Caminaba entre sombras y brumas, sin saber dónde estaba o a donde se dirigía. Una lejana luz llamó su atención. Se fue acercando, varita en mano, viendo cómo se dibujaba la forma entrecortada de una silueta humana. Una figura que le recordaba a…
— ¡Sirius! — Gritó esperanzado.
Una leve sonrisa apareció en la cara de Harry y empezó a correr hacia su padrino. Ahora podía distinguirle bien, veía como sonreía alegre, haciéndole señas y disparatadas mímicas para que llegara hasta él. Siguió corriendo, sin acercarse nunca lo suficiente para poderle alcanzar.
Un haz de luz verde le detuvo, una maldición salida de la nada. Harry contempló horrorizado como aquella luz atravesaba el pecho de su padrino, convirtiendo en una mueca de dolor y asombro su hasta ahora alegre sonrisa. Vio horrorizado como Sirius Black desaparecía tras las sombras.
De nuevo sumergido en la oscuridad oyó la estridente risa de una mujer, luego… todo fue silencio, roto por el desgarrador grito de dolor que salió de la garganta de un destrozado Harry Potter.
— NOOOOO, Sirius…
Despertó gritando, con su mano tendida hacia el vacío. Su corazón latía con fuerza, sudado y con la cama completamente revuelta. Lagrimas silenciosas mojaban sus pálidas mejillas.
— Maldito crio del demonio — oyó la enfadada voz de su tío —. Te he dicho un millón de veces que no nos despiertes con tus gritos Si no callas voy a venir a cerrarte la boca yo mismo.
Harry se sentó en la cama, todavía temblando, dejando caer la cabeza sobre sus rodillas replegadas. Todo había sido una pesadilla, un nuevo y horripilante sueño de la muerte de su padrino.
— Lo siento, lo siento tanto — se lamentó, secándose las lágrimas con la manga de su camiseta.
Se sentía culpable de aquella muerte. Si no se hubiera dejado engañar por aquellas falsas imágenes que le envió Voldemort, seguramente, nada hubiera sucedido a la persona que su corazón había adoptado como a un padre. Suspiró profundamente, intentando serenarse, no había lugar para los "sino" en su vida, debía enfrentar la realidad.
Sus familiares ya no le aguantaban. Todas las noches les despertaba con sus gritos y los golpes le caían, cada vez con más frecuencia, de la gruesa mano de su tío o de su cinturón. Empezaba a tener la piel marcada y dolía, pero lo aceptaba, era un merecido castigo.
Los primeros rayos de sol entraban ya por la ventana y, sabiendo que no volvería a dormir, se levantó para preparar el desayuno para toda la familia. No tardó en oír las fuertes pisadas de su tío bajando aceleradamente la escalera y se encogió temiendo lo peor. Un muy enfadado Vernon Dursley apareció por la puerta de la cocina y fue directo hacia él. El miedo le hizo retroceder unos pasos. Aquella imponente figura le sujetó cruelmente del cuello de su amplia camiseta, empujándole con tanta fuerza que su espalda chocó dolorosamente contra la pared.
— Óyeme bien mocoso — gruñó oprimiendo con rabia el pequeño cuerpo de su sobrino —. Como vuelvas a gritar una sola noche más…, te voy a echar de esta casa, ¿me oyes? Ya no aguanto más tus gritos, ni tus aberraciones. Tu tía y yo hemos tenido mucha paciencia contigo, pero esto ya se termina ¿Me has comprendido?
— Sí tío Vernon—. La respuesta fue solo un murmuro, viendo con temor la furia reflejada en el sudoroso rostro de su tío.
— Así lo espero. No hagas que esta conversación vuelva a repetirse o te arrepentirás verdaderamente de ello.
Sin una palabra más le soltó. Le miró con tanto resentimiento que Harry solo pudo bajar los ojos. Quedó inmóvil, temblando contra aquella pared, esperando los golpes que suponía iban a venir, pero nada sucedió, al menos por esta vez. Incomprensiblemente su tío logró controlar su ira, saliendo de la casa sin siquiera desayunar. Harry suspiró aliviado y se dejó caer hasta quedar sentado en el suelo de la cocina, su cuerpo todavía temblando. Cerró los ojos e intentó tranquilizarse, normalizando poco a poco su respiración y masajeando la zona dolorida del cuello. El ruido de alguien acercándose hizo que volviera a la realidad y se levantó rápidamente, limpiándose alguna que otra lágrima que se había escapado de sus ojos sin permiso.
Por la puerta aparecieron su tía y su primo, que desayunaron sin dirigirle la palabra. Suponía que habían oído los gritos de su tío y el tremendo portazo que dio al salir de la casa. Una vez que Dudley se fue, su tía le habló finalmente.
— Esta mañana vendrás conmigo a Londres. He de comprar algunas cosas indispensables para la casa y necesito que me ayudes a cargarlas, Vernon me ha dejado el coche. — y allí vio la razón por la que su tío no le había molido a palos aquella mañana, su tía le necesitaba.
