Raine se detuvo y miró uno de aquellos ataúdes. Palideció a ojos vista cuando se fijó en el nombre que figuraba en un lateral.
–¿Qué pasa, Raine? –dijo Kratos, acercándose para leer el nombre.
–Yo conocí a esta Elegida. –susurró. –No me había acordado de ella. ¿Conocéis la historia de Malva? –inquirió, volviéndose hacia el grupo. Todos negaron con la cabeza, salvo Colette.
–Malva era la Elegida anterior a mí, ¿verdad? Los Desianos… Los Renegados la asesinaron. –se corrigió.
–No hagáis suposiciones. Malva era la Elegida anterior a ti, pero aún no sabemos si fue asesinada por Desianos o por Renegados.
– ¿¡Nos vas a dar clase aquí?! –exclamó Lloyd sin poder reprimirse.
– Malva no nació en Iselia. –dijo Raine. En lugar de darle un capón, optó por ignorarle, sorprendentemente.–Malva vivía en Asgard. Pero sus pasos la llevaron hasta Iselia. Por entonces yo acababa de llegar hacía dos años. Genis tenía tres años, y vosotros ya erais amigos. Cuando la conocí tenía quince años, justo el día después de su cumpleaños. Se hizo amiga mía. Me tomó cariño, a pesar de que se dio cuenta enseguida de que era semielfa.
Venía a verme a menudo. Sus hermanos eran mayores que ella, y ya tenían hijos, de modo que sabía bastante sobre niños y me ayudaba con Genis. Yo tenía ocho años el día del oráculo. Estaba en la escuela. Salí corriendo de la clase cuando vi la luz. En el quicio de la puerta estaba Malva, apoyada, mirando por la ventana. Se volvió al oírme correr. Malva era alta, aunque no demasiado. Su pelo era corto y liso, que adoptaba la forma de su cabeza redondeada. Era castaño oscuro. Sus ojos eran como las esmeraldas, muy verdes y brillantes.
– ¡Malva! –exclamé. – ¿Lo has visto? ¡El Oráculo-…!
–Sí. Ahora mismo voy al templo de Martel a recibirlo.
– ¿Puedo ir? –dijo la pequeña Raine, con los ojos iluminados. Malva sonrió. La profesora de Raine salió del aula, muy asustada, y empezó a recriminar a Raine por haber salido corriendo.
– ¡Raine! ¿Qué te pasa? ¡No puedes salir sin permiso…! ¡Elegida! –exclamó al darse cuenta de que Malva estaba con ella. –Perdonadme, pero me asusté…
– No se preocupe. –dijo Malva con una sonrisa. Le revolvió el pelo a Raine. –Raine no debería haber salido de allí.
–Ya… Pero quiero ver cómo es el templo.
–Algún día podrás verlo, Raine, no te preocupes. Vendré a enseñarte el oráculo, ¿de acuerdo? Ahora tengo que ir a superar la prueba.
– ¿Tú sola? –dijo Raine, preocupada, dejando a un lado su faceta infantil.
–Y entonces dijo lo mismo que Colette. "Soy la Elegida, ¿recuerdas? No me pasará nada, estaré bien.".
Malva hizo todo el camino al templo, pensativa. No se encontró con ningún monstruo en todo el recorrido. Subió las escaleras del templo y se quedó quieta cuando subió, mirando el haz de luz que caía del cielo y se internaba en el templo. Respiró hondo y siguió caminando. Luchó contra varios monstruos en el interior del templo de Martel. Encontró el anillo encantado y lo usó en el sello. Llegó hasta el altar y allí mostró sus oraciones. Y también un ángel apareció ante ella. Pero no era Remiel.
Era un ángel de pelo celeste y mirada gélida, igual que la de Remiel, pero era de aspecto más joven y más distante.
–Malva, Elegida de Martel. Soy Gurk, el ángel de Cruxis designado para guiarte hasta los cielos.
Extendió los brazos, y en el cuello de Malva brilló una fuerte luz que durante un instante la impidió respirar. Cuando Malva volvió a respirar, en su cuello había una gargantilla de oro, que tenía una joya roja en el centro. Malva lo miró con asombro y de nuevo clavó sus ojos verdes en el ángel.
–Nosotros bendecimos este momento y entregamos a Sylvarant la Torre de la Salvación, lugar donde la Diosa será despertada al final de tu peregrinación.
Lentamente, como si la niebla la cubriese y se despejase lentamente, apareció la Torre. Malva miró la torre con los ojos chispeantes de alegría y asombro. Se volvió al oír un aleteo del ángel. Gurk tenía los ojos clavados en ella.
–Elegida, ¿hay alguien que os acompañe en vuestro viaje?
Malva negó con la cabeza.
–No. Estoy sola. Pero sé luchar y soy fuerte. Eso no será problema.
–En ese caso, Cruxis te dará un compañero. Un ángel te acompañará en tu peregrinación.
