Disclaimer: Harry Potter, sus personajes y todo lo relacionado con su universo pertecnecen a J.K. Rowling. La trama es mía; no copies ni publiques sin mi permiso expreso.

Pairing: Teddy/Victoire

Rating: K+

Advertencias: -

Largo: 1.227 palabras

N/A (EDITADO): cuatro partes con cuatro parejas distintas, siempre con Teddy como protagonista, ya que es su tabla de una comunidad de livejournal.


Lo vuelven loco

(Madrugar)

Se apoya en el árbol y suspira. Se pasa la mano por el pelo —no sabe de qué color ahora mismo, pero no le importa mucho— y cierra los ojos unos segundos. Le pican por no haber dormido casi nada durante la noche. Vuelve a suspirar y saca un paquete de tabaco muggle de su bolsillo. Ha hecho bien en alejarse un tanto de La Madriguera. Se mete un cigarrillo en los labios, lo enciende y da una larga calada.

Le sienta bien. Espera a que la nicotina haga su efecto mientras sigue fumando y se maldice por ser un pederasta.

'No, Ted, no lo eres. No has hecho nada, no has hecho nada, no lo has hecho'

La verdad es esa. Aún no. Pero tiene la sensación de que como vuelva a verla, cada día más radiante, cada día más guapa, cada día más mujer, acabará sucumbiendo a la tentación y enviará a la mierda toda precaución que pueda haber tomado mil veces antes.

Teddy odia madrugar. De verdad que sí. Solía gustarle dormir hasta tarde cuando podía y hacerse el remolón en sus días de estudiante en Hogwarts. Pero ya no puede quedarse en la cama por más tiempo porque las sábanas se le pegan al cuerpo por el sudor —sí, seguramente el de la excitación al pensar en ella, al imaginarla— y porque siente la acuciante necesidad de levantarse y darse una ducha fría.

Es lo mejor, eso de no hacer nada para que sus ensoñaciones se cumplan. Deben permanecer siendo ilusiones por el bien de todos. Incluso el suyo propio.

Pero le cuesta. Mucho, a decir verdad. Le cuesta verla en las comidas y recibir su sonrisa y no poder devolverle nada más que eso; le cuesta tener que morderse tanto la lengua como los labios al despedirse; le cuesta tenerla cerca y no poder tocarla.

Pero, definitivamente, lo más difícil es saber que ella le dejaría hacer todas esas cosas en las que sueña. Bueno, probablemente todas no, porque es una chica de quince años que, aun y tener curvas, no… eso. Pero sabe que le dejaría besarla y decirle lo que siente sin malos rollos. Sabe que ella siente lo mismo, porque lo mira más de la cuenta, porque sus sonrisas siempre son más grandes y duran un poco más cuando van dirigidas a él.

Porque se lo ha dicho sin palabras.

Levanta la mirada y la ve. Teddy se frota los ojos, ya no tanto porque le moleste el picor, sino por si cabe la posibilidad de que tenga alucinaciones. ¿Sólo se ha fumado un cigarro normal, no?

Pues sí. Está ahí, sentada en la hierba, con el cabello dorado sobre los hombros y la vista perdida por algún rincón de las montañas. Y es como si sintiera su mirada posada en ella porque se gira con el ceño fruncido y lo encuentra con las manos en la masa, que dirían los muggles.

Teddy se sonroja un poco pero está seguro de que ella no puede notarlo de tan lejos y se acerca sin prisas, sacando un nuevo cigarrillo de la caja por tener algo en los labios, o en las manos, o donde sea.

—Vic —la saluda.

Ella sonríe pero le corrige:

Victoire.

El metamorfomago no puede evitar que una sonrisa se forme en sus labios. Se nota que está impaciente por crecer más y más, que no soporta que la traten como si fuera una niña. Es normal. Parece que todo el mundo lo haga pero que, cuando se hacen viejos, quieran que el tiempo retroceda. Teddy está, por suerte, en un punto intermedio.

