Este fic es un regalo de cumpleaños para YumiPon, gracias a una actividad del foro ¡Siéntate! (sexy link en mi perfil).
Historia ubicada después de que Naraku es derrotado, Kagome es enviada a su época y antes de su regreso.
Ninguno de los personajes utilizados en esta historia es de mi autoría a excepción de Dorobō, los demás son obra de la grandiosa Rumiko Takahashi.
Capítulo I. Secuestro
—¿Hijo?—Una voz masculina y cansada hizo un esfuerzo por dejarse escuchar. Un hombre anciano, con aspecto enfermizo intentó sentarse en el futon en el que estaba acostado sin tener mucho éxito; su hogar, una humilde choza, dejaba que la luz de la Luna se colara por varios agujeros en el techo y las paredes, dándole así, un poco de iluminación extra a la casa.
—Sí, padre aquí estoy. Por favor no te esfuerces— Un joven pelinegro de aspecto campesino se apresuró al encuentro del anciano evitando con ello otro intento fallido de incorporarse y la pérdida de energía que eso implicaba —No pude llegar antes, disculpa. La aldea en la que estoy trabajando queda más lejos de lo que creí. Pronto te mejorarás y te podré llevar ahí a que te atiendan, incluso podemos vivir en ese lugar y dejar por fin esta vieja y aislada choza.
El mayor sonrió con ternura y extendió su mano a su hijo, quien la recibió apretándola con preocupación —No hijo. Tu madre nació y murió en esta pequeña choza y no pienso dejarla, además—Hizo una pausa —, yo pronto estaré con ella. Puedo ver su radiante sonrisa…
—Por favor no hables así.
—Escúchame Dorobō —Habló con determinación, haciendo que su hijo lo observara atento —. Lo único que lamento es no poder presenciar tu boda. Por eso mi último deseo es que busques a una jovencita fuerte y hermosa, que tenga carácter pero sea bondadosa… Y que la hagas tu esposa.
Escuchar su nombre en una petición de último deseo, hizo que el joven sintiera quebrarse su corazón, intentó retener el llanto, pero el río se desbordó cuando la mano que apretaba con fuerza, dejó caer su peso y se enfrió.
—Te lo prometo padre…
—¡Vamos Inuyasha! Debemos apresurarnos o ese viejo terrateniente no nos pagara. No queremos que alguien llegue antes que nosotros— Un monje de ojos azulados esperaba con paciencia a su amigo semi-demonio en la orilla del camino. Desde la partida de la chica del futuro él había perdido cierto entusiasmo y preocupaba a sus amigos, por eso trataban de entretenerlo lo más que podían.
—¡Khe! Deja de molestar, Miroku. Sabes que no me interesa la paga, deberías dejarme descansar o aceptar que en caso de que no haya un peligro real necesitarás de alguien que te siga la corriente con tus charlatanerías— El albino había tardado unos minutos en llegar al lado del hombre de ojos azules. Se intentaba ver tranquilo, indiferente, pero era claro que el dolor de perder a la mujer que amaba -por segunda vez- era algo difícil de superar. Inuyasha cruzó los brazos detrás de su cabeza y se ajustó al ritmo marcado por su amigo y compañero de tantas batallas.
—No me juzgues, necesito ese dinero. Sabes que quiero formalizar mi compromiso con Sango, pero antes…— Dejó las palabras en el aire sin dejar de mirar el sendero.
—… Quieres tener algo que ofrecerle— El tono de Inuyasha era de fastidio. No entendía por qué el monje siempre se andaba con la misma tontería. Como si Sango no fuera a ser feliz con una vida sencilla. A veces le daba por pensar que Miroku se menospreciaba como persona, o quizá era tanto su amor a la exterminadora que no se creía suficiente —¡Tonterías! —Gritó sin poder contenerse — Deberías dejar de darle vueltas al asunto y casarte con ella. No quieras esperar a que ella no esté.
Ambos detuvieron su andar, permanecieron en silencio durante unos segundos y reanudaron la marcha. Miroku sabía que las palabras de su amigo eran consecuencia del sentimiento que cargaba a su espalda, pero tenía razón. Incluso Inuyasha a veces podía ser maduro. El monje sonrió —Tienes razón. Será en cuanto regresemos.
