se mía. ¿Su primo? ¿Ser de él?

―No tengo idea de lo que hablas ―arrastró las palabras.

Kōga sonrió antes de besarla más y ella abrió sus ojos sintiendo arder la boca del estómago. Sus sentidos se disparataron al ver un sombrero negro flotar por ahí. Se le paró el corazón y el nombre InuYasha volvió a su mente como un rayo sale de la tierra. Le zumbaron los oídos y solo pudo escuhar: traidora, mala mujer, usurpadora, zorra.

No soy una zorra. InuYasha ni siquiera ha tenido el valor para invitarme a salir. Se la pasa dando vueltas alrededor mío pero no hace nada para formalizar lo que sea que esté pasando entre nosotros.

―Vamos, quítate ―ordenó ella, tratando de recobrar su compostura.

Kōga rio.

― ¿Te estas arrepintiendo de esto?

―No hay nada aquí. Quítate ―ordenó de nuevo, esta vez, empujándolo con sus manitas.

―Sé que me deseas.

Kagome rodó sus ojos. Dentro de su borrachera y de los poco sentidos que le quedaban medio vivos, podría jurar que la arrogancia de los machos Taishō jamás pasaría desapercibida aunque ella se encontrase moribunda y con un ojo tuerto.

―No lo hago, esto fue un error. Lo siento, Kōga. Ahora, quítate de encima ―pidió de nuevo.

―No quiero ―besó su cuello y ella fijó sus ojos en la figura que los veía directamente.

InuYasha estaba parado junto a su camioneta todo terreno y no dejaba de verles. Ella tragó en seco.

―Quítate o voy a gritar.

Él rio de nuevo haciendo que su risa retumbara en los oídos ebrios de ella.

― ¿Y quién te rescatará? Este estacionamiento es muy oscuro y todos están dentro del bar. Dudo que alguien escuche algo con esa música tan fuerte.

―De acuerdo…

Hizo su rodilla estampar en su entrepierna y Kōga cayó al suelo retorciéndose del dolor.

―Maldita… ―alcanzó a decir apenas.

Kagome resopló.

―Ustedes los Taishō no entienden de otra si no es por las malas.

Kōga, aun tirado sobre el suelo, alcanzó a reír y a ver a Kagome caminar lejos de él. Entendía que era lo que su primo veía en ella, era una mujer fuerte y orgullosa a pesar de ser una muñequita que parecía frágil e inocente, pues no lo era y ahora deseaba tenerla tanto como su primo la deseaba.

Kagome caminó lejos de la escena y se tambaleó hasta llegar a su auto. En algún punto de todo aquello, InuYasha se había marchado dejándola con un deje de vacío en el estómago. Que mal se sentía. Ese hombre no volvería a poner una mano ni un ojo en ella. Ni siquiera iba a soltar una palabra cerca de su persona. Era un hombretón orgulloso, macho, cínico, prepotente e inmaduro para su edad. Además de que estaba el hecho de que había pasado algo en su pasado que le hacía ser un ser en extremo desconfiado. Jamás la había besado, no le sonreía mucho y la miraba con suspicacia a pesar de frecuentarla como un novio frecuenta a su amada. InuYasha Taishō era así; era un ranchero temido por muchos y deseado por muchas, y ella era una simple maestra de kínder que llevaba una vida tranquila y hacía mucho ejercicio.

Justo en ese instante, en donde otra maestra le había invitado a ese bar a pasar un buen rato, había tomado de más sintiéndose irritada por tener a un hombre del tamaño de InuYasha rondándola como halcón e ignorándola con tal indiferencia. Todo aquello la había llevado a ponerse la borrachera de su vida al punto de besarse con un macho prepotente que por encima, era primo del primer susodicho.

Entró rápidamente al bar y buscó a Sango Kuwashima con la mirada. Aquella maestra de primero de primaria estaba más loca que un pollo y le importaba poco ser descubierta por alguien que pudiese llegar a conocerla dentro de la escuela.

―Sango, estoy muy ebria. Creo que dormiré en el auto ―anunció tomando un poco más.

Sango rio mientras bailaba y la tomó de los brazos.

―InuYasha estuvo aquí hace un rato, me ha preguntado por ti.

El corazón de Kagome empezó a dar vueltas como loco de aquí allá.

― ¿Qué le dijiste?

―Que habías salido a tomar aire ―se encogió de hombros.

Kagome no dijo nada.

