EL REGRESO DEL ALBA
Capítulo 1: Retorno Carmesí
Nada podría separarme de él ahora, ni siquiera la distancia.
Logré abrazarlo, él era un poco esquivo, si, pero no podía escapar de mi.
Lo sujeté fuerte de la cintura, sentí su calor cerca, tan cerca que mi frío cuerpo se empezó a calentar con el suyo.
Lo oí gemir un poco, tal vez estaba excitado, no lo sé, pero yo sí lo estaba, aunque naturalmente no podía arruinar el momento romántico bajándole la cremallera, no, aún tenia algo de sensibilidad en mí.
Su respiración se agitó, y pronunció mi nombre con un tono de niño pequeño cuando le quitan su preciado caramelo.
Le besé el cuello suavemente, no quería perturbar aquella aparente calma que tenía. Lo apreté más a mí, aquel calor que su cuerpo emanaba me encantaba, el sentir que todo su ser se relajaba mientras estaba en mis brazos me hizo sentir, como pocas veces en mi vida, especial.
Me suplicó que lo soltara, que ya había resuelto que yo no era nada para el.
No pude evitar sonreír.
Sus lágrimas caían sobre mi hombro mientras el parecía temblar del nerviosismo.
O tal vez ansias.
Ansias de que lo abrazara más fuerte, de que no lo soltara; ansias de permanecer conmigo toda la eternidad; ansias de lograr apartarse de mi.
Acaricié su cabello y deposité un pequeño beso sobre él, le dije que yo no quería soltarlo, aún si mi vida dependiera de ello, preferiría mil veces morir abrazado a él que morir, ya que él era todo para mí.
Se aferró a mí con fuerza y sus lágrimas fluyeron más continuamente.
Pude escuchar vagamente que me llamó idiota.
Ante esto solo pude reírme y coger su rostro entre mis manos. Sus mejillas estaban teñidas de un fuerte carmesí, y sus ojos empañados en llanto suplicaban piedad.
Yo sabía que él me necesitaba.
Besé sus mejillas, borrando de ellas la tristeza que cubría el rostro de mi amado; me sentía culpable de haberlo hecho llorar, odiaba que él estuviera triste, aunque una parte de mí se sentía feliz de que él me hubiera extrañado tanto.
Él me complementaba en todo sentido; mi frigidez se doblaba con su ternura, y hacía aflorar en mí, sentimientos que nunca creí que pudiera tener.
Estar junto a él era tan acogedor, era tan perfecto, no hay palabras para describir lo emocionado que siempre me sentía a su lado.
Cada vez que su rostro se teñía de rojo, una calidez me invadía, como si yo también me tiñera de rojo, irónicamente mi color favorito.
Acaricié sus mejillas, bajando a su cuello, acercándolo más a mí. Su piel estaba tersa como siempre pero él seguía temblando.
Lo volví a abrazar, y él escondió su cara en mi pecho.
Lo escuché jadear, como si el llanto impidiera que respirara bien.
Junté su mejilla contra la mía.
Era sensacional la textura y suavidad de su piel, y como podía hacerme volar a sitios inimaginables donde sólo existíamos nosotros y aquel sentimiento mutuo que era la razón de que ambos estuviéramos en aquel lugar dispuestos a permanecer allí para siempre.
Seguía acariciando su cuello y parte de su rostro con suavidad; él era tan delicado, tan frágil que tenía miedo de que cualquier movimiento pudiera herirlo y tal vez apartarlo de mi lado.
Odiaría eso.
Sin saber por qué me pidió perdón, perdón porque me había tratado de ocultar que todo el tiempo en el que estuve lejos no había pasado un solo día en el que al tratar de dormir se preguntara qué había hecho mal para que yo me fuera, y que por lo tanto, cuando regresé trató de parecer indiferente a mis emociones, cuando en realidad una nube de tristeza y un rayo de esperanza se habían asomado en el azul cielo de su frágil corazón.
Lo abracé más fuerte y le susurré en el oído que yo también lamentaba más de lo que él podría imaginar el hecho de haberlo puesto tan triste, y triste por un ser que ni siquiera merece que derramen lágrimas por él.
Me afligía tanto el corazón el que Yuuji se culpara a sí mismo por mi viaje.
Creí que él sabía que su amor significaba todo para mí.
Debí afirmárselo.
El llanto ahogó su respiración, y él me miraba fijamente con sus verdes ojos, pero rojos de tanto tiempo de sufrimiento.
Por primera vez desde que había llegado pude percatarme del dolor en sus ojos; sus párpados estaban caídos, y tenía unas grandes ojeras que incluso parecía que lo habían golpeado.
En realidad sí lo habían golpeado.
Mi indiferencia al partir lo había golpeado bastante, y hasta en sus ojos se veían las grandes heridas que yo había dejado en su alma.
Recostó su cabeza contra mi hombro y me dijo «Bienvenido a casa, Shinsou-san».
Besé su fresco cabello negro y sonreí.
Sonreí de felicidad.
En aquellos dos meses no había podido experimentar la verdadera felicidad.
La felicidad sólo la podía encontrar al lado de Yuuji, al lado de su sonrisa y de la ternura que emanaban sus poros a cada instante, y que al yo volver no emitía con la misma fuerza.
El ambiente ya no estaba tenso, la tristeza que él tenía hace un rato se había evaporado, no precisamente para ser reemplazada por la alegría sino por la esperanza de que ambos pudiéramos recuperar lo que teníamos, aunque en realidad nunca lo habíamos perdido.
«Ya que la luz volvió a nuestras vidas, ¿por qué no salimos y comemos algo?» le pregunté curvando los labios alegremente, a lo cual Yuuji me respondió afirmativamente con una hermosa sonrisa que complementaba de una manera perfecta aquella Luna que había presenciado el resurgir del sentimiento más bello e indescriptible de todos.
