No sé si alguien te ha dicho
que el otoño es gris
que cuando caen las hojas
El amor se va
que en un rincón del parque
alguien escribió
las palabras que soñabas siempre
pero nunca nadie contestó
Semilla
La música de orquesta se escapaba por todas las pequeñas rendijas de los invernaderos, haciendo vibrar los cristales. La música estaba tan alta, que casi se podía percibir en medio colegio. Todos los alumnos sabían que había tardes en las que el profesor Longbottom se encerraba en los invernaderos con sus plantas, con aquella música clásica a todo volumen, porque según él, crecían más fuertes y más felices.
Neville Longbottom, había superado al profesor Snape en cuánto ser el profesor más joven que comenzara a enseñar entre aquellos muros, pero de eso ya hacía mucho. Llevaba a su espalda ya muchos años de docencia y cada vez estaba más cerca de cumplir la cuarentena. Se incorporó bruscamente y sintió un latigazo en los riñones.
Ya hacía mucho que había dejado de ser aquel chiquillo rollizo y asustadizo para convertirse en un hombre maduro.
-Mierda.- masculló entre dientes flotándose la zona lumbar e inclinándose un poco hacia atrás, intentando aliviar el dolor.
-Profesor Longbottom…
Aquella voz femenina su espalda le asustó. Con la música a todo volumen en el tocadiscos, no había escuchado cómo habían invadido sus dominios.
Se volvió y frunció el ceño. Dio dos pasos hacia el tocadiscos y retiró la aguja de los surcos dibujados del vinilo.
La chica era una alumna de séptimo año con el uniforme de Ravenclaw. La contempló un momento, su rubor en las mejillas, cómo jugaba con una mano con los pliegues de su falda, su inclinación de rostro… Neville sabía que aquella escena podía desencadenar en algo peligroso que él debía ignorar.
-No puedes entrar aquí sin llamar primero.- La reprendió mientras se cruzaba de brazos enfadado.
La muchacha se puso roja y alzó al fin su rostro, encarando a su profesor.
-No era mi intención molestarle, profesor Longbottom. Estuve pegando en la puerta y no me escuchaba con la música.
-¿Qué quieres?- preguntó seco. Aquel rubor, aquella vergüenza en la chica le incomodaba. No le interesaban amores ilícitos con mocosas de colegio, pero últimamente había despertado aquel sentimiento entre sus alumnas y no sabía cómo gestionarlo. A pesar de ser tan sumamente despistado se había dado cuenta. Él no había sido precisamente de los que tuviera un harén de mujeres persiguiéndole cuando era joven, así que no podía entender qué podían verle de atractivo a un profesor maduro y bueno para nada.
-Me envía la directora McGonnagall… que acuda a su despacho cuanto antes.
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-¡Cómo pueden ser tan inútiles!- medio gritó el profesor sentado delante del escritorio de su jefa.
Minerva lanzó con deje cansado sus gafas rectangulares sobre el tablero de su mesa.
-Entiendo tu disgusto Longbottom, pero el ministerio quiere investigar si esas plantas son adecuadas para introducirlas al país…
-Ya presenté hace seis meses las acreditaciones y los informes pertinentes.- indicó exasperado golpeando con el dedo la mesa.- Y ahora esos imbéciles me vienen que se van a quedar en la aduana hasta que algunos de esos chupatintas muevan el culo y lean los informes... y viniendo de ellos no me extrañaría que los hubieran extraviado. La última vez tuve que presentar tres veces los permisos.
-Tenga paciencia… sólo tendrá que esperar unas semanas.
-Minerva… en unas semanas esas plantas se habrán marchitado. Almacenadas en la aduana, sin luz, sin agua y sin cuidados, agonizarán y terminaran muriendo.
Minerva se limitó a encogerse de hombros. Entendía perfectamente a su profesor de Herbología, sabía que la burocracia del ministerio de magia era exasperante y a veces la gente que trabajaba allí no acompañaba a hacer una labor más ligera, pero ya no le quedaba otra más que esperar y resignarse. El profesor ya había importado en otras ocasiones ejemplares del extranjero para ampliar la colección de Hogwarts. No era un trámite desconocido para él, ya había pasado por ello más veces, pero seguía tomándoselo tan a pecho como la primera vez.