―Caminaré a la pequeña hamburguesería de la otra calle. Necesito que esta borrachera se me baje para poder manejar a casa. No me apetece mucho dormir en el auto.

Sango ni se inmutó y la dejó ir.

La hamburguesería vecina al bar, era pequeña, antigua y servía las mejores malteadas de todo Utashinai. No que hubiera muchas malteadas, claro estaba. Vivir en una de las ciudades más pequeñas de Japón tenía sus ventajas y sus desventajas. Las ventajas eran tal vez menos que las desventajas, pero las pocas que había, eran deliciosas y necesarias para no volver a Tokio. Con ni siquiera tres mil habitantes, Utashinai tenía las ventajas de ser un pueblo pequeñito en donde todos eran amables y había paz por doquier. Había elegido ese pueblito porque el cuerpo docente había escaseado en los últimos años y la vocación que ella se cargaba era más grande que desear ganar el salario máximo que una maestra en Tokio ganaría. Envuelta por la paz y la armonía que el ser maestra le brindaba, ser permitió huir del monstruo que Tokio era y corrió a refugiarse bajo los brazos amables de Utashinai en la prefectura de Hokkaidō.

Se había hecho amiga de muchas personas, incluida Sango Kuwashima, quien era una maestra linda y amable de la escuela primaria. Dejando a su familia y amigos atrás, Sango la recibió como a una hermana más y las dos se permitieron disfrutar de la nueva amistad que se había formado entre ellas. También había tenido la desgracia o la fortuna de haberse topado con los machos Taishō. No había solo dos, no, había cuatro y una mujer. Y agradecía que solo dos de aquellos machos Taishō la persiguieran.

La matriarca Taishō llamada Izayoi, era una mujer amable, cariñosa y que hablaba con apodos tiernos a todos. A ella le habían tocado unos cuantos como, cariño, preciosa y pastelito. Ella solo sonreía y a veces hasta reía por escucharla llamarle así. El patriarca Taishō, por otro lado, era un hombre respetable en toda la región y de gran porte e importancia. Era dueño y distribuidor de la mayoría del producto lácteo y del ganado vacuno de toda la región. Siendo Utashinai una región pequeña, aquel hombre llamado Inu―no Taishō, poseía dinero en grandes cantidades y aportaba mucho a escuelas, hospitales y demás. La escuela en la que ella trabajaba, recibía donaciones muy generosas de parte del patriarca Taishō, a veces, hasta tres veces por año.

El hijo mayor Taishō, Sesshōmaru Taishō, era un hombre en sus treintas quien era visto poco y era más la parte calculadora y lógica de la familia que la parte física. Se le era visto poco sobre un caballo o en los ranchos haciendo alguna labor que recurriera ensuciarse. Él era un caballero respetable y respetado. Jamás había escuchado de algún problema que le relacionase y nunca había intercambiado una sola palabra con él.

De todos los integrantes de la familia Taishō, ni uno parecía ser normal; el señor Taishō era un hombre bonachón que guiñaba ojos y quería casar a sus hijos a toda costa, aunque eso se significase pedirlo el mismo a varias mujeres de la región. La señora Taishō era tan cariñosa que no perdía la oportunidad para repartir pastelitos, dulces o cualquier cosa hecha por ella misma a todos en la región. El hijo mayor Taishō era frio, serio y no hablaba jamás. El hijo menor y el primo Taishō, eran arrogantes, prepotentes, cínicos y groseros. Con la diferencia de que InuYasha Taishō era más tosco y menos sonriente que Kōga Taishō.

Kagome se había arrepentido de llegar a vivir a Utashinai casi al instante que esos dos le echaron ojos encima. ¿Cómo era posible que ambos se fijaran en la misma mujer? ¿Y porque precisamente en ella? ¿Por qué tenía que estar involucrada con los rancheros más famosos, guapos y prepotentes de todo Hokkaidō? Claro, Hokkaidō era la prefectura más grande de Japón, pero estaba segura que esos dos machos eran los más arrogantes de todo el país. Jamás en toda su vida había conocido a hombres tan ególatras y egocéntricos como aquellos dos. Ni siquiera en Tokio que era una ciudad enorme, con millones de personas de todos los sabores, tamaños y colores. Pero su mal Karma la había empujado a llegar a vivir a aquel pueblito en donde habitaba aquella familia extraña y poderosa y en donde dos machos se debatían por ganarla a ella o solo el simple placer de ganar y hacer perder al otro.

