-Bella, cariño, ya nos vamos- anuncio mi madre con voz cantarina desde el piso de abajo.

Resople molesta, mientras aplicaba mas delineador y le pestañaba coquetamente al espejo de mi tocador, como si fuera cualquier muchacho tonto que se ofrecía a pagar mi bebida en un club. La imagen que él me devolvió me hizo sonreír, era hermosa, era segura, era atrevida, era esbelta, tenía una gracia natural. Era Isabella Swan, en todo su esplendor.

Era una pena que estuviera gastando mi tiempo, perfume y maquillaje en algo tan agotador. No era que me desagradara pasar tiempo con mis tíos Esme y Carlisle. De hecho, los adoraba muchísimo, eran como mis segundos padres, las personas más geniales que conocía, y quienes me vieron crecer linda y fuerte. Ellos solían decir que era como la hija que nunca tuvieron, porque así como mis padres, ellos también decidieron tener un solo primogénito, solo que el suyo era un varón. Y esa era la razón por la cual no quería ir hoy a cenar con ellos, ni hoy ni nunca.

Su hijo era una patética rata de biblioteca. Era un ñoño que tragaba libros como si fueran dulces, que no tenía amigos, pero por sobretodo, que hacía de mi vida un infierno.

-Bella, baja ya, por favor- volvió a decir Reneé.

Suspire resignada, no podía hacer nada para evitar pasar las siguientes tres horas, cuatro si nos quedábamos a tomar el té, con Edward. Acomode mis perfectos rulos naturales, dejándolos caer como cascadas a cada lado de mi cara, para que la enmarcaran de esa manera que solo ellos podían hacerlo. Me mire otra vez, adorando mi reflejo cual Narciso contemplando el suyo en un lago, y le tire un beso cariñoso, ya que lo quería mas que a nada.

Mis padres estaban esperando en la puerta de nuestra enorme casa. Para vivir en un pueblo tan mísero y pequeño como Forks, teníamos un hogar digno de estrellas de celebridad. A mi madre le gustaba renovar nuestra casa cada tres años, claro que ella no pensaba en nada, contrataba un decorador, y se tiraba en un sofá para que el hombre haga su magia mientras destrozaba la tarjeta de crédito de mi padre, quien gustoso se la daba con tal que no hiciera un berrinche como si fuera una niña pequeña.

-Estas radiante, mi burbujita- dijo mi padre hinchando el pecho de orgullo cuando llegue al pie de la escalera. Extendió su mano hacia mí y yo sonriendo fui a tomarla.

-Ok, vamos. Esme nos está esperando.

Papa nos abrió la puerta e hizo una cómica reverencia, como si fuera el portero de algún prestigioso hotel. Sonreí divertida y mi mama soltó una risita de colegiala encantada, llevaban juntos veinte años y seguían tan enamorados con el primer día. Hizo el mismo gesto cuando nos abrió a cada una la puerta del auto. Hoy Laurent no iba a llevarnos, ya que se había tomado una licencia por las próximas dos semanas.

Los Cullen vivían al otro lado de la ciudad, a la entrada del bosque que estaba a las afueras de Forks, había que manejar un kilometro luego de adentrarse en la maleza para llegar a la mansión de los mejores amigos de mis padres. Al menos tendría un tiempito para asimilar la estresante noche. Debería estar con mi muy bien fingida sonrisa de agrado por Edward, hablarle amable, y contestarle cuando me dirigiera la palabra, cosa que era constante.

Desde que teníamos tres años, Edward Cullen había decidido que yo era el amor de su vida. Estaba acostumbrada a eso, era la fantasía amorosa y sexual de casi todos los chicos de Forks, incluso de algunas mujeres. Lo que me fastidiaba era, que sin importarle su estatus social, lo mucho que lo odiaba, o lo mal que me dejaba ante el resto de las personas cuando me hablaba, la Rata Cullen no dejaba de molestarme. La mayoría de los chicos solían sentirse intimidados conmigo, solo faltaba entrar a la misma habitación para que se hicieran el los pantalones de los nervios. Pero a Edward todo le importaba una mierda. Y no importa cuántas veces se lo repitiera, ya sea de buena o mala manera, sigua insistiendo, como si llegara a tener la posibilidad de estar conmigo. Ese sí que era un sueño tonto.

