Demon Temari
Hace casi tres años desde que entre en la academia, cómo es normal chicas y chicos estábamos divididos, sólo coincidíamos en los recreos o a las salidas de clase. El primer día me sentí sola, la única persona que conocía allí era Kankurô, cuando me vi rodeada de chicas en clase no sabía que hacer, siempre he estado rodeada de hombres, viéndolos pelear, criada por el Kazekage, no sabía que debía hacer, pero aquel mismo día ya me llevaba bien con todas. Los ejercicios de puntería era lo que mejor se me daba, las peleas, cualquier aspecto de ellas, por el contrario, los arreglos florales o la ceremonia del té eran mi punto flaco, hasta tal punto que practicaba y todo con el osito de peluche. Y así, poco a poco llegó el momento del examen para graduarse como ninja, cuando me presenté no imaginé que pudiera suceder esto. Nos encerraron a todas en un estadio cubierto, todo estaba oscuro a nuestro alrededor y miles de trampas dispuestas, solo podía haber una vencedora en el combate, todas se negaban a hacerlo, no querían matar a sus amigas, ninguna se alejaba más de un metro de la otra, era una piña de niñas asustadas, en la academia no les enseñaron como asesinar a tu amiga. Eso no lo enseñaron, el motivo de ese examen era conseguir que se volvieran frías con respecto a cualquier enemigo, que fuesen capaces de conseguir su objetivo ante cualquier motivo.
Esa fue la primera vez que las sentí, era de las pocas que no sentía miedo, de las que estaban pendientes de donde ponían el pie, o como se movían para no activar ninguna trampa. Sin embargo Hitomi, una de las mejores en batalla, activo una, miles de kunais y shurikens cruzaron la sala, salían de todas partes y se clavaban en el mismo punto, en un minuto estaba tirada en el suelo con el cuerpo cubierto por armas arrojadizas, se oyeron varios gritos al ver la sangre que derramaba el cuerpo, sin embargo yo, simplemente, me agache junto a ella y disfrute al arrancar de su cuerpo las armas. Las arrancaba del cuerpo sin vida y las lanzaba hacia la yugular de mis compañeras sin tan siquiera mirarlas a los ojos. Hasta que solo quedo Tohru. Estaba asustada, se había pegado a la pared, no se movía de su sitio gritando, llamando a las demás. Pero sólo antes de correr la misma suerte que las demás llegó a vislumbrar unos ojos dorados que la miraban con frialdad a apenas unos metros.
Tres días más tarde de habernos encerrado allí, un cuerpo de asesinos abrió la puerta, y lo primero que vieron fue a una niña de pie ante la puerta mirándolos sin preocupación ni temor. La prueba había sido un éxito, el Kazekage consiguió su arma fría, una asesina que no sabía nada de sentimientos a la hora de matar a sus propios compañeros.