Con cuidado, caminó por la acera y entró al lugar de hamburguesas que estaba ahí desde que el pueblecillo había sido fundado. Lo visitaba frecuentemente porque un cambio en la comida regional, jamás le haría mal a nadie y ella se daba gustos comiendo comida estadounidense.

Pidió una hamburguesa con extra queso y una malteada de chocolate. Se sentó en la barrita y balanceó sus pies que no alcanzaban a llegar al suelo.

― ¿Está bien, señorita Kagome? ―cuestionó una mesera.

Kagome sonrió.

― ¿Cuántas veces te he pedido que me tutees, Rin? No es nada del otro mundo.

La chiquilla de apenas dieciocho años se sonrojó y bajó la mirada mientras limpiaba la barrita con un trapo viejo.

―Es solo que usted es… mi mayor.

―Pero soy tu amiga, ¿recuerdas?

Rin asintió. Tenía un cabello negro bonito, largo y lacio. Era una chica tímida pero muy extrovertida y alegre. Parecía una niña al hablar y siempre aceptaba los dulces que la señora Taishō hacía.

― ¿Estás ebria? ―susurró viendo hacia todas partes, provocando una risita de parte de Kagome.

―Un poco. Necesito comer para que el alcohol se vaya de mi cuerpo ―balbuceó sonriendo como tonta.

Rin se rio como niña pequeña.

―Parece que es divertido tomar y embriagarse. ¡Algún día lo probare! ―exclamó decidida y alzando el trapito al aire.

Kagome negó.

―No, no, no. No pronto. No quiero que recibas mal ejemplos de la maestra de Kínder. No digas nada de esto, ¿sí?

Rin asintió y se cerró la boca simulando tirar un candadito por ahí.

Llamaron a Rin para que sirviera la orden de Kagome y se apresuró a ir.

Moría de hambre, podría comerse una vaca entera y tres malteadas de chocolate. Ni siquiera lo que había pasado en el estacionamiento le había quitado el apetito. Por alguna extraña razón, no sentía remordimientos por lo sucedido con Kōga. Claro, no debió de haberlo besado y no debió de haber alimentado su ego, pero no podía cambiar las cosas. Ahora, InuYasha era otro tema. ¿Por qué debía de estar arrepentida por algo así cuando él la trataba como a una muñequita? ¿Por qué…

― ¿Vas a comer después de lo que hiciste allá afuera con mi primo? ―preguntó InuYasha.

Se sentó a su lado y ordenó lo mismo que ella, le dijo a otra mesera.

Kagome tragó en seco.

―No es el momento, InuYasha. Estoy ebria y no quiero decir algo que nos lastime a ambos.

Él lanzó una risa desde lo más profundo de su ser.

―Pero tuviste el descaro de besarte con Kōga, ¿no es así? ¿Para eso no estabas lo suficientemente ebria?

Ella ni siquiera lo volteaba a ver. No podía verlo. Ahora el remordimiento le estaba carcomiendo la carne desde dentro y se sentía asfixiada sentada junto a él.

―Escucha, tú y yo no… ―se tragó las palabras. Ni siquiera sabía que decir.

― ¿Tu y yo no qué? ―rio amargamente―. ¿Tú y yo no somos una pareja? ¿Tú y yo nunca hemos salido en una cita? ¿Me vas a hablar de esas sandeces, Kagome? Porque si es así, prefiero irme de aquí y no escucharlas ―dijo de mala gana.

Había una persona más en el restaurante, así que se podían permitir hablar un poco más fuerte de lo normal.

― ¿Entonces qué demonios quieres que te diga? No habría nada más que decir si no es eso. Yo no estoy a tu disposición, InuYasha ―exclamó molesta. Él la veía con un ceño arrugado y una expresión de los mil demonios―. No me puedes traer de aquí para allá mostrándome como a un juguete brillante, porque ni siquiera has tenido el valor para besarme ―siseó entre dientes.

―Valor… ―rio él―. ¿Por qué hablamos de valor? ¿Me estás haciendo ver que él sí tuvo el valor para hacerlo? ¿Ese bueno para nada?

Ella gruñó exasperada y vio a Rin aproximarse con su orden. Le sonrió y Rin saludó a InuYasha, y preguntó por Sesshōmaru. InuYasha habló amablemente con ella hasta que se puso a platicar con la otra mesera.

―Nunca quise implicar eso ―dijo siendo honesta.

