¿Qué pasaría si…?
Disclaimer: Los derechos de propiedad intelectual sobre los personajes y el mundo de Harry Potter corresponden a J. K. Rowling y sus respectivos cesionarios/titulares de derechos de explotación. Escrito sin ánimo de lucro.
Advertencias: En ocasiones, haré uso de frases literales de los libros, aunque tratare en la medida de lo posible evitarlo. Futuro slash, esto es, relaciones homosexuales, entre Harry/Draco (pero muy, muy, muy lejano). Los cuatro primeros capítulos han sido objeto de modificación.
Capítulo 1 – El niño que cambió
Los habitantes del valle de Godric se encontraban atónitos. Parte de una casa sita en el pueblo se acababa de derrumbar. Lo más sorprendente para algunos de los dueños de las fincas vecinas era que no recordaban que hubiese ninguna edificación en ese lugar. Algunos de ellos, decididos a no profundizar en el asunto, llamaron a los bomberos y se resguardaron en sus propias viviendas. Otros, a los que no les extrañaba la repentina aparición de una casa en ruinas, también llamaron a las autoridades, pero a las que dependían del Ministerio de Magia.
Fue por ello que nadie se percató de los numerosos estallidos que resonaron en el interior de la construcción afectada. Varias figuras altas, vestidas de negro y encapuchadas se reunieron en lo que debió ser anteriormente el recibidor, a salvo de miradas ajenas. El ambiente estaba cargado de la tensión más absoluta. Algunos de ellos sujetaban con fuerza su antebrazo izquierdo. Aún sentían la quemazón característica con la que su señor les convocaba.
–¿Dónde está? –se atrevió a cuestionar uno de los mortífagos, nombre por el cual se hacían llamar los encapuchados.
Los demás fueron incapaces de dar una respuesta. Ansiosamente miraban a su alrededor y agudizaban sus oídos, pero en esos momentos la quietud era absoluta. No pasaría mucho tiempo antes de que esta fuese rota por un llanto infantil.
Los encapuchados se giraron, varita en mano, al lugar de donde provenía el ruido.
–Lucius… –siseó con irritación uno de los Lestrange–. ¿Has traído a tu hijo?
El aludido, a pesar de llevar el rostro cubierto por una máscara, adoptó su expresión más intimidante.
–Eso no es asunto tuyo Rabastan –respondió soltando tanto veneno como el otro.
Con un hechizo levitó al bebe, que estaba completamente resguardado de las inclemencias atmosféricas por una manta. Lucius había sentido el ardor de la marca tenebrosa poco después de haber salido de Gringotts, lugar al que había acudido para poner a buen recaudo ciertos objetos comprometidos. La presencia de su hijo la había usado precisamente para evitar verse asaltado por ciertas personas suspicaces que le acusaban de practicar magia negra, entre otras cosas. Era realmente ultrajante y monstruosa la forma en que ese absurdo pobretón, que trabaja en un puesto menor del Ministerio, lo criticaba a sus espaldas por cosas que en el fondo eran absoluta y completamente ciertas (1).
Libres sus manos de la carga que suponía su retoño, Lucius dio dos pasos al frente colocándose en el centro del círculo que se había formado.
–No es momento para cuestionar asuntos menores –les dijo–. Todos hemos sentido la llamada del Señor Oscuro. Pero su presencia parece que se va atenuando por momentos. Hemos de averiguar el motivo.
Uno de los mortífagos más recientes del grupo sugirió, con voz temblorosa, que quizás los Potter habían vencido a su señor, y por eso la marca estaba perdiendo nitidez. Lucius tuvo que poner orden tras la polémica intervención, aunque odiaba pensar que existía una remota posibilidad de que así fuera.
–De ser así, los Potter estarían aquí, luchando contra nosotros –aseveró. Reflexionó unos segundos y dio una orden–: Dividámonos y registremos la casa.
