¡Hola!

¿Ya se dieron cuenta de que hay sólo 14 fics de Kyoukai no Rinne en español? Y es que la traducción del manga está estancada desde hace mucho. Pero, bueno, yo apenas regreso al fandom (¡anime, anime!) y me traje esta creación mía para compartir. Espero que les guste.


El alma de Mamiya Sakura
Por: LP Luna Phantom


Una tarde entera a solas con Mamiya Sakura era lo que se había ganado Rokudou Rinne al no irle bien con los estudios, un pequeño incentivo para su vida ajetreada de shinigami. Por suerte para ambos la tarde estuvo libre de molestias: no fantasmas asustados que clamaran por ayuda, no exorcistas irritados o celosos, ni shinigamis molestos o damashigamis rencorosos; hasta el clima se había puesto amable al enviarles una brisa fresca que se colaba por las ventanas y que sustituía al insoportable calor que hasta entonces había hecho. Los pronósticos auguraban lluvia para ese día, pero todo lo que surcaba el cielo eran unos cuantos jirones de nube blanca y unas avecillas veraniegas.

La jornada transcurrió más amenamente de lo que habría cabido esperar tomando en cuenta que al día siguiente tendrían un examen de Matemáticas y que Rinne suspendería la clase si no obtenía una calificación mayor a 90. Y eso no se lo podía permitir, porque significaría pagar por clases de recuperación.

Entre números, charlas y una pausa para comer, el tiempo se fue volando. Cuando menos lo esperaban, la luz que se colaba por el cristal de la ventana se había vuelto escasa y titilante. El shinigami decidió que podían darse por satisfechos e irse a descansar. Acompañó a Mamiya Sakura a su casa y le dio las gracias y las buenas noches. Regresó.

Por un momento, antes de dormir se permitió pensar un poco en su compañera de clases y aventuras: su amabilidad y gentileza aún le causaban asombro. Si el cielo le concedía pasar a su lado al menos hasta graduarse del Instituto, siempre y cuando ella siguiera libre y aún no hubiera decidido que su amistad era demasiado valiosa para gastarla en él, se prometía a sí mismo luchar por mantener una estabilidad económica que le permitiera invitarla a salir. No era un pensamiento nuevo, pero sólo de vez en vez se dejaba considerarlo dentro de sus posibilidades: el pecado de la avaricia le podría costar muy caro.

Una última vez se imaginó sus ojos serenos y por fin se acostó a dormir.

ooo

Una corriente de viento helado lo despertó. Los pronósticos para el día anterior por fin se cumplían. Por la ventana se veían correr allá en el cielo unos grandes nubarrones grises, que apagaban el color cálido que usualmente entintaba el cielo matutino de Mayo, y por un breve momento tuvo la sensación de que todo el calor del mundo había sido robado de su sitio natural.

Desde que carecía del lujo de la electricidad, Rinne se había forjado el hábito de levantarse con los primeros trinos de los pájaros, poco antes del amanecer. Ese día se levantó mucho antes. Ya no durmió, se quedó repasando un poco los consejos que Mamiya Sakura le había dado para el examen de ese día y, con la noche anterior muy fresca en su memoria, salió hacia la escuela esperando verla ahí, como siempre.

Fue el primero en llegar a su salón. Ocupó el lugar de siempre y abrió su cuaderno de apuntes. Cuando la primera campanada del día sonó y casi todos sus compañeros hubieron arribado, notó que algo no andaba bien. El banco de Sakura estaba vacío. Volvió a sentir la misma sensación de la mañana, como de un hueco en el estómago, como de un vacío en el mundo. Se dijo a sí mismo que probablemente la chica había tenido un contratiempo y llegaría un poco tarde, no había razón para presentimientos irracionales. Pero a pesar de que vigilaba la puerta cada dos minutos, ella no apareció.

Supo entonces que Mamiya Sakura no llegaría, y él quería buscarla y saber que nada malo le había pasado. Pero el maestro de Matemáticas entró al salón cuando sonó la siguiente campanada y repartió los exámenes. Rinne le echó una ojeada al suyo y reconoció muchos de los problemas que el día anterior había estudiado con su compañera, pero aunque deseaba concentrarse y recordar cómo se resolvían, no dejaba de estar preocupado. Algo le daba mala espina y el examen no le atraía lo suficiente para olvidarse de esa sensación.