― ¿Te gustó, Kagome? ¿Te excitó? ―le susurró al oído haciendo que a ella se le pusieran los pelos de punta.

―No me hables de esa forma.

― ¿Cómo quieres que te hable después de lo que vi?

Ella volteó a verlo con fuego en la mirada.

―No lo hagas entonces. No me hables, no me dirijas la palabra y no te me acerques. No si me vas a hablar como si fuese una prostituta. No hice nada malo y tú lo sabes.

―Si tú lo dices.

Ella arrugó el ceño.

― ¿Qué carajos significa eso? ―preguntó enojada.

―Significa que si tú piensas que no hiciste nada malo, entonces no lo hiciste.

―Pero tú lo piensas así.

Se encogió de hombros recibiendo su comida.

―Prefiero guardarme lo que pienso.

Ella resopló enojada.

―Bien. Ahora permíteme comer.

Los dos comieron en silencio y ella cada vez se sentía más cuerda y estable. Ya nada le daba vueltas y el piso parecía estar en su lugar. Veía con más claridad a Rin y a InuYasha y la comida le sabia de las diez maravillas.

Ella se dio cuenta de lo que él había dicho y rio aun con un poco de malteada en su boca. Él la vio y levantó una ceja.

― ¿Qué te sucede?

― ¿Prefieres guardarte lo que piensas? ¿Desde cuándo InuYasha Taishō se guarda lo que piensa? No bromees conmigo.

El gruñó y ella no dijo nada más.

―Estaba muy ebria ―susurró segundos después en los que él terminaba de comer mucho antes que ella ―Se abalanzó sobre mí.

―Y tú te dejaste ―completó el.

Ella arrugó el ceño.

―Sí. ¿Feliz?

Él oscureció su mirada y su rostro se convirtió en el de un monstruo. Ella tembló y le mantuvo la mirada.

― ¿Ah sí?

Ella no hizo nada, solo lo vio fijamente.

―Si es así, me parece perfecto ―bramó. Se sacó dinero del pantalón, lo aventó a la barrita y salió de ahí sin verla de nuevo.

Rin fue a Kagome.

― ¿Qué ha sido eso? ¿Está bien señorita Kagome? ―preguntó viéndola con temor.

Kagome sonrió débilmente.

―Oh, estoy bien. Gracias Rin.

Rin echó una miradita al dinero desparramado sobre la barra.

―Parece que el joven InuYasha ha pagado por su hamburguesa también. Ahora le regreso el cambio ―anunció sonriendo.

―Quédatelo, Rin ―le pidió―. Lo necesitas para la universidad, ¿cierto?

Rin se encogió de hombros.

―El señor Sesshōmaru y la señora Taishō han sido amables conmigo y me han pagado una beca ―sonrió―. No sé por qué me han ayudado, pero les estoy muy agradecida.

Kagome sonrió.

Parecía que Sesshōmaru Taishō tenía un caprichito con Rin Noto. La chiquilla era querida y adorada por Izayoi Taishō y parecía que el hijo mayor Taishō, se había añadido al cariño que su madre sentía por la chica.

―Es tarde y he terminado de comer. No me siento ebria, podré manejar ―anunció Kagome terminando su malteada―. Espero verte por ahí, Rin ―sonrió―. No dejes de ir a la escuela y no te olvides de agradecerle a Sesshōmaru y a la señora Taishō por todo lo que están haciendo por ti, ¿de acuerdo?

Rin sonrió con ganas.

―Jamás terminare de agradecérselos. ¡Entonces la veré por ahí, señorita Kagome! ―Kagome rodó sus ojos―. ¿Kagome? ―sonrió nerviosamente.

―Te veo por ahí, Rin.

Salió del pequeño local y caminó la cuadra hasta el estacionamiento del bar. Sango traía su propio auto pero no dejaría que saliera a manejar en el estado en el que se encontraba, así que decidió arrastrarla fuera del bar y llevarla a su casa. Una vez las dos en el auto, Kagome fue a dejar a su amiga a casa quien entró a rastras y riéndose de nada y ella llegó a la suya para ver el auto de InuYasha estacionado frente. Cuando ella estacionó su auto y salió sigilosamente, asomándose para ver si él estaba ahí dentro, la gran camioneta blanca arrancó a todo vuelo y se fue de ahí dejando a Kagome triste y deshecha.

¿Por qué tenía que haber echado a perder eso que aunque fuese poco, le agradaba tanto?