N/A: Lo sé, lo sé, ¿otra historia? ¿Y el resto en hiatus? No merezco vuestro perdón, pero en serio necesitaba sacar esta idea fuera de mi cabeza, y no tengo donde más ponerla. Les aviso que sí estoy trabajando en TUP y CTD, pero tengo varias cosas de la vida real que me impiden tener más tiempo para escribir.

Es una adaptación al libro Hunger Games/Juegos del Hambre de Suzanne Collins. De una vez les aviso, el fic NO ES 100% apegado al libro.

Hetalia y los Hunger Games no son míos. Los personajes que no reconozcan o que conozcan como OC's son míos exclusivamente excepto la mayoría de los de Latin Hetalia.

Game Over: Luchando por Sobrevivir

Capitulo Uno

Otra noche más en vela. Miro alrededor del cuarto, a mi hermanita Paola dormir pacíficamente y a su perro Chihuahua, que se tambalaquea y me ladra cuando me le acerco, acurrucado a un lado de ella en la cama de mamá. Suspiré y volví a ver a las dos figuras enfrente de mí. De pronto, recuerdo que día es hoy, y por qué Paola estaba acostada junto con mamá y no en su cama, el porqué esta noche más que nada, no podía conciliar el sueño. Era el día de selección. Me levanto pesadamente de mi cama con el menor ruido posible. No quería despertarlas, no ahora que se veían tan tranquilas. El cabello negro de Paola le caía en la mejilla, mientras que la cara de mamá revelaba una imagen más joven y menos abatida por el sufrimiento.

Solté un bostezo, ignorando el desastre de cabello negro que tenía por unos momentos, en lo que me arreglaba para ir al bosque a cazar. Distrito donde vivo, el último de doce, el encargado de la minería del país, Hetalia, es muy pobre y desde que tengo uso de razón, he salido del distrito a la espesura que lo rodea a cazar. Me apuro en ponerme las desgastadas botas de caza y en recogerme el cabello en un rápido pero conciso rodete antes de escabullirme por la puerta hacía el exterior.

Respiro hondo al salir de casa, y a pasos ligeros hago mi recorrido por las partes traseras de las casas hasta el pequeño hueco a nivel pecho-tierra en el alambrado electrificado –pero gracias al cielo apagado– que rodeaba el distrito. En tres rápidos movimientos estoy corriendo por el bosque cual pantera, como diría mi padre, que en paz descanse. El tramo que recorro lo conocía como la palma de mi mano, y pronto me veo enfrente de un viejo tronco donde papá y yo ocultamos nuestras armas de caza. Había dos lanzas, dos arcos con su respectivo carcaj lleno de flechas, y un garrote, de mi padre. Miro dicho garrote, lleno de incrustaciones de dientes de animales salvajes, y los recuerdos me invaden por un segundo. En eso, mi mejor amigo, Luciano da Silva, aparece a un lado mío, su arco y carcaj colgando de su hombro.

-Olá Itzel- me saludó sonrientemente. Luciano era de piel tostada y ojos café, un rasgo común que compartimos en el distrito a pesar de ser un pueblo minero. Cualquiera que nos vería ahorita, pensaría que éramos hermanos o parientes. Le regreso el saludo mientras tomaba mi lanza, arco y carcaj.

-Hola Luciano, ¿Qué tal tus hermanos? –le pregunto mientras nos ponemos a andar y así empezamos una charla banal mientras revisamos las trampas que habíamos puesto el día anterior. Luciano me lleva dos años más, pero a sus dieciocho años ya tenía la pinta de un hombre adulto. Si fue de casualidad, no tengo idea, pero el conocerlo me cambió la vida.

Fue a finales del peor invierno que he vivido en mis 16 años de vida, el primer invierno sin mi padre. Tenía yo la edad de Paola, ocho años, cuando ya cazaba para mantener a mamá y a Paola vivas. Desde la muerte de mi padre en un derrumbe en la mina, mamá se había sumido en la depresión y no había mucho que Paola o yo pudiéramos hacer a nuestra edad. Cuando papá vivía, yo lo acompañaba a las excursiones de caza que hacía cada domingo, y me enseñó como cazar, como desenvolverme en el bosque. Pero desde que había muerto, no me atrevía a entrar al bosque por mí misma, más la necesidad de mantener a mi hermana sin hambre era mi prioridad.

