Hoy, tras regresar de la Universidad de tomarme cervezas y montaditos me ha dado una mezcla de sueño y burrería y he dicho 'va, que subo este otro fic', ADV.

Jajaja vale no ha sido tanto así. Cheshire: No mientas que sí ha sido así. ¬¬

En fin, que pensándolo ya pues me pongo a subir esta también y una cosa menos. Porque si he de ser sincera las llevo las dos más adelantadas de lo que en realidad publico xD SHAME ON ME

En fin Disclaimmers y apartes ya dejo de dar por saco y que disfrutéis.

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Love all, trust a few, do wrong to none.~

William Shakespeare.

Hace años en el antiquísimo reino de Oris había dos realezas. Una vivía en un blanco castillo de azules y grises estandartes, con una guardia que parecía sacada de las fichas blancas de un tablero de ajedrez, y rodeada de lujo, riqueza y caprichos. La otra vivía en la oscuridad, oculta a ojos del mundo pero aún prevaleciente, no tenía castillo ni guardia pero sí guerreros diestros en el arte de la lucha, no había riqueza ni lujos, sólo anonimato.

La primera era la dinastía de los reyes Casterly, regentes de Oris desde que en la Guerra de Conquista derrotaran a la casa Vallar arrebatándoles la corona, de eso hace ya 100 años. La segunda llegó a Oris no se sabe a ciencia cierta cuándo ni por qué, apareció como un espectro silencioso en mitad de la noche, y posee algo que los Casterly desean con ardiente fervor: una corona. Extraño. Y curioso porque los reyes de Oris tienen cada uno su propia corona hecha del más puro cristal y plata con filigranas de oro y engastada de rubíes, zafiros y esmeraldas; pero estas joyas palidecen y se convierten en simples piedras y metales ante el esplendor de la corona de Orichalcum, el metal más preciado y codiciado de todo el mundo. Extraordinariamente difícil de conseguir y mucho más complicado de forjar y trabajar. Pero existe una corona forjada de este material, los Casterly lo saben y llevan años tratando de conseguirla, pero su real portador nunca se ha dejado atrapar. La persona que posee el honor y poder de portar tan valiosísima pieza es él: el rey de los gitanos.

Un hombre alto, con sombrero de ala ancha y cubierto por una oscura capa que le tapaba desde la mitad de la cara hasta los pies, caminaba por un largo pasillo custodiado por armaduras que portaban escudos y lanzas mirando con ojos de fantasma a través de los estrechos visores de los yelmos a quiénes pasaban frente a ellas; en el suelo, que brillaba como un espejo, una alfombra azul zafiro hacía las veces de camino a seguir. La luz se filtraba por las ventanas talladas en la piedra gris casi tocando el techo cuyas enormes lámparas sólo se encendían para las ocasiones especiales. Llegó a una enorme puerta que terminaba en pico desafiando al cielo cubierto y custodiada por dos guardias de armadura blanca y capa azul claro que le cerraron el paso con dos lanzas en forma de tridente.

-Alto. ¿Quién eres tú?—preguntó uno de ellos tras el visor de su casco medio bajado.

-He venido a petición de sus majestades.—respondió secamente. Los guardias apretaron el agarre de sus armas al verle remover las manos bajo la capa, se calmaron cuando el desconocido extrajo un rollo de pergamino que llevaba el sello real, el unicornio de dos cabezas, ya fracturado. Asintieron y retiraron las armas abriéndole la puerta, pasó y antes de que ésta volviese a cerrarse un graznido la atravesó sobresaltando a los dos hombres. Un cuervo negro bastante grande entró volando y se posó discretamente en un candelabro de pie con velas a cuatro filas de altura.

El salón del trono estaba bastante concurrido de cortesanos y sirvientes que les servían vino dulce en las copas labradas de sus manos. Y sobre todos ellos, en dos tronos de mármol claro, estaban el rey y la reina de Oris. El estandarte de la casa Casterly, el unicornio plata de dos cabezas encabritado sobre campo azur dominaba toda la pared tras el trono.

El desconocido atravesó la sala sin prestar la más mínima atención a los cuchicheos y murmullos que se formaron cuando los presentes se apartaban de su camino y se paró frente a los tres escalones que ascendían hasta los tronos. El rey dejó de beber de su copa y la reina levantó la vista de su manicura hecha esa mañana; el hombre se arrodilló en un adusto saludo y reverencia y volvió a ponerse de pie con rapidez.

-Vaya, incluso antes de lo que había previsto.—habló por fin el rey, un hombre al que se le notaba la incipiente barriga por debajo de la ropa gris con franjas blancas y cinturón negro, su bigote marrón se movía al compás de su boca y su pelo del mismo color, aunque con canas, no se movió ni un ápice.—Si demostráis ser igual de rápido con vuestro trabajo os recompensaré doblemente.

-Mi señor, no deberíais prometer doble piel si aún no ha cazado al oso.—dijo la reina mirando a su marido. La mujer tenía el pelo rubio casi gris y recogido en un moño que sujetaba su corona, su vestido turquesa le quedaba ancho de cintura pero estrecho de caderas.