Quizá resolvió cinco o seis, pero no resistió mucho más.

— Profesor —se puso de pie—, ¿podría permitirme unos minutos para salir y telefonear a la casa de Sakura Mamiya? Pudo sufrir un accidente y por eso no ha llegado.

— Lo siento, Rokudou. Cada alumno es responsable de su impuntualidad o inasistencia. Y no puedes salir sin haber terminado tu examen.

No lo pensó demasiado. La preocupación de todos modos no iba a dejarlo concentrarse en problemas matemáticos.

— De hecho, profesor, ya he terminado.

— ¡Ah! —exclamó él algo sorprendido, y todavía quiso asegurarse—. ¿En tan poco tiempo? Bueno, si ése es el caso, puedes entregar tu examen y salir.

Así lo hizo. Tuvo una breve visión de sí mismo en la que veía llegar a Sakura Mamiya justo cuando él salía a buscarla y en la que tenía que regresar al salón para rogar al maestro que lo dejara terminar la prueba.

Salió de la escuela. El viento arreciaba y olía más intensamente a lluvia que antes. Caminó con rapidez en dirección a la casa de Sakura, sin encontrarse ni una vez en todo el trayecto con una persona, animal o fantasma, como si a esa hora nadie se atreviera a salir a la calle. Gruesas gotas de lluvia, espaciadas, golpeaban su rostro y sus manos.

Un gato se le atravesó cuando ya le faltaba poco para llegar. Primero pensó que buscaba refugio del fuerte viento y la lluvia que comenzaba, pero cuando vio a otros dos gatos siguiéndolo hacia un callejón les prestó más atención. En realidad, dentro del callejón ya se había formado un grupo de gatos, una docena, quizá, que rodeaban un bulto en el suelo. Un escalofrío le corrió por la columna y la sangre se le congeló en las venas cuando reconoció ahí, tirada boca arriba, a su amiga Sakura Mamiya.

Sus ojos cerrados y su piel pálida le hicieron temer lo peor. Se acercó rápidamente, ahuyentando a los gatos curiosos, y le tomó la mano, el pulso. Y lo pudo sentir: que aunque su corazón latiera, su cuerpo no encerraba un alma dentro de él.

¿Quién lo hizo? ¿Por qué?

Recordó cuando a él mismo le fue robada su llama de vida, su alma se había separado de su cuerpo como consecuencia. Había sido terrible la sensación de vulnerabilidad, esa sensación de moverse en el vacío y no tener a qué aferrarse, y la facilidad con que podía reencarnar al pasar a la rueda del samsara. Todo podría terminar en un segundo, se dio cuenta. Le entró pánico. Éste no podría ser el fin de Sakura, no debería serlo. Su caso era diferente, pero por poco: su cuerpo aún conservaba su llama de vida, pero su alma había sido desprendida de él. Un cuerpo vivo no duraría demasiado sin un alma para la cual vivir, podría ir poco a poco apagándose hasta expirar el último aliento. Y el cuerpo de Mamiya Sakura ya comenzaba a perder vitalidad. El viento helado atacaba su cuerpo, robándole calidez a su piel con cada golpe que daba. Algún gato se había acurrucado a su costado y las gotas de lluvia, indiferentes, caían sobre ella como caían sobre el piso.

Rinne no esperó mucho más; poniéndose su haori y tomándola entre sus brazos, abrió un camino espiritual que lo llevara hasta su cuarto. Las ventanas apenas detenían el viento y no tenía más que una manta para cubrirla, pero no podía perder demasiado tiempo. La dejó bajo la custodia de Rokumón que, aunque al principio sugirió acompañarlo, luego aceptó quedarse con la muchacha.

Revisó sus ahorros antes de salir y tomó todo lo que encontró. En la calle se encontró a Tsubasa.

— Me salí también de la prueba cuando vi que ninguno de ustedes regresaba al salón. ¿Encontraste a Mamiya Sakura?