Ya resuelto su dilema, continuaron a paso tranquilo, con el deseo de un pronto regreso.
La brisa fresca jugaba con un mechón de cabello castaño, enredaba y desenredaba el mechón, posándolo sobre un rostro femenino. La dueña de la melena castaña peleaba por mantenerlo en su lugar, aburrida de que esa fuera la única pelea que tenía desde hace unos meses. Se había acostumbrado al ritmo de batallas, de buscar a un enemigo que parecía nunca ir a desaparecer. Ahora le resultaba difícil acostumbrarse a una vida sedentaria y con calma. Había peleas contra demonios en algunas aldeas, incluso en la aldea de la anciana Kaede, pero nada que requiriera de demasiado esfuerzo; con facilidad un solo integrante del equipo hacia desaparecer al esperpento. Y cuando alguna oportunidad de salir a otra aldea se presentaba, Miroku optaba por ir, con la excusa de querer dejarla a ella descansar, o de que se trataba de algún asunto espiritual del que era mejor que él se encargara. Estaba exasperada, era como si por alguna razón la evitara. Estaba consciente de que Miroku quería mantener a Inuyasha lo más lejos posible del pozo, y de que las salidas le ayudaban a distraerse, pero no era tonta y notaba lo esquivo que estaba el hombre del que se había enamorado.
—Probablemente, se arrepintió de sus palabras. O no corresponde mis sentimientos— A veces le daba por hablar sola. Su amiga le hacía falta, Kagome siempre encontraba una forma de sacarle una sonrisa, de seguir intentando y no darse por vencida. Sonrió con amargura, Inuyasha no era el único que la extrañaba.
Tomó una bocanada grande de aire y la soltó con lentitud. Necesitaba practicar un poco, no quería perder condición y entrenar siempre la había relajado.
Kirara la miraba atenta, esperando alguna instrucción. Pero un sonido llamó su atención, haciéndola girar hacia unos arbustos. La exterminadora lo notó también, pero prefirió que quien se escondía se dejara ver por propia voluntad. Esperaron en vano; después de varios minutos decidieron tomar cartas en el asunto, encarando al intruso.
—Sal ya. Sabemos que te estás escondiendo—El reclamo de la castaña se dejó escuchar con fuerza, pero sin agresión. Posó sus manos sobre su cadera mientras esperaba, de nuevo.
—Lo-lo siento— Con lentitud, un hombre de cabello negro largo hasta la mitad de la espalda y ojos castaños fue saliendo de su escondite. Ya completamente afuera, se sacudió un poco, tirando las ramas y hojas que se había adherido a su ropa —Yo sólo quería agradecerle en nombre de mis amigos por habernos ayudado con ese ogro. Pero cuando vi que estaba por iniciar sus entrenamientos no la quise interrumpir. Discúlpeme —Hablaba con voz temblorosa, con un notorio sonrojo en el rostro y mirando siempre al suelo.
—¿Los ayudé con un ogro?— La castaña hizo un gesto de incredulidad que a los pocos segundos se esfumó. Unos días atrás había ayudado a un grupo de chicos que pasaban por la aldea. Habían sido atacados por un ogro y ella pudo oír sus gritos debido a la cercanía. No había sido complicado, con un golpe la supuesta amenaza fue aniquilada —Oh. Sí, ya recordé. No fue nada — Sonrió con sinceridad, a pesar del poco esfuerzo que había resultado ser, era parte de su oficio ayudar a la gente que no podía defenderse por sí misma.
—Pero yo quería, bueno, quiero darle un presente como agradecimiento— Con movimientos torpes el hombre sacó de entre su ropa un objeto envuelto por pañuelos y lo entregó a la mujer frente a él, quien algo desconcertada, lo recibió.
—Gracias. Pero enserio no es necesario— La exterminadora notó la decepción en el rostro del hombre, por lo que decidió, por cortesía, aceptar el presente —. Supongo que no está mal un regalo de vez en cuando— Desenvolvió con cuidado el pequeño paquete hasta que se encontró con una caja de bambú, y en su interior unas pequeñas esferas rosadas.