-Silencio mujer.—ordenó el rey—Prometo lo que me da la gana, el que él cumpla o falle es sólo cuestión suya.—mira al desconocido con fijeza y mueve de un lado a otro su bigote—Descubríos. Estáis en presencia de sus majestades de Oris.—ordenó, inmediatamente el joven de cabello gris y vivaces ojos que tenía a un metro de él se adelantó y empezó a proclamar.

-¡Su majestad el rey Alberth y su consorte la reina Victory, reyes de los hombres en la vasta tierra, defensores del reino y terror de sus enemigos!

El monarca asintió satisfecho y el joven volvió a su posición. El desconocido ni se inmutó pero fue desanudándose de un ligero tirón la capa que llevaba. El traje que llevaba debajo era tan negro como la capa que lo cubría, toda una indumentaria de soldado pero sin armadura y con unas botas que llegaban casi hasta la rodilla llenas de correas y metales que las hacían ver horriblemente pesadas. Se colgó la capa de un hombro y se quitó el sombrero de la cabeza meneando un poco la misma para revolver su pelo, tan negro como su indumentaria y que acompasaba sus ojos rojos y feroces. Lo único blanco que se veía en él era la piel.

-Mucho mejor.—levanta la mano derecha como si le invitara—Y ahora presentaos.—el otro parpadeó pero cuando fue a abrir la boca el rey le detuvo—O mejor lo haré yo,—se levanta y extiende los brazos—señoras y señores les presentó a 'El Cuervo'—comienza a hablar señalándole, los murmullos aumentan y se suman sonidos de sorpresa—el mejor mercenario que existe hoy en día. Ha sobrevivido sin un rasguño a dos guerras lejos de aquí y al asedio a la capital de Asman al otro lado del mar. Le he hecho venir para reclamar lo que en justicia y derecho divino me pertenece, en lo que otros han fallado él intentará lograr una victoria.

-Disculpe majestad—le interrumpe el Cuervo cuando ya estaba empezando a subírsele la emoción—en vuestra carta ponía que me necesitábais para una misión complicada pero no especificásteis de qué se trataba.

-A eso iba.—respondió el rey sonriendo satisfecho de su disposición, volviéndose otra vez al joven le asiente y éste se encamina a la pared tirando de un cordel trenzado que deja caer el velo que tapaba un trozo del muro a la derecha de su majestad. Se descubrió un gran tapiz rojo bermellón en el que había dibujado una figura humana sombría que llevaba en la cabeza un objeto brillante.—Eso, mercenario, es lo que tenéis que encontrar.

-La corona de Orichalcum.—aclaró la reina cuando el Cuervo se quedó mirando fijamente el tapiz.

-¿Una simple corona? ¿Me han hecho venir para buscar una simple corona?—preguntó con evidente incredulidad y enojo. El rey Alberth soltó una risotada que fue secundada por sus cortesanos.

-¡Esa corona vale mucho más que cincuenta como tú! El Orichalcum es el material más precioso de la Tierra y esa corona está hecha completamente de él.—señala el tapiz—Tu misión es encontrar al que la porta y arrebatársela.

-Simple.—contesta el mercenario tras soltar un amago de risa.

-¿Eso créeis?—preguntó la reina Victory, el Cuervo la miró—Usted es la vigésimo primera persona a la que emplea esta Casa para tratar de conseguirla.—Al Cuervo no le pasó inadvertido que ella no usó el termino "recuperar o reclamar"—Ninguno ha conseguido siquiera acercarse a la corona y al último—chasquea los dedos, la mujer morena y de cabellos lila claro que estaba de pie tras ella le entregó un pequeño cofre de madera—no lo volvimos a ver y sólo nos encontramos con esto un día a los pies del trono.—Abrió la cajita y se la mostró, el hombre frunció el ceño con desagrado ante el contenido, un corazón ya bastante seco que tenía dos ojos puestos a cada lado. Volvió a cerrarla y se la devolvió a su doncella.—Al parecer el rey de los gitanos se cansó de verle persiguiéndole con palos de ciego y ordenó que acabasen con él.

-¿El rey de los gitanos?—pregunta. La mujer le asiente.

-El misterioso monarca que posee la corona de Orichalcum, su sola existencia es un misterio pero es bien sabido que tanto él como su corona existen.

-¿Entonces ese rey tiene guardia?—preguntó de nuevo tras mirar otra vez en dirección al cofre.

-¿Guardia? ¡Ja!—interrumpió el rey con desdén—¡Sicarios es la palabra! Asesinos y maleantes que trabajan a sus órdenes.

-Entre ellos—dijo de nuevo la reina calmando a su marido—, aunque maleantes, los hay que destacan mucho. Como por ejemplo el hombre al que llaman 'Smiley'. No os dejéis engañar por su nombre—negó con el dedo ante el gesto otra vez incrédulo del mercenario—ese hombre ya ha demostrado varias veces de lo que es capaz.