— La encontré, pero… Alguien robó el alma de su cuerpo. Tienes que ayudarme a encontrarla.

— ¿Qué? ¿Cómo que le robaron el alma de su cuerpo? ¿Dónde está ella? ¡¿Cómo está?! —exigió el muchacho, alterado.

Rinne ya no respondió, los segundos le parecían valiosísimos y no los desperdició más antes de abrir otro camino espiritual que lo comunicara con el otro mundo, el mundo shinigami. Tsubasa lo siguió con un "qué demonios… ¡espera!" Y desaparecieron.

ooo

Aparecieron justo en las afueras del mercado de baratijas para shinigamis y Rinne entró a la tienda y buscó con mucha prisa entre los artículos más finos la herramienta que necesitaba: el detector de almas. Nunca la había utilizado, pero alguna vez le enseñaron en la escuela cómo usarla. Pagó la cantidad exacta al mostrador y salió de la tienda. Tsubasa, pisándole los talones, le preguntó cómo funcionaba el artefacto.

Le mostró con sus acciones. Pensando en Mamiya Sakura lo mejor que podía, lo más concentrado y vehemente, se llevó una boquilla a los labios y empezó a soplar. Una figura tambaleante y nebulosa se comenzó a originar de los pensamientos y recuerdos del muchacho, una silueta de trenzas y caderas ondulantes, gris entre las nubecillas de vapor que la seguían. Flotaba levemente varios metros sobre el suelo y se deslizaba poco a poco por entre el camino que salía del mercadito y llevaba a la nada. Tan pronto como comenzó a ganar velocidad, los muchachos la siguieron corriendo tras de ella. Se perdieron en la neblina.

El tiempo apremiaba, pero al final se dibujó una casona en lo alto de una colina y Tsubasa y Rinne intercambiaron una mirada entre sí. La casa de Kain destacaba por el abandonado aspecto que la hacía parecer casa de cuentos de terror. Pero no sorpresa, sino furia fue lo que en ese momento sintieron los muchachos. Rinne sintió hervir la sangre al imaginar que el contador shinigami había llegado tan lejos con tal de vengarse de él.

— ¿Tú crees que Kain…? —Tsubasa no pudo terminar de formular la pregunta. Rinne ya estaba emprendiendo la marcha hacia el edificio. Sin embargo, el mismo Kain les franqueó la puerta.

— ¿Qué hacen aquí?

— ¿Qué fue lo que le hiciste a Sakura, maldito?

— ¿Qué? —la sorpresa en el rostro del contador desconcertó a Rinne.

— No te hagas el inocente, sabemos que la tienes encerrada aquí —Tsubasa discutía. Rinne buscó con la mirada el detector de almas, pero ya no quedaba ni rastro de la herramienta.

— ¿Y qué es lo que tengo encerrado aquí, disculpa?

— El alma de Mamiya Sakura.

"La siento cerca", pensó el muchacho pelirrojo al margen de la discusión entre los otros dos chicos. Levantó los ojos al cielo y un ligero resplandor llamó su atención en uno de los cuartos del último piso. Qué raro, pensó, ya que el edificio de Kain se había quedado sin electricidad hacía mucho.

No dudó más tiempo y confió en la corazonada. Se escabulló y escapó de las manos de Kain apenas por un segundo y echó a correr hacia el interior de la casa.

Vislumbró apenas a la madre de Kain, sentada en la sala oscura y bebiendo té frío. Subiendo las escaleras que encontró a su paso, un piso, dos pisos, por fin llegó a lo que parecía una bodega llena de repisas, más oscura que las demás habitaciones por lo amontonado del mobiliario y la ausencia de más ventanas que la única pequeña que comunicaba con el aire exterior. Todo allí olía a humedad y se sentía una asfixia que apenas le dejaba respirar al pelirrojo.

Avanzó a tientas, desesperado por encontrar el camino a seguir en ese enredijo de sombras y recodos y aterrado de que Kain le diera alcance y lo detuviera antes de descubrir si el alma de Mamiya Sakura estaba en efecto en esa habitación.