Al lado de Gurk apareció otra luz, que enseguida, tras un destello, tomó la forma de otro ángel. También tenía las alas plumosas y de un blanco inmaculado, como las de Remiel y los ángeles inferiores. Tenía el pelo blanco y largo, y los ojos ámbar. Miró a Malva con cuidado.
–Mi nombre es Wonrey. –dijo presentándose. Batió sus alas y descendió junto a Malva. Ambos miraron a Gurk.
–Dirígete al primer sello, Elegida, hija de los ángeles. El primer sello se encuentra en el desierto de Triet.
–Haré tal y como ordenáis. –dijo Malva dócilmente. El ángel se transformó de nuevo en una bola de luz y ascendió hasta desaparecer tras el techo. Entonces Malva se volvió hacia Wonrey, sin saber bien cómo actuar. Wonrey se dio cuenta. Desvaneció sus alas.
– ¿Cuál es tu nombre, Elegida?
–Me llamo Malva.
– ¿Por qué no volvéis a la Aldea del Oráculo? Yo os esperaré aquí.
–Claro, tengo que enseñarle el oráculo a Raine. –dijo Malva, dándose una palmada en la frente. Se llevó ambas manos al colgante. –Wonrey… ¿Éste es mi Orbe?
–Sí, es el Orbe del Elegido, o el cristal Cruxis. Es parecido a una exfera. Potencia tus habilidades.
–Bien. Esto… ¿Por qué no vienes conmigo? Te presentaré a Raine. Y no me trates así. –dijo frunciendo el ceño. Wonrey pareció turbado.
– ¿Cómo?
–De vos. –dijo Malva riendo. Se dio media vuelta, aferrando la espada que llevaba a la cintura con la mano izquierda, y emprendió el regreso.
Mientras volvían, caminando despacio, hacia Iselia, Wonrey miraba el paisaje con devoción.
– ¿Nunca habías visto el paisaje de Sylvarant? –preguntó Malva con curiosidad. Aquello hizo que Wonrey despertase y se pusiese en marcha de nuevo.
–Sí, pero… Hace mucho tiempo. Sylvarant es tan hermoso como lo recordaba…
– ¿En el cielo no hay paisajes así?
–Los ángeles no vivimos en el cielo, Elegida. Allí solo están los muertos. Nosotros vivimos en Welgaia, una ciudad habitada solo por ángeles.
–Welgaia… Es un nombre hermoso.
–Un nombre hermoso para un lugar horrible. –dijo Wonrey. Entonces llegaron a Iselia. El pueblo tenía dos salidas, una al vasto mundo Sylvarant y otra a un camino que llevaba al templo. Esta última desembocaba en una pequeña plaza al lado de la escuela.
Malva entró en la escuela. Allí había un pasillo que llevaba a la única aula. Ellos se quedaron esperaron en aquel pasillo.
– ¿Qué hacemos aquí?
–Esperamos a Raine. Es una amiga mía. Le prometí que vendría a enseñarle el Oráculo.
Ambos esperaron en silencio. De repente, la puerta se abrió y una veintena de niños salieron en tropel de la casita de madera.
– ¡Felicidades, Elegida! –decían los niños al pasar y verla allí, adivinando que había pasado la prueba de Martel. Raine salió detrás de la profesora, la última, porque le gustaba ver el paisaje por las ventanas de la escuela. Corrió junto a Malva.
– ¡Malva! ¿Has pasado la prueba?
–Claro que sí, Raine. Mujer de poca fe. –bromeó. Se volvió hacia Wonrey. –Wonrey, ella es Raine. Raine, él es Wonrey. Es un ángel.
Los ojos de Raine se abrieron como platos.
– ¿De verdad eres un ángel? ¿Y qué haces aquí?
–Vengo a proteger a la Elegida. –dijo con suavidad. Raine le miró con perspicacia.
– Malva, ¿puedo hablar a solas con él?
Malva y Wonrey cruzaron una mirada de sorpresa.
–Claro que sí. No es mi ángel… quiero decir, que no necesitas mi permiso.
Malva entró en el aula. Wonrey se volvió hacia Raine.
– ¿Por qué estás viviendo aquí?
–Mi madre me abandonó hace dos años. Vivo aquí con mi hermano pequeño Genis.
– ¿Por qué un semielfo está viviendo entre humanos?
–Yo soy elfa.
–No es cierto.
–Tienes razón. –dijo Raine, con un tono adulto, impropio de una niña de ocho años. –Soy una semielfa. Sé artes curativas, es decir, magia, y por tanto noto el maná que emanas. Un maná igual al mío. ¿Cómo es posible que seas semielfo y ángel?
Wonrey no respondió. La miró largamente, sin que Raine bajase los ojos, y luego entró en el aula.
–Elegida, ¿nos vamos?
–Claro. Hasta pronto, Raine. Por cierto, aquí está el Oráculo. –dijo, señalando la gargantilla, pero Raine no la miró. Solo tenía ojos para Wonrey.
–Claro.
–Nos vamos mañana, Raine.