-¡Bueno basta de cháchara!—exclamó el rey poniéndose en pie—¡Salid ahí fuera, recabar información y traedme la corona! Veremos si de verdad hacéis honor a vuestro título de "ave de mal agüero para el enemigo".

-Encontraré a ese rey gitano y su corona—declaró el Cuervo dándose la vuelta—y cuando lo haya hecho os traeré su cabeza con ella puesta.

Dicho esto echó a andar por donde había venido, antes de llegar a la puerta silbó y el silencioso cuervo echó a volar de nuevo sobrevolando las cabezas de los presentes y asustando a algunos cuantos. El animal se posó en su hombro y cogió en su pico el sombrero que el hombre le tendió.

-Un hombre muy peculiar.—caviló la reina—Hannah—llamó a su doncella—alcánzale y dile dónde puede alojarse y empezar a conseguir información.

-Como ordenéis.—respondió la otra mujer haciendo una pequeña reverencia y echando a andar a paso airado para alcanzar las zancadas del hombre que ya había desaparecido por la puerta. Al final tuvo que correr para alcanzarlo antes de que abandonase el castillo. De una voz le detuvo.—¡Espere!—el Cuervo se paró y la miró fijamente con sus ojos rojizos, ella le devolvió la mirada algo fatigada con sus dos orbes azules—Su majestad la reina me ha pedido que os dé información acerca de dónde os podéis alojar y...

-Os lo agradezco pero no me hace falta—la interrumpe—Sé apañármelas bastante bien.

-Aún así permitidme que guíe vuestros pasos hacia el centro de la ciudad, allí encontraréis todo cuanto busquéis. Tened cuidado soldado y que los dioses os iluminen.

El hombre no dijo nada y el animal graznó sordamente sin soltar el sombrero. La mujer le vio partir y dio media vuelta volviendo tras sus pasos, seguramente la reina querría que la arreglase para el banquete que celebraría el rey por el triunfo del nuevo encargado de encontrar la corona de Orichalcum.

El Cuervo caminó por las calles de la ciudad sin rumbo, simplemente para conocer un poco mejor el escenario de su misión, si ese misterioso rey vivía también en Oris era cuestión de tiempo que le encontrase. Oris era una ciudad comercial, su situación geográfica colindante con el mar Bravo la convertían en entrada para los barcos mercantes cargados de materias primas, telas, metales y comida traída desde lejos. Después las caravanas ponían en marcha las partes que no se quedaban en la ciudad. Paseándose por el puerto echó un vistazo a un gigantesco barco que acababa de atracar y que estaba siendo descargado por marineros rudos, fuertes y bastante sucios que jadeaban aupando las enormes cajas de madera de las que salían sonidos animales. Se preguntó si los reyes seguirían tolerando el comercio de personas como todavía lo hacían las regiones más al este del mar. Siguiendo su camino esta vez se adentró hacia el centro de la ciudad mezclándose con la multitud que aprovechaba que el sol aún no había empezado a calentar con toda la fuerza del mediodía.

Posó la mano izquierda en la empuñadura de la espada que llevaba colgando del cinturón y pensó que debía encontrar una herrería, pues tras su paso por la guerra de Lescripvain su arma necesitaba un ligero apaño y refuerzo. Para su suerte no tuvo que buscar demasiado pues en una de las calles encontró lo que buscaba. Por las ventanas e incluso por la puerta cerrada se escapaba un fuerte calentor que seguramente saldría de los fuegos del horno. Asió el pomo de hierro labrado y abrió la puerta, una bocanada de aire caliente hizo graznar a su pájaro, que aleteó y por poco no suelta el sombrero que llevaba en el pico.

El interior de la herrería era solamente iluminado por la luz de las ventanas y el fuego del horno que chisporroteaba soltando virutas naranjas. Entró y cerró la puerta de nuevo, lo cual no pareció importunar a la única persona que estaba muy concentrada golpeando el hierro incandescente sobre el yunque. El Cuervo se le quedó mirando y esperando que advirtiese su presencia pero el afanado herrero ni se inmutó, chascando la lengua movió un poco el hombro sobre el que reposaba su mascota y ésta soltó el sombrero del pico directo hacia su mano y graznó con fuerza. El estridente ruido surtió efecto y alertó al herrero, que por fin levantó la vista de su faena y le miró. Era un hombre joven, sus rasgos faciales así lo decían, tenía la frente perlada de sudor y alguna mancha de tizne en las mejillas.

-Buenos días, lo lamento, con el ruido del martillo no le he oído llegar.—saludó disculpándose, dejó las herramientas sobre el yunque y se limpió las manos con un trapo que tenía por allí colgado. El fuego volvió a chisporrotear y dio un matiz muy especial a sus brillantes ojos de oro.—¿En qué puedo ayudarle?

-Necesito que me arreglen la espada.—dijo el otro sin más descolgándosela con funda y todo de su cinturón. El herrero se acercó a él y el mercenario observó que a pesar de ser joven era tan alto como él, con el físico musculado propio de los herreros. Le tendió la espada y el otro la desenvainó con cuidado observándola a contraluz.

-Buen acero, aunque algo gastado.

-Le doy bastante uso.