-Si mueren, te adjudicaré más dinero para que puedas importar más.
Neville se levantó de su asiento claramente enfadado.
-No se trata de eso, Minerva. Lo que me enfada, es que esas plantas hayan recorrido un camino tan largo para que al final se marchiten tan cerca de su destino.
En dos zancadas invadió la chimenea del despacho de su superior.
-Me van a oír…
Minerva contempló con ojos aburridos cómo su profesor de Herbología desaparecía tras una llamarada verde.
-Menudo gilipollas.- soltó a su espalda el retrato de Severus Snape.- Después no tendrá lo que hay que tener para poner los cojones sobre la mesa.
-¡Snape!- le chilló Minerva volviéndose al retrato.
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Neville Longbottom salió del ministerio de magia temblando de ira y maldiciendo como un camionero. Hablar con los empleados de la aduana había sido como golpearse contra un muro de piedra. No entendían o no querían entender, y al final, habían optado por echarle de malas maneras e indicándole con ahínco que no volviera a pasarse por allí hasta que le mandaran una lechuza para avisarle.
Él entendía que tenían que revisar la mercancía y una vez más los permisos e informes presentados, él sólo había pedido que le dejaran atender sus plantas para evitar que se murieran, pero no se lo habían permitido.
Quizás no había sido lo suficiente duro, quizás debería haberse expresado con más irascibilidad para que le hicieran caso, pero no podía evitarlo. Sus buenas maneras, su educación hasta tímida, hacía que no le hicieran caso en esas ocasiones.
Siempre le ocurría lo mismo, estaba enfadado, pero era incapaz de exteriorizarlo.
Los últimos rayos del ocaso golpearon su rostro y metiéndose las manos en los bolsillos de su chaleco decidió dar un paseo y así poder calmarse antes de volver al colegio. Quizás podría acercarse a un bar y tomar una cerveza bien fría antes de volver. Total, ya había terminado de impartir sus clases aquel día y había hecho sus quehaceres en los invernaderos hasta que le dieron aquella noticia.
Suspiró con fuerza y salió un poco de vaho de sus labios. Comenzaba a refrescar y el otoño estaba a la vuelta de la esquina, aunque aquel año era inusualmente cálido.
Se adentró en un enorme parque que colindaba con el ministerio. Al profesor Longbottom le encantaba pasear por allí contemplando la frondosa y cuidada vegetación. Los árboles centenarios se erigían con orgullo sobre sus raíces y aún había flores que no se habían marchitado por el frío. Pronto aquel verde parque se teñiría de colores dorados y rojos, las flores se marchitarían y los árboles se quedarían desnudos, tejiendo con sus hojas una alfombra marchita.
Recordó una vez más la negativa del ministerio en entregarle sus plantas y pateó una piedrecita que se interpuso en su camino.
Caminó sin rumbo, bordeando un estanque con gansos y cisnes que estaban siendo cebados con pan por parte de una pareja de ancianos. Contempló sus rostros arrugados por la edad y por la felicidad de las pequeñas cosas y sintió envidia de ellos. Debía ser hermoso envejecer junto a la persona que amas.
El destino no había guardado esa bendición para él, sino que se la arrebató demasiado pronto.
Neville intentó dejar a un lado aquellos pensamientos lúgubres. Hacía mucho que no pensaba en ella y eso hizo sentirlo culpable, como si el estar veinte años llorándola no hubiera sido suficiente.
Había habido otras mujeres, había salido con algunas a lo largo de su vida, pero ninguna había merecido la pena, nunca ninguna consiguió conocerle realmente.
No dejó a ninguna acercarse lo suficiente a su corazón.
Siguió un sendero y se encontró en un recóndito banco a dos jóvenes con uniforme de colegio comiéndose a besos. Pasó al lado de ellos sin evitar carraspear la garganta, un reflejo de profesor ya adquirido.