— Pero tía, es peligroso que salga… sabes… Voldemort…Él…, no puedo salir…, las protecciones…— habló entrecortadamente, alarmado por las consecuencias que aquello podría acarrear. No quería ni pensar lo que podría suceder si los mortifagos averiguaban que se encontraba en Londres indefenso, acompañado solo por su tía muggle.
— Si mal no recuerdo, soy yo misma la que te proporciona esa protección de sangre, que el director de tu escuela tanto insiste en recordarnos — contestó secamente—. No busques escusas y obedece. "Duddy" este verano tiene una agenda social muy apretada y evidentemente no voy a molestarle.
— Pero… — intentó de nuevo Harry, pensando en la profecía que le había contado Dumbledore tras la muerte de Sirius. Matar o morir, ese era su destino ¿cómo iba su tía a protegerlo de aquello?
— No me discutas si no quieres que tu tío deba recordarte tu lugar en esta casa — amenazó fríamente—. Vete ya a tu habitación y arréglate decentemente para que no me avergüences.
Con miedo de lo que su tío podría hacer si insistía en no acompañarla fue a cambiarse. Se puso la ropa que se había comprado en la última salida a Hosmeade: unos jeans y una camisa de manga larga negra, todo de su talla. Dejaron la casa, subiéndose al coche, con dirección a Londres.
El viaje fue silencioso, agradeciendo que su tía le ignorada. Se sentía triste, con la sensación de que su vida se le escapaba de las manos y con demasiados muertos en su armario. Tenía que matar a Voldemort, pero ¿Cómo? Tan solo era un adolescente que no había cumplido todavía sus dieciséis años y sus poderes mágicos no eran nada especiales comparados con los de Voldemort, con años acumulando conocimientos. Ni siquiera físicamente daba la talla, era pequeño y delgado ¿Quién iba a sentirse intimidado ante alguien con aquel raquítico aspecto?
La voz de su tía, anunciando que habían llegado, le sacó de sus nefastos pensamientos.
Al llegar frente a los almacenes Harrods, Harry, quedó anonadado de la cantidad de personas que se movían de un lado a otro. Petunia, viendo que su sobrino se quedaba rezagado, le agarró fuertemente del brazo tirando de él.
— No te separes de mí, no quiero malgastar mi tiempo buscándote en esta multitud —gruñó enfadada.
Con una seria mirada de reproche y con el brazo bien sujeto, Harry, fue arrastrado entre aquella marea humana. Subieron varias plantas hasta llegar a destino. Entraron en una tienda de muebles antiguos, resultó que venían a recoger un paragüero que sus tíos habían encargado. Ahora entendía la razón del porque le necesitaba, la pieza en cuestión era de madera maciza y pesaba una barbaridad. Sólo su tía podía considerar aquello tan horroroso como un objeto "indispensable para su hogar", según ella misma había mencionado.
Tras pagar una suma de libras desorbitante salieron de la tienda y, con el pesado objeto en los brazos de un resignado Harry, se dirigieron hacia la planta donde se encontraban las oficinas de atención al cliente. Según pudo entender, Petunia, debía realizar unas gestiones con algo relacionado con su tarjeta de crédito caducada.
— Siéntate en una de esas sillas y no se te ocurra moverte mientras me esperas — le ordenó Petunia cuando llegaron frente al mostrador.
Sin darse la pena de contestar se sentó en una de las butacas que rodeaban la estancia, colocando el dichoso objeto en el suelo con cuidado. Se quedó mirando el paquete que , por suerte, iba envuelto en un grueso papel y nadie podía verlo. Sonrió al pensar que el de la tienda de muebles se estaría felicitando al deshacerse de algo tan horrendo.
Harry vagabundeó su mirada por aquellas enormes y elegantes oficinas. Se distrajo viendo al personal tras los mostradores, pero le llamó la atención una puerta abierta al final de un pasillo, solo su silla se privilegiaba de la vista de aquel escondido pasillo. Allí se encontraba un fastuoso y enorme despacho donde se veía a dos hombres, con elegantes y suponía costosos trajes, hablando animadamente. Pensó que podían estar despidiéndose al encontrarse los dos de pie casi frente a la puerta.
Se fijó en uno de ellos, de unos cuarenta años, moreno, de agradables rasgos, alto, corpulento y de tez algo oscura, en un conjunto era un hombre de aspecto distinguido. El hombre debió sentirse observado y giró la cabeza, perdiéndose uno en los ojos del otro. Harry sintió una sensación extraña cuando conectó con aquellos intensos ojos negros y, avergonzado, al verse descubierto bajó la cabeza.