-Se nota.—bromeó—Bien, arreglarla no supondrá ningún problema y...

El herrero se dobló por la mitad hacia delante cuando una enorme mano apareció de improviso a su espalda y le arreó un buen golpe en la cabeza. Un hombre tremendamente corpulento y fuerte gruñía y resoplaba haciendo vibrar su espesa barba gris.

-¿¡Intentando otra vez quedarte con mi puesto de jefe!?—bramó con un vozarrón que hizo que el cuervo pegase saltos en el hombro de su dueño—¡No te puedo dejar sólo ni diez minutos, mequetrefe!

-No estaba haciendo nada, viejo...—se queja adolorido el joven sujetándose la cabeza con las manos y agitando la diminuta coleta baja que sujetaba algunos mechones de cabello. El hombretón soltó un bufido y clavó la mirada en el mercenario mirándole de pies a cabeza sin un ápice de disimulo.

-He podido oír que quiere arreglar su espada.—le asintió—Bien, no encontrará una herrería en toda la ciudad en la que lo hagan mejor que aquí—le quitó la espada al otro y la sujetó como si de un palillo de dientes se tratase—porque somos la única. Malditos comerciantes ¡acaban con la artesanía por ese endiablado trueque de los...!

-Disculpe—le interrumpe el Cuervo—lamento pararle en su soliloquio de protesta pero necesito mi espada arreglada cuanto antes.

-Ya, ya. Todos los soldados dicen lo mismo.—le devuelve la espada al otro herrero—Ponla en su lugar Claude.—el joven asiente aún sobándose la cabeza, agarra el objeto y desaparece hacia el interior del lugar—En tres días la tendrá lista ¿podrá sobrevivir hasta entonces?—preguntó con sorna.

-Siempre voy armado.—contestó recalcando el adverbio. El hombretón se rió.

-Está bien, veremos si es verdad.

-¿Es una amenaza?—preguntó armándose con sus feroces ojos rojizos y el movimiento de alas de su pájaro.

-No de mi parte.—contestó sin amedrentarse y moviendo de un lado a otro la barbilla como si mascara—Pero los que son como usted no han acabado bien en esta ciudad; oh vamos, no se haga el sorprendido, sé lo que es, uno de los mercenarios que los reyes contratan para tratar de cazar al famoso rey de los gitanos. Pero le diré una cosa—se adelantó a sus palabras—ese rey es astuto como un zorro y escurridizo como una liebre. Huele el peligro a kilómetros y se esconde o bien prepara una trampa para ser él quien cace a su enemigo.

-¿Cómo la vez anterior, no?

-Exacto. Ándese con ojo hasta que mi ayudante le termine su juguete.—advirtió señalándole con el dedo índice, el Cuervo ni se inmutó.

-Con el escándalo que ha montado creí que iba a ser usted el que arreglase mi espada.

-No.—volvió a reír—Mi muchacho se encargará de eso; no se preocupe, lo que mejor se le da en este mundo son las espadas. Lleva años reparándolas y hasta fabricándolas, podría decirse que ese tema se le da incluso un poquito mejor que a mi.—estalló en sonoras carcajadas, el Cuervo suspiró y rodó los ojos con hastío.

-Está bien.—dijo fastidiado—Y ya que estamos dígame una posada que esté por el centro de la ciudad.

-Oh, eso es fácil. Siga el camino hasta la plaza y allí encontrará "La Mansión". No se deje engañar por el nombre porque de mansión no tiene ni las tablas—bromea—pero es un sitio decente y con una dueña tremenda.

-Entiendo.—contestó con desgana dando sentido al tono del adjetivo—Entonces en tres días volveré.

-Ajá.—asiente el maestro herrero—Serán veinte piezas de plata, ser el exclusivo de una ciudad tiene su precio.

A esto el mercenario no contestó y salió por la puerta sin despedirse si quiera. Cuando la madera volvió a su sitio el herrero soltó aire por la nariz y se dio la vuelta encontrándose a su pupilo.

-Menudo pájaro ¿eh?

-¿Lo dices por el hombre o por el que tenía las plumas?—le responde el joven con guasa.

-Por los dos. Su llegada va a traer revuelo a la ciudad, ya lo verás, y si no tiempo al tiempo.

-Es un personaje curioso, sin duda. ¿Crees que se trata del famoso 'Cuervo'?

-Podría ser. Seguro que mañana ya lo sabremos, por lo pronto ponte a trabajar si no quieres que te arree otro mamporro.

Oris estaba construida en círculo, cuyo centro, antiguamente, era la plaza del templo pero a medida que la ciudad creció la nueva plaza comercial sustituyó a la del templo como kilómetro cero. De ella emanaban todos los caminos que recorrían la ciudad, divididos en calles, callejas y callejones de intrincado recorrido para los forasteros. Los que ya la conocían sabían que debían guiarse por la cúspide del palacio o por el campanario del templo, los dos únicos edificios que sobresalían a más altura del resto.