El agradecido chico notó que la mujer que tanto le había gustado no tenía idea de qué era su regalo, e intentó explicar, con una gran carga de nerviosismo encima —S-son comida, las hacía mi madre. No deberían de lucir así, pero no recordé la receta. Aunque saben muy parecido a cómo deberían— Miró al piso, apenado.
Sango tomó una de las esferas y algo dudosa, la mordió. Sonrió, ya que el sabor había resultado ser bastante bueno. Tomó un pedazo y lo compartió a su compañera felina, quien comió también, haciendo un sonido que reflejaba su agrado por el bocadillo —Están muy buenos. Gracias ehm… —La castaña lo miró esperando que el chico se presentara de manera formal. Pero un mareo repentino la hizo ver todo borroso, su cuerpo no respondía y terminó cayendo al piso, junto a Kirara.
— Dorobō. Me llamo Dorobō — El último sentido que la traicionó fue el oído, por lo que pudo escuchar el nombre que le fue mencionado. Poco después, perdió el conocimiento.
El dolor de cabeza que la aquejaba la hizo despertar. Aún estaba mareada, pero tenía la fuerza suficiente para ponerse en pie. O al menos eso creía, ya que al intentar levantarse se topó con sus extremidades atadas fuertemente con cuerdas, rematada con grilletes.
—Por favor discúlpeme. Si eso la lastima puedo aflojar el amarre— Sango reconoció la voz que resonaba en la oscuridad, era el chico que supuestamente le había querido agradecer con comida. Quiso reclamar, pero de su boca sólo salían balbuceos.
El hombre intentó acercarse, pero la exterminadora logró alejarse de él. No insistió, permaneció frente a ella y la miró con preocupación —Por favor, perdóname. Si te hubiera pedido que vinieras conmigo no habrías aceptado. No quiero hacerte daño… Solo quiero que seas mi esposa.
La castaña sólo atinó a abrir los ojos como platos, incrédula, molesta y con nauseas. Su captor se arrodilló para poder estar a su altura, suspiró exasperado. Pero estaba dispuesto a convencerla de que en realidad no era un hombre malo —Lo de agradecer tu ayuda era verdad. Mis compañeros y yo viajamos de pueblo en pueblo haciendo algunas tareas con las que la gente necesita ayuda. Pasábamos por tu aldea cuando el ogro nos atacó— El hombre se sonrojó y desvió la mirada hacia una ventana—, pero como te pudiste percatar no somos buenos peleando contra demonios. Pero entonces apareciste tú, y—Ambos pares de ojos se encontraron, los de él reflejaban anhelo e ilusión y los de ella enojo y confusión -probablemente por el efecto del somnífero-, él intentó tocar el rostro de la exterminadora pero ella lo pateó aun con las piernas atadas, lanzándolo a la entrada de la cabaña —¡Auch!— Dorobō se reincorporó, y sonriendo se acercó a la mujer que había elegido como esposa — Eres perfecta. Eres fuerte y hermosa. Además acabas de confirmar que tienes carácter. Eres tal y como mi padre hubiera querido, y mucho mejor de lo que yo habría esperado. Robaste mi corazón. Por favor dame una oportunidad.
Sango sentía estar en una pesadilla, era como si ya hubiera vivido una escena similar, pero esta vez estuviera frente a un lunático. Debía pensar rápido, soltarse para regresar a la aldea, en donde quiera que estuviera, ella y Kirara encontrarían el camino de regreso. Pero entonces notó la ausencia de la minina, a quien buscó desesperadamente con la mirada. La culpa la atacó. Pudo evitar todo ese problema con solo no dar de comer a Kirara de la misma porquería que ella comió.