Sonrió entre dientes, con tristeza. Recordó cuántas veces se había besado con Luna en los pasillos de Hogwarts, cuándo nadie miraba, cuándo el mundo se iba a la mierda.
Y después aquella guerra… en la que él sobrevivió, pero ella no.
Hacía mucho que su recuerdo ya no le hacía llorar, antes no podía recordarla sin que las lágrimas recorrieran su rostro, ahora sólo quedaba la melancolía de lo que pudo ser.
Ahora su recuerdo lo acompañaba un sentimiento melancólico pero ya había dejado de doler.
Ya apenas podía recordar cómo era su rostro.
Se paró mirando a su alrededor extrañado. Había vagabundeado sin rumbo y ahora estaba en una parte del parque que no recordaba nunca haber visitado. Había abandonado sin percatarse el sendero adoquinado y ahora la tierra crujía bajo sus zapatos, manchándose de albero. La vegetación era más salvaje por aquella zona, los árboles y setos no estaban tan curiosamente podados y las plantas crecían a su libre albedrío. Había muchas malas hierbas creciendo a ambos lados del camino.
Neville se inclinó sobre una mata de margaritas que estaba invadiendo el espacio de un matorral. La planta estaba creciendo tanto y con tanta fuerza que ahogaba a todas las que crecían a su alrededor, robándole nutrientes y luz solar. Contempló unas flores silvestres que estaban creciendo torcidas buscando desesperadamente la luz del sol.
Entonces pudo oírlo claramente… el llanto de una mujer.
Neville se levantó como accionado por un resorte y estuvo a punto de alejarse lo más rápido de allí, pero algo le incitaba a acercarse. No sabía el porqué, pero estaba caminando sigiloso, cuidándose de no hacer ningún ruido había la dirección del llanto. No sabía por qué lo hacía, quizás por un sentimiento morboso, quizás su empatía ante el sufrimiento de otro ser humano.
Sabía que no podría hacer nada, pero al menos ofrecería su ayuda, quizás pudiera hacer algo.
El sendero terminaba a unos diez metros en un claro circular donde había un par de bancos de metal.
Una mujer lloraba desconsoladamente cubriendo su rostro sus manos, su cabellera castaña y rizada le resultaba inquietantemente familiar, pero ahora no sabría decir de quien.
No sabía por qué, pero se había quedado allí de pie, sin decir nada, contemplando aquel llanto sucio y desesperado por parte de aquella extraña. Sabía que debía decir algo o largarse de una vez, pero no podía apartar la mirada.
La mujer alzó el rostro se secó las lágrimas con una de sus manos. Estaba intentando tranquilizarse, pero no podía. Buscó en su bolso un pañuelo con el que recoger las lágrimas que salían de sus ojos sin control.
Entonces algo se rompió en el pecho de Neville. Un vértigo se apoderó de él, hasta se sintió mareado.
Ver a Hermione Granger llorar de esa forma le rompió el corazón.
Intentó huir de allí, respetar aquella intimidad que la mujer había buscado al fondo de aquel sendero, pero los zapatos derrapando en la tierra alertaron a la triste mujer.
-¿Quién está ahí?- preguntó con voz temblorosa limpiándose rápidamente todo aquel indicio de llanto.
Neville respiró con fuerza, dejando que aquel denso aire entrara en sus pulmones y se acercó despacio a su amiga, dejándole tiempo a que se limpiara bien la cara.
Pero sus ojos hinchados no podían borrarse con el pase de un pañuelo.
-¿Neville?- preguntó Hermione asombrada- ¿Eres tú?
Neville llegó al lado de su amiga, parándose en seco delante de ella. Ella le observaba sentada, con aquellos ojos llorosos e irritados y visiblemente molesta al ser descubierta en una situación tan embarazosa y vulnerable.
-Hola Hermione.- Exclamó alzando la mano en un saludo falsamente alegre. Se sintió estúpido pero ya no podía irse sin más.