Crook, el cuervo de El Cuervo, valga la redundancia, graznó cuando divisó la posada llamada 'La Mansión', casi al centro del círculo que era la plaza central a esas horas llena. El mercenario le acarició la cabeza y el animal se restregó contra la mano de su amo; recordó cuando le encontró siendo un polluelo caído del nido que también se despeñó del árbol, Crook fue el único polluelo que sobrevivió a la caída, sus hermanos no tuvieron tanta suerte. Le cuidó y alimentó y el ave fue cogiéndole aprecio, entonces él se encargó de adiestrarlo. El cuervo resultó ser una magnífica mascota pues además de ser inteligente era como tener dos ojos y oídos más.

Ambos entraron a la posada que además tenía taberna y se dirigieron a la barra. Una mujer de cabello negro en grandes espirales y un ostentoso pero más bien pequeño tocado en un lado de la cabeza estaba tras ella. Iba bastante maquillada y mostraba un generoso escote por encima del ceñido corpiño.

-Bienvenido forastero.—le saludó seductora apoyándose en la barra para recalcar bien sus dos redondos atributos—¿En qué puedo servir a un hombre tan bien plantado?

-¡Beast! ¡Deja de ligar y sírveme una jarra de cerveza negra!—vociferó un hombre que recién se acababa de sentar en la barra—Además si te buscas el amante soldado, o peor mercanario, no te durará mucho, te lo aseguro.—hace gestos con la mano denotando cantidad—Un buen puñado como él he enterrado ya, si lo sabré yo.

-¡Aagh! Eres de lo peor sepulturero de pacotilla, no sé ni por qué te sigo dejando entrar.—protestó la mujer llenando una jarra de cerveza y lanzándosela.

-Porque me tienes aprecio.—sonrió el hombre de cabellos grises que en la cara tenía viejas cicatrices e iba vestido con ropajes oscuros y un destartalado sombrero.—Un brindis por ti soldado forastero ¡porque no tenga que enterrarte pronto!

El lugar pronto secundó su brindis, la mujer a la que llamaron Beast rodó los ojos y le lanzó también un cuenco lleno de nueces peladas, cuenco que Crook interceptó al vuelo llevándose en el pico una buena parte de las mismas. El ojirrojo sonrió y recordó también por qué decidió llamarle Crook, porque era un auténtico tramposo y aprovechado.

-Necesito una habitación.—se dirigió a la mujer.

-Has venido al sitio idóneo aunque si eres quién creo que eres habría sido más inteligente de tu parte quedarte a resguardo en el castillo.

-En esta ciudad vuelan las noticias, pero yo no soy el que tiene que esconderse ¿tenéis habitaciones libres o no?

-Sí, sí, que susceptible.—protestó—Te daré una de las de arriba, así tu amiguito emplumado podrá graznar sin causar mucho revuelo.—Crook se tragó una nuez.

-Bien, pero antes de eso necesito algo de información y las posadas son un buen punto para informarse.—dijo sentándose también a la barra, su ave saltó de su hombro y también se posó en la madera del mueble sin perder de vista el cuenco con las nueces que quedaban.

-Mírale si hasta parece listo.

-Undertaker...—avisó la mujer al hombre de las cicatrices cuando el ojirrojo le lanzó una mirada asesina.

-¿Qué?—preguntó como si no fuera con él—No es tan fiero el león como lo pintan ni el cuervo—agarra de un manotazo el cuenco poniéndolo a resguardo antes de que Crook se acerque más a él dando saltitos—tan pájaro de mal agüero.

-Y siendo usted el sepulturero me imagino que sabrá bien lo que pasa por los alrededores.—el peligris se rió.

-Sé mejor lo que les ha pasado a los que acaban en mis manos. Vaya con cuidado Cuervo,—le dijo mirándole por debajo de su gran flequillo, por donde continuaba la cicatriz y se distinguían un par de brillantes ojos verdes algo amarillentos—la ciudad ya sabe quién es usted y que está aquí. Y por supuesto a quien busca también lo sabrá ¿cree usted que se quedará sin hacer nada si comienza a revolotear de un lado para otro? Si lo desea puedo contarle el final de su antecesor.

-Hágalo.—ordenó más que pidió mientras la mujer le servía también una jarra de cerveza.

-Pues verá—comenzó tras dar un buen trago a su bebida y meterse un puñado de frutos secos en la boca—acabó muerto, muerto, muerto.

-Eso ya lo sé.—refunfuñó—Vi la caja que llegó a palacio.—Beast puso cara de asco—¿Fue el mismo rey de los gitanos quién lo mató?

-Claro que no. De eliminar a los moscones se encarga 'Smiley'.—a pesar de lo poco serio que sonaba el nombre un murmullo recorrió la taberna y a la propietaria un escalofrío.

-Smiley...—repitió el pelinegro, ya eran dos veces que le mencionaban ese ridículo mote.

-El asesino del rey.—dijo Beast a media voz—Podría decirse que es el primer oficial del rey de los gitanos, su guardaespaldas y protector, como lo es Charles Grey de su majestad el rey Alberth.—el mercenario se acordó del hombre joven que proclamó el discurso esa mañana.