Con un poco de torpeza por su andar, su hombro izquierdo chocó contra una estantería y derribó lo que parecía ser un frasco. El tintineo de cristales rotos resonó en sus oídos al mismo tiempo que un siseo escalofriante le escurrió por la columna. Vapor plateado se elevó del sitio del impacto y flotó apenas dirigiéndose hacia la ventana.

Rinne sintió pánico. No había duda, era un alma la que había estado encerrada en el frasco y que ahora, con libertad, flotaba hacia donde sólo podía flotar un alma sin cuerpo al que atarse: la rueda del Samsara.

Abriéndose paso entre más estantes, causando quizá más destrozos que antes (más cristales rotos y tintineos), Rinne se dirigió a la ventana para perseguir al alma fugitiva. La alcanzó por llegar a la rueda y constató que no era el alma de Sakura. Pero más almas llegaban, liberadas de los frascos al romperse; una a una las examinó, deteniendo una aquí, persiguiendo otra casi por llegar a la rueda, y en ninguna encontró la que buscaba.

Quién sabía cuántas almas habían ya reencarnado y a quiénes pertenecían.

Volviendo a la bodega oscura, descubrió que Kain y Tsubasa ya habían entrado y se encontraban ahora, bajo la iluminación que Kain conjuró, examinando el salón.

— ¿Qué es esto? Esto… esto no estaba aquí antes —dijo Kain.

— Todas estas almas han sido arrebatadas a humanos. Debemos regresarlas a sus cuerpos… ¡Por aquí debe estar el alma de Mamiya Sakura!

— ¡Seguramente esto es culpa de tu padre, Rokudou, sólo él tiene la llave de nuestra casa! ¡Ese ladrón y su compañía de damashigamis!

— No perdamos el tiempo, hay que buscar el alma de Sakura.

Pero esa intuición que había llevado a Rinne a esa habitación había desaparecido. Entre tanta presencia de espíritus, no le fue posible reencontrar dentro de sí esa sensación de que el alma de Sakura estuviera cerca y su brillo parecía haber sido opacado para siempre. De nuevo, y más fuerte que nunca, la sensación de vacío se le estancó en la boca del estómago, un vacío que amenazaba con deslindar su propia alma de su cuerpo por la impotencia que sentía de encontrarla.

Constató que los pueriles deseos que por ella había sentido, esa conexión que siempre sintió con Sakura, el deseo de rozar su mano, de sostenerla firme mientras volaba, de sentirla a su costado y respirar su fragancia, de ver sus ojos y oír su voz diciendo su nombre, se habían transformado en ese momento y habían sido eclipsados por un deseo mucho más potente de conexión entre ambos: deseaba que sus almas se comunicaran, que su alma pudiera guiarlo a la de ella para mantenerse unidos y a salvo. Nunca deseó más ser capaz de protegerla que en ese momento.

Un pequeño destello de luz se manifestó, ya no sabía si real o imaginario. Instantáneo, pero seguro. Y con el corazón vuelto loco Rinne se dirigió hacia la esquina de la habitación, lejos de donde los tres muchachos habían estado buscando.

— Ah, ¿con que trabajando temprano? Muy bien… —la voz de Sabato resonó en el cuarto oscuro.

Los tres muchachos voltearon. Cuando la luz les dio en el rostro, Sabato palideció. Pensó que habían sido tres de sus trabajadores.

— ¡Alto ahí, tú ladrón!

Kain se echó a correr para alcanzarlo, tirando algunos de los frascos al piso y liberando las almas encerradas. Tsubasa, en vano, trataba de salvarlas. Rinne se debatía entre acorralar a su padre y buscar el alma destellante de su amiga.

De pronto, todo en la habitación comenzó a temblar. Los estantes se estremecían y los frascos, enloquecidos, rebotaban unos contra otros. Sabato había desaparecido tras una cortina de humo. Los pilares que sostenían la bodega se resquebrajaron y todo comenzó a caer. A Rinne ya no le importó avanzar con cuidado, de todos modos ya las almas estaban siendo liberadas y volaban hacia la reencarnación. Pero el alma de Sakura todavía la sentía allí. "Rokudou-kun".

—¡Rinne! —le advertía Tsubasa con un grito de sorpresa y tensión.