Ella le estudiaba con el ceño fruncido.
-¿Qué haces aquí? ¿No deberías de estar en el colegio?- Como siempre, era tan directa.
Normalmente él no debería estar por allí, era normal que la mujer se sorprendiera de verle merodeando por aquel parque muggle en un día lectivo.
-He venido al ministerio a intentar arreglar un trámite, aunque mi visita ha sido en vano.
En realidad eso no respondía qué hacía en aquel parque, pero aquella explicación escueta podía darle una idea a la mujer.
Hermione se levantó del banco y ahora le contemplaba desde su misma altura. Se besaron con familiaridad las mejillas, Neville pudo intuir aún un poco de humedad en ellas.
Su amiga no parecía la misma que hacía unos momentos. Su rostro se había transformado en uno cordial y amistoso, por la cara que le estaba dedicando, hasta podía creer que estaba contenta de verle.
Pero ahora lo dudaba, aquella facilidad con la que había ocultado aquella amargura su amiga le inquietaba.
-Hace mucho tiempo que no te veo, Neville…- observó ella con una sonrisa.
-Desde aquel almuerzo en casa de Harry en agosto…- Neville se sorprendió poder recordarlo, normalmente él no recordaba aquel tipo de cosas.
Recordaron con cariño aquella última reunión. Neville recordaba que Hermione y Ron se marcharon temprano con sus hijos de aquel almuerzo por el estado de embriaguez de él. Nada fuera de lo normal. Neville recordaba que en aquella reunión había hablado mucho con Ginny y ella. Normalmente se sentía mejor en compañía de sus amigas, prefería una conversación tranquila con ellas que una sobre quidditch con ellos.
-¿A qué viniste al ministerio?- preguntó interesada Hermione mientras comenzaban a caminar naturalmente uno al lado del otro, abandonando aquel claro. Había hecho esa pregunta cómo si estuviera tras el escritorio de su oficina en el ministerio, no caminando con un viejo amigo por el parque.
La mujer caminaba con la vista fija al frente, eso le dejaba a Neville poder examinarla con atención. Parecía la misma de siempre, como si no le ocurriera nada, cómo si no hubiera estado hecha ruina apenas momentos atrás.
Eso rompía más su corazón. No sabía qué le pasaba a Hermione, pero decidió que la ayudaría… quería poder llegar a ella y poder limpiar toda la tristeza que impregnaba su alma. Quería brindarle su apoyo, quería decirle: Soy tu amigo, estaré siempre que me necesites.
Pero calló.
Guardó silencio ahogando el abrazo que había querido darle cuando la había visto llorar.
Y con aburrimiento, comenzó a relatarle todo lo que había pasado con su exportación fallida de ejemplares para sus invernaderos en Hogwarts.
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Neville Longbottom se empeñó en pagar el par de cervezas y volver a dar las gracias, a pesar de que la mujer le dijo que dejara los agradecimientos de lado, que había ayudado con mucho gusto a un amigo.
Hermione se llevó a los labios su pinta de cerveza negra y se dio un par de tragos con verdadero gusto.
-¡Qué rica está! ¡Nada como una cerveza después de un largo día de trabajo!- exclamó con alegría.
Neville estaba muy agradecido a su amiga. Ella había entrado a la oficina de la aduana con determinación, taconeando con brío y gritando aquellos inútiles. En diez minutos había logrado solucionar su retención de mercancías y la había liberado para el día siguiente. Sus plantas llegarían al día siguiente por la tarde sin más demoras al colegio.
Neville siempre le había parecido asombrosa aquella mujer, desde niña lo había sido. Había sido una alumna brillante, luchó en una guerra en la que todos sabían que si Harry había conseguido vencer a Voldemort, había sido gracias a ella y se había convertido en aquella adulta independiente, fuerte. Eficiente profesional, buena esposa, madre dedicada, gran amiga…
Y ahora se ocultaba tras aquella máscara, hasta ahora no se había percatado lo bien que actuaba, lo bien que disimulaba su tristeza. ¿Pero cómo podía estar triste alguien que lo tenía todo aparentemente?