-Un guerrero nato donde los haya.—prosiguió el peligris—Él se encarga de sacarle la basura al rey de los gitanos. Fue él quién mató a vuestro predecesor y debo decir que con bastante saña, seguramente para advertir al próximo de lo que sucedería si volvía a acercarse tanto a Charivari.

-¿Charivari?

-El mítico reino laberíntico en el que los gitanos tienen su guarida.—volvió a contestar Beast—Al parecer ese hombre estuvo a un paso de entrar en él.

-Entonces no será tan mítico.—rebatió el ojirrojo mientras su cuervo intentaba quitarle alguna nuez al sepulturero.

-Claro que no.—dijo el peligris tras reír—Lo único mítico de él es su dificultad de encuentro y acceso, prácticamente imposible a no ser que seas gitano y créame que si intenta usar a uno de ellos para entrar su rey enviará a su perro de presa a atacar. Y por muy bueno que sea no creo que quiera enfrentarse a Smiley.

-Me he enfrentado a cosas peores.

-Seguramente, aún así tenga cuidado.—pidió la mujer—Lo que se oye de ese hombre no es nada tranquilizador.

-¿Y qué se oye?

-Que maneja tres armas a la vez.

-Que camina en la oscuridad como si fuera parte de ella.

-Que porta un antifaz carmesí sobre la cara y tiene una sonrisa plagada de dientes afilados como los de un Masto-tiburón.

-Y que el pelo se le tiñó de rojo con la sangre del primer hombre al que mató.

Dijeron en retahíla unas cuantas voces de la taberna. El Cuervo se acarició la barbilla, se acabó la cerveza de un trago y se levantó, su mascota le graznó al sepulturero y voló a su hombro.

-Entonces si me topo con un hombre rojo sabré que tengo que matarlo antes de que él lo intente conmigo. ¿Le importaría darme la llave de la habitación? Me vendría bien descansar.

-Cla-Claro.—dijo Beast saliendo de detrás de la barra y poniéndose delante de él para guiarle.

-¡Gallinas!—graznó Crook antes de desaparecer por la puerta que llevaba a la posada con una voz tan estridente que sobresaltó a más de uno de los presentes e hizo reír a carcajada limpia al sepulturero.

Conforme caminaban el Cuervo se fijó en que la pierna izquierda de Beast era ortopédica, razón por la cual ella cojeaba ligeramente. La mujer pareció notar su mirada pero no dijo nada, le tendió la llave y le indicó que subiera por las escaleras.

-Si necesita medicinas o remedios vaya a ver al doctor Spears.—le llamó antes de que subiera—Él arregló mi pierna tras el accidente que tuve con un carromato, es un médico excelente además de un buen hombre. O puede pasarse por la herboristería, allí tienen todo tipo de plantas medicinales.

El hombre pestañeó en asentimiento y se perdió escaleras arriba, la mujer suspiró y se acomodó tras la oreja un mechón de cabello, después cogió la polvera de su bolsillo y se retocó el maquillaje.

El Cuervo subió hasta la última de las tres plantas de la posada y echó mano de la llave que la mujer le había dado de la habitación al final del pasillo. Entró. Una habitación común, aunque por lo menos estaba limpia y ordenada; en sitios peores había llegado a meterse así que éste no estaba nada mal. Crook voló desde su hombro al perchero de pie que estaba a un lado de la ventana, al otro lado estaba la cama y enfrente una cajonera. Cerró la puerta y echó la llave, no fuera a ser que a la dueña le diese por hacerle una visita nocturna; quizás otro día no le hubiese importado que se escurriese entre las sábanas pero hoy había sido un día horriblemente agotador y él ya había escuchado suficientes sandeces juntas.

Crook metió el pico en sus alas y se las limpió con esmero, él se echó sobre la cama mirando al techo y frunció el ceño.

-Smiley...—masculló—el rey de los gitanos, la corona de Orichalcum, Charivari...Bah, la guerra era menos complicada.

Bostezó, el sol ya estaba casi escondido y aunque no era muy tarde, cerró los párpados y se durmió. Crook le miró ladeando la cabeza pero él también se acomodó en el perchero y se quedó en silencio.

Debía ser casi medianoche, a juzgar por la posición de la luna, cuando se oyó un estallido de cristales y algo cayó en el suelo de la habitación. El mercenario se despertó y de una voltereta se puso de pie, su cuervo también abrió los ojos graznando del susto.

-¡Crook, por la ventana, persigue!—ordenó, el pájaro se coló por el hueco roto y salió volando a la calle. Respiró más tranquilo y recogió el objeto volador del suelo al constatar que no se trataba de un explosivo. Era una piedra, un guijarro de buen tamaño de esos que se encontraban con facilidad en el puerto, e iba envuelta en un papel arrugado. Se acercó a la ventana rota y miró a la calle, desierta, no había ni un alma vagando por ella; sólo esperó que Crook pillase o por lo menos viese a quien había lanzado el proyectil. Separó la piedra del papel y lo alisó para leerlo.

"El Rey de los gitanos saluda a El Cuervo."