Desde que tengo memoria el solía dejarme todos los días una rosa roja. Cuando estaba en el preescolar las metía en mi mochila durante la merienda, en la primaria la dejaba sobre mi pupitre, y durante la secundaria y preparatorio las pegaba en la puerta de mi casillero. Y durante quince años, todos los días, tomaba la rosa y la tiraba al diablo; si sabía que estaba mirándome tendía tomarme la molesta de destrozarla antes de de echarla al bote de basura. Sabía que le dolía, y eso era exactamente por qué lo hacía.

Mire mis ojos en el reflejo del vidrio del auto, la noche lo había convertido en un espejo en el cual me podía ver con absoluta claridad. Cuanto más nos acercábamos a la casa Cullen mas apagados se ponina, pero sobre todo más molestos.

La noche estaba tan sombría como yo. La mayoría de los días el cielo estaba encapotada por un techo de nubes que tapaba las estrellas y hoy no era la excepción. Odiaba este pueblo. Estaba rezando para que las clases terminaran y así escapando a la universidad de Seattle. Adiós ciudad barata, adiós nubes, adiós Edward. El pasamiento me hacia sonreír.

Mama y papa estaban hablando animadamente acerca de unas posibles vacaciones a Cabo, igual que hace dos años. Jamás me iba a hartar de ese lugar, era precioso. Supongo que sería mi despedida por marcharme a la universidad. ¿Qué mejor que las soleadas playas de Cabo para despedir la parte fácil de mi vida? ¿ Qué mejor que unas vacaciones lujosas para festejar que me largo?

En la noche Forks parecía un pueblo fantasma. Las luces se iban apagando, las tiendas se cerraban y las calles se vaciaban. Claro que nos cruzábamos con algunos lugares abiertos, principalmente cafeterías, este lugar estaba lleno. No había tiendas de ropa como la gente, pero que había cafetería, había. Probablemente por eso la mayoría de los adultos eran gordos. Claro que mis padres eran excepción a la regla. Si bien eran personas buenas e inteligentes, desbordaban superficialidad y egocentrismo. Y eso para mí estaba bien. Todo el mundo ama a las personas que se aman a sí mismas.

Mire mi vestido que se asomaba por la hendidura de la parte baja del abrigo. Había cometido en error de comprar uno color azul. Es que me había enamorado de el completamente y me olvide por completo que la Rata Cullen había mencionado en numerosas ocasiones que le encantaba como el azul quedaba en mi. Ya estaba tendido en mi cama, junto con los tacones negros cuando me acorde de eso. Maldecía mientras me secaba el perlo, pero igual me lo puse. No importa que prenda tuviera encima, para el yo era hermosa. Algo en lo que si estábamos de acuerdo.

Este chico realmente me molestaba. Había tantas niñas rata en el instituto. Que combinaría a la perfección con sus asquerosas camisas amarillo pato, pero no. El niño tenía que venir a joderme la vida a mí. Me tenia harta. Era cansador ser Isabella Swan; ser hermosa, inteligente, divertida y popular era algo que con sumía mucho tiempo. Denigrar a los nerd también era bastante agotador, coquetear para que me den sus apuntes y me hagan la tarea también lo eran. Y si a eso le sumamos el tener que sacarme a el idiota de Edward Cullen de encima, probablemente terminaría en hospital por estrés antes de que termine el año. A veces me gustaría ser alguien ordinario, una chica del montón. Y entonces veo mi reflejo en el espejo y me doy cuenta que es imposible que alguien como yo fuera común. Es decir, ni siquiera Tanya Denali y sus hermanas, con sus gigantescos pechos operados, sus rubios cabellos teñidos y sus ojos celestes podían competir contra mí. Rosalie Hale, Alice Brandon y yo éramos las chicas dominantes en el instituto, e incluso entre nostras tres yo era la mejor. Y eso tomaba tiempo.