¿Por qué llorabas sola en aquel parque, Hermione?
-Nunca podré decirte lo mucho que agradezco lo de hoy, Hermione…
Hermione volvió a beber de su vaso.
-No tienes que darme las gracias, siempre es un placer ayudar un amigo.- dijo poniendo la cerveza sobre la barra.
Neville dejó escapar una sincera sonrisa al contemplar el bigote de espuma que le había formado a su amiga por encima de su labio superior.
-Tienes un montón de espuma en la cara.- indicó el hombre.
Hermione le devolvió la sonrisa y se limpió parte del bigote.
-¿Ya?- preguntó
-No. Aún tienes.
Hermione volvió a limpiarse pero no consiguió librarse de la espuma todavía.
Neville sin pensarlo, le pasó un pulgar por la mejilla, llevándose al fin el resto de espuma rebelde.
Su tacto era cálido y agradable, al contrario de sus manos callosas y ásperas de trabajar en los invernaderos.
Hermione le dedicó una mirada extraña, que no supo identificar, después desvió sus ojos a su vaso de cerveza.
-¿Cómo les va a Rose y Hugo este curso?- quiso saber aquella dedicada madre.
Neville tomó un largo trago de cerveza. La conversación fue apurando el contenido de aquellos vasos, Neville no tenía ninguna queja de ellos como profesor, por el contrario, estaba muy orgulloso de sus alumnos.
Y Hermione lo estaba de sus hijos. Eran buenos chicos, estudiaban con dirigencia y eran aplicados en sus tareas. Y lo mejor de todo, aquella mujer había conseguido criar a dos buenas personas.
Hacía tiempo que el vidrio de aquellos vasos sólo contenían las manchas de espuma, así que era hora de marchar a casa. Pronto sería la hora de la cena, y ambos tenían obligaciones: Neville vigilar el comedor del colegio, Hermione debía prepararla.
A pesar de aquella máscara, Hermione estaba visiblemente mejor. Parecía que su compañía le había hecho bien. Él había querido hacerle una pregunta que había muerto en su boca.
¿Por qué llorabas, Hermione?
Neville salió del local junto a Hermione, durante la despedida, él volvió a agradecerle, ella volvió a restarle importancia.
Neville comenzó a caminar despacio, dándole la espalda a su amiga.
Una mano le sujetó la tela de su chaleco.
-¡Neville, espera!- exclamó Hermione. Neville se giró levemente, para contemplar a su amiga.
-El sábado… vamos a organizar una cena en casa. Van a venir un par de compañeros de trabajo de Ron con sus parejas y Harry con Ginny… ¿Puedes escaparte del colegio? ¿Por qué no te apuntas?
Neville se vio tentado, pero declinó la oferta.
-¿Y qué voy hacer yo en medio de cuatro parejas?
-No seas idiota Neville, realmente quiero que vengas.
Y no pudo decirle no aquellos ojos ambarinos.
¡Hola chicos!
Aquí tenéis el primer capítulo de esta historia que se sale de mi pareja habitual… aunque no he podido evitar que Snape salga, aunque fuera mínima. XD
El fic ya lo tengo escrito, es uno de esos fics comenzados en mi pendrive desde hace años. El otro día recordé esta historia y tuve la necesidad de sacarla fuera de mi mente, así que prácticamente se escribió sola en una par de noches de insomnio.
Son cuatro capítulos y el epílogo, así que es una historia muy cortita y escueta. Tengo pensado de subir los capítulos muy seguidos para que no tengáis que esperar mucho.
Espero que os guste.
Y como siempre, pagad vuestra consumición.
Este fic se lo dedico a mi querida amiga Alejandra, que está un poco agobiada últimamente. A pesar del océano que nos separa, a pesar de que nuestras obligaciones nos tengan muy ocupadas y no podamos hablar todos los días como antes, siempre te llevo en el corazón.
AnitaSnape
Pd. La canción es "otoño" de Medina Azahara.