Volvió a leerlo un par de veces. ¿Esto qué era, una broma? ¿Ese rey le había mandado una nota como a una vulgar doncella le envía cartas su enamorado de manera anónima? Estrujó el papel en su mano y gruñó de enfado, vio regresar a su mascota volando y abrió la ventana consiguiendo que más cristales cayesen al suelo. Extendió el brazo izquierdo y el cuervo se posó en él, pero para su sorpresa volvía con las patas y el pico vacíos.

-¿Y bien?—le preguntó imperioso—¿¡Nada!?

-¡Nada, nada!—le contestó.

-¡Siempre hay algo, siempre me has traído algo! ¡No has mirado bien!—le reprendió.

Nada!—volvió a graznar esta vez con enfado.

Ambos se cruzaron sonidos de enfado y volvieron cada uno a su posición inicial, uno más refunfuñón que el otro pensando que tendría que pagar él por el roto de la ventana cuando ni si quiera había sido quién lo había hecho.

Despertaron igual de cabreados y cada uno bajó abajo por un camino distinto, el humano por las escaleras y el animal por la ventana. Con lo que no contaron fue con que llegarían al mismo tiempo y por inercia se acomodarían uno al lado del otro. El cuervo se hizo el ofendido de más y le giró la cabeza a su amo alejándose de él unos cuantos centímetros a base de saltitos.

-¿Ha discutido con su pájaro?—preguntó Beast recién maquillada y llevando varias jarras con agua y leche de cabra.

-Más o menos.—respondió el mercenario—Alguien "nos asaltó" en mitad de la noche.—la mujer pareció asustarse.

-¡Dioses! ¡Cuanto lo lamento, no pensé que pudiera pasarles algo! ¿Se encuentran bien?—el Cuervo le asintió para calmarla.

-Aunque me temo que habrá que reparar su ventana. Este papel fue lo que me llegó junto con una piedra.—dijo tendiéndole el escrito, ella lo cogió curiosa y lo leyó con detenimiento. Su gesto de horror aumentó y se le sumó un blanco cera por su cara.

-Sabe que estáis aquí...—dijo a media voz.—Sabe quién sois y por qué habéis venido, y os ha desafiado abiertamente...

-¡Beast! ¡Mueve tus preciosas posaderas y tráeme el desayuno antes de que muera de hambre!—llamó uno de sus clientes con un bruto acento.

-¿Qué vais a hacer?—preguntó en un susurro acercándose a él y pasando de los reclamos del otro.

-Lo mismo que pensaba hacer ayer, buscarle. Ahora ya sé que tiene espías por todas partes—la mira a los ojos—, vos misma podríais ser una.

-¿C-c-cómo decís?—se azoró ella con evidente susto.

-Tranquila, aún no he dicho que lo seáis—se levanta y por poco una empleada no se choca con él—, aunque deberíais rezar por no serlo.—continua mientras coge de la bandeja que la empleada transportaba unas cuantas viandas de desayuno que ya no van a llegar a las mesas—Recordadme que os pague el desperfecto de la ventana y el desayuno. Vamos Crook.

¡Craak! Graznó el cuervo echando a volar y arrebatando él también algo de la bandeja a la pobre empleada que manoteó al verle venir pero sin lograr que no se llevase algo. Beast respiró agitada y se llevó una mano al pecho para tratar de controlar sus desenfrenados latidos.

-¡Beast, mujer! ¡El desayuno!

-¡Aprende a decir por favor y después ladras!—le gritó de vuelta ya recompuesta.

El Cuervo salió a la calle y entrecerró los ojos para acostumbrarse al brillante sol que le dio de lleno . Agradeció haberse dejado la capa y el sombrero en la habitación porque además de molestar eran un ingrediente perfecto para llamar más la atención; claro que su vestimenta completamente oscura y su apariencia física tampoco ayudaban demasiado. Crook observaba desde el hombro de su amo como las jovencitas que iban de acá para allá haciendo recados o simplemente charlando observaban de reojo a su amo y soltaban risillas entre cuchicheos. El cuervo no entendía a qué se debía esa extraña actitud humana; él sabía reconocer cuando era un enemigo que quería hacer daño a su amo pero ante esas raras conductas vergonzosas a la vez que algo maquinantes le desconcertaban ¿Acaso esas humanas pretendían emboscarles? ¿O es que acaso tramaban algo y querían decirlo? No, espera, eso no sonaba muy inteligente. En sus cavilaciones de pájaro andaba metido cuando una ramita azotó su pico y él se agitó, su amo se rió con esa media risa grave que tenía, le graznó ofendido.

-Bienvenido.—saludó una joven que llevaba una planta carnívora en las manos. El cuervo miró a su alrededor y se dio cuenta de que su amo se había metido en una tienda llena de plantas que tenía una extraña mezcla de aromas en el ambiente.—¿En qué puedo servirle? Tenemos todo tipo de plantas y remedios naturales además de fragancias y...