Por el rabillo del ojo, el Gryffindor curioso, no pudo dejar de observarle. El hombre seguía hablando, pero tampoco le perdía de vista y eso incomodó todavía más a Harry, removiéndose nervioso. Los dos hombres finalmente salieron del despacho hacia la gran sala donde se encontraba Harry esperando. Enseguida se les unieron tres hombres más que parecían sus escoltas. Debía ser un hombre muy importante o con mucho dinero para llevar lo que parecían tres guardaespaldas.
En ese momento volvía su tía y agradeció que le dijera que debían irse. Quería escapar del escrutinio de aquel desconocido. Se levantó de la butaca y cogió el paragüero, con tan mala suerte que tropezó con la pata de la butaca y el paquete se escapó de sus manos, cayendo estrepitosamente al suelo. Incomodo al ver todas las miradas fijas en él, por el ruido ocasionado, se agachó rápidamente para recoger el dichoso objeto.
Se quedó helado al comprobar que el papel de embalar se había rasgado y una de las figuras que adornaban el paragüero parecía rota. Horrorizado por lo que sus tíos podrían hacerle, al ver aquel costoso objeto roto por su culpa, no se dio cuenta que estaba utilizando su magia para recomponerlo. Al volverlo a mirar ya no vio la figura rota, suspirando de alivio al pensar que los nervios le habían jugado una mala pasada. No llegó a ser consciente que él mismo lo había arreglado, aunque alguien sí vio lo sucedido y quedó asombrado al ver como la pieza se recomponía sola.
Harry olió un agradable e intenso perfume y notó unas manos sobre las suyas, sintiendo una extraña corriente ante aquel contacto. Al levantar la vista se encontró con el hombre al que había estado observando.
— ¿Estás bien? — Le ayudó a levantarse, mirándole con intensidad.
Los ojos de aquel hombre denotaban preocupación y algo más que Harry no supo definir.
— Sí, gracias — murmuró con sus mejillas sonrojadas y se separó rápidamente.
Ya con el paragüero bien sujeto siguió a su tía, que le fue maldiciendo por su torpeza y por lo inútil que podía llegar a ser, amenazándole con múltiples castigos si el valioso objeto había recibido algún daño.
Aquel hombre se quedó mirando cómo el muchacho se alejaba cabizbajo siguiendo a la desagradable mujer, que parecía no tenerle en mucha estima por la forma brusca y despectiva en que le trataba. Miró a su alrededor y todos continuaban con lo suyo, nadie más se había percatado de lo sucedido y sonrió enigmáticamente.
— Sigue a ese muchacho. — Ordenó a uno de los suyos en voz baja —. Quiero saber todo de él, donde vive, con quien, busca también si hay malos tratos con el menor. Cuando tengas la información reúnete conmigo en el hotel.
Y el hombre desapareció entre la gente, siguiendo al joven, como le habían ordenado.
El viaje de vuelta a Privet Drive fue muy tenso y lo primero que hizo Petunia, al llegar a casa, fue comprobar minuciosamente "el objeto de arte". Harry suspiró al ser castigado a su habitación sin comer, pero obedeció como siempre. No tenía más remedio que tener paciencia hasta que alguien viniera a buscarle. Esperaba que Ron le invitase a la Madriguera y poder escapar de aquella casa en la que nadie le quería.
Por suerte, su tía no le contó nada de lo sucedido a su marido y no hubo un castigo mayor. El resto de la semana pasó monótona para Harry, realizando los quehaceres de la casa, arreglando el jardín, pintando la valla o encerrado bajo llave en su habitación. Ya no volvió a salir a la calle, aunque le había gustado aquella salida, no quería arriesgarse a tener un encuentro con algún mortifago.
Por la noche se había acostumbrado a no dormir mucho para no tener pesadillas, no quería despertar a nadie con sus gritos. Su salud cada vez era más precaria y su depresión más profunda. Su tío, siempre al acecho, esperaba cualquier pequeño error para castigarlo duramente y, a veces, no necesitaba de ese error para descargar su frustración con él.
Debían ser las nueve de la noche del domingo cuando sonó el timbre de la puerta de la calle. Harry estaba encerrado en su habitación y se alertó al oír el ruido. No era normal que alguien se presentara a esas horas, no esperaban visitas y en un domingo no podía ser un vendedor. Oyó voces en el piso inferior, pero ningún ruido de lucha, ni maldiciones, debían ser conocidos de sus tíos y él no tenía permiso para bajar a comprobarlo. Se estaba volviendo algo paranoico. Sonrió al pensar en lo educados que serían los mortifagos si llamasen al timbre para avisar de su llegada. Siguió escuchando por si oía algún ruido inusual, pero nada le indicó que hubiera peligro. Al final se relajó hasta que quedó dormido.
Abajo, en la puerta de entrada, Vernon y Petunia Dursley recibían a tres elegantes personajes que, como tarjeta de visita, les enseñaron un maletín lleno de dinero y las palabras "Queremos nos cedan la tutela de su sobrino Harry Potter"