Ya estábamos dentro del bosque y conforme avanzábamos podíamos ver las luces de la mansión Cullen. Era blanca, con hermosos ventanales y tan enorme como la nuestra. No tenia jardin delantero, su jardín estaba basado en masetas juntas en su enorme terraza que ocupaba tres tercios de la mitad del techo, lo que si tenían atrás era una piscina enorme en la cual Edward me miraba como baboso cada vez que me metía.

En cuanto aparcamos fuera de su casa, Esme salió afuera a recibirnos. Estaba muy hermosa, tenía un vestido rosa pálido hasta las rodillas y el pelo recogido en un elegante moño. Carlisle y Edward debían estar adentro. Papa salió, dio la vuelta al carro por la parte de adelante, le abrió la puerta a mama y luego a mí.

"Ok, Bella" dijo mi subconsciente sentado en sus sillón blanco de toda la vida ". Solo es otra estúpida cena".

Suspire, mire hacia al frente y esforcé una enorme sonrisa falsa. En cuanto salí del coche comencé a maldecir mentalmente. Edward se había asomado por la puerta y tenía la boca abierta mientras me miraba como tonto. Me sentí asqueada, que los chicos me miraran era una cosa, pero que el me mirara era otra. Me sentía violada. Para variar tenía una camisa amarilla pato (nótese el sarcasmo) metida dentro de los pantalones, el pero peinado de manera tonta y esas gafas que eran más enormes que su cara. A los hipster esas cosas les quedaban bien, pero a Edward no. El muchacho parecía un método anticonceptivo andante.

Mama y tía Esme se dieron un fuerte abrazo y un beso en cada mejilla. La mayoría de sus amigas hacían eso de manera falsa, todas las mujeres de la ciudad les tenían envidias a estas señoras. Ambas casadas con hombres de mucho dinero, ambas con casas soñadas, y ambas con únicos hijos, que según ellas eran perfectas. Pero entre Reneé y Esme no había una gota de envidia, ellas se adoraban la una a la otra. No se veían un día y ya se extrañaban. Era igual a mi amistad con las chicas. Luego le dio un beso cariñoso en la mejilla derecha a mi padre; y de último un abrazo parecido al que le otorgo a mi madre, repleto de cariño.

-Edward, hola- exclamo mi madre dulcemente cuando lo vio en la puerta prado.

El increíblemente quito la vista de mi y le sonrió a mi progenitora para posteriormente abrasarla. El mismo cariño que yo sentía por sus padres él lo sentía por los mios.

-Hola, tía. Te vez hermosa.

-Tú también te ves muy guapo.

¡Dios, mama!¡Deja de mentirle al niño! Tu sabes que esta horrible, el sabe que esta horrible, yo se que esta horrible, el mundo entero sabe que el muchacho esta horrible. Si lo quieres tanto, no le mientas. Solo dile gracias o que gusto verte, no que se ve guapo, eso es de mala persona.

Luego estrecho la mano de mi padre. Mi piel comenzó a erizarse del asco. Ahora venia mi beso en la mejilla y lo peor de todo era que tenía que evitar no poner cara de asco y realmente me era imposible, el era repugnante. En cuanto me miro a los ojos, me di cuenta de que los suyos brillaban de felicidad; al parecer disfruta a costas de mi desgracia. Maldito bastardo.

Lo concia muy bien, iba a sacarle el mayor jugo posible a esto y no podía hacer nada para evitarlo. Me sentí despojada y acorralada cuando tomo mi mejilla con una mano para darme un beso y la otra la coloco en la cintura. Entonces me di cuenta que me equivoque, lo peor no era que no podía hacer cara de asco, sino que lo peor era el tener que responderle. Colgué mis brazos en su cuello y le di un apretón, mientras mentalmente deseaba bañarme con desinfectante y pesticida. Se separo a regañadientes y me miro de arriba abajo sin descaro.

-Tu también te ves hermosa.

-Gracias, Edward- respondí apretando los dientes. Pronunciar su nombre en voz alta hacia que la lengua me quemara.

Vi sus ojos decepcionados. El quería que le dijera que estaba guapo...¡Chúpate esa, carbón!¡Primero muerta antes de decir eso!

-Vamos a entrar. Carlisle ya está a adentro con hambre- dijo Esme divertida mientras cruzaba el umbral de su puerta exterior.