Raine clavó en ellos sus claros ojos, sin saber bien cómo reaccionar. Y por fin abandonó su faceta adulta, tan extraña y tan cruel, pues eso conllevaba un gran sufrimiento. Avanzó hacia Malva, algo vacilante, pero finalmente venció la última barrera y la abrazó con fuerza.
–No quiero que te vayas. –dijo Raine llorando. –Eres mi única amiga.
–Soy mucho mayor que tú, Raine. –dijo Malva, secándose sus lágrimas con el dorso de la mano.
– ¡¿Y eso que importa!? No quiero que te vayas.
–Tienes a Genis. Siempre le tendrás a él. Y también a Colette.
– Pero soy mucho mayor que ella.
–Ya. –admitió Malva. Se separó suavemente de Raine. – Pero yo también soy mayor que tú. Pasaré a despedirme mañana, ¿vale?
–Adiós. -musitó Raine mientras su amiga se alejaba con su sonrisa.
A la mañana siguiente, Malva se levantó más tarde de lo que acostumbraba. Cuando vio la posición del sol, se levantó de un salto y se vistió a toda prisa. Bajó corriendo las escaleras, pero se topó con Wonrey. Él la miró con su imperturbabilidad habitual.
– ¿Por qué tanta prisa, Elegida?
–Tengo que ir al templo a rezar… –dijo, pero se calló. Wonrey sonrió.
–Pasaste la prueba, Elegida. Ya no necesitar orar más por la Regeneración del mundo. Ahora solo debes empezar a trabajar en ella.
Malva le miró con decisión. Apretó el puño y sonrió.
–¡Sí! ¡Manos a la obra!
Iban a salir de la casa cuando Malva se detuvo de nuevo.
–Espera, Wonrey. Aún… debo rezar por una cosa.
– ¿Puedo saber por qué?
–Por Raine. Quiero rezar por un mundo donde se acabe la discriminación.
Wonrey sonrió.
–Bien. Reza así en el altar del próximo sello.
Malva miró el cielo.
– ¡Sí!... ¡Lo haré por vosotros, Raine y Genis!
–Pero vámonos ya. Aún tenemos que pasar por la escuela.
– ¿A qué?
–No te hagas la tonta, Elegida. Tienes que despedirte de Genis y Raine.
–Je, je… Gracias.
Malva abrió la puerta de la escuela y buscó a Raine con la mirada.
– Profesora, ¿pueden…? –empezó, pero no acabó. La profesora asintió. Raine y Genis se levantaron y salieron de la clase. Se quedaron en el pasillo.
–Me voy ya. –les dijo a ambos. Genis la miró algo triste. Malva sonrió. –Nos veremos cuando el mundo esté regenerado, ¿de acuerdo, Genis?
El niño asintió, algo más alegre, pero la miró con algo de duda.
– No me pasará nada. –insistió. Sonrió. –Soy la Elegida, ¿recuerdas? Estaré bien.
Genis asintió y sonrió también.
– Nos vemos cuando el mundo esté regenerado. –repitió, casi como una promesa, y se metió en la clase.
–No puedes prometerle eso, Malva. –empezó Raine.
– Es muy pequeño, Raine. Me olvidará, no te preocupes. A ti te habría mentido también, pero… me faltó valor. Pero… Raine, por favor… ¿te importaría hablarle de mí cuando sea mayor?
–Malva, Genis no te olvidará. –dijo Raine, segura. –Te deseo mucha suerte… Me gustaría ver cómo es eso de convertirse en un ángel. Así averiguaría si su metabolismo es distinto al élfico, al humano o incluso al semiélfico…
– ¡Raine! –protestó Malva. – ¡Tienes ocho años! ¡No puedes pensar en esas cosas!
–Pues me parecen muy interesantes. No me importa mi edad. De mayor seré arqueóloga. –dijo con orgullo y pasión. Durante un instante, los ojos de Malva se arrasaron de lágrimas.
–Me gustaría ver en qué te convertirás con los años…
Raine comprendió el dilema de la joven. La abrazó.
–Lo siento mucho, Malva. Sé que el camino de la regeneración es arduo, y que tu recompensa será la muerte, pero piensa… que aunque Martel tome tu cuerpo… tu alma siempre será libre, y nunca ninguna diosa podrá esclavizarla. Serás eternamente libre, y podrás ver el nuevo mundo. Así sabrás dónde estoy dentro de trece años. Y verás cómo he cumplido mis sueños. Y salvarás el mundo…
–Bueno, debo irme. Wonrey espera fuera.
Raine la acompañó hasta la puerta. Malva le hizo un gesto de despedida y echó a andar. Wonrey se le unió. Raine les despidió con ambas manos hasta que les perdió de vista.
–Adiós… –dijo como última despedida, dejando de agitar los brazos. –Quizá debería tomarme las cosas más fríamente… –susurró, secando sus lágrimas con el dorso de la mano. Y permaneció allí, durante mucho tiempo, con la mirada anclada en la Torre de la Salvación.