Un día, iba caminando por un sendero frecuentado por conejos cuando oigo unas pisadas y de pronto lo vi. Luciano se puso enfrente de mí en dos zancadas y empezó a decirme algo sobre sus trampas y quitarle su caza. Lo ignoré, ya que estaba intentando hacer la conexión hasta que recordé cuando fue la única vez que lo vi anteriormente. Fue después del derrumbe de la mina, nos habían invitado al ayuntamiento del distrito para darles el pésame a las familias de los fallecidos. Mamá y Paola se veían destrozadas aquél día, y yo evitaba mi reflejo. En eso vi una familia de cuatro niños y una mamá encinta abrazados. Así que supuse que Luciano, al ser el mayor de los hermanos, terminó en la misma posición que yo. Después de aclarar todo sobre las trampas, y casi todo un día de charla intranscendental, nos volvimos compañeros de caza. Él me enseñó un poco sobre trampas, mientras que yo le enseñé el arco y flecha. Al final terminamos siendo mejores amigos, nos cuidábamos el uno al otro y de nuestras familias.

-Oi, Itzel… -Luciano me sacó de mis pensamientos mientras alzaba su bolsa de caza llena con nuestras presas- ¿Lista para el medio día?

-No creo… -murmuré mientras nos echamos a andar nuestros pasos.- Sabes que me anoté para la Ayuda Alimenticia, mi nombre está al menos unas quince veces en la urna. –digo con la mirada gacha mientras escucho la perorata de Luciano de todos los años cuando es el día de selección.

Hace décadas los doce, en aquel tiempo trece, distritos de Hetalia se habían alzado en armas en contra de la Capital, que controla todo el país. Con su avance tecnológico y poderío sobre los distritos, la Capital extinguió la revolución cuando hizo desaparecer el decimotercer distrito de Hetalia, y formó las Olimpiadas de Hambruna, donde dos elegidos –uno masculino y otro femenino- de cada distrito pelean a muerte como entretenimiento para la gente de la Capital. Todos los candidatos son entre once y dieciocho años. Justamente este año, es el primero de Paola y el último de Luciano.

-Todavía no entiendo por qué la Capital sigue con cosas tan barbáricas- exclamó Luciano en su monologo antes de darse la vuelta, tomándome de los hombros, y mirarme expectante- ¿Y si nos fugamos? ¿Los dos? Una vida en el bosque, lejos del hambre, las minas, la selección y todo… -solo alzo una ceja cuestionando la idea- Piénsalo, Itz, ambos somos cazadores, y con tus conocimientos de herbolaria, sobreviviremos fácilmente.

-Luciano… -suspiro cansinamente, la idea me había estado bailando en la mente desde hace años, pero mientras más tiempo pasa, menos verosímil se volvía.- Vamos, es tu última selección, y tenemos que pensar en los niños –le recuerdo a nuestros hermanos, quienes prácticamente dependen de nuestras ganancias de la caza- Y que las probabilidades estén de nuestro lado~ -dije el lema de las olimpiadas en un tono alegre pero falso. Llegamos al tronco que escondía las armas de caza, ahí dejamos las susodichas y nos apuramos a cruzar la reja.

El sol se empezó a asomar por entre las copas de los árboles cuando entramos a la vieja Alhóndiga de Carbón, un contenedor de Carbón que toma función como mercado "negro" en el distrito. Todo lo que era o se conseguía ilegalmente era tratado en la Alhóndiga. Dentro, varias gentes nos miran expectantes mientras avanzábamos al pequeño puesto de Marcela, la carnicera del distrito, quien junto a Monique, la cocinera oficial de la Alhóndiga, eran nuestras clientas principales. Hoy todo el mundo tenía la prisa de prepararse para la selección. La asistencia al evento era mandatorio para todos, sobre todo a los candidatos.

Guardando un conejo para la cena de hoy, me dirigí a casa, donde mamá y Paola ya estaban despiertas y a medio arreglarse. Ni bien pongo un pie en la casa, mamá se apresura a lanzarme un vestido de manta decorado y me lleva a la habitación para peinarme en lo que intentábamos no pisar a Chihuahua, que estaba decidido a ladrarle a mis botas y a mí hasta que Paola lo hizo callar tomándolo entre sus brazos.

-Ixchel Sánchez, solo a ti se te ocurre aparecer dos horas antes de la selección –me regaña mi mamá mientras me trenzaba el cabello en un complejo rodete. –Paola, cariño, deja al perrito en paz y deja que tu hermana te trence el cabello… -dijo ella, más noto un atisbo de preocupación y miedo en su voz. Paola hizo una ligera mueca y se sentó enfrente de mí y me puse a trabajar en su cabello. Chihuahua volvió a su tarea de intentar morderme las calcetas.