Un murmullo aprobador recorrió el grupo. El rubio fue el primero en dirigirse a las escaleras, y las subió precavidamente. Su hijo aún levitaba a sus espaldas, pero su propio cuerpo lo cubría, y había lanzado numerosos hechizos protectores sobre él. En el rellano del primer piso encontró un cadáver. Pelo oscuro y revuelto. Debía ser James Potter. Aún con cautela se acercó a él y comprobó la muerte.
Listo para atacar al más mínimo movimiento fue entrando en cada una de las habitaciones. Consideró que lo más inteligente sería ocultar a su hijo en una de ellas antes de continuar con su misión. Al volver al pasillo escuchó gritos en el piso inferior. También un irritante sonido que iba en aumento. Corrió hacia las escaleras y exigió que se le informase de que ocurría.
–Sirius Black viene hacia aquí en su estúpida moto –le avisó Rodolphus.
Lucius arrugó la nariz ante la mención de ese traidor a la sangre. No iban a salir corriendo por un ser tan inferior.
–Detenedlo entonces –ordenó.
–La calle ha empezado a llenarse de personas –le comunicó otro que estaba vigilando desde la ventana–. Se acerca también un monstruo grande que se ilumina. Parece la causa de todo ese ruido.
El que había supuesto que Voldemort había sido derrotado fue el primero en desaparecerse. Pero los demás no tardaron en imitarlo. Nott le dirigió una mirada con una ligera disculpa y fue el último en abandonarlo.
–Asquerosas ratas –escupió enfadado.
Él también debía desaparecer estando en tal desventaja numérica. Pero primero subió raudo a buscar a su hijo. No recordaba en que habitación lo había dejado. Una vena le palpitaba en la sien y cada vez le resultaba más difícil razonar. Un sollozo llamó su atención y tras localizar el sonido irrumpió en la estancia de la que procedía. Apenas fue consciente del cadáver que había en el suelo por la falta de iluminación. Cogió al sollozante niño y se apareció en su Mansión.
En la casa de los Potter a su vez se apareció un hombre de gran tamaño. Tenía el pelo negro largo y revuelto, la barba le cubría casi toda la cara. Con grandes zancadas se dirigió al dormitorio de la pareja, pero no encontró absolutamente nada. Con el corazón en un puño recorrió los cuartos adyacentes. Soltó un suspiro aliviando cuando vio un bulto que moviéndose.
–¡Oh Harry! –exclamó–. Pobrecito.
Se acercó a él y le cogió entre sus enormes manos, antes de cubrirlo con otra manta de color rojo, en este caso elaborada por él. En el pasillo encontró a un hombre que se había arrodillado junto al difunto James Potter. Reprimió las lágrimas y se le acercó.
–Lo siento mucho Sirius.
El aludido alzó sus ojos grises hacía el que había hablado.
–¿Hagrid? –se extrañó– ¿Qué haces aquí?
El hombre volvió a dirigir su vista hacia su amigo de infancia. Hagrid, incómodo ante la situación, se explicó.
–Me ha enviado Albus, quiere que le lleve a Harry.
Al oír eso Sirius se puso en pie y fue hacia él.
–¿Está vivo? –Hagrid asintió.
–Dámelo –le pidió acercándose a él.
El gigante (2) se negó. Tenía órdenes expresas y pensaba cumplirlas, por mucho que el otro fuese el padrino del pequeño. Sirius recorrió con expresión de lástima al fortachón. No tenía fuerzas para enfrentarse a él en ese momento. Además tenía un objetivo más importante, recordó.
–Coge mi moto entonces –le ofreció–. No tienes permiso para aparecerte, y hacerlo con un niño es peligroso. Podrías escindirlo.
A la pregunta de qué pensaba hacer él entonces simplemente le respondió, con la furia relampagueando en sus ojos, que tenía que encontrar a su amigo, casi escupió la palabra, Peter Pettigrew. Hagrid, demasiado alterado para notar en ese momento el desprecio que exudaba Sirius agradeció el detalle y fue hacia ella.
