Como estoy algo atascada con los restos de continuación hasta que me llegue un mp, pues me pongo a continuar lo que debía =).

Esta vez, el reto fue dejado por mi adorada Genee de mi cuore en el Foro proyecto 1-8. Fue el siguiente:

Un Taito heterosexual, por favor. Tú sabes de qué hablo.

Y ha salido esta cosa.


Datos del fic:

Pareja: Homosexual, con cierto Hetero.

Estado: Incompleto. Calculo tres capis.

Advertencia: OOC, IC.

Disclaimer: Digimon no me pertenece. No me dejan hacer limonada con ellos.


ºDebía de serº

Todo comieza con piquitos de una tela y termina convirtiéndose en una cortina.

.


Yamato se frotó la barbilla pensativo mientras miraba las notas de música en el pentagrama frente a él. Tenía un concierto próximo. Algo importante, esperaba. Sus compañeros estaban demasiado excitados y fallarles no era una opción. Tampoco quería fallar.

Pero cuando vio la sombra moverse por su balcón sabía qué iba a ocurrir antes de que se abriera la ventana de su cuarto y apareciera su rostro sonriente, como si entrara a comprar el pan cualquier día.

—¡Yamato! —Su voz estalló en sus oídos como esperaba.

Su vecina, Taichi Yagami era un caos. Ninguna otra chica entraría por la ventana de otro chico, levantando una pierna sin preocuparse de que pudiera verle toda la ropa interior, —negras, por cierto—, o con el cordón mal hecho, los cabellos desarreglados y pasta de dientes en el labio.

Cuando saltó dentro de su dormitorio había hablado tan deprisa que Yamato ni siquiera había entendido nada de lo que decía.

—Primero; habla más bajo y tranquila. Segundo; ¿Cuántas veces he de decirte que no entres por la ventana? Y tercero; te lo he visto todo, de nuevo.

Taichi se tiró de la falda en un recato no claro y se inclinó hacia él.

—Átame el nudo de la corbata.

Yamato bajó la mirada hacia el cierre de su camisa. Tenía varios botones abiertos y podía ver perfectamente el comienzo del sujetador. Carraspeó desviando la mirada.

Extendió una mano para que le diera el lazo.

—Abróchate los botones que faltan. Al menos sabes hacer eso.

Taichi infló los mofletes.

—Pues claro que sé —replicó ofendida.

Cuando se los hubo cerrado, Yamato se encargó en cerrarle el lazó y revisar que no faltara nada más en su uniforme. No sabía cómo siempre terminaba del mismo modo; ocupándose de ella.

Taichi parecía ser el tipo de mujer que había nacido con un cuerpo que no era suyo. No es que tuviera que ser recatada y especialmente femenina, pero sí debería de cuidarse y protegerse más a sí misma. No siempre iba a poder meterse en peleas con otros muchachos. Tampoco podía ir corriendo por ahí o entrando en habitaciones ajenas.

Demonios, debería de pensar hasta que él era un chico y no un simple vecino o el amigo de la infancia al que antes tenía que salvarle el trasero.

Se conocían desde niños. No sabía exactamente en qué momento de sus vidas ocurrió que comenzaron a cogerse de las manos, ir juntos a clases y defenderse mutuamente de los atropellos. Pero a medida que crecían las cosas cambiaban y el cuerpo de Taichi dejaba de ser plano y aburrido para convertirse en una cosa con curvas y atrayente para él. Un pecado. Pero su forma de actuar no variaba. Especialmente, hacia él.

Siempre tenía que reñirla de algún modo y terminó convirtiéndose en su padre más que en su mejor amigo. Lo peor era tener que hacerle entender que ya no necesitaba que le cubriera la espalda o que tampoco podía empaparse de agua como antes en el rio de camino a casa. Tampoco podía sentarse con las piernas abiertas y mucho menos, eructar como si fuera un hombre.

Quizás él era demasiado persistente en sus tareas. Quizás se lo pensaba demasiado. Quizás quería ver otra cosa donde no la había.

Demasiados quizás.

—¿Yamato?

—¿Qué? —farfulló.

—Llegaremos tarde a clases.

Yamato maldijo entre dientes.

.

.

Taichi se encaramó sobre la escalera para empujar con la punta de los dedos el dichoso libro. ¿Por qué no había nadie alto cuando lo necesitaba? Al cuerno. Ella era autosuficiente. Y no era ninguna mojigata como para enfadarse porque alguien pudiera ver bajo su falda.

Pero tampoco contó con la gravedad y el poco peso de su cuerpo cuando consiguió meter el libro en su lugar y se venció hacia atrás.

Mientras oscilaba en el aire se preparó para el duro golpe de su trasero contra el suelo y, probablemente, su costado contra el borde de la estantería, lo cual no evitaría que los libros se le cayeran encima.

Cerró los ojos para evitar herírselos y apretó los dientes.