-Mamá, Itz… ¿Cómo es estar en la fila de selección? –preguntó Paola después de unos minutos de silencio mientras trabajábamos en los peinados. Sentí a mamá tensarse, jalándome un mechón por accidente, así que tomé la libertad de contestar la pregunta.

-Verás, Pao… lo que yo hago es ir con mis amigas, y cuando la señora anunciadora pasa con los jarros de nombres, nos ponemos en firmes…

-… eso lo sé Itz, me refería a qué se siente… - guardo silencio por unos segundos, recordando las selecciones anteriores. No quería decirle sobre la abrumadora angustia, el saber que un papel o más con tu nombre están dentro de aquella pequeña urna, y cuando por fin anuncian a los elegidos… tristeza al saber que no los volverás a ver.

-Es… abrumador, pero verás que pronto se acaba –dije mordiéndome el labio, una tendencia que tenía cuando estoy bajo presión. Le doy un beso en el cabello, ignorando otro jalón de cabello y el presentimiento que me dejó un mal sabor de boca.

-Así como lo dijo tu hermana. Ahora Itzel, no te muevas o terminarás sin cabello en la nuca –nos regañó mamá, cosa que nos hizo reír a Paola y a mi antes de que nos volviera a advertir.

Terminamos de arreglarnos las tres, y miramos el reloj: quedaban cinco minutos para que empezara la ceremonia. Mamá nos apuró, rezagándose para cerrar la casa. Guié a Paola hacia el ayuntamiento del distrito, y al llegar la abracé antes de que se fuera con sus amigas. La sigo con la mirada, todavía con el presentimiento latente que ignoro cuando Catalina González, la hija del alcalde me toca el hombro.

-Oi, Itzel, despierta-dijo Luciano, quien estaba al lado de Catalina. La hija del alcalde era de piel ligeramente más clara que la mía, que era tostada por tantos años en el bosque, tenía cabello castaño claro y ojos color avellana. Me fijé en que tenía un rubor notorio, y supuse que fue por la proximidad que tenía con Luciano, así que solo les sonreí ampliamente.- Ya falta poco…

-Así es… ya quiero que termine –murmuré, llevándome una mano al cuello inconscientemente- Dime, Cata, ¿Cómo está tu mamá?

Así empecé una charla banal con los tres. Catalina hablaba rápidamente, como si quisiera irse del ayuntamiento lo más pronto posible. No la culpaba, todos estábamos así, aunque ella era de las pocas personas que no deberían preocuparse. Con cada año en el que estás entre los posibles elegidos, tu nombre es puesto una vez más. Para los dieciocho años, uno usualmente tiene su nombre en la urna ocho veces. Pero si te apuntabas a la Ayuda Alimenticia, tu nombre va dentro dependiendo de la cantidad de ayuda a la que hayas anotado. Mi nombre está al menos veinte veces, y el de Luciano unas cincuenta o más. Lo malo era que la Ayuda no era demasiada y no duraba mucho. Cata nunca se encontró en la necesidad de anotarse…

Pronto Luciano nos dejó para ir a su fila correspondiente. Todos los candidatos estaban separados por edad y sexo, con los de once años hasta enfrente y los de dieciocho hasta atrás. Alrededor de la plaza estaban los adultos, quienes miraban sin poder hacer mucho. Del ayuntamiento salió el padre de Cata y la presentadora encargada del distrito 12, Emma Debecker, traída desde las extravagancias de la Capital. Emma tenía cabello rubio corto, con un listón rosa chillón en él, tenía un vestido muy estrafalario a tono, de seguro la última moda en la Capital, y unos zapatos con el tacón más alto que había visto. El alcalde la presentó, como todos los años y el himno de Hetalia se escuchó.

-Hoy daremos inicio a la septuagésima cuarta Olimpiada de Hambruna- exclamó Emma cuando se hizo silencio en la explanada- Que las probabilidades estén de su lado. –dijo alegremente mientras que un encargado se acercó con dos urnas. –Como todos los años, empezaremos con las mujeres…

Yo guardé mi respiración, deseando con todo mí ser que esto terminara pronto. Miré con desesperación como la mano manicurada de Emma entraba en la urna y revolvía los papeles dentro… veinte papelitos tenían mi nombre, mis probabilidades de no ser llamada de seguro eran bajas… Emma ya tenía el papel con la sentencia de muerte y lo abrió lentamente…