Montó la enorme moto, que a su lado parecía un juguete, pues su altura era casi la de dos hombres, y ocupaba el mismo ancho que cinco. Pese a la desproporción de tamaños la máquina respondió correctamente y alzó el vuelo nada más arrancarla. Al acercarse el amanecer Hagrid paró en un motel, a fin de no ser descubierto por los muggles cruzando el cielo. Además no habría ningún problema, pues no había quedado con Albus Dumbledore hasta que cayese la noche siguiente.
Al mediodía, justo cuando entraba la señora de la limpieza, una mujer de edad avanzada con el pelo rubio salpicado de canas y una dulce sonrisa, a ocuparse de la habitación el niño se despertó por primera vez y comenzó a llorar y a patalear llamando su atención y despertando también a Hagrid que dormitaba a su lado en la cama.
–¡Oh, qué ricura! –exclamó ella acercándose al niño–. Parece que tiene sucio el pañal –le informó a un todavía adormilado Hagrid. Por la expresión de éste, así como por su desconfianza a las habilidades de los hombres para ciertas tareas, se ofreció a cambiárselo ella.
Hagrid, que estaba agotado aceptó gustoso. La mujer, que respondía al nombre de Margaret Palmer, le convenció para que siguiese descansando mientras ella le daba de comer al pequeño en la cocina del motel. Allí una de las cocineras escuchó la trágica historia que la señora Palmer le contaba. El pobre niño había quedado huérfano de madre recientemente y su pobre padre era un minero que había perdido su trabajo, tras el cierre de uno de los pozos promovido por la administración de los tories. A la señora Palmer, muy dada a los melodramas, le gustaba ablandar a las personas y conseguir un comportamiento noble y generoso, que podía ser contradictorio con su propia forma de actuar. No obstante, su manipulador carácter estaba siempre dirigido a conseguir fines no reprobables socialmente. Al menos no demasiado. La historia se corrió como la pólvora entre los empleados del motel. Y pronto el niño se vio rodeado de varias personas haciéndole monerías y desviviéndose por él.
El señor Bates, el responsable del motel, se consoló pensando que el tal Rubeus Hagrid tenía previsto abandonar el lugar esa misma noche, y pasó por alto la última obra de caridad, o como la llamaba él en su fuero interno de distracción, de la señora Palmer. Ésta, contando con su mal dado beneplácito, cuidó al pequeño el resto del día. Cuando Hagrid se disponía a partir recibió asombrado varios productos para bebés que habían recaudado entre todos.
–El sombrero que lleva puesto lo ha hecho mi compañera María. Es de origen hispano –le contó mientras se despedía del pequeñín.
Su preocupación era genuina. Aquel hombretón, en definitiva, parecía una buena persona, pero sus ropas y aspecto desaliñado gritaban a los cuatro vientos una posición económica desafortunada, y probablemente una escasa formación que le impediría conseguir un buen trabajo. En la ausente madre prefería no pensar. Debía ser una historia tan triste como la que se había inventado.
–Si necesita algo puede encontrarnos aquí –le ofreció en varias ocasiones antes de que se fuese–. Debemos ayudarnos entre los menos afortunados.
Hagrid le dio las gracias por todos los regalos y cuidados y volvió a cubrir al bebé con la manta roja. Éste se quejó, agobiado, pero dejo de hacerlo al poco de alzarse en el cielo nuevamente en la moto.
Horas más tarde el gigante descendió en Privet Drive, en una zona que estaba totalmente a oscuras.
–Hagrid –dijo aliviado Dumbledore, un anciano alto, con una larga barba blanca, nariz torcida y gafas de media luna–. Por fin ¿Dónde conseguiste esa moto? –preguntó.
–Me la han prestado, profesor Dumbledore –contestó, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba–. El joven Sirius Black me la dejó.