Dorobō aún se encontraba sobándose el golpe que le había propinado la exterminadora, pero pudo notar que buscaba algo, sabía que no era su arma porque no le podría servir de mucho en la situación en la que estaba. Por lo que supuso que buscaba a la gatita que la acompañaba —¿Buscas a tu mascota?— La rabia en la mirada de su "futura esposa" confirmó sus sospechas —Creo que no es una minina normal. Tranquila, está a salvo. Probablemente no podrá moverse porque pusimos un incienso especial en el escondite en donde está para evitar que nos lastimara. Pero hagamos un trato, ¿te parece?—Se acercó con cautela a Sango, sintiéndose aliviado de ver que parecía ya estar más recuperada.
—¿Qué quieres?— Sango temía lo peor, ni siquiera sintió alivió de que su voz saliera. La sola idea le causaba pinchazos en el pecho, no se veía en condiciones de defenderse. Pero no se dejaría vencer tan fácil, mordería si fuera necesario, ella protegería su dignidad.
—Dame dos semanas. Te desataré y podrás andar libre por estos terrenos. Cuando las dos semanas finalicen, podrás irte—hizo una pausa para mirarla con mayor intensidad a los ojos —, o quedarte. Como tú lo desees.
Los músculos de la exterminadora se destensaron levemente cuando la repugnante idea que había cruzado por su cabeza pareció ser descartada; pero ahora tenía el dilema de aceptar, o no, la propuesta. ¿Realmente podía elegir? Era claro que era la salida más segura.
Observó los ojos de su "pretendiente", no dejaban de destellar ilusión y anhelo. El chico se frotaba las manos ansiosamente y claramente estaba sudando. Era débil, su técnica para quitarle su libertad lo ponía en evidencia. Un rápido examen físico con la mirada le rebeló que a pesar de que el chico no era un blandengue delicado, tampoco superaba la fuerza de un hombre promedio. Su estado físico era causa probablemente de los muchos oficios en los que decía, ayudaba para poder subsistir. No estaba solo, Sango escuchaba otras dos voces afuera del lugar en donde estaba metida, y aun se sentía aturdida como para pelear en esas circunstancias.
Ya se libraría de él, o si él tipo resultaba ser tan bueno como decía, entendería razones y la dejaría ir. Por ahora, debía centrarse en recuperar a Kirara —Desátame. Tienes dos semanas, pero el día de hoy cuenta ya dentro de ese lapso—El tono de voz de la castaña era fuerte y cortante.
Pero su interlocutor no pudo hacer otra cosa que saltar de alegría y salir corriendo a celebrar con sus amigos, para a los pocos segundos regresar con la cabeza inclinada y el rostro sonrojado —Disculpa. Ya te desato.
Era un bobo, un bobo loco y con una extraña idea del amor. En otras circunstancias pudo haber sido incluso, adorable.
Desató los nudos y grilletes que mantenían medio inmovilizada a Sango, quien al fin al sentirse libre se dedicó a sobar su adolorido cuerpo, mirando siempre de reojo a Dorobō llena de desconfianza.
—T-te traje algo de ropa. Creo que tu uniforme no te será cómodo para tu estancia— Le extendió con timidez otro paquete envuelto en pañuelos, que no fue recibido gracias a la experiencia que tenía Sango con paquetes así, entregados de sus temblorosas manos —. E-es ropa normal, esta vez no hay truco— Pero Sango permanecía firme en su idea de no aceptar el presente —, mira— Desenvolvió con torpeza el paquete y en un intento desesperado se colocó encima las prendas que iban destinadas a su amada no-esposa.
La castaña no tenía claro qué reacción dar. Su cuerpo seguía entumecido pero lo que presenciaba rayaba con facilidad en lo ridículo; hizo un gesto con la boca medio abierta y los ojos bien abiertos. Esa sí que iba a ser una aventura.
¡Yumi! Al fin te tengo el primer capítulo de tu regalo, al parecer será un poco más largo de lo que pensé, así que tenme paciencia con los demás capítulos; la musa me lo exige. Ahora, ruego, de verdad ruego, porque te guste este pequeño fic y que cumpla tus expectativas. Cuidé tener la menor cantidad de errores posibles, pero es imposible abarcar todo.
Nos leemos en la próxima. Te quiero muchísimo, Yumi, eres una gran chica dentro y fuera del fandom y fangirleas de lo loco conmigo.
