Ambos trabajaban en la misma empresa, pero lo único que habían cruzado fueron miradas. Ninguno le hablaba a ese que le robaba minutos de pensamiento cada vez que se cruzaban en alguno de los grandes pasillos de la tan reconocida marca automotriz, Porsche. Y no es que él tuviera vergüenza o algo por el estilo, es que siempre que se disponía a hablarle algo lo interrumpía. Pero la última vez que falló su intento nunca imaginó encontrarla en ese parque, el que quedaba en frente de su casa, al que él iba tan seguido. Ella no se había percatado de que él ya la había descubierto, estaba demasiado concentrada en un dibujo que el rubio no llegaba a ver. Cuando vio que se disponía a guardar el lápiz con el que hasta ahora había dibujado, se acercó a ella por detrás para que no lo viera y así poder admirar su dibujo. Se sorprendió al ver en esa hoja un perfecto retrato de sí mismo pero se extrañó al ver que no representaba una escena de ese día ya que él estaba con traje y tras de sí le pareció reconocer el pasillo de la empresa en la que trabajaba. Se sentó a su lado pero ella ni siquiera levantó la mirada, seguramente creería que era una de las abuelas que a menudo visitaban el parque. Draco, aprovechando esa ventaja la observó y recién en ese instante fue conciente de las gruesas gotas de agua que caían por la mejilla de aquella joven. Sin poder evitarlo la abrazó y por primera vez ella lo miró. Los ojos grises que a veces le quitaban el sueño la miraban intensamente. Ella instintivamente se aferró a él, a pesar de casi ni conocerlo ese hombre le inspiraba confianza. Lloró todo lo que necesitó.
- Las princesas no lloran, Hermione-afirmó Draco haciendo que la castaña se cuestionara de donde sabía su nombre pero solo tuvo que pensarlo un segundo: ella era muy reconocida en la empresa.
- ¿Cómo te llamas?
- Draco, Draco Malfoy. Disculpame el atrevimiento es que no puedo ver mujeres llorar.
No lo podía creer. El hombre que la había consolado era prácticamente el dueño de la empresa donde ella trabaja. Todos lo conocían p- ¿Me vas a decir que todas las mujeres que ves llorar en la calle las abrazas y las consolas hasta que dejen de llorar?-dijo ella dedicándole una dulce sonrisa.
-No, solo a las que hace tiempo que miro por los pasillos del lugar donde trabajo y hace mucho se me apetece hablarle.
Ella estuvo tentada decirle: "yo también", pero aceptó el halago con un leve sonrojo. Draco bajó la vista al dibujo.
- Realmente lo haces muy bien-dijo con una sonrisa sincera.
- Te habrás dado cuenta que sos vos… ¿no?
- Sí. Quiero comprarlo.
- Pues no está en venta.
- Pero tiene mi cara-dijo Draco sonriéndole arrogante.
- Pero es mío.
- Vamos Granger no seas mala.
- No, Malfoy. Es mi última palabra. Si quieres puedo hacer otro y dártelo pero este, no-dijo sonriéndole porque no estaban peleando.
- Solo si prometes no volver a llamarme Malfoy.
- ¡Oh, no! Te llamare rubio teñido.
- Y yo Princesa-admitió ignorando su comentario.
- Ok, te diré Draco.
- Así me gusta princesa. Y por cierto, no soy teñido.
Ella soltó una carcajada.
- Lo sé-dijo.- Era solo para ofenderte.
Esta vez el rió.
- Bueno Draco, un gusto, pero debo irme. Si algún día nos volvemos a encontrar te regalaré un retrato, lo prometo.
- Adiós Hermione.
Draco, con una sonrisa, observó como la castaña se alejaba caminando de allí.
Hermione Granger era un chica joven, no pasaba los 25 años. Tenía muchos amigos, pero había cuatro que los llevaba en el alma: Harry y Ginny (su novia), Ron (su ex novio) y Luna. Vivía feliz en uno de los barrios más caros de Londres, trabajaba en Porsche como ingeniera mecánica y además se ocupaba, muchas veces, del marketing de dicha empresa. Ella hace solamente un día había cortado con su novio, Ron, porque la engañaba. Así fue como decidió ir parque donde sorpresivamente se encontró con un hombre que miraba hace tiempo pero nunca le había hablado. Lo veía de vez en cuando en la empresa y realmente, a ella, le parecía muy apuesto. Sonrió al recordar eso.
Habían pasado dos semanas desde el encuentro que tuvo con el rubio pero ella, que generalmente lo veía al menos una vez por semana, no lo vio ni un segundo en esos 14 días. Pensando en eso fue que alguien le tapó los ojos y en el oído le susurró:
- Me debes un dibujo.
- ¡Oh, Draco! Me asustaste-dijo ella sobresaltada por el pequeño susto.
- Perdón no fue mi intención.
- Está bien-dijo sonriéndole.
- Princesa, me debes algo vos…
- Sí, lo sé. Pero debo trabajar…
- No hay problema, cuando termines de trabajar yo te paso a buscar y venís a cenar a mi casa, ¿si?
- Ehhhh… Bueno, está bien.
Lentamente se hicieron las siete de la tarde, horario en el que la castaña terminaba su jornada laboral. Draco estaba en la puerta de la oficina esperando que ella terminara para así poder irse.
- Ya podemos irnos-le dijo Hermione.
Por primera vez reparó en lo que traía puesto la castaña: una pollera de tiro extra alto azul, con una camisa blanca y unos tacos altos del mismo color de la pollera. Tenía que reconocer que se vestía muy bien. Siendo moderna, no perdía ni la elegancia ni la finura y eso la hacía una mujer muy hermosa para los ojos de los hombres. "Si tan solo supiera que media empresa babea por ella" pensó mientras se encaminaban al garage en busca del auto del rubio.
- Ese es-dijo cuando salió de sus pensamientos señalando un Porsche Carrera.
Hermione sonrió cuando vio el auto. Ella había diseñado el motor. Draco, adivinando sus pensamientos, dijo:
- Es un avión.
- Gracias-le respondió por inercia.
- ¿Vamos princesa?
- Draco, tenemos un problema. Aquella de allá es mi camioneta-señaló una Porsche Cayenne-, no puedo dejarla aquí todo el fin de semana.
El rubio meditó lo dicho por la castaña y le dijo:
- Dime Hermione, ¿vives cerca del parque donde nos hablamos aquella vez?
- Sí-respondió todavía sin entender en qué pensaba rubio.
- Podríamos pasar por tu casa a dejar la camioneta ya que mi casa queda muy cerca o bien podríamos ir en dos autos.
- Me quedo con la segunda opción.
- Bueno, entonces seguime.
Y así lo hizo ella. Resultó que Draco vivía justo enfrente del parque donde todo había comenzado. Cuando Hermione se bajó del auto pensó en voz alta:
- Realmente debo haber hecho algo bien como para que me traigas a tu casa la segunda vez que nos vemos.
El sonrió y sin ningún tipo de vergüenza le dijo:
- Es que me gustas Hermione.