-Sólo necesito unas cuántas plantas.—la cortó el hombre, la planta atrapó una mosca. La joven le miró sin expresión pero asintió. Era una chica más bien menuda y delgada, sus rasgos eran claramente orientales pero ella no tenía ni una pizca de acento. Tenía el pelo oscuro recogido en dos moños y alguna trenza suelta y sus ojos brillantes como monedas de oro eran grandes y calmados.

-¿Y cuáles son?—preguntó mirándole a él primero y luego a Crook, que ladeó la cabeza varias veces mirándola con curiosidad. El ojirrojo rebuscó en uno de sus bolsillos y le sacó una lista que llevaba elaborada desde hacía mucho tiempo, pues siempre usaba las mismas plantas. La joven la cogió y sin decir ni media se puso a buscar por toda la herboristería. Otra mujer, de aspecto más adulto, asomó también aunque cargada de petunias, se fijó en él y sonrió afable.

-Bienvenido señor. ¿Lan Mao ya le está atendiendo?

El Cuervo le echó un vistazo a la joven y asintió, la mujer de afable sonrisa y largo cabello castaño volvió a sonreír ampliamente. La otra volvió y fue depositando cosas en la mesa, todo frascos pequeños, la más mayor le echó un vistazo a la lista y puso gesto de asombro.

-Vaya, ¿es usted soldado?

-¿Tanto se me nota?

-Lo digo porque estas plantas las adquieren mayormente los soldados.—dijo riéndose—Plantas medicinales y también algunas que contienen agentes tóxicos como esporas paralizantes. Muy útiles en la guerra. A no ser que sea usted ladrón.—bromeó.

-No lo soy.—respondió secamente mientras Lan Mao preparaba la cuenta de los artículos. Ninguno se fijó en que alguien más había entrado hasta que se puso al lado de ellos y comenzó a hablar con alegre voz.

-¡Paula querida tráeme alguna de tus flores olorosas que tengo una función que dar!

-¡Grell! Ay, si no fuera porque ya estamos acostumbradas a tus silenciosas entradas un día acabaríamos muertas del susto.—rió la nombrada Paula.

El Cuervo miró de pies a cabeza al extraño que recién acababa de aparecer. Un hombre de largo cabello castaño atado en una lazada baja que sonreía mucho. Iba vestido con camisa blanca y pantalones oscuros que se unían por un fajín de color bermellón. El ojirrojo arrugó el entrecejo ante semejante tipo; seguramente uno de esos bohemios que proclamaban hacer arte cuando de artista no tenían ni la planta. El hombre le miró de arriba a abajo y luego sonrió con simpatía

-Nunca le había visto por aquí.

-Estoy de paso.—le contestó secamente.

-¿Ah sí?

-Oh vamos Grell, no seas cotilla y no empieces con uno de tus interrogatorios.—le regañó graciosamente Paula—A ver dime ¿qué flor quieres?

-Es una historia trágica así que quiero un olor endulzante pero grave.—caviló con toques dramáticos.

-¿Qué te parecen unas lavandas? Están recién cortadas.—propuso, al castaño se le iluminó la cara y los ojos verdes aceituna.

-¡Perfectas!

-Aquí tiene lo que pidió.—interrumpió Lan Mao tendiéndole al ojirrojo una bolsa con todas las plantas—Son cinco monedas de bronce.

El Cuervo echó mano de la bolsa de cuero que llevaba colgada del cinturón y sacó las monedas que la chica le había pedido. Ella las cogió seria y marchó a guardarlas.

-Ya que es usted forastero y está de paso le invito a verme actuar frente al templo de los supremos dioses.—le dijo el castaño volviendo a sonreír—Es todo un espectáculo, se lo aseguro.

-No gracias. No tengo tiempo de ver números cirquenses.—rechazó, el otro hombre no supo qué cara poner pero se recompuso y volvió a sonreír.

-Oh vamos, insisto. A todo el mundo le gusta. Además frente al templo se reúne mucha gente y luego puede tener la oportunidad de visitarlo antes de que se caiga a pedazos.

-¡Grell!—regañó Paula por su inminente ofensa a los dioses. El Cuervo le miró inexpresivo pero pensó que quizás pasarse por ese lugar no fuera tan mala idea, le asintió y el otro ensanchó su sonrisa.

-No se arrepentirá.

El Cuervo cogió la bolsa con su pedido y se marchó del lugar. Grell suspiró y volvió a pedir las lavandas pero Lan Mao ya venía con ellas.

-Gracias preciosa. Y alegra esa cara de funeral, tan feo no era.—bromea.

-No me gusta.—dijo la chica.

-Lan...—dijo Paula con voz suave.

-No me gusta.—repitió ella—Cada vez que alguien como él viene a Oris pasa algo malo.

-Hm, en eso llevas razón.—caviló Grell acariciándose la barbilla y mirando en dirección a la puerta—Mercenarios como él...nunca han sido muy bien recibidos en la ciudad.

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Primer capítulo UP! Mira que no me gusta (incluso me da algo de coraje conmigo misma) pero voy a tener que hacer algo de OOC con algún personaje para que la historia quede bien. ¡ah, una duda? ¿Lemmon sí o lemmon? xD

atte.-Cherry Cheshire ;)