–¿No ha habido problemas?
–No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a acercarse. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.
Dumbledore y la mujer que lo acompañaba, una bruja alta y delgada de aspecto severo que llevaba el pelo negro recogido en un apretado moño y unas grandes gafas cuadradas, se inclinaron sobre las mantas. Pese a la oscuridad, hubo algo en el aspecto del niño que les inquietó. Dumbledore le quitó el gorro que le habían regalado y los presentes soltaron una exclamación ahogada.
–Profesor Dumbledore, profesora McGonagall, les aseguro que era el único niño que estaba presente en la casa –juró Hagrid confuso–. No entiendo que ha pasado.
El anciano observó al niño varios segundos antes de hablar y proceder a tranquilizar a los presentes.
–Tranquilo Hagrid, es él –afirmó tratando de sosegarlo–. Es Harry.
–Pero… es rubio –señaló McGonagall–. La última vez que le vi tenía el pelo de un color imposiblemente azabache.
Dumbledore sonrió.
–En efecto querida, su madre le ha protegido. Y lo ha hecho de la mejor forma posible: una nueva identidad –suspiró–. Lástima que los hombres nos creamos por encima de la magia. Imagino que no respetaran esta nueva oportunidad que se le ha brindado al chico.
Ninguno de los presentes rebatió la conjetura del anciano. La influencia y el respeto que poseía los había ganado justamente. Además su teoría resultaba lógica. Tanto Hagrid como McGonagall, el primero entre lágrimas, se despidieron del chico y miraron con aprensión la vivienda muggle. En opinión de ambos era un destino muy triste el que le esperaba a ese pequeño mago, alejado de sus raíces.
–Buena suerte, chico –murmuró Dumbledore, mientras lo dejaba en el umbral y colocaba una carta debajo de su pequeña manita.
Levantó algo que parecía un encendedor plateado, lo accionó una vez, y todas las luces de la calle se encendieron. Se despidió de los otros dos, dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.
En el umbral de la puerta, apretujando con sus manitas la carta, dormía por fin tranquilo un pequeño de piel pálida y cabellos rubios, ajeno a todos los sucesos desagradables que le ocurrirían en los siguientes años, sin poder disfrutar de la vida que en un principio le pertenecía, condenado a vivir con esos muggles que su educación le hubiese hecho odiar. Pero aún le quedaban unas horas de descanso antes de empezar su pesadilla despertando con un agudo chillido.
Por otro lado, en la mansión de los Malfoy, en Wiltshire, se encontraba otro niño de cabellos azabaches y ojos verdes que miraban con curiosidad todo cuanto le rodeaba. Los pequeños elfos que servían en la casa corrían alrededor de la habitación, buscando objetos contundentes con los que castigarse, sin saber cómo comunicar a sus amos los cambios que había experimentado el heredero Malfoy desde la última vez que lo habían visto.
Aclaraciones:
(1) Frase inspirada en otra perteneciente a Oscar Wilde.
(2) El uso del término gigante, al referirme a Hagrid, es, obviamente, sin connotaciones mágicas, al igual que lo hizo J. K. en el primer libro de la saga.
Notas de autora: Han pasado varios años desde que empecé y abandoné (o dejé suspendida de forma indefinida, que suena mejor) esta historia. Recientemente me he propuesto retomarla y tratar de terminarla, aunque sea las partes correspondiente a los primeros cursos.
El escrito ha sido objeto, más que de revisión, de una modificación prácticamente total, por lo que siento las incongruencias que pueda resultar con los comentarios que se dejaron en su día a la primera versión. También ha cambiado de manera sustancial el tono de la historia, así como su clasificación (anteriormente Romance/Parody). Espero no decepcionar a los posibles seguidores de la misma con los cambios.
Muchas gracias por leer.
Saludos.
TwoDollar
Modificado a 10 de agosto de 2014.