Pero el golpe no llegó. Se quedó atrapada sobre dos fuertes brazos. Al abrir los ojos se encontró con los ojos de Yamato, tan azules, hermosos y siempre con el regaño en ellos. ¿Cuándo habían cambiado de ser adorables y dulces a convertirse en esa mirada firme hacia ella? No había una sola cosa que hiciera bien para él. Todo era un caos. Todo lo que lo sacara de su rutina.

—Puedes dejarme en el suelo. Estaba preparada para el golpe.

Yamato la dejó en el suelo sin cesar observarla con el ceño fruncido.

—¿Lista? ¿Estás de broma?

Ahí iba de nuevo…

—Podrías haberte lastimado, idiota. ¿Es que no eres consciente de lo que pasa?

Alguien les chistó pero Yamato estaba furioso con ella. Taichi se metió un dedo en el oído, alejando cualquier malestar vocal por parte del chico.

—Podrías haberte herido de gravedad, Taichi. ¡Eres una chica!

Taichi bufó inflando los mofletes.

—¡Chica esto, chica lo otro! ¿Es que no sabes decir otra cosa? —explotó—. Siempre con la misma cantinela. ¡Te repites más que un ajo verde!

Yamato la miró completamente en shock.

—No hay ajos verdes —replicó.

—¿Tú qué sabes? —cuestionó indignada—. Ah, no, espera. Que el señorito Yamato lo sabe todo. Sabe qué debe hacer y qué no una chica. Sabe cuándo sermonearte y sabe todo lo que haga falta de comida. Pues te diré una cosa, sabelotodo —expresó dando golpecitos en su pecho con el índice—; puedes ir mordiéndome el trasero, porque me tienes frita.

Se volvió completamente indignada y furiosa. Yamato podía ser un pesado cuando se lo proponía. Pero su silencio y la tardía respuesta le extraño. Generalmente, cuando discutían, no paraban hasta que se echaban a reír. Pero ese día parecía ser diferente. Más bien, lo era desde que entrara en su dormitorio esa mañana.

—¿Sabes qué más sé, Taichi? —murmuró a su espalda. Taichi clavó la mirada en el libro rojo frente a su rostro. Uno infantil con un cerdo en la portada*—. Cuando mantener la boca cerrada.

—¿Qué?

Pero cuando se volvió Yamato desaparecía de la biblioteca. Le fue imposible retenerlo a gritos porque el encargado de la biblioteca la fulminó con la mirada antes si quiera de hacerlo.

¿Qué mosca le había picado a Yamato? Siempre era la misma cantinela. Siempre era ella la que hacía algo que no estaba bien. ¿Es que él se creía todo perfecto? Pues no lo era.

Por más que las chicas que estaban loquitas por él se esforzaran en gritarlo a los cuatro vientos, no era así. Yamato tenía imperfecciones.

Solía dejar la pata del baño levantado. Dejar las toallas en el suelo. Se sacaba mocos con el meñique y los miraba hasta que los dejaba caer al suelo. Otras veces los pegaba en algún punto. Se tiraba peos y eructaba.

Y se rascaba sus partes cuando creía que nadie le mirase.

Hasta una vez le pilló olisqueando los calzoncillos como si quisiera asegurarse de que servían y no olían demasiado como para echarlos a lavar. Quizás hasta los llevaba del revés. A saber.

Sus enfados para con ella estaban siendo demasiado incoherentes últimamente. Es como si quisiera ponerla en un altar donde nadie la tosiera.

Ridículo.

Tal enfado tenía que subió a lo alto del instituto para gritar a los cuatro vientos, más un quinto que casi termina por hacerla caer del tejado, que Yamato tenía un microbio de pene.

Agotada por la furia, se quedó dormida sobre el tejado, teniendo sueños de gruñidos y de Yamatos vestido de Maid. ¿El motivo? Nadie podía saber nunca lo que pasaba por su mente.

.

.

—Yamato idiota.

Ishida suspiró una vez más mientras la observaba dormida sobre el tejado. Había subido al escuchar su nombre, ignorando las carcajadas y las miradas del resto de sus compañeros. Incluso su grupo de música se cachondeaban a su espalda y todo por culpa de esa… terremoto. ¿O cómo diablos debería de llamarla?

Taichi era su condenado talón de Aquiles. Por eso, cuando había escuchado a los chicos que bajaban del tejado riéndose acerca de que la chica que había gritado tenía una bonita figura, pensó que las cosas podrían haber ido a más.

—¿Quién demonios podría violarla así? —gruñó.

Estaba con las rodillas levantadas, espatarrada completamente. Se rascaba el vientre con una mano y dormía babeando. El cabello desarreglado y hablaba en sueños.

Se había preocupado en vano.

Después del enfado que había cogido con ella por su torpeza, ella se atrevía a echarle en cara que se preocupaba de más por ella. Si cuando no tenía un ojo encima, se las ingeniaba para meterse en un lio, por dios.