Ignoró todo lo demás. Dio un último brinco, un estirón, y estaba apretando contra su cuerpo un frasco de cristal pequeño al mismo tiempo que los escombros lo devoraron.

ooo

Una pinchazón en los hombros, una pesadez en el cuello. A Rinne no le apetecía abrir los ojos y regresar al mundo con la mitad del cuerpo magullado y roto. Pero una voz dijo su nombre: Rinne. Abrió los ojos y la vio inclinada hacia él. Sus ojos abiertos lo miraron y una chispa de vida los iluminó. La chica le sonrió con todo su rostro, con sus ojos, con sus labios, con su nariz y sus mejillas. Con la dulzura de su voz.

Su piel se veía aún pálida, pero suave. Sus manos se abrían paso entre las sábanas para tomar las suyas en tierna e íntima complicidad. Y se sintió egoísta, porque de saber que ella estaba bien y su vida ya no corría peligro, todavía le quedaba un deseo, un deseo que ahí en ese momento se le hacía insoportablemente cercano y, al mismo tiempo, inevitablemente lejos: un deseo de mayor cercanía, de atracción, quizás un gracias directo y suave en sus labios. ¡Cuánto pagaría por ellos!

—Tsubasa-kun y Rokumón me contaron lo que pasó —le contó—. Muchas gracias por rescatarme, Rokudou-kun.

Se acercó y le dio un abrazo que casi le rodeó los hombros. Pero Rinne notó que la chica le había llamado Rokudou-kun y no Rinne, por lo que supuso que el momento de intimidad había pasado.

— ¡Rinne-sama! ¡Qué bueno que ya despertó!

El pequeño gato negro saltó hacia el regazo del pelirrojo al mismo tiempo que entraba Tsubasa al cuarto, seguido de Renge.

— Te digo que yo no sabía nada de lo que su padre pensaba hacer con esas almas —alegaba la chica—, así que deja de culparme por algo que no hice. ¡Tsubasa!

— Rokudou, me alegro que ya estés bien —a Tsubasa no le importó ignorar a Renge—. Kain me ayudó a traerte a tu casa, pero regresó para investigar el problema con las almas. Sospechamos que la compañía de tu padre las recolectaba y planeaba venderlas, pero aún no encontramos a ningún culpable.

— Y yo no sabía nada de eso —Renge seguía defendiéndose.

Mamiya Sakura bajó la mirada. Se sentía culpable por no poder recordar nada del incidente de la mañana ni quién fue su atacante.

—Todas esas almas… escaparon —murmuró Rinne abatido, lo que provocó una nueva oleada de culpabilidad en la chica.

Tsubasa le puso una mano en el hombro a la chica y ésta asintió. No era su culpa, lo sabía. Y luego levantó la mirada hacia Rinne y le prometió con la mirada que todo estaba bien.

Lo dejaron descansar ese día y el resto de la semana. Mamiya Sakura lo visitaba a diario, pero acompañada de Tsubasa. Matsugo y Ageha no se apartaban de su lado.

El lunes que siguió por fin regresó a la escuela. Ni una sola nube interrumpió su camino, como la tarde de estudio que había pasado con Mamiya Sakura apenas el lunes anterior.

— ¡Rokudou-kun! —Lo llamaron desde atrás. Era ella, que corrió un poco para alcanzarlo al tiempo que alzaba un poco el brazo, tanto para saludarlo como para pedirle que la esperara—. ¿Cómo te sientes hoy?

— Mucho mejor, gracias por preocuparte Mamiya Sakura.

Las cosas parecían volver a la normalidad.

Se quedaron de pie uno frente a otro. Sakura observándolo, como comprobando que en realidad el chico se encontraba bien. Rinne sólo la miraba por el gusto de mirarla.

No, la normalidad no era suficiente.

Primero sonriendo tímidamente el uno al otro, luego poco a poco dudando, nerviosos los ojos, se sintieron arder cuando se unieron en un abrazo que selló la complicidad entre la piel de las manos, los brazos, el cuello, los rostros, las mejillas y el cabello, y que duró hasta que algún muchacho o muchacha los interrumpió con sus chiflidos.

Cuando emprendieron de nuevo el camino los vieron tomarse de la mano.

FIN