Mama y papa se rieron, yo me limite a intentar no hacer contacto visual con Edward, quien me miraba fijamente sin descaro. El aire dentro de la casa Cullen estaba climatizado, había un calorcito agradable que me provocaba el quitarme la chaqueta. El problema era que Edward siempre se ofrecía en ayudarme con eso. Y yo, mientras me moría por darle un puñetazo bien mereció justo entre los lentes de ñoño.

-Mi princesita.

Esa voz conocida me hizo levantar la cabeza. Carlisle me dio un enorme abrazo, girándome en el aire. No pude evitar reírme. Mientras me aferraba a el para no caerme y también porque lo quería muchísimo. Realmente por esto soportaba las cenas con Edward. Por mis adorados tíos.

-Hola, tío- le dije sonriente en cuanto me bajo.

-Hola mi cielo.

Me beso la frente con dulzura y luego fue a abrazar a mi madre y padre. Volví a encontrarme con la mirada de Edward. La misma expresión de adoración de siempre. Mi subconsciente se acaricio la frente, frustrada. Sí, yo también quería borrarle ese semblante a golpes. Le dedique un gesto de enojo, entrecerré los ojos y fruncí el ceño. Que supiera que me molestaba. Pero el estúpido ni se inmuto. Me quite el saco de paño rápidamente, sin darle la oportunidad a nada y lo deje sobre el sofá. Luego mis padres repitieron en gesto.

-¿Pasmos al comedor?- pregunto Esme-. Ya puse la mesa.

Esme encamino la ida hasta el comedor, como siempre. Era una gran anfitriona, ya sea en una cena simple como esta o una fiesta elegante como las que organizaba para el hospital. La mesa estaba impecable, cada uno tenía dos copas, una con agua y una con vino, entes de la mayoría de edad, en la mía y en la de Rata Cullen estaba llena de jugo de naranja; también teníamos dos platos, el más chico superpuesto al más grande; las servilletas estaban dobladas de manera que parecían conitos y descansaban sobre los platos. En el centro había una bandeja enorme y sobre ella un cerdo mediano asado, a ambos lado de este un cuenco con puré de patatas y una pequeña jarra de porcelana. Esme realmente se tomaba en serio esto de la cena.

Curiosamente todos teníamos un lugar en esta mesa, los hombres a la cabeza y los demás a los costados; Edward y Esme de un lado y mi madre y yo del otro. Lamentablemente estos lugares inconscientemente asignados me dejaban frente a frente con el ñoño. Trataba de decirme a mi misma que esto no demoraría demasiado, mientras me sentaba. Pero, maldita sea, esta comida seria eterna.

Carlisle corto al animal, mientas nosotros quitábamos las servilletas y les pasábamos los platos. Luego comenzamos a pasarnos los cuencos entre nosotros. Papa y el tío estaban hablando del trabajo. El rubio era director del hospital, su padre era el dueño o lo seria hasta que ya no le dé la cabeza y pase a manos de su hijo. Y Charlie era el dueño de una firma de abogados, claro que la firma estaba en Portland, ya que había mas empleados a su disposición que habitantes en el pueblo. Mama hablaba de sus sueños para la nueva decoración y Esme le daba algunas ideas que iban surgiendo. Ni la Rata ni yo hablamos, el porqué estaba demasiado ocupado mirándome y yo porque estaba demasiado ocupada intentando contenerme para no insultarlo.

-Edward recibió una beca para Harvard- comento Carlisle orgulloso mientras se llevaba un tenedor con cerdo a la boca.

-¿Enserio?- respondió mi padre dejando la copa de vino sobre la mesa-. Eso es grandioso, aunque no me sorprende. Es un muchacho muy listo y dedicado el que tienes aquí.

¡Si. Dedicado a molestarme!

-Si...bueno...espero conservarla- dijo Edward levantado la cabeza hacia mi padre pero cada cinco segundos desviando su mirada hacia mí. Grandísimo idiota.

-Lo harás. No tengas duda- lo alentó mama.

Holaaaaa! Esta soy yo jugando con una idea! Se me ocurrio hace unos dias pero queria saber si lo sigo o no...

¿Ustedes que opinan?

Besoos, nos estamos leyendo.