Se sentó junto a ella a esperar a que despertara. Tampoco tenía ganas de volver a clases y no conseguía concentrarse en la música. Taichi, sin darse cuenta, estaba derrumbando su mundo a centrarse en ella. No era algo que deseara, sucedía sin percatarse. No era una agonía exactamente o algo que sucediera todos los días. Solo estaba ahí en ese momento y el resto del mundo dejaba de existir.

No podía culparla de que una dichosa canción no le saliera. Tampoco que su carácter fuera alocado.

Y tampoco de que él se sintiera confuso y tuviera una piedra en el pecho desde que habían discutido en la biblioteca.

—¿Yamato?

Enarcó una ceja al escuchar su voz. Se asomó y vio a una chica con el cabello ondeando. Su sonrisa iluminaba el rostro y sus pícaros ojos siempre le invitaban a más.

—¿Mimi? —cuestionó.

—Así que ahí estabas —vislumbró—. ¿Qué haces?

—Taichi —respondió encogiéndose de hombros. Giró su cuerpo y bajo al suelo de un salto, justo delante de ella.

Mimi no tardó en rodearle la cintura con los brazos y ponerse de puntillas en busca de sus labios.

—Eres adorable con ella —halago—. Pero también has de cuidarme un poco a mí. ¿Sabías que habíamos quedado para comer? Y sin embargo, estás aquí.

—¿Te gustaría a ti que cualquiera pudiera atacarte mientras duermes?

—No —reconoció—. Pero tampoco tengo un príncipe protegiéndome todo el rato. ¿Tú me protegerías?

Yamato asintió y descendió las manos por sus caderas hasta cerrarla en sus nalgas. Mimi soltó una carcajada y ambos se acurrucaron contra la pared, decididos a comerse a besos el tiempo que hiciera falta.

.

.

Taichi despertó cuando la nariz le picó. Soltó tal estornudo que los pájaros del árbol sobre ella salieron volando del susto. Se la frotó viéndoles volar, libres, sin preocupaciones —aunque Taichi poco sabía de la vida de un pájaro como para catalogarla—, y casi sintió envidia.

—Pensé que dormirías más tiempo.

Giró la cabeza hacia la voz. Yamato estaba sentado al borde del tejado, mirando hacia la lejanía. Tenía la camisa arrugada y hasta dos botones abiertos. En su cuello se vislumbraba la marca de un momento de pasión.

Taichi desvió la mirada con un gruñido.

—No te quejes que estabas bien acompañado.

Ishida enarcó una ceja hasta que recordó, llevándose una mano al lugar. Carraspeó.

Taichi se levantó para sentarse a su lado, abrazándose las piernas. Apoyó la mejilla contra su hombro.

—¿Estás enfadado todavía?

Yamato se quedó en silencio un instante antes de responder. Taichi sintió un nudo en el estómago, jugó con las mangas de su chaqueta hasta que se percató de que su mejilla estaba fría y que, por el tamaño, esa no era su chaqueta.

La palpó hasta darse cuenta de que era de varón y que no era su mejilla la helada, si no la piel de Yamato.

—No estoy…

—¡Yamato!

—¿Qué? —exclamó incrédulo al verla ponerse en pie. Desvió la mirada cuando se percató que podía ver de más.

—Me has cubierto con tu chaqueta y has estado esperando todo el tiempo con el frio que hace. ¿Eres tonto? ¡Vas a resfriarte! Y ya sabes lo que… pasa con los resfriados yo…

Yamato suspiró acallándola. Se puso en pie, dándole un toque en la frente con los nudillos.

—Volvamos a casa entonces. Haré algo caliente.

Taichi lo vio saltar y lo siguió, lanzándose a sus brazos a sabiendas que la cogería. Cuando estuvo en el suelo, ambos estornudaron a la par.

—Ay, no… —murmuraron a la par.

—Me has tenido que contagiar un resfriado. ¿Verdad? —acusó Ishida bufando y echando a andar.

Taichi lo siguió frotándose la nariz con la manga de la chaqueta.

—¡No seas guarra! Es mi chaqueta, demonios.

—No te quejes. Puedes llevar la mía —propuso maliciosa.

—Ni hablar —negó sintiendo un escalofrió—. No me cabría ni el pie.

Claro que los dos tenían sentimientos confuso por culpa de que, cuando ambos tenían siete años, sus madres decidieran vestirles con los uniformes del contrario. Su madre había querido un niño y la tuvo a ella. La madre de Yamato siempre quiso una niña y sin embargo, tuvo dos varones.

Por su casa tenía que haber una fotografía de aquel día. Se recordó mentalmente buscarla y echarse unas risas.

Pero primero, no estaba mal una taza de algo caliente por parte del Ishida y, desde luego, sentía el corazón más ligero, más danzarín en el pecho, desde que la tensión del enfado había desaparecido entre ellos.

Continuará...

Porque yo también quería puntos...