—¿Me das uno? —le pregunta Victoire, mirando fijamente el tabaco. O sus labios.

—No es bueno para tu salud, Vic —dice él, ignorando su anterior corrección expresamente.

—¿Y a ti qué más te da? ¿Me lo das, o no?

Teddy suspira pero la complace. No le puede negar nada, y ella lo sabe. Toda la familia lo sabe. Siempre le daba la última galleta de pequeño, luego le compraba cosas bonitas para su cumpleaños aunque no hiciera falta, y ahora… ahora simplemente la ayuda a destrozar sus pulmones. Porque ella se lo pide (aunque sea con un poco de mal humor).

Ella da una calada y sí, sabe fumar, no es por hacerse la mayor o tonterías así (en realidad Teddy sabe que ella no llega a tanto).

—¿Desde cuándo fumas?

Victoire sonríe y sus hoyuelos son algo realmente adorable para él; tiene un rostro tan angelical cuando quiere…

—Bueno, James no es tan amargado como tú.

Ted se sentó con ella en la hierba. Estaba mojada, pero era normal. Esas cosas le pasaban por madrugar: tener que mojarse el culo con el rocío y estar tan cerca de su rubia preferida sin poder posar sus labios sobre los de ella.

—Me lo cargaré —afirma, convencido de sus palabras.

Victoire pone los ojos en blanco.

—¿Ves? Por eso eres un amargado. Estoy segura de que, si quisieras, podrías ser divertido.

—Ah, pero ¿no lo soy ya? —pregunta Teddy poniéndose una mano en el pecho con pose falsamente dolida.

—Tal vez —dice Vic, mirándolo fijamente con esos ojos tan jodidamente azules—. Pero a mí no me lo muestras.

Teddy intenta controlarse, no convertirse en una especie de pederasta en un momento inesperado, pero ella se lo pone realmente difícil. ¿Qué hace en pantalones cortos a primera hora de la mañana, con ese frío tan horrible que le llega a uno hasta los huesos?

Victoire tiene los labios demasiado rojos; los ojos demasiado azules; el pelo demasiado lacio; los hombros demasiado delicados; las piernas demasiado largas, y unas intenciones demasiado malas.

En definitiva: es demasiado para él. Son contrarios. Su mano, que ahora toca la de ella porque está seguro que debe llevar un buen rato ahí fuera, es demasiado áspera contra su piel suave.

—Tu mano está fría —comenta Teddy, envolviéndola con la suya.

'Sólo para que no pase frío'.

—Sí, bueno, supongo que las dos lo están —sonríe ella.

Con la mano libre da otra calada al cigarrillo —la última— y lo tira a la hierba húmeda, dejando que se pierda. Es una verdadera irresponsable; no le preocupa nada contaminar un poco más el plante.

En realidad no es irresponsable por esa tontería. Lo es porque se acerca demasiado a Teddy, porque todo lo hace en demasía, tentándolo (y no precisamente sin saberlo).

—No, yo… No puedo… —susurra Teddy, cerrando los ojos.

—Sí que puedes. Abre los ojos.

Él le hace caso y entonces todo se ha perdido. El tiempo, las montañas, el madrugar, el frío, las responsabilidades, las edades.

Se acercan mucho. Tanto que sus narices se rozan y sus alientos chocan, y los ojos de Victoire brillan. Para ser sinceros, Teddy cree que los suyos también y que tal vez su pelo haya pasado a ser de un color embarazoso en el que preferiría no pensar.

Tampoco es como si pudiera controlar sus pensamientos si sus labios se acoplan tan bien a los Victoire y si ella le acaricia el pelo y suspira y le muerde un poco el labio inferior de esa manera.

(Teddy empezó a apreciar eso de madrugar desde ese día; de hecho, madrugaba tanto y tantas veces que cuando Victoire cumplió los dieciocho ya no tenían ningún tipo de beso nuevo que probar, entre muchas otras cosas)