Disclaimer: Los personajes siguientes pertenecen a la comunidad de Latín Hetalia. El fic sí es de mi completa autoría.
Drabble partícipe en el reto de la página "Es de fanfics".
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Vidriera
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Las calles de Bogotá se lo tragaron vivo y se vio rodeado de gente desconocida tan rápido que por poco y se no se regresa a subirse al avión para volver a su patria. Pero no, se dijo, su hermana tenía problemas en ese país y él había llegado para ayudarla. Aunque comenzó a dudar de cumplirlo cuando la trató de llamar unas ochocientas veces y no recibió respuesta, descargando en el proceso su celular y dejándolo medio varado.
Ya era entrada de tardecita cuando se sentó en la acera, junto a un par de tiendas, y bufó con algo de desánimo y frustración. Tendría que pasar la noche en un hotel. "Estoy viviendo en el centro de la ciudad", dijo ella, como si la capital de Colombia fuera lo más chico que existiera y él no tuviese ni un solito problema en encontrarla.
Suspiró, sacándose la mochila que ya sentía que le pesaba ochenta kilos y metiéndola entre sus piernas para poder sentarse mejor en el resguardo del local.
¿Qué hora sería?
Volteó la cabeza a un lado y al otro, percatándose del vidrio transparente detrás de sí y mirando hacia adentro. Era una tienda de ropa femenina y sonrió pícaro al ver a la chica allí adentro.
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Catalina recibió las llaves de su jefa y ésta se fue de la tienda temprano, dejando en sus manos el cierre y el conteo (que hubo iniciado mientras atendía clientes). Vio al muchacho de piel bronceada y pelo castaño sentándose frente a la vidriera de la tienda con claridad, obviamente cansado.
Tenía la espalda ancha, lo que descubrió al verlo sacarse la mochila y acomodándola en el suelo. Se sonrió divertida al percatarse de lo que pensaba.
Estaba tan acostumbrada a estar sola a esa hora del día y estaba tan metida en su cabeza, que se sorprendió cuando una mano tocó con cautela la suya, que escribía números. Pegó un saltito en su lugar al descubrir al muchacho en frente, con una sonrisa preciosa y amistosa, una bandita le cubría el puente de la nariz.
—¡Qué onda! —dijo él, delatando su extranjerismo automáticamente y haciéndola reír sin que pudiera evitarlo.
Catalina se tapó la boca para tratar de suprimirla. Qué vergüenza, pero la había tomado por sorpresa.
—Hola —respondió, él seguía sonriendo, quizá más al verla reírse.
Era un muchacho hermoso, divino y aparentemente tierno (la sonrisa de medio bobo se lo confirmaba en gran parte, tenía amigos con esa sonrisa y con esa energía cómoda y conocida). Le quedaba bien ese tono de piel, esos colores de pelo y ojos que eran tan ordinarios como los de cualquiera pero que con esas facciones le resultaron atractivos y especiales.
—Me llamo Pedro y, perdona, pero ¿me puedes decir la hora?
Catalina casi siente que el corazón se le sale del pecho al saberse descubierta en su inspección, carraspeó un poco y señaló a la plaza de enfrente.
Justo frente a ellos, el reloj de en medio les dejaba ver la hora clarita.
—¡Chale! —exclamó él, aparentemente sorprendido por haber tenido la hora tan cerca—. Gracias, chava. Mañana vuelvo —Y le guiñó un ojo antes de desaparecer.
¿Ven ese rubor en Cata? Nunca nadie se lo había provocado.
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Cómo me gustan estos dos como shipp, no sé ustedes, pero son di-vi-nos.
Buena suerte tener una excusa para escribirlos, además de las ganas.
Espero que les haya gustado, ¡dejen sus votos y comentarios!
Cuídense y ¡chaucito!
